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Chapter 15 - A Vuestros Cuerpos Dispersos CAPITULO XIV

Bueno, ya sabía que había sentido un gran afecto por Speke al mismo tiempo que

lo odiaba, que lo odiaba justificadamente. Pero el conocimiento de este afecto había sido muy infrecuente y fugaz, y no le había afectado. Durante la pesadilla de la goma de los sueños, se había sentido tan horrorizado al darse cuenta de que bajo

su odio se encontraba un afecto, que había empezado a chillar. Se despertó para encontrarse con Wilfreda zarandeándole, preguntándole qué había sucedido.

Wilfreda había fumado opio, o lo había tomado mezclado con cerveza, en su vida de

la Tierra, pero aquí, tras una sesión con la goma, había temido volverla a mascar. Su horror provenía del volver a ver la muerte por tuberculosis de una hermana menor y, al mismo tiempo, de volver a revivir su primera experiencia como prostituta.

Es un extraño producto psicodélico -le dijo Ruach a Burton. Le había explicado lo que significaba la palabra, y la discusión acerca del tema se había prolongado

durante mucho tiempo-. Parece desenterrar incidentes traumáticos en una mezcla

de realidad y simbolismo. Aunque no siempre. A veces es afrodisiaco. A veces, según dicen, le hace dar a uno un hermoso viaje. Pero me atrevería a decir que la goma de los sueños nos ha sido suministrada por razones terapéuticas, si no catárticas. Somos nosotros los que debemos averiguar cómo utilizarla.

Entonces, ¿por qué no la masticas más a menudo? -había preguntado Frigate.

Por la misma razón que algunas personas rehusaban la psicoterapia o la abandonaban antes de completarla: porque tengo miedo.

Ajá. Yo también -aceptó Frigate-. Pero algún día, cuando nos detengamos en algún lugar por mucho tiempo, voy a masticar una barrita cada noche, os lo

aseguro. Aunque me muera de miedo. Claro que eso es fácil decirlo.

Peter Jairus Frigate había nacido únicamente veintiocho años después de que

Burton muriera, y sin embargo existía un gran abismo entre ellos. Veían demasiadas cosas de forma distinta; y hubieran discutido violentamente si Frigate fuera capaz de discutir violentamente. No acerca de asuntos de disciplina en el grupo o sobre cómo capitanear la nave. Sino en muchas formas de contemplar el mundo. Y sin embargo, Frigate se parecía en muchas cosas a Burton, y quizá fuera por esto por lo que había estado tan fascinado por él en su vida terrena. Frigate había encontrado en 1938 un libro de bolsillo escrito por Fairfax Downey titulado Burton: aventurero de las mil y una noches. La ilustración de la portada mostraba a Burton a la edad de cincuenta años. El salvaje rostro, la alta frente y los prominentes arcos supraorbitales, las gruesas y negras cejas, la recta y agresiva nariz, la gran cicatriz en su mejilla, los gruesos labios «sensuales», el espeso y

caído bigote, la gran barba bifurcada, la agresividad y concentración del rostro, le habían hecho comprar el libro.

Jamás había oído hablar antes de ti -le explicó Frigate-. Pero leí en seguida el libro, y quedé fascinado. Había algo en ti, aparte de la obvia bravuconería de tu

vida, tu habilidad con la espada, tu dominio de muchos lenguajes, tus disfraces

como doctor nativo, mercader y peregrino a la Meca, el primer europeo que logró salir con vida de la ciudad sagrada de Harar, descubridor del lago Tanganika y casi descubridor de las fuentes del Nilo, fundador de la Sociedad Antropológica Real, inventor del término Percepción Extransensorial, traductor de Las mil y una noches, estudioso de las prácticas sexuales del Oriente, y todo lo demas...

»Pero aparte de todo esto, por muy fascinante que fuera, sentía una especial afinidad hacia ti. Fui a la biblioteca pública, Peoria era una pequeña ciudad pero tenía muchos libros tuyos y acerca de ti, donados por algún admirador tuyo fallecido, y me los leí todos. Luego, comencé a coleccionar primeras ediciones tuyas y sobre ti. Al fin, me convertí en un escritor de novelas, pero planeaba escribir una gran y definitiva biografía tuya, viajar a todas partes donde tú habías estado, tomar fotografías y notas de esos lugares, fundar una sociedad para recolectar fondos con los que preservar tu tumba...

Aquella era la primera vez que Frigate había mencionado su tumba. Burton, sobresaltado, preguntó:

¿Dónde? -Y luego había respondido él mismo-: Oh, claro está: Morlake! ¡Me había olvidado! ¿Se construyó realmente la tumba en forma de tienda árabe, tal y

como Isabel y yo habíamos planeado?

Por supuesto. Pero el cementerio fue tragado por una barriada pobre, la tumba fue mutilada por gamberros, y crecieron hierbas por encima de ella, y se hablaba

de trasladar los cadáveres a una parte más remota de Inglaterra, aunque por aquel entonces resultaba difícil encontrar algún lugar remoto.

