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Chapter 18 - A Vuestros Cuerpos Dispersos CAPITULO XVII

Los días que siguieron fueron muy atareados. Un somero censo indicó que al menos la mitad de los veinte mil habitantes del pequeño reino de Goering habían sido muertos, heridos gravemente, aprisionados por los onondaga o habían huido. El romano Tulio Hostilio había, aparentemente, escapado. Los supervivientes eligieron un gobierno provisional. Targoff, Burton, Spruce, Ruach y otros dos formaron un comité ejecutivo con unos poderes considerables, pero temporales. John de Greystock había desaparecido. Se le había visto al inicio de la batalla, y luego se había esfumado.

Alice Hargreaves se trasladó a la cabaña de Burton sin decir una palabra acerca del cómo o el porqué.

Más tarde, le explicó:

Frigate dice que si todo el planeta se ha construido como las áreas que hemos visto, y no hay razón alguna para creer que no sea así, entonces el Río debe de

tener al menos treinta y cinco millones de kilómetros de largo. Es increíble, pero

también lo es nuestra resurrección, y todo lo de este mundo. Por otra parte, debe de haber de treinta y cinco a treinta y seis mil millones de personas viviendo a lo largo del Río. ¿Qué posibilidad tengo de hallar jamás a mi esposo de la Tierra?

»Además, te amo. Sí, sé que no he actuado como si te amase, pero algo ha cambiado en mí. Quizá la causa sea todo aquello por lo que he pasado. No creo que te hubiera amado en la Tierra. Quizá me hubiera sentido fascinada, pero también me hubiera sentido repelida, tal vez asustada. No hubiera podido ser una buena esposa tuya allá. Aquí, sí puedo. Mejor dicho, seré una buena compañera para ti, dado que no parece haber ninguna autoridad o institución religiosa que pueda casarnos. Eso en sí mismo muestra cómo he cambiado. El que pueda vivir tranquilamente con un hombre con el que no estoy casada...! Bueno, así son las cosas.

Ya no vivimos en la era victoriana -le contestó Burton-. ¿Cómo podríamos llamar a esta era actual... la Era Mezclada? ¿La Edad de la Mezcla? Al final, resultará ser la Cultura del Rio, el Mundo Ribereño, o, más bien, muchas Culturas del Río.

Siempre que dure -dijo Alice-. Comenzó repentinamente, puede terminar de la misma manera inesperada y súbita.

Ciertamente, pensó Burton, el verde río y la llanura herbosa y las boscosas colinas

y las inescalables montañas no parecían una visión impalpable. Eran sólidas, reales, tan reales como los hombres que caminaban ahora hacia él: Frigate, Monat, Kazz y Ruach. Salió de la cabaña y los saludó.

Kazz comenzó a hablar:

Hace mucho tiempo, antes de que hablase bien el inglés, vi algo. Traté de decírtelo entonces, pero no me comprendiste. Vi a un hombre que no tenía esto en la frente.

Señaló el centro de su propia frente, y luego la de los demás.

Sé -continuó Kazz- que no puedes verlo. Pete y Monat tampoco. Nadie más puede verlo. Pero yo lo veo en la frente de todos, excepto en la de aquel hombre

que traté de atrapar, hace mucho. Luego, un día, vi a una mujer que no lo tenía,

pero no os dije nada. Ahora he visto a una tercera persona que no lo tiene.

Quiere decir -explicó Monat- que es capaz de divisar ciertos símbolos o caracteres en la frente de todos y cada uno de nosotros. Sólo puede verlos a la luz del sol muy brillante y bajo un cierto ángulo, pero todo el mundo que jamás haya

visto ha tenido esos símbolos... excepto los tres que ha mencionado.

Debe de ser capaz de ver un poco más allá en el espectro que nosotros - intervino Frigate-. Evidentemente, quien fuera que nos marcase con el símbolo de

la bestia, o como quiera llamársele, no conocía esta habilidad especial de la especie de Kazz. Lo que muestra que Ellos no son omniscientes.

