En verdad era un gran plan.
El premio, publicitado como los accesos ilimitados a los recursos de la mina, era indirectamente y entendible para los grandes poderes, nada más ni nada menos que la titularidad de la mina misma. El mensaje en sí daba a entender que la familia del señor de la ciudad se retiraba de la contienda por la mina, aceptando su incapacidad de protegerla y administrarla, decidiendo ser el lacayo del ganador, quien quiera que fuese.
Era seguro que al escuchar este mensaje los grandes poderes no podrían evitar sonreír ante la decisión del señor de la ciudad, una actitud patética y sumisa, cual perro callejero que al no poder encontrar comida y seguridad intentaba encontrar un nuevo amo lamiendole los zapatos, era una situación cómica.
Pero el truco yacía en que tras las risas de desprecio y burla, el objetivo del señor de la ciudad había sido cumplido, instintivamente los grandes poderes habían eliminado al señor de la ciudad de su condición de posible contrincante y lo habían convertido en un premio más, adicionado a la obtención de la mina.
Los poderes voltearon la mirada del señor de la ciudad y se concentraron en sus posibles contrincantes y adversarios, creando de esta manera un jaque total entre ellos, dado que ya no compartían un adversario con ventaja en común, ignorando a quien literalmente tenía el control territorial y zonal del premio así como la gestión y acceso directo a la mina.
Sin embargo, aunque el señor de la ciudad había logrado evitar temporalmente las miradas de los poderes y ataques directos contra él y su familia, la situación no era optimista. Si el señor de la ciudad no podía idear una forma de alejar a los poderes y mantener un control total sobre la mina, su legado y su familia estaba destinados a perecer.
Pero, ¿Qué tal si podían ganar?
Una posibilidad, una probabilidad, era la único que necesitaban.
Pero enfrentarse a los sucesores y discípulos de élite de sectas y clanes no era cosa sencilla, pocos genios independientes podrían hacerlo, sin tomar en cuenta que ubicarlos sería complicado e invitarlos casi imposible. El señor de la ciudad lo había intentado hacer mediante el mercado negro de Trak, pero todas las respuestas habían sido declinatorias. Sus opciones se agotaban, pero cuando empezaba a perder la esperanza, una información curiosa llegó a sus ódios.
La Santa Raizel llegaba a su ciudad y con ella un pequeño niño, quien aparentemente tenía una relación muy cercana con la santa. ¿Su hermano? ¿Discipulo o hijo? En cualquier caso, la reputación de la santa la precedía, el niño que la acompañaba no podía ser común.
Apenas las noticias de su llegada se corrieron, el señor de la ciudad mando a su más leal confidente a invitar a la santa, su intervención era fundamental para el desarrollo de su gran plan.
Pero Indira no era sencilla de convencer,—"¿Y cual es mi papel en todo esto?"—, pregunto indiferentemente.
Si bien de su intervención dependía el futuro y la autonomía de Celtos, el señor de la ciudad no era su amigo ni familiar, Indira no le debía nada y aunque su título llevaba la palabra Santa, Indira no era tonta, ser un peón en el juego de diferentes poderes arriesgando su vida y la de su discípulo no era algo que consideraría normalmente.
—"Santa Raizel, de usted requerimos que pertenecer al jurado del torneo"—, dijo humildemente Augusto.—"Si bien no cuenta con el respaldo directo de la corona y la iglesia, una santa siempre será una santa, la presión que ejercerá su título en su calidad de jueza evitará intentos de amotinarse o refutaciones del resultado de los combates así como sobornos. Básicamente, los poderes asistentes controlarán su actitud ante su presencia y de su prodigioso discípulo necesitamos que participe en el torneo, no es necesario que gane dado que tenemos un representante formal, pero de ser el caso perdiese, su victoria sería nuestro plan de respaldo, de igual manera se le permita el acceso ilimitado a los recursos de la mina, no debe preocuparse por ello, preferimos nutrir al joven discípulo de la Santa que invitar al lobo a nuestra guardia y fijar nuestro fatídico destino."—, dijo ansioso Augusto, esperando ver si la propuesta complacía a la Santa.
Pero para su sorpresa dos caras de incredulidad se formaron y dos gritos de estupefacción se formaron.
—"¿Ah?"—, dijeron Indira y Deus al mismo tiempo.
Indira sonrió incómodamente, era de esperar que su discípulo llegase a conseguir fama y reconocimiento solo por el hecho de ser su estudiante, no obstante, no esperaba que el momento llegase tan rápido, técnicamente hablando no le había enseñado nada aún más que conceptos básicos y ejercicios simples, enviarlo a enfrentarse contra discípulos de grandes sectas y clanes sería un suicidio.
No solo podría Deus salir lastimado sino que su confianza y voluntad podrían ser resquebrajados dejando heridas que ni siquiera el tiempo podría curar, los demonios internos al fin y al cabo eran los verdaderos enemigos de un caminante o cultivador. Al momento de la tribulación cuando los cielos enviaran su furia, ellos eran los que aparecían y le recordaban al hombre su calidad de mortal.
Indira no deseaba ello para Deus y estaba determinada a negar su participación, —"Mi participación es aceptable mientras se ofrezcan las mismas condiciones para mi discípulo, pero su participación esta descarta. Lamentablemente, Deus ha ingresado bajo mi tutela hace algunos días así que tanto su capacidad actual de combate como sus conocimientos y habilidades independientemente de su potencial, están en una fase de desarrollo. Es imposible que pueda competir con jóvenes de quince o dieciséis."—, rechazó firmemente Indira.
Augusto, quedó perplejo y empezó a palidecer, sabía que el discípulo de la Santa era nuevo, dado que ese tipo de noticias no pasaban desapercibidas, pero entre meses de entrenamiento oculto y unos días de conceptos básicos había una gran diferencia. Su plan de respaldo peligraba y aunque su representante tenía considerables posibilidades de triunfar, no era sabio poner todos los huevos en una sola canasta.
Pero conseguir otro candidato en ese momento ...
—"Santa Raizel, pero debe haber alguna forma, aún faltan unas semanas, podemos facilitar un ambiente y proveer de recursos a su discípulo..."—, el hombre parecía entrar en pánico, no pudo evitar mirar a Deus y continuar balbuceando,—"Sé que el joven maestro es de contextura pequeña y débil para un niño de trece años, pero algo podemos hacer...existen píldoras y podemos..."—
Indira sacudió la cabeza negativamente, pero cuando estuvo a punto de interrumpir y rechazar nuevamente la propuesta, una voz sonó a su espada.
—"...tengo nueve."—, dijo el niño.
—"¿Ah?!"—