¿Llegaste a fundar tu sociedad para preservar mi tumba? -le preguntó Burton. Se había acostumbrado a la idea de haber estado muerto, pero el hablar con

alguien que había visto su tumba hacía que por un momento se le pusiera la piel de gallina.

Frigate inspiró profundamente. Como disculpándose, dijo:

No. Para cuando estuve en posición de poder hacerlo, me hubiera sentido culpable de haber gastado tiempo y dinero en los muertos. El mundo era un verdadero desastre. Los vivos necesitaban toda la ayuda que se les pudiese dar: polución, pobreza, opresión, etc, etc. Esas eran las cosas importantes.

¿Y esa gigantesca y definitiva biografía? De nuevo, Frigate habló excusándose:

Cuando leí por primera vez acerca de ti, pensé que era el único verdaderamente interesado en ti o incluso el único que te apreciaba. Pero hubo un brote de interés

por ti hacia los años sesenta. Se escribieron bastantes libros acerca de tu persona, e incluso uno acerca de tu esposa.

¿Isabel? ¿Alguien escribió un libro sobre ella? ¿Por qué?

Frigate había sonreído.

Era una mujer bastante interesante. Admito que muy pesada, francamente supersticiosa, esquizofrénica y que se engañaba a sí misma. Muy pocas personas

podían perdonarle el que hubiera quemado tus manuscritos y tus diarios...

¿Cómo? -había rugido Burton-. ¿Quemado...? Frigate había asentido con la cabeza y dicho:

Lo que tu doctor, Grenfelí Baker, describió como «El implacable holocausto que siguió a su lamentada muerte». Quemó tu traducción de El jardín perfumado,

afirmando que no hubieras querido que se publicase a menos que hubieras

necesitado el dinero, y que ahora ya no lo necesitabas porque estabas muerto. Aquella fue una de las pocas veces en su vida en que Burton se quedó sin habla. Frigate miró con el rabillo del ojo a Burton y sonrió. Parecía estar disfrutando con el desconcierto de aquél.

El quemar El jardín perfumado fue malo, pero no tanto como el quemar ambos grupos de tus diarios, los privados, en los que, según se dice, habías dejado sueltos tus más íntimos pensamientos y más ardientes iras, e incluso los públicos, en los que narrabas los acontecimientos de cada día... ¡Bueno, yo nunca se lo perdoné! Ni tampoco muchas personas. Eso fue una gran pérdida; sólo uno de tus diarios, uno pequeñito, escapó a este destino, y ese resultó quemado durante el bombardeo de Londres, en la segunda guerra mundial.

Hizo una pausa, y luego preguntó:

¿Es cierto que te convertiste en tu lecho de muerte, como afirmó tu esposa?

Quizá si -le contestó Burton-. Isabel llevaba muchos años tratando de lograr mi conversión, aunque jamás se había atrevido a urgirme en forma directa. Pero al fin, cuando estaba tan enfermo, quizá le dijese que lo haría con el fin de hacerla feliz. Estaba tan dolorida, tan ansiosa, tan temerosa de que mi alma ardería en el infierno...

Entonces, ¿la amabas? -le preguntó Frigate.

Hubiera hecho lo mismo por un perro -replicó Burton.

Para alguien que puede ser tan molestamente franco y directo, a veces te muestras muy ambiguo.

Esta conversación había tenido lugar unos dos meses después del Primer Día, A.R.l.

El resultado había sido parecido al que hubiera sentido el doctor Johnson de encontrarse con otro Boswell.

Este había sido el segundo estadio de su curiosa relación. Sintió a Frigate más cercano; pero al mismo tiempo resultó una molestia mayor. El estadounidense se

había mostrado siempre muy comedido en sus comentarios sobre las aptitudes de

Burton, indudablemente porque no deseaba irritarlo. Frigate llevaba a cabo unos esfuerzos muy conscientes para no antagonizar con nadie. Pero también hacía muchos esfuerzos inconscientes por irritar a todo el mundo. Sus hostilidades surgían en muchas acciones y palabras sutiles, o no tan sutiles. A Burton no le gustaba esto. El era directo, y no temía a la ira. Quizá, como señaló Frigate, se mostraba demasiado ansioso por llegar a confrontaciones violentas.

Una tarde, mientras estaban sentados alrededor de una fogata, Frigate había hablado de Karachi. Este poblado, que luego se había convertido en la capital de Pakistán, una nación creada en 1947, tenía únicamente dos mil habitantes en el tiempo de Burton. Hacia 1970, su población era aproximadamente de dos millones. Esto llevó a Frigate a preguntar, de una manera bastante indirecta, sobre el

informe que Burton había enviado a su general, Sir Robert Napier, sobre las casas de prostitución masculina en Karachi. Se suponía que el informe se hallaba guardado en los archivos secretos del Ejército del Este de la India, aunque fue hallado por uno de los muchos enemigos de Burton. A pesar de que aquel informe jamás fue mencionado públicamente, había sido usado en su contra a lo largo de toda su vida. Burton se había disfrazado como un nativo, con el fin de entrar en las casas y hacer observaciones que a ningún europeo se le hubiera permitido hacer. Se había mostrado orgulloso de haber evitado el ser descubierto, y había aceptado

aquel trabajo tan poco agradable porque era el único que podía hacerlo y porque su amado líder, Napier, se lo había pedido.

