Aster ordenó la presencia de la niña en cada tarde a tomar el té desde ese entonces. Ruellan al principio estaba contentísima debido a todos los bocadillos que podía comer; pero a cada día que pasaba más se hartaba por todos los baños a estropajo, las medias y los vestidos con lazos y moños.
Ya no tenía para jugar ni pintar ni tomar siestas en el jardín. Toda la mañana hacía las tareas con su tutor y luego se la pasaba arreglándose para Señor, quien era aburridísimo. Así fueron transcurriendo dos semanas, hasta que la niña perdió la total compostura una tarde, mientras miraba con lágrimas su tarta de melocotón y con frustración a Señor, quien, como siempre, estaba leyendo.
-Qué clase de expresión tan horrible estás haciendo.
Aster pensó que en cualquier momento la mocosa se echaría a llorar, pero, para su sorpresa, la niña se levantó sobre su silla con la tarta de melocotón en la mano alzada, dispuesta a lanzársela a la cara. Su expresión era indescifrable, tenía lágrimas en los ojos, y también una ira calumniante, todo hacia él. El rostro de Aster se veía sereno, pero debajo de esa fachada, esta terriblemente sorprendido. El gritito de María se escuchó detrás de él, todos contuvieron sus respiraciones. ¿Quién se esperaría semejante escena? A esta niña le hubiesen sacado los ojos en otras circunstancias. La mocosa se mordió el labio con frustración. Miro a María y luego a él. Arrojo la tarta al suelo y salió corriendo en dirección al bosque.
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Esas fueron las palabras que escuchó Aster en la mente de la niña, antes de que esta saliese disparada. Tardó en recobrar la compostura. Entre sus sirvientes era todo un jaleo, María gritaba órdenes a las otras sirvientas para que fuesen en búsqueda de la mocosa. Tedius maldecía por la actitud de Ruellan, se acercó al señor para saber si estaba bien y después se dispuso a discutir con María sobre la mala crianza de aquella niña. Aster se levantó de su sitio silenciosamente y se adentró en el bosque.
Cuando la encontró, una hora más tarde, la niña se había adentrado demasiado en el bosque. Una drella la sostenía con uno de sus brazos larguísimos y flacuchos por sobre su cabeza. La estaba evaluando como posible aperitivo. La niña agitaba los brazos y las piernas en un intento por librarse del agarre de la creatura. La pequeña no parecía asustada, no mostraba señales de lágrimas, pero si un mohín enfurruñado, estaba descargando su diminuta ira contra la drella. Aster miró la pelea unos segundos, hasta que la drella estaba a punto de devorarla con sus enormes fauces, entonces utilizo su voz señorial para que la drella soltara a la mocosa y se perdiera nuevamente en la espesura del bosque.
Ruellan cayó al suelo cubierto por la hojarasca. Miro con malhumor a Señor y luego se levantó sacudiéndose la falda con orgullo. El señor solo la observó apoyado de costado sobre un árbol. Sus ojos brillaban con sorna. La niña caminó hasta que estuvo a punto de pasarlo, entonces, él le ofreció la mano para caminar, ya que ella cojeaba, se había herido la pierna en la caída.
-¿No es de mala educación no agradecer a quien te ha salvado la vida?
La niña hizo un mohín.
-¿Acaso no te lo enseñó Alana?
La niña puso los ojos en blanco e hizo una reverencia.
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-¿No te disculparás por tu berrinche de esta tarde?
La niña giró su cara, como si no lo hubiese escuchado. Entonces, Aster la cargó. La niña no lo rechazó, pero tampoco lo acepto. Estaba rígida y con la cara lejos de la del señor.
-Vamos a curarte esa pierna.
Aster la llevó a su oficina, donde guardaba un botiquín con algunos ungüentos y gasas. La sentó sobre su escritorio, le cortó las medias y le lavó la herida. La niña se quejaba a penas, pero no porque fuera tan valiente, sino por orgullo. Aster se divirtió ocasionándole más presión de lo necesario para lograr vislumbrar la expresión adolorida de la niña. Mientras le vendaba la herida le habló con seriedad.
-¿Qué es lo que odias?
La sangre de ella olía dulce, a galletas y a fresas. Tantos años de práctica lo ayudaban a mantenerse impermeable ante la cantidad de sangre que salía de la herida de aquella criatura.
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-¿Por qué?
La niña finalmente lo miró.
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Y entonces se echó a llorar como una cría. Sus ojos se volvían enormes y de ellos brotaban lágrimas gordas. La niña intentaba limpiárselas con los puños, pero solo lograba ensuciarse la cara. Aster la contempló en silencio, hasta que el llanto se convirtió en pequeños riachuelos que bajaban hasta su mentón.
-¿Qué quieres entonces?
La niña lo miró con esperanza.
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-¿Qué más?
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-¿Qué más?
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-Bien.
A partir de entonces, el Señor y Ruellan hicieron todas esas cosas.