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Chapter 2 - Cambiaformas 1

Ser una rata no es para nada sencillo, como Elian en estos momentos.

Chillando, gira sobre sus patas y cambia de dirección en la tubería. Pero cuando los rayos del sol ya comenzaban a vislumbrarse al otro lado del metal, la pata blanca de un gato irrumpe con fiereza.

La rata Elian crispa su lomo y chilla fuertemente, haciendo al gato maullar. Su lado racional le hubiese hecho quedarse en su lugar a salvo del felino, esperar a que este desistiera y salvarse de la señora gruñona que seguramente lo esperará con el zapato en alto al otro lado de la tubería, pero siendo una rata, con razosinio de rata, corrió despavorido a la dirección contraria, chillando mientras sus pequeñas y rosas patitas se embarran de las suciedades de aquella tubería.

Sacó su minúscula nariz y olfateó los alrededores de la habitación, al no encontrar rastros de su atacante saltó hacia el piso encerado, con torpeza salió de la habitación de paredes rosadas y pasando por un pasillo encontró la cocina. La señora le daba de comer con el típico truco del avioncito a un bebé llorón, a la rata le resultó curiosos ver como los mocos descendían de los orificios nasales de la criaturita.

Cuando giró su cabeza en busca de una salida, el señor de la casa entra en escena, el roedor se escabulle hasta la puerta ahora abierta, le agradece al desconocido con un chillido, (que este no notó gracias a los llantos del bebé) y escapó disfrutando de su nueva libertad.

El calor abrumador golpeó contra su pelaje y al notar los pasos de los transeúntes acercarse, echó a correr. Buscaba un escondrijo protector contra el imponente sol, pero sus ojos a la altura del asfalto no encontraban alguna sombra prometedora; hasta que un gran y hundido trozo entre las aceras captó su atención.

Aún con más rapides que sus patitas le permitían, fue a parar en el callejón sin salida, el lugar perfecto para Elian.

Y más aún cuando el roedor desapareció con un <<¡PLAF!>> Y un chico desnudo quedaba tendido en el tibio cemento del escondrijo seleccionado por la rata.

Elian soltó un quejido y con un poco de dificultad se incorporó.

—Mierda... —masculló al notar su desnudes.

Suspiró un tanto aliviado cuando notó que se encontraba protegido de las miradas indiscretas de los transeúntes; y el alivio creció al reconocer que la fuente de la plaza al frente suyo, quedaba a tan solo una dos cuadras llaneras de su casa.

Pero no podía caminar como Dios lo trajo al mundo por las calles de la ciudad si no quería una bronca con la policía.

Sintió un milagro al volverse y notar las prendas que pendían de una cuerda atada a cada lado de una ventana.

¡Bendito sea quien colgó esas prendas!

Con alivio cogió un suéter de lana gris varias tallas más grande que él,  felizmente un bóxer negro, pero todo se esfumó al notar que no había un pantalón, movió sus ojos con desespero, pero no, nada de nada. Tampoco había otro calzado que no fuese unas converse turquesas que afortunadamente eran de su talla.

Se enfundó en la cálida lana del suéter y en la prenda interior (que resultó quedarle bien) embutió sus descalzos pies en los converse, ató las agujetas y casi lloró cuando pensó en como se debería de ver. El suéter le cubría hasta un poco más arriba de las rodillas, su cabello  alborotado que ni hablar y aún sin tomar en cuenta toda la piel a la vista y los ridículos zapatos.

—Bueno, mejor que nada... Sólo serán unos 3 minutos de vergüenza y ya... —murmuraba dirigiéndose a la salida del callejón. —... Aquí vamos.

Salió a la luz y caminó lo más rápido posible, las miradas llegaron a él como alfileres a un imán; sus mejillas comenzaron a picar calientes cuando uno que otro imbecil soltaba silbidos.

¡Jodanse! Soltó para sus adentros mientras cruzaba la última esquina que lo separaba de sur esperado hogar y se topaba con su vecina, quien indignada lo recorrió con la mirada y antes de que algún comentario sorprendido saliera de sus labios, él se le adelantó:

—¡Que tenga un buen día, señora Julia! —exclamo Elian para luego trotar y cruzar la calle.

Llegó a la puerta de madera y de pronto notó que no tenía las llaves.

Las había dejado en su mochila cuando se transformó.

—Rayos... —murmuró y desesperadamente comenzó a golpear la madera con sus nudillos.

Ahora si que debía dar la peor de las impresiones; un chico en...trapos menores llamando desesperadamente a una casa. Que lindo sería de ver. Adorable. Claro, claro.

Quiso abrazar a la señorita Danielle cuando ésta abrió la puerta, pero en su lugar se escabulló con la intención de encerrarse en su habitación y no salir jamás.

—¡Joven Elian! —gritaba Danielle al tiempo que él cruzaba el vestíbulo y subía las escaleras.

Cerró la puerta de su habitación junto con el pestillo y arrastró sus pies hasta sentarse en su cama, arrancó las converse y se lanzó de brazos extendidos al encuentro de su espalda con el colchón.

Apretó sus labios en una fina línea y cerró los ojos con fuerza mientras recordaba los sucesos de aquel día:

Tenía una salida escolar a las montañas nevadas, se había enfundado térmicamente en varios abrigos, como normalmente hacía y siempre funcionaba.

La salida estaba resultando perfecta y agradable, y para regular su temperatura bebía chocolate caliente. Todo correcto hasta que sus compañeros sugirieron una guerra de bolas de nieve, obviamente que Elian desistió, pero pasado un rato sus amigos acusándolo de "agua fiestas" arremetieron lanzándole una horda de bolas de nieve, una horda de frías bolas de nieve.

Dándole como resultado que en 5 segundos escapó a un conjunto de arbustos y allí se transformó, fuera de la vista de todos y felizmente sólo en una rata. Pero dejó todas sus pertenencias atrás, y esperaba que sus amigos y maestros las recogieran, sabía que lo harian.

A veces, deseaba ser como sus hermanos y padres: Normal. No correr el peligro de lastimar personas si se llegase a convertir en algo peligroso. Cuando lo hacía concienzudamente no había problema, ya que se salvaba de las broncas de los maestros o de cualquiera, escondiéndose y convirtiéndose en un gato o perro, frecuentemente en un insecto. Y luego regresaba a por sus cosas, era un tanto difícil escabullirse como Dios lo trajo a este mundo, pero no era mucho problema.

El verdadero problema era cuando se exponía al frío, si bajaba de los 11° tenía 5 segundos para huir y transformarse en cualquier animal (y muy rara vez planta, si planta, desde una delicada florecilla a un majestuoso sauce llorón, y si, se había transformado hace ya un tiempo en un sauce llorón), tenía la suerte de que no siempre se transformaba en algo peligroso, como aquella vez que en un campamento se transformó en una pantera y afortunadamente logró saltar de una pequeña colina a tiempo y la pantera huyó al bosque; o aquella en la que fue un lobo pero se fue persiguiendo una ardilla. Gracias al cielo nunca dañó a alguien.

Tan solo parte de su familia más cercana y la señorita Danielle (esta última en pos a la seguridad de Elian bajo a alguna emergencia) sabían de su peculiaridad.

Es un asco cambiar con el frío.

Es un asco no ser normal.

Para Elian, es un asco ser un cambiaformas.