Evidentemente -dijo Burton-. Ni infalibles. De lo contrario, jamás me hubiera despertado en aquel lugar antes de ser resucitado. Bien, ¿y quién es esa persona

que no tiene símbolo en su piel?

Habló con calma, pero su corazón latía con rapidez. Si Kazz tenía razón, quizá hubieran detectado a un agente de los seres que habían devuelto a la vida a toda la especie humana. ¿Serían Ellos dioses disfrazados?

Robert Spruce -dijo Frigate.

Antes de llegar a ninguna conclusión -dijo Monat-, no olvidemos que esta omisión puede haber sido accidental.

Eso lo averiguaremos -dijo ominosamente Burton-. Pero, ¿por qué esos símbolos? ¿Por qué hemos tenido que ser marcados?

Probablemente para identificación o numerado -dijo Monat-. ¿Quién puede saberlo, excepto quienes nos colocaron aquí?

Vamos a ver a Spruce -dijo Burton.

Primero tendremos que cazarlo -replicó Frigate-. Kazz cometió la equivocación de mencionarle que conocía lo de los símbolos. Lo hizo esta mañana, durante el desayuno. Yo no estaba allí, pero los que estaban dijeron que Spruce se puso muy

pálido. Unos minutos más tarde se excusó, y no se le ha visto desde entonces.

Hemos enviado grupos de búsqueda arriba y abajo del Río, al otro lado del Rio, y también a las colinas.

Su huida es una admisión de culpa -dijo Burton.

Estaba irritado. ¿Era el hombre una especie de ganado marcado para algún propósito siniestro?

Aquella tarde, los tambores anunciaron que Spruce había sido atrapado. Tres horas

más tarde se hallaba en pie frente a la tabla del consejo, en el recién construido edificio de reuniones. Tras la tabla se sentaba el consejo. Las puertas estaban cerradas, pues los consejeros creían que aquello era algo que podía ser realizado más eficientemente sin la presencia de una multitud. No obstante Monat, Kazz y Frigate estaban también presentes.

Vale la pena que empecemos diciéndote -comenzo Burton- que hemos decidido ir hasta cualquier extremo con tal de lograr arrancarte la verdad. Va en contra de los principios de todos los que nos hallamos en esta mesa el recurrir a la tortura. Despreciamos y odiamos a quienes recurren a la tortura, pero creemos que ésta es una de esas ocasiones en que los principios deben ser olvidados.

Los principios nunca deben ser olvidados -dijo con calma Spruce-. En fin nunca justifica los medios. Incluso cuando el mantener los principios signifique la derrota, la muerte, y el permanecer en la ignorancia.

Hay demasiadas cosas en juego -replicó Targoff-. Yo, que he sido víctima de hombres sin principios; Ruach, que ha sido torturado varias veces; los otros; todos

estamos de acuerdo. Usaremos contra ti el fuego y el cuchillo si es necesario.

Debemos conocer la verdad. Ahora dime, ¿eres uno de los responsables de esta resurrección?

Si me torturáis, no seréis mejores que Goering y los de su especie -dijo Spruce. Su voz estaba comenzando a quebrarse-. De hecho, seréis mucho peores, pues

estáis obligándoos a vosotros mismos a ser como ellos con el fin de alcanzar algo

que quizá ni siquiera exista. O, si existe, que quizá no valga el precio.

Dinos la verdad -le dijo Targoff-. No mientas. Sabemos que debes de ser un agente; quizá uno de los directamente responsables.

Hay un fuego ardiendo en esa piedra de ahí -dijo Burton-. Si no comienzas a

hablar en seguida, serás... Bueno, el asado que sufrirás será el menor de tus dolores. Soy toda una autoridad en los métodos de tortura chinos y árabes, y te aseguro que hay algunas formas muy refinadas de extraer la verdad. Y no tengo ningún reparo en poner mis conocimientos en práctica.

Spruce, pálido y sudoroso, dijo:

Si hacéis eso, quizá os estéis negando a vosotros mismos la vida eterna. Como mínimo, os hará retroceder mucho en vuestro camino, retrasará el objetivo final.

