Presente…
—Estás cometiendo un grave error Ian.
—Sí, es cierto y es totalmente mío.
—Entonces, con más razón no puedes obligarme a irme contigo. No estamos en la edad media en donde los hombres obligan a las mujeres a estar con ellos.
Ian caminaba en la pequeña sala de un lado a otro como un león enjaulado —A ver si entendí —trataba de calmarse— ¿Piensas que yo voy a permitir que mi hijo este lejos de mi?
—Yo no te estoy apartando de la vida de nadie.
—¿No? — chasqueó los dientes.
—No voy a negarte que estoy encantada con la idea de que te responsabilices, pero creo que estas llevando esto muy lejos.
—¡Ah! Tomándolo a pecho. ¿Quieres decir?
—No hay necesidad de que vaya contigo.
—Es tan difícil para ti entender que no quiero perderme ninguno de los detalles. Además, estás sola en esta ciudad y tampoco tienes empleo.
Ella abrió la boca para decir algo. Pero el alzó la mano para que no hablara.
—No me interrumpas diciendo que no estoy en lo cierto. Porque sé que apenas acabas de abrir tu sitio web y que aunque ya te han llamado para varios proyectos con ninguno has cerrado algún tipo de acuerdo —caminó inquieto—. Aunque eso no está mal, porque estas comenzando, pero la situación hace que me pregunte —señaló su vientre. —¿Qué harás cuando el embarazo este más avanzado? ¿Y luego cuando la criatura nazca?
—Continuaré con mi vida. Este bebé que estar por llegar es quien me da ganas de vivir y salir adelante —acarició su vientre aun plano.
Ian dio una sonrisa ladeada, le gustó mucho su respuesta. La estaba bombardeando con la lógica. Todo lo que decía era cierto, por tanto ella no tenía nada que objetar.
—Sabes que eso no es suficiente y no contesta a mis preguntas.
—¿Qué sugieres entonces qué haga?
—Lo más lógico. Que vivas conmigo —contestó confiado. —Al menos hasta que el bebé nazca.
—¿Qué yo haga qué? Eso es absurdo —se quejó ella sentándose en el sofá, cruzando los brazos en el pecho.
—Absurdas son las ideas que tienes últimamente en la cabeza. No puedes quitarme el derecho sobre mi hijo. No es tuyo solamente —sonrió al recordar cómo había pasado. —Te recuerdo que lo hicimos los dos.
—Estás tomando decisiones por mí, Ian. Eso no voy a permitirlo —replicó un poco furiosa.
—¿Acaso eso no fue lo que hiciste cuando huiste de mi casa, sin decirme al menos adiós? Simplemente te fuiste y me dejaste. Sin importarte lo que tenía para decirte.
—Me fui, porque en ese momento, eso era lo correcto.
Él se acercó a ella y se inclinó para agarrarla suavemente por los hombros. —Diana nos conocemos desde hace mucho tiempo —negó con la cabeza—. No puedo creer que me hayas hecho esto. No pensaste en mí.
—No hables así —pidió—, me haces sentir como si hubiese hecho alguna cosa mala.
Negó con la cabeza y la miró a los ojos —Si no hubieses huido de mí. Si te hubieses quedado... sabrías que estás en este problema por mi culpa.
—¿Por tú culpa? ¿Por qué dices eso? Como acabas de decir no estás solo en esto.
—Es totalmente mi culpa. Porque por alguna casualidad divina. Esa noche el preservativo se rompió.
—¿Y hasta ahora es que me lo dices? —preguntó gritando, se levantó de golpe—.Tuviste oportunidad, Ian.
—Pero no lo hice, porque tú me la negaste al marcharte como lo hiciste.
—No te lo había dicho porque nunca fue mi intención quedar embarazada y tampoco quería que pensaras que lo hacía con segundas intenciones, para tener un beneficio de ti.
—Jamás pensaría eso de ti. No estás sola. Eres mi responsabilidad ahora.
—No podrás entenderlo, no me fui de la ciudad únicamente por ti —Diana caminó unos pasos pero volvió a la sala y se sentó en el sofá—. También es por mi familia —la voz era quebrada—, no quiero gente tóxica alrededor de mi bebé, no lo soportaría.
Al menos iba a cuidar bien de su hijo. Pensó Ian.
—Mañana nos iremos a Miami.
—No puedo —el sonido de su voz era de disculpa—, al menos no todavía. Necesito tiempo, te recuerdo que tampoco puedes obligarme.
—Entonces ven conmigo, por unos días. Te caerá bien otro ambiente.
—¿A dónde? —preguntó curiosa.
—A Italia.
—¿A Italia?. Realmente te has vuelto loco.
—Ven conmigo —repitió—, mientras resolvemos lo que sea que está pasando entre nosotros —sus palabras hicieron pensar en un futuro con él.
