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Chapter 3 - CAPÍTULO 1

DOS MESES ANTES…

El club estaba a reventar, la música sonaba alto. Cuerpos moviéndose de un lado a otro bien sincronizados. La tensión sexual se notaba en el ambiente.

Ella había ido a ese lugar porque necesitaba darle un cambio a su vida. Andrew Thomas. Su amigo durante años y luego su pareja desde hacía uno la había engañado.

Tomó un sorbo de su trago "margarita". Recordando ese episodio de su vida tan bochornoso. Todo había estado mal desde hace algunos meses entre ellos, pero Diana quería arreglar las cosas, por eso cuando salió ese día de la oficina, decidió intentarlo.

Le envió un mensaje a Andrew diciéndole que pasaría por su apartamento y que él se ocupara del vino que llevaría la cena. Le había escrito unas dos horas antes, le parecía extraño que él no hubiese contestado. Sin embargo; ella se puso en marcha.

Fue al restaurante de comida china y pidió todo para una velada romántica. Estaba muy inquieta. Quería avivar un poco el fuego entre ellos, porque la llama de su relación que al parecer se estaba apagando.

Cuando llegó al estacionamiento del lujoso edificio donde vivía Andrew. Ella pudo darse cuenta al ver su vehículo, que Andrew ya estaba ahí. Hizo lo de siempre, estacionó el suyo al lado del de él.

Al menos él estaba ahí. Esperando por ella se dijo. Aunque le parecía muy raro que no le hubiese contestado. Salió del ascensor verificando que las bolsas de comida estuviesen perfectas y que no se hubiese derramado nada.

Buscó las llaves del apartamento que él mismo le había dado hace siete meses atrás. Metió la llave y abrió la puerta con mucho cuidado. Nada la había preparado para lo que vio en ese momento.

Había ropa por todas partes. Zapatos azules de mujer, medias negras. La corbata de él también estaba tirada en el suelo.

—¡Oh Andrew! ¡Sí! —tenía que ver. La voz era demasiado familiar.

Los encontró desnudos en el sofá, el cuerpo de Andrew bombeaba fuertemente dentro del cuerpo de la mujer.

—¡No pares! ¡Necesito más!

Esa voz, la conocía. Era Amanda, la chica de mercadeo que trabajaba con ellos en la empresa. Dejó caer las bolsas de comida al suelo. El ruido hizo que ellos dejaran por un momento lo que estaban haciendo.

—¡Diana! —gritó Andrew. Saliendo del cuerpo de la mujer— ¿Qué haces aquí?

—Si te hubieses tomado la molestia de ver el celular. Lo sabrías —la voz era entre quebrada, pero no iba a llorar delante de ellos. Amanda miraba a Diana con sonrisa satisfecha—. Pero no te preocupes, yo me voy. Sigan con lo que estaban haciendo. No se preocupen por mí.

—¡Para nada estamos preocupados! —exclamó Amanda— al contrario, has interrumpido la diversión, como siempre.

—Diana. No puedes irte así. Por favor, hablemos.

—No tenemos nada de qué hablar —caminó hasta la salida. Mientras sentía que Andrew rápidamente se vestía. Tomó su bolso y miró de golpe su gran anillo de compromiso. Se detuvo por un momento para quitárselo. Se regresó hasta donde estaban en la sala y pudo notar como Amanda ni se había movido del lugar. Tampoco se había puesto algo encima para cubrirse.

La rabia y la impotencia en el cuerpo de Diana se hicieron presentes. Se quitó el anillo y se lo tiró directo con excelente puntería en la frente de Amanda.

—Siempre te gustó. Ya puedes usarlo —dio la vuelta y se fue.

—¡Ay! ¡Estúpida! —fue lo que único que escuchó de Amanda.

No se dio cuenta cuando Andrew estaba en bóxer detrás de ella.

—No puedes irte así —al ver sus ojos grises. Sintió que el mundo le había caído encima.

—Aquí no hay más nada que hacer. Esto se terminó.

—No voy a dejarte, tan fácilmente.

—Deja la estupidez y vete con Amanda. Al final los dos son igual que la mierda —lo empujó y salió del apartamento.