¿Qué es eso? -le replicó Burton. Spruce lo ignoró.

No podemos soportar el dolor -murmuró-. Somos demasiado sensibles.

¿Vas a hablar? -le preguntó Targoff.

Incluso la idea de la autodestrucción es dolorosa, y debe ser evitada excepto cuando sea absolutamente necesaria -musitó Spruce-. Y eso a pesar de que sé que viviré de nuevo.

Colocadlo sobre el fuego -dijo Targoff a los dos hombres que sujetaban a Spruce.

Un momento -intervino Monat-. Spruce, la ciencia de mi gente era mucho más avanzada que la de la Tierra, así que estoy más cualificado para presentar una hipótesis. Quizá pudiéramos evitarte el dolor del fuego, y el dolor de traicionar tu misión, si simplemente afirmases lo que te voy a decir. De esa forma, no estarías llevando a cabo una traición positiva.

Te escucho -dijo Spruce.

Mi teoría es que eres un terrestre. Perteneces a una edad cronológicamente muy posterior al año 2008. Debes de ser el descendiente de los pocos que sobrevivieron a mi onda barredora mortífera. A juzgar por la tecnología y la energía necesarias para reconstruir la superficie de este planeta en un vasto valle fluvial, tu tiempo debe de ser muy posterior al Siglo XXI. Como simple suposición, digamos el siglo cincuenta.

Spruce miró al fuego, y luego dijo:

Añádele dos mil años más.

Si este planeta es más o menos del tamaño de la Tierra, solo puede contener a un número limitado de personas. ¿Dónde están los otros, los que nacieron muertos,

los que murieron antes de tener cinco años, los imbéciles y los idiotas, y aquéllos

que vivieron después del Siglo XX?

Están en otro lugar -dijo Spruce. Miró de nuevo al fuego, y se le apretaron los labios.

Mi propia gente -dijo Monat -tenía la teoría de que llegaría un tiempo en que serían capaces de ver en su pasado. No entraré en detalles, pero parecía posible

que los acontecimientos pasados pudieran ser detectados y luego grabados. Naturalmente, el viaje temporal era una pura fantasía. Pero, ¿y si tu cultura fuera

capaz de hacer lo que nosotros solo llegamos a teorizar? ¿Y si habéis grabado a

cada ser humano que haya vivido alguna vez? ¿Localizado este planeta y construido el valle del Río? ¿Y si en algún lugar, quizá bajo la misma superficie del planeta, habéis usado la conversión de la energía en materia, y digamos que utilizado el

calor del núcleo en fusión de este mundo y las grabaciones para recrear los cuerpos

de los muertos en aquellos tanques? ¿Y si habéis utilizado técnicas biológicas para rejuvenecer los cuerpos y restaurar los miembros perdidos, para corregir cualquier defecto físico?

»Mi teoría es -continuó Monat- que habéis hecho nuevas grabaciones de los cuerpos recién creados, y las habéis almacenado en alguna gigantesca unidad de

memoria. Luego, habéis destruido los cuerpos de los tanques, recreándolos una vez

más a través de algún sistema de metal conductivo que también es utilizado para cargar los cilindros. Todos estos aparatos podrían estar enterrados bajo el suelo. Así, la resurrección habría tenido lugar sin necesidad de recurrir a métodos sobrenaturales.

»La gran pregunta es: ¿por qué?

Si vosotros tuviérais el poder de hacer todo eso, ¿no creeríais tener el deber ético de hacerlo? -preguntó a su vez Spruce.

Yo sí, pero solo resucitaría a los que se lo mereciesen.

¿Y si hubiera otros que no aceptasen tus criterios? -le preguntó Spruce-. ¿Crees realmente que eres lo bastante sabio y justo como para ser el juez? ¿Te colocarías al nivel de un dios? No, todos deben tener una segunda oportunidad, sin importar

lo bestiales, egoístas, bajos o estúpidos que hayan sido. Luego, todo queda en sus

manos...

Se quedó en silencio, como si lamentase su estallido y no quisiese decir más.