—Es mejor Miami, entonces.
Ian soltó una carcajada —Eres increíble —habló con ironía. —Nos conocemos desde hace muchos años. Compartimos muchas noches, entre ellas una de pasión. Llevas a mi hijo en tu vientre y aún así me tratas como si fuese un extraño.
Ella se sonrojó—¡Uff! —resopló—. Siempre tan directo. Deberías de ser más comprensivo conmigo —acarició brevemente su vientre.
Él se puso de cuclillas en frente de ella y le tomó la barbilla con la mano. —Hay muchas cosas de las cuales tenemos que hablar. ¿Has ido al médico? —aunque su tono de voz era suave tenía un toque de preocupación.
Ella asintió. —Sí. Hace dos días fui a la consulta. Al parecer todo está en orden —se encogió de hombros.
—Me alegra escuchar eso.
—No puedo irme por ahora de aquí —volvió a insistir ella.
Ian se levanto y se metió las manos en los bolsillos. —Diana... de verdad es importante que vaya a Italia. Puede que sean tres días o tal vez una semana. No quiero irme y dejar esto a medias. Quiero dejarte en un lugar y ambiente seguros.
—Lo que menos quiero es retenerte. —Se levantó del sofá. —Vete a donde sea que tengas que irte. Te aseguro que todo estará bien.
—¿Aún no lo entiendes? ¿Verdad? No quiero perderte de vista.
—Si te refieres con eso a que voy a huir de ti —hizo un mohín y negó con la cabeza—. Eso es imposible. Siempre me encuentras.
Había sido así desde que estaban en la universidad. Cuando ella aceptó que estaba atraída por él. Puso distancia entre ellos y lo evitaba a toda costa, lo que no traía buenos resultados, porque él siempre la encontraba. No importaba dónde o con quién estuviera y le hacía escenas reprochando su abandono.
—Anteriormente solíamos llevarnos muy bien.
—Estás en lo cierto.
—¿Qué pasó con nosotros, Diana?
—Las circunstancia de la vida, Ian. No siempre todo puede salirnos como queremos —caminó hasta la cocina y abrió la nevera. Se giró y miró a Ian. —Lo siento —se encogió de hombros—, tengo hambre.
—¡Por Dios Diana! Son las diez y treinta de la noche.
—Pero tengo hambre. —Se quejó y volvió a cerrar la nevera.
Ian la miró con el ceño fruncido. —¿Qué ocurre? ¿Por qué no comes?.
—Mmm no... Nada… Lo haré cuando te marches.
Él caminó hacía ella y la movió un poco para abrir la nevera. Lo que se imaginaba. No había comida.
—No me mires así.
—¿Tienes algún número de comida rápida?
—Sí, claro.
—Ordena para los dos.
Por un momento Diana se trasladó a sus tiempos de universidad, siempre que tenían que estudiar para algún examen, le pedía lo mismo. Según él, su cerebro no funcionaba bien, si su estomago no estaba lleno.
—Está bien —agarró el teléfono colgado en la pared y llamo al servicio de comida.
Al cabo de unos treinta minutos. Llegó el repartidor. Ella no podía creer que Ian estaba en su casa como el dueño y señor. Lo que más le molestaba era que se sentía a gusto con él haciéndose cargo de todo.
Por un momento se quedaron en silencio mirándose el uno al otro. ¡Dios! Qué pasaba con ella. No era momento para tener esta calentura. Siempre le había gustado, pero creía que ahora pasaba algo más. Quería volver a sentirlo como aquella noche. El recuerdo de sus besos y caricias la habían perseguido desde entonces.
Terminaron de comer y él estaba recogiendo un poco. Por lo que Diana recordaba de él. Detestaba el desorden.
—Es hora de que me vaya, Diana. Vendré por ti para irnos a Miami.
Ella caminó hasta él. Ahora se sentía más pequeña. Pudo darse cuenta que apenas le llegaba al pecho sin tacones puestos.
—¿Puedes esperar la respuesta a tu regreso?
—¡No!. Joder. ¿Es tan difícil para ti darme una jodida respuesta en este momento? —Ya se estaba molestando y ella lo conocía, sabía de su carácter.
—Para mí es muy complicado tomar una decisión como esa así en cuestión de minutos como quieres.
Él se apoyo en la encimera y cruzó los brazos en el pecho. —No veo cuál sería el problema —de pronto su rostro se puso serio,— ¿existe alguien más en tu vida?
—El problema es que nadie sabe que este embarazo es tuyo Ian —explicó— ¿Cómo volveré a Miami y a la empresa con tal situación?
—Eso es muy fácil de resolver. Lo sabes bien. Entiendo tus dudas, pero creo que es en la empresa en dónde vas a sentirte más segura y yo un poco más calmado.
—¿Qué haré con mi madre? ¿Cómo le explico que tú eres el padre del hijo que estoy esperando?