Burton había replicado de una forma bastante hosca a las preguntas de Frigate.

Alice lo había irritado antes durante aquel día (últimamente parecía ser capaz de hacerlo con mucha facilidad), y él estaba pensando en una forma en que devolverle la pelota. Así que aprovechó la oportunidad que le daba Frigate. Se lanzó a una narración desinhibida sobre lo que tenía lugar en las casas de Karachi. Al fin, Ruacli se había alzado y marchado. Frigate tenía una expresión enfermiza, pero permaneció allí. Wilfreda se rió hasta rodar por el suelo. Kazz y Monat mantuvieron expresiones imperturbables. Gwenafra estaba durmiendo en el barco, así que Burton no tuvo que tenerla en cuenta. Loghu parecía estar fascinada, pero también algo repelida.

Alice, su principal objetivo, se puso pálida, y más tarde roja. Por fin, se había alzado y dicho:

Realmente, señor Burton, había pensado que eras muy rastrero. Pero el fanfarronear acerca de eso.. - de eso... de eso... eres totalmente repugnante,

degenerado y digno de lástima. No es que me crea una sola palabra de lo que has estado contando. No puedo creer que nadie se comportase como tú afirmas que

hiciste y luego fuera fanfarroneando de ello. Estás manteniendo tu reputación como

un hombre al que le gusta escandalizar a otros sin importarle el daño que esto cause a su propia reputacion.

Había desaparecido entre las tinieblas.

Algún día, quizá, me dirás cuánto de todo esto es cierto -le había dicho Frigate-. Antes yo pensaba como ella, pero a medida que me fui haciendo viejo fue

apareciendo nueva información acerca de ti, y un biógrafo hizo un psicoanálisis

tuyo basándose en tus propios escritos y en diversas fuentes documentales.

¿Y cuáles fueron las conclusiones? -preguntó Burton.

Te las diré más tarde, Dick -le respondió Frigate-. Dick el rufián -añadió, y también se fue.

Ahora, junto al timón, contemplando cómo el sol caía sobre el grupo, escuchando el

siseo del agua cortada por las dos agudas proas y los chasquidos del velamen, se preguntó lo que habría al otro lado del canal del cañón. Con toda seguridad no sería el fín del Rio. Este, probablemente, continuaría por siempre. Pero quizá se

aproximase el fin del grupo. Llevaban demasiado tiempo juntos en un espacio reducido. Habían pasado demasiados días en una estrecha cubierta, sin mucho más que hacer, salvo hablar y ayudar a gobernar la nave. Estaban rozando unos con otros hasta despellejarse, y llevaban ya mucho tiempo haciéndolo. Incluso Wilfreda se había mostrado demasiado hosca y fría últimamente. Y no es que él se hubiera mostrado demasiado estimulante. Francamente, estaba harto de ella. No la odiaba, ni le deseaba daño alguno. Simplemente, estaba cansado de ella, y el hecho de que pudiera tenerla a ella y no a Alice Hargreaves le hacía sentirse aún más cansado. Lev Ruach se mantenía apartado de él, y le hablaba lo menos posible, y Lev estaba discutiendo más que nunca con Esther acerca de los hábitos de su dieta habitual,

de sus sueños despierto y de que jamás hablaba con ella.

Frigate estaba enfadado con él por algo, pero el cobarde nunca se atrevía a plantar cara y decir algo hasta que se le acorralaba contra un rincón y se le atormentaba llevándole a una ira ciega. Loghu estaba airada y despreciativa con Frigate debido a que se mostraba tan hosco con ella como con los otros. Y Loghu estaba también irritada con él, Burton, porque la había rechazado cuando estaban solos recogiendo bambú en las colinas, hacía algunas semanas. Le había dicho que no, añadiendo

que no tenía ningún escrúpulo moral que le impidiese el hacer el amor con ella,

pero que no traicionaría a Frigate ni a ningún otro miembro de su tripulación. Loghu le explicó que no era que no quisiese a Frigate; era simplemente que necesitaba un cambio de vez en cuando, tal como Frigate.