Además -dijo Monat-, quizá deseáseis hacer un estudio de la humanidad, tal como existió en el pasado. Desearíais grabar todos los lenguajes que habló el hombre, sus costumbres, sus filosofías, sus biografías. Para hacer esto,

necesitaríais agentes que se hiciesen pasar por resucitados y que se mezclasen con las gentes del Río para tomar notas, para observar, para estudiar. ¿Cuánto tiempo iba a llevar este estudio? ¿Un millar de años? ¿Dos? ¿Diez? ¿Un millón? ¿Y qué hay del destino final de todos nosotros? ¿Vamos a seguir aquí por siempre?

Estaréis aquí todo el tiempo que sea necesario para rehabilitaros -gritó Spruce-. Luego...

Cerró la boca, echó una desagradable mirada, y luego la abrió para decir:

Un contacto continuado con vosotros hace que incluso los más fuertes de entre nosotros tomemos vuestras características. Nosotros mismos debemos pasar por una rehabilitación. Ya en este momento, no me siento limpio...

Colocadlo sobre el fuego -dijo Targoff-. Obtendremos toda la verdad.

¡No, no lo haréis! -gritó Spruce-. ¡Debería haber hecho esto ya hace mucho!

¿Quién sabe lo que...?

Cayó al suelo, y su piel tomó una coloración gris azulada. El doctor Steinborg, uno de los consejeros, lo examinó, pero a todos les resultaba evidente que ya estaba muerto.

Mejor será que se lo lleve ahora mismo, doctor -dijo Targoff-. Hágale la disección. Esperaremos su informe.

Con cuchillos de piedra, sin productos químicos ni microscopios, ¿qué clase de informe pueden esperar? -dijo Steinborg-. Pero haré todo lo que pueda.

Se llevaron el cadáver. Burton dijo:

Me alegra que no nos obligara a admitir que estábamos marcándonos un farol. Si hubiera permanecido con la boca cerrada, nos hubiera derrotado.

Entonces, ¿no lo ibas a torturar en realidad? -preguntó Frigate-. Esperaba que tu amenaza no fuera cierta.

Si lo hubiera sido, iba a salir de aquí, y no volver a veros nunca a ninguno.

Naturalmente que no lo decíamos en serio -explicó Ruach-. Spruce hubiera tenido razón; no hubiéramos sido mejores que Goering. Pero hubiéramos podido

intentar otros métodos. Por ejemplo, el hipnotismo. Burton, Monat y Steinborg son

expertos en este campo.

El problema es que seguimos sin saber si conseguimos la verdad -dijo Targoff-. Pudo haber estado mintiendo. Monat le dijo algunas teorías, y, si estaban equivocadas, Spruce pudo haber querido liarnos mostrándose de acuerdo con

Monat. Creo que no podemos estar seguros.

Se pusieron de acuerdo en una cosa: la posibilidad de detectar a otro agente mediante la ausencia de símbolos en la frente debía de haber desaparecido. Ahora que Ellos, fueran quienes fuesen, sabían que los caracteres eran visibles para la especie de Kazz, tomarían las medidas adecuadas para evitar su detección. Steinborg regresó tres horas más tarde.

No hay nada que lo distinga de cualquier otro miembro de la especie homo sapiens. Excepto este pequeño artefacto.

Alzó una pequeña esfera negra y brillante del tamaño de una cabeza de fósforo.

Localicé esto en la superficie de la parte delantera del cerebro. Estaba unida a algunos nervios con unos cables tan delgados que solo podía verlos bajo un cierto

ángulo, cuando les daba la luz. Tengo la opinión de que Spruce se mató a si mismo

por medio de este artefacto, y que lo hizo, literalmente, deseando morir. De alguna forma, esta bolita convirtió en realidad su deseo de morir. Quizá reaccionó al pensamiento soltando un veneno que no puedo analizar con mis recursos -concluyó su informe, y pasó la esfera de mano en mano.

