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Chapter 15 - C A P Í T U L O 1 2

RAMA tomó a Elizabeth de la mano y la condujo a través del patio de la granja.

No llores le dijo. No hay razón para hacerlo. No conocías al hombre que ha muerto, de forma que no lo puedes echar de menos. Y te prometo que no lo vas a ver, así que no hay razón para tener miedo.

Subieron los escalones del porche y la introdujo en un agradable cuarto de estar con mecedoras con cojines acolchados y lámparas Rochester con pantallas de porcelana con rosas pintadas. Las alfombras estaban hechas con trozos de tela entrelazados.

Tienes una casa muy acogedora dijo Elizabeth, mirando el ancho rostro de Rama, con un palmo cumplido de oreja a oreja. Sus cejas eran negras y casi se juntaban sobre la nariz; su cabello era espeso y le bajaba formando un pico sobre la frente.

Yo la hago acogedora dijo Rama. Espero que tú hagas lo mismo.

Rama iba ataviada para la ocasión. Llevaba un vestido con el cuerpo y la falda ajustados de un tafetán negro que hacía ruido al moverse. Alrededor del cuello lucía una cadena de plata de la que colgaba un amuleto de marfil, traído desde el océano Indico por algún antepasado marinero. Se sentó en una mecedora con asiento y respaldo tapizados con florecitas bordadas a petit-point. Rama estiró sus largos y fuertes dedos sobre las rodillas, como un pianista tocando un acorde muy ensayado.

Siéntate le dijo a Elizabeth. Tendrás que esperar un rato muy largo.

Elizabeth percibió la fuerza de Rama y presintió que podría llegar a resentirse, pero era agradable y confortante tener a su lado a esta mujer tan fuerte.

Todavía no me has contado qué es lo que ha pasado. Rama se rió entre dientes.

Pobrecita, llegas en muy mal momento. Cualquier momento hubiera sido malo, pero éste es lamentable. Estiró otra vez los dedos sobre sus rodillas. Han apuñalado por la

espalda a Benjamín Wayne esta noche dijo. Murió en diez minutos. Lo enterrarán dentro

de dos días.

Levantó la mirada hacia Elizabeth y sonrió sin ningún júbilo, como si ella hubiera sabido que aquello ocurriría, incluso hasta el mínimo detalle.

Ya lo sabes prosiguió Rama. Pregúntame todo lo que quieras esta noche. Hay presión sobre nosotros y no somos nosotros mismos. Una cosa como la que ha ocurrido hoy quiebra momentáneamente nuestra naturaleza. Pregúntame lo que quieras esta noche. Mañana nos sentiremos avergonzados. Una vez que hayamos enterrado a Benjy, no lo mencionaremos más. En un año habremos olvidado que alguna vez existió.

Elizabeth se echó hacia delante en su asiento. Todo era tan distinto a la imagen que se había pintado de su bienvenida, con toda la familia rindiéndole homenaje y ella respondiendo agradecida. Sentía que la habitación daba vueltas a su alrededor sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo. Le parecía estar sentada al borde de un estanque de aguas oscuras y ver los pálidos pececillos moviéndose misteriosamente en la profundidad.

¿Por qué lo han apuñalado? preguntó. Oí que había sido Juanito. Una leve sonrisa de afecto asomó a los labios de Rama.

Benjy era un ladrón dijo. No deseaba aquello que robaba. Robaba la valiosa honestidad de las muchachas. Bebía para robar una pizca de muerte y ahora la tiene completa.

Era inevitable, Elizabeth. Si se tira un puñado de judías a un dedal puesto boca arriba, alguna

cae dentro. ¿Lo entiendes ahora?

Juanito regresó a su casa y se encontró al ladrón con las manos en la masa.

Todos queríamos a Benjy dijo Rama. No hay mucha distancia entre el odio y el amor.

Elizabeth se sentía sola y excluida y muy débil ante la fuerte personalidad de Rama.

He hecho un viaje muy largo le explicó y no he comido nada. Ni siquiera me he podido lavar la cara.

Sus labios comenzaron a temblar al recordar una a una todas las cosas que estaba padeciendo. Los ojos de Rama se dulcificaron viendo a Elizabeth, la novia.