Alice había dicho que estaba a punto de dejar de tener cualquier esperanza de encontrarse nunca con alguien que hubiese conocido. Debían de haber pasado al menos junto a unos cuarenta y cuatro millones de personas, y no había visto a

nadie que hubiera conocido en la Tierra. Había visto algunas personas a las que

equivocadamente había tomado por viejos conocidos, y debía admitir que solo había visto de cerca o incluso de lejos a un pequeño porcentaje de esos cuarenta y cuatro millones. Pero eso no importaba; estaba cayendo en una depresión abismal, y se sentía harta de estar sentada en aquella atestada cubierta todo el día, teniendo como único ejercicio el manejar el timón o maniobrar las velas, o abrir y cerrar sus labios en una conversación que la mayor parte de los casos era vacía. Burton no deseaba admitirlo, pero temía que ella los dejase. Podía descender en la siguiente parada, bajar a la orilla con su cilindro y unas pocas pertenencias, y decir adiós. Les veré dentro de un centenar de años o así. Quizá. El principal motivo que la había estado reteniendo en el barco hasta ahora había sido Gwenafra. Estaba

criando a la pequeña británica antigua como una damisela victoriana, con la adición de las costumbres postresurreccionales. Era una mezcla bien curiosa, pero no más

que cualquier otra cosa a lo largo del Río.

El mismo Burton estaba cansado del eterno viajar en el pequeño navío. Deseaba hallar algún área hospitalaria para afincarse allí y descansar, luego estudiar, dedicarse a las actividades locales, volver a recuperar sus hábitos de hombre de tierra, y dejar que fuese creciendo de nuevo su ímpetu exploratorio. Pero deseaba hacer esto con Alice como compañera.

La fortuna de un hombre que se sienta también permanece sentada -murmuró. Tendría que emprender alguna acción con respecto a Alice; se había mostrado durante demasiado tiempo como un perfecto caballero. Dejaría de cortejarla; la avasallaría con un asalto en toda regla. De joven, había sido un amante agresivo, y luego se había acostumbrado a dejarse amar, y no amar, tras casarse. Y sus viejos comportamientos habituales, sus antiguos circuitos neurales, seguían con él. Era un viejo en un cuerpo joven.

El Hadji entró en el oscuro y turbulento canal. Las paredes de roca negroazulada se alzaban a ambos costados, y la nave entró en un meandro y desapareció de la vista el amplio lago que dejaban atrás. En aquel momento todo el mundo estaba ocupado, saltando a manejar las velas, cuando Burton llevaba al Hadji de un lado a otro en la corriente, de medio kilómetro de ancho, y en contra de la misma, lo que hacía levantarse altas olas. La nave se alzaba y caía bruscamente, y se balanceaba mucho cuando cambiaban repentinamente de curso. A menudo se acercaba a muy

corta distancia de las paredes del cañón, donde las olas golpeaban con fuerza las rocas. Pero Burton llevaba tanto tiempo navegando con aquel barco que se había convertido en parte del mismo, y su tripulación había trabajado tanto tiempo con él que podían anticipar sus órdenes, aunque jamás se adelantasen a ellas.

El paso les llevó unos treinta minutos. Causó ansiedad a algunos, no cabía duda de que Frigate y Ruach estaban preocupados, pero también les exaltó a todos. El

aburrimiento y la melancolía habían desaparecido, al menos temporalmente.

El Hadji surgió al sol en otro lago. Este tenía unos siete kilómetros de ancho y se extendía hacia el norte a tanta distancia como podía abarcar la vista. Bruscamente, las montañas se apartaban, y volvían a adquirir su habitual anchura de un

kilómetro y medio.

Se veían unos cincuenta navíos, que iban desde piraguas hechas con un tronco de pino hasta barcas de bambú con dos mástiles. La mayor parte de ellas parecían estar dedicándose a la pesca. A la izquierda, a menos de dos kilómetros, se hallaba la sempiterna piedra de cilindros, y a lo largo de la costa se veían figuras oscuras. Tras ellas, en la llanura y en las colinas, se divisaban cabañas de bambú del estilo habitual al que Frigate llamaba neopolinesio o, a veces, arquitectura fluvial post mortuoria.

A la derecha, a un kilómetro de la salida del cañon, había un gran fuerte de troncos. Ante él se veían diez grandes embarcaderos de madera con una gran variedad de botes grandes y pequeños. Pocos minutos después de que apareciese el Hadji, comenzaron a sonar tambores. Podían ser troncos vacíos o tambores hechos con piel de pez o humana curtida. Frente al fuerte ya se veía una buena multitud, pero un número aún mayor de personas hormigueó saliendo de él y de una serie de cabañas situadas detrás del mismo. Se amontonaron en los botes, y éstos largaron amarras.

En la orilla izquierda, las figuras oscuras estaban lanzando al río canoas, botes y lanchas de un solo mástil.

Parecía como si ambas costas estuviesen enviando embarcaciones en una

competición para ver quién capturaba antes al Hadjí.

Burton llevó el navío de un lado a otro, tal como era necesario, atravesando por en medio de los otros botes en diversas ocasiones. Los hombres de la derecha estaban más cercanos; eran blancos e iban bien armados, pero no hicieron ningún esfuerzo

por usar sus arcos. Un hombre de pie en la proa de una canoa de guerra de treinta

remeros les gritó en alemán que se rindieran.