CAPITULO XVIII

Treinta días más tarde, Burton, Frigate, Ruach y Kazz regresaban de un viaje río arriba. Era justo antes del amanecer. Las frías y densas nieblas que se amontonaban hasta casi dos metros por encima del Rio, al final de la noche, giraban a su alrededor. No podían ver en ninguna dirección más allá de lo que

podía llegar un hombre fuerte con un buen salto. Pero Burton, de pie en la proa del bote de casco de bambú y un solo palo, sabía que estaban cerca de la orill~ Oeste.

Se hallaban junto al lugar en el que había poca profundidad y la corriente avanzaba

más lenta, y ya habían virado hacia babor desde el centro del río. Si sus cálculos eran correctos, debían de estar cerca de las ruinas del palacio de Goering. En cualquier momento esperaban ver una cinta de oscuridad más densa apareciendo entre las aguas oscuras, la orilla de aquel territorio que ahora llamaban hogar. El hogar, para Burton, siempre había sido un lugar desde el que partir más allá, un sitio en el que descansar, una fortaleza temporal en la que escribir un libro acerca de su última expedición, un refugio en el que sanar sus últimas heridas, una torre de vigilancia desde la que buscar nuevos territorios que explorar.

Así que, tan solo dos semanas después de la muerte de Spruce, Burton ya sentía la necesidad de ir a otro lugar que no fuera aquél en el que se hallaba. Había oído

rumores acerca de que se había descubierto cobre en la costa oeste, unos ciento

cincuenta kilómetros Río arriba. Era en una extensión de la costa de no más de veinte kilómetros, habitada por sármatas del Siglo V antes de Jesucristo y frisones del Siglo XIII.

Burton no creía realmente que la historia fuera cierta... pero le daba una excusa para viajar. Ignorando las súplicas de Alice para que la llevase consigo, partió.

Un mes más tarde, y tras algunas aventuras, no todas ellas desagradables, ya casi estaban en casa. La historia no había sido totalmente carente de fundamento.

Había cobre, pero en cantidades inapreciables. Así que los cuatro se habían metido en el bote para un fácil viaje a favor de la corriente, y con su vela empujada por el

incesante viento. Viajaban durante el día, y atracaban el bote a las horas de comer, allá donde hubiera gente amistosa a la que no le importase que los extraños usasen

sus piedras de cilindros. De noche, o bien dormían entre gentes amigas, o, de

hallarse en aguas hostiles, seguían navegando en la oscuridad.

La última parte de su viaje fue realizada tras la puesta del sol. Antes de llegar a casa, tenían que pasar por la sección del valle en la que vivían indios mohawks del

Siglo XVIII, ansiosos de esclavos, en un lado, y cartagineses del Siglo III antes de

Jesucristo, igualmente ambiciosos, en el otro. Habiéndose deslizado a cubierto de la niebla, ya casi estaban en casa.

Bruscamente, Burton dijo:

Ahí está la orilla. ¡Pete, baja el mástil! ¡Kazz, Lev, remos hacia atrás! ¡Vamos ya! Unos minutos más tarde habían tocado tierra y sacado totalmente del agua el ligero navío, subiéndolo por la suave pendiente de la costa. Ahora que ya habían salido de la niebla, podían ver cómo el cielo palidecía por encima de las montañas del este.

¡A esto le llamo yo una buena navegación a ciegas! -exclamó Burton-. Estamos a diez pasos de la piedra de cilindros cercana a las ruinas.

Contempló las chozas de bambú dispersas por la llanura, y los edificios que se divisaban entre las altas hierbas y bajo los gigantescos árboles de las colinas.

No se veía a una sola persona. El valle estaba dormido.

¿No os parece extraño que no se haya levantado aún nadie? -dijo-, ¿o que no hayamos sido interpelados por los centinelas?

Frigate señaló hacia la torre de vigía situada a su derecha. Burton maldijo y exclamó:

¡Por Dios, están dormidos o han desertado de su puesto!

Pero, mientras hablaba, sabía que aquél no era un caso de abandono del deber. Aunque no había dicho nada a los otros, desde el primer momento en que había

saltado a tierra había estado seguro de que algo iba muy mal. Comenzó a correr a

través de la llanura hacia la cabaña en la que vivía con Alice.