¿Y dónde está Joseph? se quejó Elizabeth. Es nuestra primera noche en casa y se ha ido. Ni siquiera he bebido agua.

Rama se puso en pie al instante, alisó su ruidosa falda.

Pobrecita. Lo siento, no me he dado cuenta. Ven a la cocina y lávate. Haré té y cortaré pan y algo de carne para que cenes.

La tetera respiraba con voz ronca en la cocina. Rama cortó varios filetes de ternera asada y algunas rebanadas de pan y sirvió una taza de té abrasador.

Vamos al cuarto de estar, Elizabeth. Puedes tomarte ahí la cena, estarás más cómoda. Elizabeth se hizo unos emparedados con el pan y la carne y comió con avidez. El té,

fuerte y amargo, la alivió e hizo que se pasara su malestar. Rama había vuelto a sentarse en la

mecedora y contemplaba a Elizabeth, a quien se le hinchaban los carrillos mientras comía.

Eres bonita le dijo Rama con aire crítico. Nunca hubiera creído capaz a Joseph de escoger una esposa bonita.

Elizabeth se sonrojó.

¿Qué quieres decir? le preguntó. Había en Rama una corriente de sentimientos que no podía identificar, modos de pensar que no se ajustaban a las categorías que ella conocía o de las que tenía experiencia. La idea le produjo inquietud, pero sonrió muy animada. Naturalmente Joseph lo sabe. Me lo dijo.

Rama rió sosegadamente.

No le conocía tan bien como yo creía. Creí que al escoger esposa haría como al escoger una vaca, buscando que fuera una buena vaca y perfecta para sus funciones de vaca, pero que fuera buena esposa y parecida a una vaca. Quizá sea más humano de lo que yo me creía. Había un deje de amargura en su voz. Se pasó los dedos, fuertes y blancos, por el pelo, peinándolo hacia las orejas, a los lados de la raya. Tomaré una taza de té. Pondré más agua. Tiene que estar fuerte como un veneno.

Pues claro que Joseph es humano repuso Elizabeth. No sé por qué dices que no lo es. Es tímido. Es vergonzoso, nada más.

Su mente volvió súbitamente al desfiladero en las montañas y al río turbulento. Se asustó y desechó el recuerdo.

Rama sonreía compadecida.

No, Joseph no es tímido le explicó. No creo que haya en todo el mundo alguien menos tímido que él, Elizabeth. Y añadió con lástima No le conoces. Ya te contaré cosas de él, no para asustarte, sino para que no te asustes cuando llegues a conocerlo.

Sus ojos se centraron en sus pensamientos y su mente buscó la manera de expresarlos.

Veo dijo que ya te pones excusas, sí, excusas, como arbustos tras los que esconderse, para evitar hacer frente a los pensamientos que te vienen a la cabeza.

Las manos de Rama ya no tenían la seguridad de antes. No dejaban de moverse, como los tentáculos de un animal marino hambriento, buscando comida.

«Es un niño», te dices para tus adentros. «Sueña». La voz de Rama sonó afilada y cruel. No es ningún niño le dijo y si sueña, nunca sabrás cuáles son sus sueños.

Los ojos de Elizabeth llamearon de indignación.

¿Qué cosas me estás contando? Se ha casado conmigo. Tratas de hacer un extraño de él. Le falló la voz. Claro que lo conozco. ¿Crees que me hubiera casado con un hombre sin conocerlo?

Rama no hizo más que mirarla sonriendo.

No tengas miedo, Elizabeth. Ya has visto algunas cosas. Joseph no es cruel, Elizabeth, eso creo. Puedes alabarlo sin temor a que te sacrifique.

El recuerdo de la boda le vino a Elizabeth a la mente, cuando durante la ceremonia, con el aire impregnado del tono monótono había confundido a su marido con Cristo.

No sé de qué me estás hablando le dijo casi sollozando. ¿Por qué dices «alabar»? Estoy agotada. He estado de viaje todo el día. Las palabras tienen significados que cambian al cambiar yo. ¿A qué te refieres cuando hablas de «alabar»?

Rama acercó su silla a la de Elizabeth y le puso una mano sobre las rodillas.