Días después tuvo que hablar con Daren. Su jefe y el padre de Andrew. Le pidió que controlara a su hijo porque la estaba acosando y no quería actuar en forma legal.

Daren Thomas, le dijo que no se preocupara por él. Que resolvería la situación. Todo esto, para que no se fuera en medio del proyecto en el que estaban trabajando. Ella aceptó y siguió trabajando para la empresa de su exprometido.

Pero esa noche estaba un poco deprimida. Su madre la había llamado para decirle que era un poco infantil por no aceptar en buen punto la infidelidad de su novio. Que ella tenía que hacerse la vista gorda.

Diana no había estado de acuerdo con eso. Por eso, esa noche se había puesto un vestido plateado corto que hacía resaltar cada una de las curvas de su cuerpo y mostrar sus piernas largas y tonificadas. Su pelo color chocolate y sus ojos color verdes. Hacían un buen contraste. Estaba sentada en la barra del bar, cuando el chico que más le había atraído en la universidad se le acercó y era ahora todo un hombre de negocios y exitoso.

Ian Cooper, había sido de joven el chico que hacía suspirar a más de una en la universidad. Ella tuvo la oportunidad de compartir con él cuando estaba en los estudiando los primeros años de su carrera. Él estaba a punto de graduarse pero tenía atrasada dos materias de los primeros semestres y veía clases con ella.

Para Diana, Ian era inalcanzable. Casualmente fue él mismo quien le presentó a Andrew, pues estudiaban juntos. Pero no fue hasta que ella se graduó con honores en la universidad y la empresa donde trabajaba Ian la había contratado que volvieron a verse. De eso hacía ya, cuatro años.

—¡No me lo puedo creer! ¿Diana?

A ella la noche se le iluminó. Lo miró de pies a cabeza. Ahora estaba mejor que antes. Alto, con la piel bronceada. Al estilo moderno de los chicos de hoy en día. Llevaba el cabello en una coleta pequeña, una barba de tres días y los ojos mas dorados que el mejor whisky escocés. Nariz perfilada.

Su cuerpo exudaba, arrogancia, seguridad, determinación. Se habían visto después de un largo tiempo muchas veces, ya que él se había convertido en socio de la empresa en donde trabajaba. Prácticamente era su "gran jefe".

—Hola —dijo ella tímida—. Al parecer sí. Esa soy yo.

Él la abrazó con fuerza y ella aspiró su olor. Dejó que su fragancia inundara todos sus sentidos y deseó en ese momento no salir de sus brazos nunca. Siempre se había sentido atraída por Ian, pero en ese tiempo él tenía novia. Una novia que se convirtió en su esposa. Por lo que sabía, hacía más de un año que estaban separados.

—Estás hermosa, como siempre —le guiñó un ojo. —Ven, vamos a bailar.

Sin darle tiempo a contestar la tomó de la mano y la llevó a la pista de baile. Se sintió un poco incómoda al principio, pues ella con todo y tacones apenas le llegaba a la nariz. Sin embargo, encajaba perfectamente en el cuerpo masculino. Él colocó las manos sobre sus caderas, acercándola un poco más a él. Ella colocó las manos sobre su pecho.

—Realmente esta es un hermosa coincidencia —habló con voz muy ronca muy cerca del oído.

—Sí, lo es. —Contestó con apenas un susurro, no quería que Ian se diera cuenta del efecto que causaban sus palabras.

Bailaron más canciones y continuaron tomando. Él whisky y ella margaritas. La noche pasó rápidamente. Entre copas, y miradas que decían más de los que sus bocas expresaban.

—¡Oh, cielos! —exclamó mirando su celular. —Es tarde, debo irme.

Él miró su reloj de pulsera, en efecto eran las dos y veinte de la mañana, pero tampoco quería que terminara —¿Trajiste auto? —preguntó.

—No. Vine en taxi.

Ian abrió los ojos —¿Cómo puedes salir así? —en su voz había un toque de regaño.

—¿Salir así, cómo?

—Sola. Sin nadie que te acompañe.

—Ian salí solo por un trago. Ya casi me iba cuando llegaste.

—Yo te llevaré —no le preguntó—, pero primero vamos a comer algo tengo hambre.