Estaba durmiendo en la cama de bambú y hierba del costado derecho del edificio. Solo se veía su cabeza, pues estaba acurrucada bajo una manta de toallas unidas las unas a las otras mediante cierres magnéticos. Burton apartó la manta, se

arrodilló junto a la baja cama, y alzó a Alice hasta sentarla. La cabeza de ésta cayó

hacia adelante, y sus brazos colgaron inertes. Pero tenía un color saludable y respiraba normalmente.

Burton pronunció tres veces su nombre. Ella siguió durmiendo. Abofeteó con fuerza sus mejillas; aparecieron rosetones en ellas. Parpadeó, pero siguió durmiendo.

Por aquel entonces, habían aparecido Frigate y Ruach.

Hemos mirado en algunas de las otras cabañas -dijo Frigate-. Todo el mundo

está dormido. He tratado de despertar a un par de personas, pero están totalmente noqueadas. ¿Qué es lo que pasa?

¿Quién te crees que tiene el poder necesario para hacer esto? -exclamó Burton-.

¡Spruce y su especie, sean quienes sean Ellos!

¿Por qué? -Frigate parecía asustado.

¡Me andan buscando! Deben de haber venido entre la niebla, haciendo que de alguna manera toda esta zona quedase dormida.

Un gas somnífero podría lograr eso con facilidad -explicó Ruach-. Aunque quizá una gente con los poderes de ellos tengan artilugios que ni siquiera podamos

imaginar.

¡Me andaban buscando! -gritó Burton.

Lo cual quiere decir, si es cierto, que Ellos quizá vuelvan esta noche -dijo

Frigate-. Pero ¿por qué iban a andar buscándote Ellos? Ruach replicó por Burton:

Porque él, según parece, fue la única persona que se despertó en la fase de prerresurrección. El porqué lo hizo es un misterio, pero es evidente que algo fue

mal. Quiza también sea un misterio para Ellos. Me inclino a pensar que Ellos habrán estado discutiendo eso, y finalmente se han decidido a venir aquí. Tal vez para

raptar a Burton con motivos de observación... o por algún objetivo más siniestro.

Posiblemente Ellos deseasen borrar de mi memoria todo lo que había visto en esa cámara de cuerpos flotantes -dijo Burton-. Una tal cosa no debe de estar fuera de las capacidades de su ciencia.

Pero le has contado esa historia a muchos -dijo Frigate-. No pueden seguir a

toda esa gente y quitarles el recuerdo de tu relato de sus mentes.

¿Iba a ser necesario eso? ¿Cuántos se creen lo que les cuento? A veces, incluso yo lo dudo.

Esta especulación no nos lleva a ningún sitio -intervino Ruach-. ¿Qué hacemos

ahora?

¡Richard! -gritó Alice, y se volvieron, para verla sentada y mirándoles. Durante algunos minutos, no lograron hacerle comprender lo que había pasado. Finalmente, ella dijo:

Así que por eso la niebla cubrió también el suelo.

Pensé que era extraño, pero naturalmente no tenía forma de saber lo que estaba sucediendo.

Buscad vuestros cilindros -dijo Burton-. Meted todo lo que queráis llevar en vuestras mochilas. Vamos a marcharnos ahora mismo. Quiero irme antes de que

los demás se despierten.

Los ya grandes ojos de Alice se agrandaron aún más.

¡Adónde vamos?

A cualquier lugar que no sea éste. No me gusta escapar, pero no puedo plantar cara y luchar con gente como ésa. No, si Ellos saben dónde estoy. No obstante, os diré lo que planeo hacer. Pienso hallar un extremo del Río. Debe tener un inicio y un fin, y debe haber una forma en que un hombre pueda llegar a sus fuentes. Si hay alguna forma en que hacerlo, yo la hallaré... podéis apostar vuestras almas a ello.

»Mientras tanto, Ellos me estarán buscando por cualquier lugar... espero. El hecho

de que no me hallasen aquí me hace pensar en que no tienen ningún método para localizar instantáneamente a una persona. Quizá nos hayan marcado como a ganado... -indicó los símbolos invisibles de su frente-. Pero incluso el ganado logra escapar. Y somos ganado con cerebro.