—¡Vamos!. Qué excusa tan pobre me estás dando. Diana —le dijo molesto—. ¿Cuántos años tienes ahora? —preguntó.— ¿Por qué tienes que darle explicaciones a una persona que siempre te ha criticado?
Quedó sorprendida.
—¿Cómo sabes eso? —susurró.
—¿Crees que nunca me di cuenta de que cada vez que ella te llamaba lo pasabas mal? ¿Crees que nunca vi en tus ojos la tristeza por causa de ella?
Ella jamás pensó que él se fijara en esos detalles. —¿Qué haré cuando me pregunten por el padre de mi hijo? —automáticamente se llevó las manos al vientre.
—Diles la verdad. Que soy el padre.
—Todavía no puedo hacer eso.
La miró con cara de pocos amigos —No. Definitivamente no –alzó un poco la voz—, si crees que voy a ocultar que voy a tener un hijo contigo. Es que realmente has perdido la razón —en ese momento estaba molesto.
—Algún día ellos se enterarán, Ian. Además tampoco tengo donde vivir.
—En el tiempo que tenemos conociéndonos, jamás me habías dado tantas excusas sin sentido como estas. Sabes que vivirás conmigo.
—¿Cómo explicaremos eso?
—No hay nada que explicar.
—Todo esto es muy difícil y vergonzoso para mí.
Él la tomó de la mano y la encerró con sus brazos —Dime una cosa. ¿Tan desagradable fue la noche que pasamos juntos?
Ella lo miró a los ojos y se perdió en su mirada —No, no lo fue.
—¿Hice algo mal?
—No. Para nada.
—¿Te arrepientes de lo que pasó esa noche entre nosotros?
A ella se le cortó la respiración cuando sintió el roce de los labios de Ian con los suyos.
—Nunca —afirmó.— Si pudiese retroceder el tiempo, sería igual de la misma forma —cerró los ojos para saborear el momento.
—Pareciera que le tienes más miedo a esto que ocurre entre nosotros que a otra cosa.
—No vas a aceptar un no por respuesta. ¿Verdad?
—Eso es cierto —besó la punta de la nariz.
—De acuerdo. Iré a Miami. —Se soltó de sus brazos antes de que cometiera la locura de besarlo.
—Entonces pasaré por ti mañana. No apagues el teléfono celular.
—Pero si no tienes mi número. ¿Cómo vas a llamarme?
—¿Crees que no? —preguntó con una sonrisa sexy—, siempre consigo que quiero y eso te incluye, ahora.
—No puedes jugar de esta manera conmigo. No es justo.
—No lo hago.
En ese momento él la terminó de soltar y se encaminó a la puerta. Totalmente satisfecho. Diana le acompañó y se despidió de él.
—Ya es muy tarde. Quiero que duermas lo suficiente —puso la mano en el vientre y Diana sintió como sus piernas temblaban.
Había algo en él que la hacía ceder a todo lo que quisiera. Esa había sido una de las razones por las cuales, ella se había alejado al principio de él para nada, porque igual cayó en sus redes. Des-de que estudiaban juntos en la universidad, siempre había sido de esa forma
Ian terminó de despedirse. Se subió al vehículo que había alquilado y se dirigió al hotel en dónde se encontraba hospedado. Se sentía ahora un poco más tranquilo. Esta vez el pudo comprobar que Diana también sentía algo más que atracción por él desde hacía años. El sentimiento era mutuo.
La noche que ella había pasado en sus brazos, para él era inolvidable. Siempre había tenido sentimientos hacía ella, pero en aquel entonces su vida era un poco complicada y además existía Mónica. Ella nunca iba a permitir que la dejara. Incluso ahora cuando ya su divorcio solo faltaba que ella estampara su firma. Le había costado muchos miles de dólares. Pero no le había importado con tal de ser libre.
Por ahora estaba de acuerdo en que Diana mantuviese oculto la identidad del padre de su hijo. Hasta que Mónica no firmara y él estuviese libre. Debía ir a Italia para cerrar el negocio de los materiales de construcción. Una empresa que ahora él era accionista de un cuarenta y dos por ciento y terminar de cerrar el acuerdo de divorcio con ella.
Se había refugiado en el éxito de su empresa después del fracaso de su matrimonio. Años después se encontró que Diana estaba trabajando para él. Esa noticia fue muy agradable, pero había sido empañada con el hecho de Andrew se casaría con ella. Si él no se hubiese quedado en Brasil por ocho meses, la historia sería otra.
Ella ya fuese su mujer. La idea de que llevara un hijo de él en el vientre lo ponía de una vez cachondo. Aún no sabía cómo man-tener las manos quietas a su alrededor y no lanzarse sobre ella como un lobo hambriento. La necesitaba en su vida, en su casa, en su cama y así iba a ser.