—Está bien —ella tampoco quería que la noche terminara.

Él se encargó de la cuenta y le indicó el camino. Sentir sus dedos en su escote que llegaba hasta la baja espalda la hizo por un momento temblar.

—¿Tienes frío? —preguntó.

—Un poco —contestó para disimular.

Fueron hasta el estacionamiento y Diana pudo admirar su vehículo un maserati negro que brillaba como si fuese una exótica joya. De manera galante. Él le abrió la puerta del copiloto, por un momento quedaron frente a frente casi rozando sus narices.

—Entra —indicó con tono ronco.

El auto olía a él, a su perfume de hombre. Diana cerró los ojos por un momento quería saborear un poco el momento y dejarse llevar todo el tiempo que pudiera.

No se dio cuenta que Ian estaba dentro del auto con ella, hasta que escuchó la puerta cerrarse y los seguros activarse. Él se le quedó mirando por un momento.

—Me alegra haberme encontrado contigo esta noche.

Diana sonrió. El vehículo cobró vida y se coló por las calles tranquilas de la ciudad. Para ella era como un cuento de hadas. Estaba con el hombre que siempre le había gustado.

Llegaron a un café que trabajaba las veinticuatro horas. Pidieron algo sencillo. Unas hamburguesas, servicios de papas fritas. Entre risas de las anécdotas que ambos compartieron. Terminaron de comer. La llevaría a su casa tal y como le había dicho una hora antes.

Cuando Ian se detuvo en un semáforo, no aguantó más la tentación y la tomó de la barbilla, acercó sus labios a los de ella —No te imaginas desde hace cuanto tiempo quiero hacer esto.

Tomó su rostro entre sus manos y se inclinó un poco para cubrir sus labios con los de ella. Al principio mordisqueando, para que le diera acceso a su boca.

Ella le permitió entrar y respondió al beso. Sus lenguas entrelazadas mientras sus labios se acariciaban. No pudo aguantar y colocó las manos alrededor de su cuello mientras él la aprisionó más a su cuerpo. Él rompió el beso y colocó su frente con la de ella.

—Pasa la noche conmigo —pidió.

Diana solo asintió. En pocos minutos ya estaban en el edificio. Ella no podía pensar. En el sótano del estacionamiento, la había vuelto a besar y con eso prácticamente había perdido todo tipo de racionamiento.

Apenas él abrió la puerta, la instó a que entrara, sin darle tiempo a nada la tomó de la mano y con su cuerpo presionado al de ella, la cerró. Para dejarla arrinconada y totalmente a la madera y tenerla a su merced.

—¿Sabes cuántas veces quise tenerte así? —la voz de Ian cada vez era más gutural.

—No.

—Muchas. Pero ahora estás aquí. — Acarició su cuello con la punta de su nariz.

Él se alejó un poco para llevarla de la mano hasta su habitación. Cuando Ian encendió la luz. Ella parpadeó dos veces para que sus ojos se acostumbraran a la claridad.

Las paredes estaban pintadas de blanco con la decoración en gris que le daba un toque moderno. La gran cama en el medio con sábanas negras con dos mesas de noches a los lados en acero y vidrio que le daban el toque masculino.

Ella solo pudo dar un paso y ver nada más eso. Porque en ese momento, la tomó desde atrás por la cintura e hizo que pegara la espalda en su pecho. Se relajó en ese momento y comenzó a dejarse llevar.

—Voy a disfrutar de tu cuerpo. —Le aseguró mientras le apartaba el cabello hacía un lado y comenzaba a besar su cuello.

La soltó por un momento y sintió como él se despojaba de su ropa sin dejar de besarla y de mordisquear su cuello. Ella se sentía flotando en una nube.

Brincó cuando sintió que el cuerpo caliente de Ian se pegó más a su espalda y sintió su erección en su trasero.

—Estás muy callada —la hizo girar para mirarla—, dime que "NO" y te llevaré en este momento a tú casa.

Diana quedó fascinada al ver el deseo que veía en los ojos de Ian por ella.

—Sí —fue lo único que dijo.