¡No se les hará daño!

¡Venimos en son de paz! -le aulló en respuesta Frigate.

Eso ya lo sabe -le indicó Burton-. Es evidente que, siendo tan pocos, no vamos a atacarles.

Ahora, a ambos lados del Río sonaban tambores. Parecía como si las orillas del lago

estuviesen repletas de tambores. Y desde luego las costas estaban llenas de hombres, todos ellos armados. Otras embarcaciones estaban siendo botadas para interceptarlos. Tras ellos, los botes que habían salido primero les perseguían, pero perdiendo distancia.

Burton dudó. ¿Debía volver hacia atrás con el Hadji, atravesando el canal y regresando de noche? Seria una maniobra peligrosa, pues las altas paredes del

estrecho, de seis mil metros de altura, cortarían la luz de las estrellas y las nubes

luminosas. Irían casi a ciegas.

Y su barco parecía ser más rápido que cualquiera de los del enemigo, al menos hasta el momento. A lo lejos, en la distancia, unas altas velas se acercaban rápidamente hacia ellos. No obstante, seguían teniendo a su favor el viento y la

corriente, y, si los evitaba, ¿podrían ganarle cuando también tuvieran que dar

viradas?

Todos los navíos que había visto hasta el momento estaban cargados de hombres, lo cual los retardaba. Incluso el buque que tuviera la misma navegabilidad que el

Hadji no podría competir con él si estaba atestado de guerreros.

Decidió seguir navegando Río arriba.

Diez minutos más tarde, otra gran canoa de guerra se atravesó en su camino. Esta tenía dieciséis remeros por banda, y llevaba una pequeña cubierta a proa y otra a popa. En cada una de ellas había dos hombres tras una catapulta montada sobre un pedestal de madera. Los dos de proa colocaron un objeto que humeaba en la cazoleta de la catapulta. Uno tiró de la palanca, y el brazo de la máquina golpeó contra el travesaño. La canoa se estremecio y hubo una leve pausa en el profundo

y rítmico gruñir de los remeros. El objeto humeante voló en un alto arco hasta que estuvo a unos seis metros por delante del Hadji y a unos tres por encima del agua.

Estalló con gran ruido y mucho humo negro, que rápidamente fue disipado por la

brisa.

Algunas de las mujeres chillaron, y un hombre gritó. Burton pensó que había azufre en aquella zona. De otro modo, no habrían sido capaces de fabricar pólvora.

Llamó a Loghu y a Esther Rodríguez para que se ocupasen del timón. Ambas

estaban pálidas, pero parecían bastante calmadas, aunque ninguna de ellas tuviera experiencia con explosivos.

Gwenafra había sido metida en el castillete. Alice tenía un arco de tejo en la mano, y un carcaj de flechas a la espalda. Su piel pálida contrastaba fuertemente con el

rojo lápiz de labios y el maquillaje verde de sus párpados. Pero había participado en

al menos diez batallas sobre el agua, y sus nervios eran tan firmes como las rocas blancas de Dover. Además, era el mejor arquero de la tripulación. Burton era un excelente tirador con un arma de fuego, pero le faltaba práctica con el arco. Kazz podía tender el arco de cuernos de dragón de río aún más que Burton, pero su puntería era abominable, Frigate afirmaba que jamás sería muy buena: como casi todos los preliteratos, adolecía de falta de desarrollo del sentido de la perspectiva. Los servidores de la catapulta no colocaron otra bomba en la máquina. Evidentemente, la bomba había sido una advertencia para que se detuviese. Burton no pensaba hacerlo. Sus perseguidores podían haberlos atravesado a flechazos en más de una ocasión. El que se hubieran contenido indicaba que deseaban atrapar con vida a la tripulación del Hadji.

La canoa, con el agua espumeando en su proa, con los remos brillando al sol, y los remeros gruñendo al unísono, pasó junto a la popa del Hadji. Los dos hombres de proa saltaron hacia ellos, y la canoa se balanceó. Uno de ellos cayó chapoteando al agua, con sus dedos resbalando por el borde de la cubierta. El otro cayó sobre sus rodillas sobre la misma. Llevaba un cuchillo de bambú apretado entre los dientes; su cinturón tenía dos fundas, una con una pequeña hacha de piedra y la otra con un estilete de pez cornudo. Por un segundo, mientras trataba de aferrarse a las mojadas maderas y ponerse en pie, miró hacia arriba, a los ojos de Burton. Su cabello era muy amarillo, sus ojos azul pálido, y su rostro de una hermosura clásica. Probablemente su intención era herir a uno o dos de los tripulantes y luego echarse de nuevo al agua, probablemente con una mujer en sus brazos. Mientras mantenía ocupada a la tripulación del Hadji, sus compañeros llegarían hasta la embarcación, y subirían a bordo, y aquello sería el fin.

