—¿Por qué no me lo dijiste?
—¿En qué cambiaría eso las cosas? — soltó la guitarra, y se levantó.
—¿Estás aquí para vengarte por lo de mi hermano? ¿Esa es la cuenta que quieres saldar conmigo?
—No precisamente. Sé muy bien que mataste a tu hermano. Parece que está en la sangre lo de comportarse como animales.
—¿A qué se debe tu comentario? Él no era mi hermano de sangre.
—¿Realmente quieres saber? — se inclinó hasta encararme, pero no retrocedí ni un poco—. ¿No te han dicho que es peligroso entrar a la habitación de un hombre a esta hora? Es de mala educación no tocar la puerta antes de entrar. ¿Qué hubiera pasado si estaba desnudo tocando guitarra?
—¿Quién tocaría guitarra desnudo?
—Yo lo hago. Para mí es importante sentirme fresco y cómodo.
—Eres un pervertido de los peores.
—No más que tú, entrando a la habitación de un hombre a esta hora, sin pensar en las consecuencias que eso pueda tener.
—No creo que te importe. Al final de cuentas, ya habías dicho que no te gustan las mujeres como yo. Por lo tanto, no debe haber ningún problema.
—Te estás confiando demasiado. Suelo cambiar de opinión muy rápido, dependiendo de la situación que me encuentre— su mano se aferró por alrededor de mi y me quedé quieta—. Como ahora, por ejemplo.
—¿Por qué desapareciste luego de la muerte de mis padres? Solías visitar la casa a menudo.
—Eres muy buena cambiando el tema y dañando el momento— me soltó, y caminó hacia la butaca donde estaba sentado—. ¿Por qué tienes tanta curiosidad? ¿Acaso me echaste de menos?
—Me estuvo muy extraño, además, tengo todo el derecho de saber. Estabas ocultando tu identidad, y haciéndote pasar por no conocer sobre mi, cuando si me conoces.
—En aquel entonces, conocía a una dulce niña, que era muy estudiosa, risueña, que solía arrodillarse delante de mí a escuchar como tocaba la guitarra; alguien que me miraba con dulzura e ilusión, más hacía puchero cuando le llamaba enana. En cambio, ahora no puedo decir que te conozco del todo, porque ya no eres esa niña. Las personas cambian debido a los golpes que recibe de la vida, y tú eres un vivo ejemplo de eso. No puedo culparte mucho. Conozco tu historia, lo que viviste, las decisiones que tomaste, que en realidad, todas fueron malas. Es lo único que me atrevería a decir que conozco de ti. En lo demás, me falta mucho por descubrir.
—Si no estás aquí por mi hermano, entonces ¿Por qué?
—Mi deber es atrapar criminales y hacerles pagar por sus malos actos. Resulta que en esa gran lista, estás incluída.
—No es como que tú seas recto.
—Para llegar a la posición que estoy, el ser recto, no te llevará a ningún lugar, solamente a la tumba.
—Entonces no sé por qué te quejas tanto o por qué nos has enmarcado a Shiro y a mi, cuando eres igual o peor que nosotros.
Caminó ligero hacia mí y me agarró la muñeca.
—No te atrevas a compararme con ninguno de ustedes dos. Mientras ustedes hacen y deshacen, tengo que ir yo detrás a limpiar lo que dejan. Jamás he matado por matar, como suelen hacer ustedes. Aparte de que contaminan las calles, a la juventud, a todos, con la mierda que producen. Todos los de su clase, son como las plagas. Por más que los exterminas, más aparecen. Es algo de nunca acabar.
—Entonces ¿Por qué no has hecho bien tu trabajo? Me tienes aquí y aún no me has procesado. Incluso tuviste hoy a Shiro en tus manos y no le hiciste nada. ¿Qué es lo que planeas?
—Te quise dar la oportunidad de que cambies tu vida. De que analices si esta miserable vida es la que quieres para siempre. Tuve consideración de ti, porque me causas lastima. Te dejé encerrada en esa habitación para que medites sobre tus acciones y llegues a una conclusión. Ver cómo te has destruído la vida y te has convertido en esto, solo por ir detrás de un maldito hombre al que ni siquiera le importas, es decepcionante. Tus padres estaría muy avergonzados y decepcionados de ti, Rui.
—No metas a mis padres en esto, Kenji.
—Deberías tratar de cambiar tu vida, y no seguir hundiéndote más. Aún estás a tiempo de cambiar.
—¿A tiempo de cambiar? — reí—. No me hagas reír. Ya es muy tarde para cambiar mi vida. Aún si lo trato, al final, me espera el mismo destino.
—No lo sabrás si no lo intentas. Mientras sigas deseando estar al lado de este tipo, tú misma estarás decidiendo tu propio destino. Cada quien decide cómo matarse, pero déjame decirte que tirar la toalla solo por un hombre, es la forma más absurda y patética de hacerlo.
—¿Tú qué vas a saber? No sabes lo difícil que es renunciar. Lo difícil que se ha vuelto mi vida y las ganas que tengo de tener una vida normal.
—Más difícil que ver cómo la persona a quien apreciabas tanto, decide autodestruirse por estar detrás de otro hombre que solo le ha destruido la vida, es imposible. ¿Dónde está tu orgullo? ¿Tu amor propio? Decidiste esta vida fácil para tenerlo todo, cuando pudiste cambiar de rumbo. ¿Y ahora qué? ¿De qué te sirve el dinero, si no podrás disfrutar de el? A la cárcel o la tumba, no podrás llevártelo; y a ese tipo tampoco. A veces por nuestro propio bien debemos renunciar a lo que nos hace daño. En el momento dolerá, pero luego aprenderás a vivir sin ello. No es como que hayas vivido tantas maravillas con ese imbécil. Ahora dime, ¿Vale la pena seguir sufriendo por alguien que te ha condenado, y que ahora sí estás sola, es por su culpa?
—No necesito de tus consejos, tampoco necesito que alguien como tú se compadezca de mí— me solté de su agarre y lo empujé—. ¡No quiero tu lástima o compasión; simplemente no la quiero!— le grité, queriendo sacar toda esa amargura que sentía de mi pecho.
Su mano se aferró a mi cuello y me acercó contra él, hasta que nuestros labios se juntaron por culpa de ese impulso. Fue todo tan de repente e inesperado, que ni siquiera lo evité.
Sus labios buscaban los míos con desespero, como si quisieran permanecer ahí. No podía pensar claramente, como para poder decir algo.
En el momento que se separó, quedando solo a centímetros aún de mis labios, me miró fijamente y sonrió.
—No parece que me odies ahora, enana— su comentario no lo había procesado, cuando volvió a juntar sus labios con los míos.
Su mano continuaba por detrás de mi cuello y la otra se había acomodado alrededor de mi cuerpo, evitando que pudiera huir. Mis labios correspondieron los suyos, como si ellos hubieran decidido por su cuenta hacerlo. El resto de mi cuerpo se había quedado paralizado. Había bajado por completo la guardia.