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Chapter 104 - 102

Tan pronto llegamos a la tienda, fuimos directamente a la sesión de muñecas, pero mi princesa no se veía contenta del todo. Carla se veía más ilusionada que ella. El teléfono de Shiro sonó, y me miró amenazante antes de alejarse.

—Escoge la que más te guste, mi princesa. No te muevas de aquí, ¿De acuerdo?— ella asintió con la cabeza, y me alejé en busca de Shiro.

La curiosidad me estaba matando, ya que la expresión que hizo al recibir la llamada fue extraña. Me acerqué a la góndola para tratar de escuchar su conversación.

—Ya te deposité el dinero, así que no fastidies más, Jack. Y despreocúpate, nadie logrará achacarte ese muerto. Ya cumpliste con tu trabajo, y a mi menos que nadie le conviene que esa noticia sea esparcida.

¿Jack? ¿Estará hablando del Jack que conozco? ¿El mayor de Kenji? No puede ser. ¿Acaso ese desgraciado lo traicionó? Tengo que averiguar sobre esto. Lo vi colgar la llamada y me di prisa a volver con mi niña. Shiro se acercó unos segundos después, y miró a mi hija.

—¿Ya elegiste la que querías, muñeca? — le preguntó.

—Me llevaré esta— agarró la primera que encontró, estaba segura que ni atención le había puesto.

De camino, Shiro se detuvo en un Arcade y nos bajamos. No estaba de ánimo para esto, pero es el cumpleaños de mi hija y necesito sacar las fuerzas de donde no las tengo, para que se divierta en este día tan especial. El lugar estaba reservado solamente para nosotros. Nos recibieron con un ramo gigante de rosas blancas y un oso grande de peluche. La niña sonrió al verlo, y lo abrazó.

—¿Te gustó, muñeca? — le preguntó Shiro.

—Sí. Mira, mamá.

—Está muy bonito. Deberías darle las gracias.

—Gracias, señor. Mamá, ¿Por qué no le tiras una foto y se la envías a papá?

Pude notar la expresión de disgusto de Shiro, hace la misma expresión cada vez que ella menciona a Kenji. Me preocupa que bajo un impulso le diga la verdad.

—Sí, le tomaré una foto— encendí mi teléfono, y vi varias llamadas perdidas de Shu.

Si se tratara solamente de mi, me arriesgaría con tal de salir de las manos de Shiro, pero ahora está mi hija de por medio y un error puede causarle daño a ella. Solo tengo que guardar la calma y vestirme de paciencia, ya encontraré el momento adecuado de vengarme.

Le tomé una foto a las niñas con el regalo, y luego me uní con ellas para jugar. Me esforcé para que ella sonriera y la pasara bien. Shiro también se unió con nosotras y buscaba la forma de acercarse a la niña, ya fuera enseñándole a jugar, cargándola y jugando.

Cuando salimos fuimos a comer y encargué un pastel de cumpleaños para celebrarlo como normalmente hacíamos. Ella se veía cabizbaja al momento de soplar las velas, y el saber la razón continuaba doliendo pecho.

—¿Pediste un deseo, mi amor?

—Sí, pero no creo que se cumpla— se quitó el sombrero, y lo colocó encima de la mesa—. Porque papá no va a venir. ¿Estará molesto porque no nos quedamos en la casa y por eso no ha llamado, mamá?

—Papá jamás se molestaría con nosotras. Como te dije, tuvo que viajar por el trabajo y me avisó que tal vez no haya señal dónde está, pero no te preocupes, créeme que aunque no esté presente físicamente ahora mismo, él está con nosotras.

—Quiero ir a casa, mamá.

—No podemos ir todavía.

—¿Por qué? No quiero seguirme quedando en otra casa que no sea la mía. Quiero esperar a papá en casa.

—¿No te gusta estar con Carla y conmigo?— preguntó Shiro disfrazando su disgusto con una sonrisa.

—Sí, pero extraño a mi papá y quiero estar con él. Gracias por habernos invitado, pero mamá y yo regresaremos a la casa.

—No, no van a regresar— su respuesta me hizo abrazar a mi hija.

—¿Por qué dice eso, mamá?

—Luego te explico, mi princesa. Ahora comamos el pastel.

—No quiero.

—Entonces regresemos a la casa— Shiro se levantó molesto y la niña se le quedó viendo.

—Gracias por los regalos y el pastel, señor. No quise menospreciar lo que hizo.

—Él no piensa eso, mi niña. Vámonos— me levanté evitando que Shiro respondiera, ya que veía su mal humor y no quería que fuera a decir algo que le hiciera daño a mi hija.

Regresamos a la casa, y cuando me disponía a subir las escaleras con la niña, Shiro me agarró el brazo.

—Tan pronto la niña se duerma, quiero que vayas a mi habitación.

—Lo que vayas a decir, dímelo ahora y aquí.

—Si no vas a mi habitación, prepárate para no volver a ver a la niña— me soltó, y rechiné los dientes. ¡Maldito sea!

Subí a la habitación con la niña y la bañé conmigo, para luego recostarla.

—Te amo mucho, mi amor— la besé en la frente, y la abracé contra mi pecho.

—Y yo a ti, mamá. ¿Mañana volveremos a la casa?

—Hablaremos de eso luego, ¿Si? Ahora descansa, por favor.

Esperé a que se durmiera y salí de la habitación en puntillas. Estaba segura que Shiro lo que quería era reclamarme por lo de la tarde. Toqué la puerta y entré, cuando él la cerró detrás de mí.

—Pensé que no vendrías.

—Si realmente te importa la niña, demuéstralo dejándola regresar a la casa. ¿No ves el daño que le estás haciendo? Ella no quiere estar aquí.

—Estás buscando la forma de alejarla de mi, y ya te dije que eso no va a ocurrir.

—¿Te crees que puedes comprar su cariño con juguetes? Ella no te ve, ni te verá jamás como un padre. Para ella su padre es Kenji; aunque te duela tanto aceptarlo— lo que dije no le agradó, y me agarró el brazo bruscamente.

—Ese nombre me tiene harto. Ese pendejo está muerto, y estaba ocupando un puesto que no le pertenecía. Ella es mi hija, y conmigo debe estar.

—¿No te das cuenta que esto solo la está lastimando? Si te importara aunque sea un poquito, pensarías en su bienestar y la dejarías regresar a la casa. Si la presionas de la forma que lo estás haciendo, solo te ganarás su desprecio. ¿No ves que ella no quiere estar aquí?

—Entonces pídelo de una forma que me haga considerar tu pedido.

—Eres un maldito, y luego dices que te importa la niña. ¿Qué esperas que haga? ¿Quieres que me arrodille y te ruegue por el bienestar de mi hija? ¿Eso hará que cambies de opinión y dejes de hacerle daño? Si es así, estoy dispuesta a hacerlo, pero espero que cumplas esta vez.

—No me interesa verte arrodillada de nuevo, al menos no ahora— acarició mi mejilla, y me encaró—, pero tal vez hay otra forma de entendernos los dos. ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar la salvaje, con tal de hacerme cambiar de opinión?