Ahora fue ella quien se puso de puntillas para besar sus labios. Él la tomó de las caderas para pegarla más a su cuerpo. Ella enredó las manos en su cabello. Mientras sus lenguas bailaban en una erótica danza. Caminó con ella hasta la cama. Rompió de nuevo el beso.

—Espera —la hizo girar de nuevo. —Déjame sacarte de este vestido antes de que lo rompa.

Le bajó el zipper del vestido y sintió como él aguantaba la respiración, al descubrir la tanga de encaje que ella llevaba puesta que hacía juego con su sujetador.

Él bajó lentamente por su cuerpo, mientras hacía que el vestido bajara al mismo tiempo. Amasó los globos de su trasero y no pudo aguantar cuando los tuvo en frente de él para darle un pe-queño mordisco a cada uno después de lamerlos. Diana solo pudo gemir.

Él fue subiendo poco a poco besando su espalda. Hasta que se incorporó completamente y la giró para que lo mirara a los ojos de nuevo.

—Voy hacerte gritar de placer, Diana. Espero que estés prepara-da para ese hecho.

Sin darle oportunidad la colocó de espaldas encima del colchón. Cubrió su cuerpo con el de ella, mientras la besaba y se apoyaba sobre sus brazos y Diana comenzó a frotarse contra su cuerpo.

—Tu olor me vuelve loco —habló seriamente, mientras volvía a acariciar el cuello con su nariz.

Diana no podía pensar en ese momento. Ráfagas de placer re-corrían todo su cuerpo haciéndola estremecer. Despacio el comenzó a descender hasta su pecho. Tomó los pechos en cada una de sus manos.

—Mira. Son del tamaño justo para mi mano.

Ella arqueó más su cuerpo, necesitaba más. Cuando el amasó sus pechos por encima de la tela del sujetador y apretó sus pezones que estaban duros como pequeñas piedras, ella se arqueó más a él.

—¡Oh. Si! —gimió Diana.

—Mmm veo que te gusta —su voz fue pura seducción, mientras sacó cada uno de sus hermosos pechos del sujetador y cuando los pudo ver fuera los apretó de nuevo. —Son las mejores tetas que he visto en mucho tiempo.

Se inclinó hacía ella para meterlas a la boca y acariciar con su lengua las pequeñas protuberancias que lo tentaban cada vez más. Cada vez que él succionaba le enviaba una descarga eléctrica justo a su vientre que hizo que su sexo se empapara de necesidad por él.

— Ian... —salió de sus labios su nombre.

—Dime... ¿Quieres más?

—Si, por favor. Dame más —suplicó.

—Por supuesto que te daré más.

Él fue descendiendo poco a poco, pero no pudo evitar morder en medio de sus pechos. Sintió como Diana en ese momento con los pies apoyados en el colchón se arqueó más hacía él y le jalo el cabello para mantenerlo en el sitio.

—No. Ian más...

—Te daré más pero primero tengo que probarte.

Acarició su vientre con la lengua y con la mano hasta que estuvo exactamente donde él quería. Con los hombros en medio de sus muslos. Aspiró el olor de su sexo, por encima de la tanga y no pudo evitar mordisquear su montículo. Diana se retorció y trató de cerrar las piernas pero le fue imposible porque él estaba en medio de ellas.

—Ian. Por favor.

Él gruñó —¿Qué? —preguntó mientras se escuchó el sonido de la tela de encaje desgarrarse. —Si no me dices no puedo saber qué es lo que necesitas.

Diana no sabía qué responder. Jamás había sentido tanta lujuria. No sabía que la intimidad con Ian iba a ser tan arrolladora como en ese momento lo era.

—A ti... lo único que necesito en este momento, es a ti.

Miró a los ojos de Ian, que parecía el mismo Dios del sexo en ese instante, y no pudo evitar que su coño se inundara de jugos cuando vio como él cerró los ojos disfrutando de su olor.

—Creo que si no te pruebo. Me volveré loco.

Le abrió más los muslos. Ella vio como sus ojos brillaban más ahora por la lujuria, quedó fascinado al ver su sexo sedoso y brillante al estar desprovisto de vello. No aguantó las ganas y con su dedo índice acarició la abertura de su intimidad. Dio una sonrisa de satisfacción cuando la sintió estremecerse.