No tenía muchas posibilidades de llevar a cabo su plan, probablemente lo sabía, y no le importaba. La mayor parte de los hombres aún temían a la muerte, porque

aquel miedo estaba en las células de sus cuerpos, y reaccionaban instintivamente.

Unos pocos habían superado aquella sensación, y otros jamás la habían sentido. Burton dio un paso y golpeó al hombre en la cabeza con su hacha. Este abrió la boca, soltó su cuchillo de bambú, y se desplomó boca abajo sobre cubierta. Burton tomó el cuchillo, le quitó el citurón al hombre, y lo echó al agua con el pie. Al ver eso, los otros de la canoa de guerra, que estaba girando sobre sí misma, lanzaron un rugido. Burton vio que la costa se estaba acercando muy deprisa, y dio órdenes de guiñar. El navío giró, y la vela cambió de posición. Luego, estuvieron yendo hacia la otra orilla del Río, con una docena de embarcaciones acercándoseles. Tres eran canoas hechas con un tronco, que llevaban a cuatro hombres; cuatro eran

grandes canoas de guerra, y cinco eran goletas de dos palos. Estas últimas llevaban un cierto número de catapultas y muchos hombres en sus cubiertas.

A media distancia en el río, Burton ordenó que el Hadji virase de nuevo. La

maniobra permitió que los veleros se acercasen mucho, pero ya había calculado eso. Ahora, navegando de nuevo a todo ceñir, el Hadji cortó el agua entre las dos goletas. Estaban tan cercanas que podían ver claramente los rostros de todos los que se hallaban a bordo de las mismas. Principalmente eran caucásicos, aunque iban desde las teces muy oscuras hasta la palidez nórdica. El capitán de la embarcación de babor gritó en alemán a Burton pidiéndole que se rindiese.

¡No les haremos daño si se rinden, pero les torturaremos si continúan luchando! Hablaba alemán con un acento que sonaba a húngaro.

Como réplica, Burton y Alice dispararon flechas. La de Alice no acertó al capitán,

pero le dio al timonel, que se desplomó hacia atrás, cayendo sobre la borda. Inmediatamente, el navío viró. El capitán saltó a la rueda, y la segunda flecha de Burton le atravesó la parte posterior de la rodilla.

Ambas goletas chocaron de costado con un gran estrépito y se separaron con grandes desgarrones en sus maderas, mientras los tripulantes gritaban, caían sobre cubierta o al río. Aunque las embarcaciones no se hundieran, quedarían fuera de

combate.

Pero justo antes de que chocasen, sus arqueros habían clavado una docena de flechas encendidas en las velas de bambú del Hadji. Estas llevaban hierba seca que había sido empapada en trementina hecha de resma de pino y, avivadas por el viento, extendieron rápidamente sus llamas.

Burton volvió a tomar el timón de manos de las mujeres y gritó órdenes. La tripulación hundió potes de cerámica y sus cilindros en el Río, y luego lanzaron el agua a las llamas. Loghu, que podía trepar como un mono, subió al mástil con una cuerda arrollada a su brazo. Dejó caer un extremo y comenzó a subir recipientes con agua.

Esto permitió a las otras goletas y a varias canoas acercarse. Una estaba en un curso que la pondría directamente en el camino del Hadji. Burton hizo girar de nuevo el navío, pero éste evolucionaba torpemente debido al peso de Loghu en el

mástil. Viró, la botavara hizo un loco arco cuando los hombres no lograron controlar sus cuerdas, y nuevas flechas se clavaron en la vela, extendiendo aún más el

fuego. Varias de ellas golpearon la cubierta. Por un momento, Burton pensó que el

enemigo había cambiado de idea y estaba tratando de matarles, pero simplemente era que las flechas habían sido mal dirigidas.

De nuevo, el Hadji pasó por entre dos goletas. Los tripulantes y capitanes de ambas estaban sonriendo. Quizá llevaban mucho tiempo aburridos, y ahora disfrutaban de

la persecución. Aún así, los tripulantes se acurrucaron tras los costados, dejando

que los oficiales, timoneles y arqueros recibieran los disparos del Hadji. Se oyó una serie de chasquidos, y unas flechas negras con cabezas rojas y colas azules atravesaron las velas en dos docenas de lugares, un cierto número se clavaron en

el mástil, en la botavara, una docena siseó cayendo al agua, y una le pasó a Burton a pocos centímetros de la cara.

Alice, Ruach, Kazz, de Greystock, Wilfreda y él habían disparado, mientras Esther se cuidaba del timón. Loghu estaba quieta a media distancia mástil arriba,

esperando que pasase la lluvia de flechas. Las cinco lanzadas por ellos hallaron tres blancos de carne: un capitán, un timonel, y un marino que sacó la cabeza en un

mal momento para él.

