A pesar de los años, sigo siendo una tonta. Subestimar a un enemigo, es el peor error que se pueda cometer. Y eso fue lo que hice. Pensé que la tendría en mis manos, y que inmescuirme en esta situación, que ya nada debe tener conmigo, era la mejor decisión que tomaba, pero me equivoqué.
Estaba ida, mi cuerpo estaba ardiendo y podía percibir cómo cada segundo que transcurría, mi entrepierna se humedecía con mis fluidos. A decir verdad, me sentía asqueada. Jamás había sentido unos síntomas tan fuertes, como este. No quería que ese hombre me tocara más, estaba consciente de no quererlo, pero mi cuerpo se encontraba en el momento más sensible que alguna vez lo haya estado. Solamente el roce de la fina sábana en mis senos, producía temblores.
Cuando percibí la punta de su pene en la entrada de mi vagina, la puerta la abrieron abruptamente y entre mi mareo y visión algo borrosa, alcancé a ver a Kenji. El disparo que le proporcionó en la cabeza al hombre, salpicó toda mi sábana e incluso parte de la cama.
Su cuerpo cayó encima del mío, pero Kenji se encargó de quitármelo de encima. No creí que podría sentirme aliviada y feliz de haberlo visto.
—¿Qué debería hacer contigo, Rui? Veo que no aprendes— me quitó la mordaza y las sogas que me sujetaban.
—Kenji… — musité tratando de sacar fuerzas para sentarme, pero mi cuerpo se sentía muy pesado.
—Te dejo sola unas horas y mira en los líos que te metes. ¿Te hicieron algo?
—No. ¿Dónde está Fumiko?
—Hemos saqueado el lugar, y no encontramos rastros de ella. Entonces ¿Fue ella quien te hizo esto? Que suegra tan buena y considerada.
—¿Cómo me encontraste?
—Eso es irrelevante en este momento. Lo importante es que veo que saliste ilesa. Te sacaré de aquí. ¿Puedes caminar?
—Creo que sí — traté de levantarme, pero la pesadez me hizo caer sentada de nuevo en la cama.
—Creo que pedir ayudar no cuesta nada— trató de cargarme, pero lo empujé.
No quería que se diera cuenta de mi estado. La sábana no solo estaba húmeda por la sangre de ese hombre, sino también por los fluidos que de mi vagina estaba brotando. Sería una vergüenza para mí.
Me aseguré de cubrirme bien con la sábana, y me levanté sujetándome del espaldar de la cama. Mis fuerzas no son las mismas de antes.
—Si sigues con ese orgullo y negándote en recibir mi ayuda, entonces te dejaré aquí y me largo— me cargó, pero aún así, no quise sujetarme de él.
El contacto de sus manos en mi piel me tenía temblando, pero no quería que se diera cuenta. Estás cosas solo me ocurren a mi. A la última persona que pensé ver aquí era a él.
Me sacó de la habitación y vi varios cuartos en ese inmenso pasillo por el que caminó. Todos estaban entreabiertos y el suelo estaba cubierto de la sangre de varios hombres. No sé qué tipo de lugar era este, y si ella era quien lo manejaba o solo me trajo aquí por sus macabros y enfermos planes.
—¿Recuerdas esa tarde que llegaste de la escuela con la pierna inflamada debido a la picadura de abeja? Ese día te dejaste cargar a la habitación.
—¿A qué viene eso?
—Que no eras igual de orgullosa que ahora. Aunque claro, sigues siendo una enana que ni siquiera alimentarse sabe.
—Estúpido.
—Eso mismo me decías. ¿Quién diría que nos encontraríamos en esta situación ahora? — me sentó en el asiento trasero de su camioneta, y le habló a los dos empleados que salieron del edificio—. La llevaré a la casa. Quemen todo.
Fue él mismo quien manejó y me trajo de vuelta a su casa. Me cargó de nuevo a la habitación donde me había tenido encerrada y me llevó directamente al baño.
—Llamaré al doctor para que te revise. Toma tu tiempo en el baño y relájate— caminó a la puerta, y apreté los labios.
—Gracias, Kenji— me las arreglé para poder decirlo.
—No hay de que— salió del baño, y suspiré.
Al menos no se burló de lo que dije. Yo que pensé que lo haría.
Me bañé, pero por más fría que el agua salía, mi cuerpo seguía caliente. Aún luego de salir del baño y caminar con dificultad hacia la cama, podía percibir esos fluidos descendiendo por mi entrepierna. Era inquietante y no quería estar más así.
Permanecí recostada en la cama cuando el doctor vino a examinarme. Kenji se quedó afuera, pero el doctor se percató rápidamente del problema. Con tomar mi pulso, examinarme y contarle mis síntomas, llegó a la conclusión.
—Lo que le han dado es un afrodisíaco muy potente, la mezcla o exceso del mismo, puede llegar a ser mortal.
—¿Mortal?
—Así es. En estos casos, el único remedio efectivo que le ayudará a aliviar los síntomas, es dándole a su cuerpo lo que el le pide. No hay remedio para un afrodisíaco, que no sea el sexo. Si no libera ese deseo, aumentarán sus malestares.
—¿No hay otra forma, doctor?
—La masturbación podría ayudar un poco, pero no será suficiente. Esos síntomas pueden durar varias horas, incluso puede extenderse a un d��a. La dosis que le administraron fue muy alta, dejándome llevar por los síntomas que presenta.
Me sentía entre la espada y la pared. La vez que me trajeron aquí drogada, no me sentía así. Incluso aquel día con haber dormido se me quitaron los malestares. ¿Por qué ahora no puede ser así?
El doctor salió y Kenji tardó un poco en entrar a la habitación. Supuse que ya el médico debió de decirle mi problema.
—¿Quieres que te busque a Shiro?
—No estoy de humor para tus bromas.
—De hecho, esta vez no era una broma.
—¿Por qué tienes que mencionarlo tanto? — apreté la sábana entre mis dedos.
—Porque sé que es al único que deseas ahora.
—Te equivocas.
—Te estoy buscando alternativas, pero tú no ayudas.
—A ese es el último a quién acudiría.
—Y yo que pensé que sería yo el último en tu lista. Cuando te decidas en qué harás, avísame. Por el momento te dejaré a solas para que te ayudes tú misma. No voy a molestarte — se dio la vuelta, y apreté más fuerte la sábana.
Mi otra mano estaba actuando sola por debajo de la sábana. Esto es humillante, pero no puedo soportar un segundo más.
—No te vayas, Kenji— le pedí con mi voz entrecortada.
—¿Qué has dicho? — se detuvo, y se dio la vuelta.
—No me hagas repetirlo, y ayúdame, estúpido.