—Este es el coño más mojado que he sentido en toda mi vida. Me encanta que esté desnudo así para mí.

Y fue entonces cuando Diana dio un grito de placer al sentir su lengua húmeda y caliente, él se bebió sus jugos a lenguetazos que hacían eco en la habitación.

—Juro por Dios que jamás había probado algo tan dulce como tú.

Diana se arqueaba de placer cuando sintió como lamía su clítoris. Anteriormente había tenido sexo oral, pero nada podía compararse con lo que estaba sintiendo en ese momento. La lujuria corría a través de sus venas y daba latigazos en su vientre. Entre más él bebía de ella más ella derramaba sus jugos.

—Ian... más. Necesito más, no pares.

—Sí, cariño. Claro que hay más.

Sintió como introducía un dedo dentro de ella y seguía chupando su clítoris. —¡Noo! —se quejó ella. —No es suficiente.

—Tienes razón. No es para nada suficiente.

Tomó un segundo dedo y lo introdujo, y con el dedo pulgar jugaba con su clítoris. Le gustaba la forma en que ella respondía ante él. Sabía que estaba a punto de correrse. Eso lo encendió más y comenzó a mordisquear la pequeña protuberancia.

—Ian… no pudo más, siento que me voy a correr.

—Hazlo. — Ordenó.

El mundo se fraccionó en puntos multicolores para ella, mientras que Ian sentía como su coño no quería dejar ir a sus dedos.

Él sacó los dedos de su sexo totalmente empapados los pasó por su gruesa erección—¡Oh sí, Diana!. Voy a enterrarme dentro de ti. Tan profundo que nos volveremos uno.

Estiró el brazo hasta la mesita de noche y sacó de la gaveta un preservativo para ponerselo. Apretó los dientes, estaba tan duro que la fricción de ponerse el látex era doloroso. La jaló hasta su cuerpo y le abrió más las piernas. Poco a poco fue introduciéndose en su cuerpo.

—Joder, estás tan apretada —negó con la cabeza y con voz tensa—. Estoy seguro que no podré ir como quiero.

—No. Si puedes —susurró ella. —Solo dime, ¿cómo me necesitas?

Esas palabras fueron un detonante para él. Porque en ese momento se introdujo de golpe en ella. La miró a los ojos y vio como ella abría de golpe sus ojos. Espero unos segundos que parecieron una eternidad a que el cuerpo de ella se acostumbrara a él y fue entonces cuando comenzó a penetrarla en serio.

Los gemidos de placer de Diana lo volvían más loco. Siempre se había sentido atraído por ella pero ahora estaba hipnotizado. Aún no entendía como había esperado tanto para hacerla suya.

—Dios Ian. Me siento tan bien, contigo en mi interior —arqueaba más su cuerpo hacía él.

Cada embestida enviaba una caricia a su útero. Placer. Lujuria. Ella no sabría darle algún nombre a ese momento, lo único que sabía era que jamás lo había experimentado.

—Mírame, Diana. Siente como te tomo —manifestaba mientras se volvía a introducir en ella cada vez más fuerte.

—No puedo soportarlo Ian, por favor, haz que me corra.

Él podía sentir lo mismo. Sus testículos estaban pesados listos para derramar su semilla. Jamás había odiado el látex como en ese momento. Su polla se puso más dura como una barra de acero. Había llegado el momento.

—¡Córrete Diana! —ordenó de nuevo, metiendo uno de los picos de sus pechos a la boca.

Y con esas palabras ella se volvió a correr. Estaba ronca de tantos gritos de pasión. Todo se desvaneció a su alrededor cuando sintió a Ian correrse dentro de ella con un gruñido, que sumado con sus grito hicieron eco en la habitación.

Todavía sus corazones estaban latiendo rápidamente, sentían como aún la sangre corría furiosa en sus venas. Ella lo abrazó fuertemente y escondió el rostro en su pecho mientras el besaba encima de su cabeza.

—¡Esto estuvo genial! —afirmó mirándola a los ojos mientras salía lentamente de su cuerpo.

—Más que eso —ella le sonrió.

—Voy a deshacerme de esto —señaló al preservativo.

Y cuando lo miró, lo supo. El preservativo estaba roto.