Esther gritó, y Burton se volvió. La canoa de guerra había salido de detrás de la goleta, y se hallaba a pocos metros frente a la proa del Hadji. No había forma de

evitar una colisión. Los dos hombres de la plataforma se estaban echando por la

borda, y los remeros se ponían en pie, o lo intentaban, para poder saltar al agua. Luego, el Hadji chocó contra su lado de babor cerca de la proa, partiéndola en dos, dándole la vuelta y tirando a su tripulación al río. La del Hadji fue lanzada hacia adelante, y de Greystock cayó al agua. Burton se deslizó sobre su rostro, pecho y rodillas, desollándose la piel.

Esther había sido arrancada del timón, y rodó sobre la cubierta hasta que se golpeó contra el borde de una escotilla. Se quedó allí, inerte.

Burton miró hacia arriba. La vela estaba ardiendo sin que hubiera esperanzas de

salvarla. Loghu había desaparecido, así que debía de haber sido lanzada al agua en el momento del impacto. Entonces, alzándose, la vio a ella y a de Greystock nadando de regreso al Hadji. El agua, a su alrededor, hervía con el chapoteo de los que habían perdido su canoa, muchos de los cuales, a juzgar por sus gritos, no sabían nadar.

Burton gritó a su tripulación que ayudasen a aquel para subir a bordo mientras inspeccionaba los daños. Ambas proas de los muy delgados cascos gemelos habían sido abiertas por el choque. Estaba entrando agua por ellas.

Y el humo de la vela y el mástil en llamas giraba a su alrededor, haciendo que Alice y Gwenafra tosiesen.

Otra canoa de guerra se aproximaba rápidamente desde el norte. Las dos goletas

estaban ya junto a ellos.

Podían luchar y verter alguna sangre de sus enemigos, que estarían conteniéndose para no matarlos. O podían echarse a nadar. De cualquier forma, serían capturados.

Loghu y de Greystock fueron izados a bordo. Frigate informó que no podía

reanimarse a Esther. Ruach le tomó el pulso, le abrió los ojos, y luego caminó hasta

Burton.

No está muerta, pero está totalmente sin sentido.

Las mujeres sabéis lo que os sucederá -dijo Burton-. Naturalmente, vosotras tenéis la decisión, pero yo sugiero que nadéis hacia el fondo tan profundamente

como podías, y entonces abráis la boca tragando toda el agua que os sea posible.

Os despertaréis mañana, como nuevas.

Gwenafra había surgido del castillete. Se agarraba la cintura con los brazos y levantaba la vista, con los ojos secos pero aterrorizados. La protegió con uno de sus brazos, y luego dijo:

Alice, llévatela contigo.

¿Adónde? -preguntó Alice. Miró a la canoa, y de nuevo a él. Tosió una vez más cuando el humo la envolvió, y luego se dirigió adelante, contra el viento.

Cuando vayas abajo -hizo un gesto hacia el río.

No puedo hacer eso -contestó ella.

No querrás que esos hombres la capturen. Es solo una niñita, pero eso no los va a detener.

Parecía como si el rostro de Alice se fuera a hacer pedazos e inundarse con lágrimas. Pero no lloró.

Muy bien -dijo-. Ahora ya no es pecado suicidarse. Espero...

Sí -contestó él. No dijo más. No había tiempo para mas. La canoa estaba a doce metros de distancia.

El siguiente lugar puede ser tan malo o peor que éste -dijo Alice-. Y quizá

Gwenafra se despierte sola. Ya sabes que las posibilidades de que resucitemos en el mismo lugar son muy escasas.

Eso es algo que no tiene remedio -dijo él. Ella apretó los labios, luego los abrió y dijo:

Lucharé hasta el último momento. Luego...

Quizá sea demasiado tarde -indicó él. Tomó su arco, y sacó una flecha de su carcaj. De Greystock había perdido su arco, así que tomó el de Kazz. El neanderthal

colocó una piedra en una honda y comenzó a hacerla girar. Lev tomó la suya y

eligió una piedra de su bolsillo. Monat usó el arco de Esther, pues también había perdido el suyo.

El capitán de la canoa les gritó en alemán:

¡Depongan las armas! ¡No se les hará daño!

Cayó de su plataforma sobre un remero un segundo más tarde, cuando la flecha de

Alice le atravesó el pecho. Otra flecha, probablemente de de Greystock, hizo caer al segundo hombre de la plataforma al agua. Una piedra golpeó a un remero en el hombro, y se desplomó con un grito. Otra le dio un golpe de refilón a la cabeza de otro remero, que perdió su remo.

La canoa siguió acercándose. Los dos hombres de la plataforma trasera urgían a la

tripulación a continuar hacia el Hadji. Luego, cayeron alcanzados por flechas. Burton miró tras él. Las dos goletas estaban ahora dejando caer sus velas. Evidentemente se deslizarían junto al Hadji, donde sus marineros podrían lanzar los garfios de abordaje. Pero, si se acercaban mucho, las llamas podrían extenderse hasta ellas.