Se volvió hacia los otros.

Aceptaré gustoso que vengáis conmigo. De hecho, me sentiré muy honrado.

Iré a buscar a Monat -dijo Kazz-. No le gustaría que lo dejásemos atrás. Burton hizo una mueca y dijo:

¡El bueno de Monat! Odio hacerle esto, pero no se puede evitar: no puede venir

con nosotros. Es demasiado ostensible. Sus agentes no tendrían problema alguno para localizar a alguien con su aspecto. Lo lamento, pero no puede venir con nosotros.

En los ojos de Kazz aparecieron lágrimas, que luego corrieron por sus prominentes mejillas. Con voz ahogada, dijo:

Burton-naq, yo tampoco puedo ir. También yo tengo un aspecto diferente. Burton no vió cómo las lágrimas humedecían sus propios ojos.

Correremos con ese riesgo. Después de todo, debe de haber bastantes de tu especie por ahí. Al menos hemos visto treinta durante nuestros viajes.

Pero hasta ahora ninguna hembra, Burton-naq -le replicó tristemente Kazz. Luego sonrió-. Quizá hallemos una cuando vayamos a lo largo del río.

Pero con la misma rapidez perdió su sonrisa:

No, maldita sea, no voy. No puedo hacer daño a Monat. Los otros piensan que él y yo somos feos y damos miedo. Así que nos hemos convertido en buenos amigos. No es mi naq, pero casi. Me quedo.

Se acercó a Burton, lo asió con un abrazo que hizo que el aliento se le escapase con

un fuerte jadeo, lo soltó, estrechó las manos de los otros, haciéndoles dar un respingo, luego dio la vuelta y se marchó.

Ruach, manteniendo en alto su mano paralizada, dijo:

Vas a un viaje estúpido, Burton. ¿Te das cuenta de que podrías navegar a lo largo de este río durante mil años y aún estar a un millón de kilómetros o más del

final? Yo me quedo. Mi gente me necesita. Además, Spruce dejó bien claro que

debíamos buscar la perfección espiritual y no luchar con Ellos, que nos han dado una nueva oportunidad.

Los dientes de Burton destellaron blancos en su oscuro rostro. Hizo girar su cilindro como si fuera un arma.

No pedí ser colocado aquí, como tampoco pedí nacer en la Tierra. ¡No pienso

inclinarme ante los decretos de nadie! Pienso hallar el final del Río. ¡Y, si no lo logro, al menos me habré divertido y aprendido mucho en el camino!

Por aquel entonces, la gente comenzaba ya a salir tambaleante de sus chozas, bostezando y frotándose sus pesados ojos. Ruach no les prestó atención;

contempló la embarcación mientras alzaba la vela, se ponía contra el viento, e iniciaba su marcha a través del Río, contra la corriente. Burton manejaba el timón;

se volvió en una ocasión, e hizo girar el cilindro de forma que el sol se reflejó en él

con múltiples destellos.

Ruach pensó que Burton se sentía verdaderamente feliz por haberse visto forzado a tomar aquella decisión. Ahora podría evadirse a las pesadas responsabilidades que

surgían de tener que gobernar aquel pequeño estado, y podría hacer lo que

quisiese. Podría iniciar la más grande de todas sus aventuras.

Supongo que será lo mejor -murmuró para sí mismo Ruach-. Un hombre puede hallar la salvación en el camino, si lo desea, tal como la puede hallar si se queda en casa. Depende de él. Mientras tanto, yo, como el personaje de Voltaire... ¿cómo se

llamaba...? las cosas terrenales comienzan a abandonar mi mente... Bueno, como

él, seguiré cultivando mi propio pequeño jardín.

Hizo una pausa para mirar con algo de añoranza hacia Burton.

¿Quién sabe? Quizá algún día se encuentre con Voltaire. Suspiró y luego sonrió.

¡Por otra parte, quizá Voltaire venga algún día a verme!