Éste es un momento especial le dijo suavemente. Te dije antes que esta noche se ha abierto una puerta. Es como la víspera de la fiesta de las ánimas, cuando los fantasmas vagan sueltos. Esta noche, debido a la muerte de nuestro hermano, se ha abierto una puerta en mí y en parte también en ti. Todos los pensamientos ocultos en lo más recóndito de nuestra mente, a oscuras, pueden salir a la luz esta noche. Te contaré lo que yo pienso y mantengo oculto. En ocasiones he visto lo mismo en los ojos de otras personas, como una sombra reflejada en el agua.

Mientras hablaba daba palmaditas en las rodillas de Elizabeth, marcando el ritmo de sus palabras. Sus ojos brillaban con una intensidad tal que parecían despedir chispas rojizas.

Conozco a los hombres prosiguió Rama. A Thomas lo conozco tan profundamente que siempre sé lo que piensa. Conozco sus impulsos antes de que tengan la fuerza suficiente para poner en movimiento su cuerpo. Conozco a Burton hasta el fondo de su enflaquecida alma y Benjy, conocía la amabilidad y la pereza de Benjy. Sé que lamentaba profundamente ser Benjy y que no lo podía evitar. Sonrió con la evocación. Benjy vino una noche en la que Thomas estaba ausente. Estaba triste y se sentía abandonado. Lo tuve entre mis brazos hasta el amanecer. Dobló los dedos hacia dentro, poniendo el puño suelto. Los conozco a todos dijo con voz ronca. Mi instinto nunca me ha fallado. Pero a Joseph no lo conozco, como tampoco llegué a conocer nunca de verdad a su padre.

Elizabeth asentía con la cabeza, despacio, atrapada por la cadencia de sus palabras. Rama continuó.

No sé si hay hombres nacidos fuera de la humanidad, o si hay hombres tan humanos que hacen que los demás parezcan irreales. Quizá cada cierto tiempo venga un dios a la tierra.

Joseph posee una fuerza inquebrantable, la serenidad de las montañas y sus sentimientos son

tan salvajes, tan fieros y tan agudos como el relámpago e igual de ilógicos, por lo que yo he podido ver. Cuando no estés con él, intenta pensar en él y entonces entenderás lo que quiero decir. Su figura se hará gigantesca hasta tocar las cumbres de las montañas y su fuerza será como el empuje irresistible del viento. Benjy está muerto. No te puedes imaginar a Joseph muriendo. Es eterno. Su padre murió, pero aquello no fue una muerte.

Movió la boca como desamparada, buscando las palabras. Elevó la voz como si sintiera dolor.

Te digo que este hombre no es un hombre, a no ser que él sea el único hombre. La fuerza, la resistencia y el largo y vacilante pensar de los hombres, y todas las alegrías y las penas, excluyéndose mutuamente, pero sin salirse de los límites. Todo eso es Joseph, una fuente para el alma de cada hombre y, más que eso, un símbolo del alma de la tierra.

Bajó la mirada y retiró la mano.

Te dije que se había abierto una puerta.

Elizabeth se frotó la rodilla sobre la que se había marcado el ritmo. Tenía los ojos bañados en lágrimas y brillantes.

Estoy muy cansada dijo. Hemos viajado bajo un sol ardiente que secaba la hierba. Espero que hayan sacado los polluelos y el corderito y la cabra del carro. Conviene dejarlos sueltos, porque si no se les hincharían las patas.

Sacó un pañuelo de su seno y se sonó la nariz, restregándola con energía hasta que se puso roja. No se atrevía a mirar a Rama.

Estás enamorada de mi marido le dijo en voz baja, acusadora. Estás enamorada de él y tienes miedo.

Rama levantó despacio la mirada, miró a la cara a Elizabeth y depués volvió a mirar al suelo.

No estoy enamorada de él. No hay posibilidad de que me corresponda. Le rindo culto y no hay necesidad de ser correspondida. Tú también lo alabarás sin ser correspondida. Ahora ya lo sabes, no tienes por qué temer.

Se quedó mirando a su regazo unos instantes. Después alzó la cabeza y se peinó el pelo con los dedos a los lados de la raya.

Se cerró dijo. Ya terminó. Recuérdalo cuando lo necesites. Cuando llegue ese momento estaré aquí para ayudarte. Voy a hacer más té y así podrás contarme cosas de Monterrey.