La canoa chocó contra el Hadji con catorce de los miembros originales de la tripulación muertos o demasiado heridos para luchar. Justo antes de que la proa de la canoa entrara en colisión, los supervivientes dejaron caer sus remos y alzaron pequeños escudos redondos de cuero. Aún así, dos flechas atravesaron dos escudos y se clavaron en los brazos de los hombres que los sostenían. Esto aún dejaba a veinte hombres contra seis hombres, cinco mujeres y una niña.

Pero uno de estos era un hombre peludo de metro y medio de alto con una fuerza tremenda y una gran hacha de piedra. Kazz saltó por el aire justo antes de que la canoa se clavase contra el casco de estribor, y cayó en ella un segundo después de que se hubiese detenido. Su hacha aplastó dos cráneos, y luego desfondó la canoa. El agua comenzó a entrar en ella y de Greystock, gritando algo en su inglés medieval de Cumberland, saltó junto a Kazz. Tenía un estilete en una mano, y una gran porra de cedro con puntas de sílex en la otra.

Los demás del Hadji continuaron disparando sus flechas. De pronto, Kazz y de Greystock subieron de nuevo al catamarán, y la canoa se hundió con sus muertos, moribundos y aterrorizados supervivientes. Cierto número de ellos se ahogaron. Los otros, o bien nadaron alejándose, o trataron de subir a bordo del Hadji. Estos volvieron a caer al agua con sus dedos cortados o aplastados.

Algo golpeó la cubierta junto a Burton, y luego otra cosa se le enredó. Se volvió y dio un tajo a la cuerda de piel que se le había agarrado al cuello. Saltó a un costado para evitar otra, y dio un salvaje tirón a una tercera, arrastrando al hombre del

otro extremo sobre la borda. El hombre, aullando, cayó y golpeó la cubierta del

Hadji con su hombro. Burton le hundió el rostro con el hacha.

Por aquel entonces, saltaban sobre ellos hombres desde las cubiertas de ambas goletas, y por todas partes caían cuerdas. El humo y las llamas se unían a la

confusión, aunque quizá ayudasen más a los tripulantes del Hadji que a los que lo

abordaban.

Burton gritó a Alice que tomara a Gwenafra y saltasen al Rio. No pudo hallarla, y después tuvo que parar el golpe de un enorme negro que llevaba una lanza. El hombre parecía haber olvidado cualquier orden que tuviera de capturarlo con vida. Parecía querer matarlo. Burton apartó de un golpe la corta lanza y giró, golpeando el cuello del negro. Continuó su giro, notó un agudo dolor en sus costillas y otro en el hombro, pero derribó a dos hombres más, y luego cayó al agua. Se hundió entre la goleta y el Hadji. Descendió profundamente, soltó el hacha, y se sacó el estilete de la funda. Cuando emergió de nuevo, vio que un hombre alto, de mejillas prominentes y pelirrojo, estaba alzando a la ululante Gwenafra por encima de él

con ambas manos. Luego la lanzó muy lejos, al agua.

Burton se zambulló de nuevo y, al salir, vio el rostro de Gwenafra a poca distancia del suyo. Estaba gris, y sus ojos apagados. Luego vio como la sangre oscurecía el

agua alrededor de ella. Desapareció antes de que pudiese llegar a su lado. Buceó

para buscarla, la asió, y la llevó de nuevo a la superficie. Tenía clavada en la espalda una punta de pez cornudo.

Soltó su cuerpo. No sabía por qué el hombre la había matado, cuando podría haberla aprisionado con facilidad. Quizá Alice la había acuchillado, y el hombre

había pensado que ya no servía para nada, así que la había lanzado por la borda, a los peces.

Un cuerpo emergió del humo, seguido de otro. Un hombre estaba muerto con el

cuello roto, el otro vivo. Burton rodeó con su brazo el cuello del hombre y le clavó

el estilete en la juntura entre la mandíbula y la oreja. El hombre dejó de luchar y se hundió en las profundidades.

Frigate saltó fuera del humo, con su rostro y hombros ensangrentados, golpeó el

agua en un ángulo, y se hundió profundamente. Burton nadó hacia él para

ayudarlo. No tenía utilidad el regresar a la embarcación. Estaba repleta de cuerpos en lucha, y las otras canoas y botes se aproximaban.

La cabeza de Frigate se alzó sobre el agua. Su piel estaba blanca allá donde la sangre no la cubría. Burton nadó hacia él y le preguntó:

¿Escaparon las mujeres?

Frigate agitó la cabeza y luego dijo:

¡Cuidado!

Burton se inclinó para zambullirse. Algo le golpeó en las piernas. Siguió bajando, pero no pudo llevar a cabo su intención de ahogarse. Lucharía hasta que tuvieran que matarlo.

Al subir, vio que el agua estaba repleta de hombres que habían saltado tras él y

Frigate. El estadounidense, semiinconsciente, estaba siendo remolcado a una canoa. Tres hombres se acercaron a Burton; golpeó a dos, pero entonces un hombre de un bote se inclinó con un palo y le golpeó en la cabeza.