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Chapter 44 - cap. 10

Una hora después, me había arreglado y había comido unas galletas Graham untadas con queso crema, limpiado la cocina y visto un poco de televisión. En una esquina oscura de mi mente, no había podido olvidar el mensaje advirtiéndome que me quedara en casa. Había sido más fácil tomarlo como una llamada equivocada o una broma cuando estaba sana y salva dentro del coche de Vee, pero ahora que estaba sola, no me sentía para nada segura.

Consideré poner algo de Chopin para romper el silencio, pero no quería incapacitar mi oído. En estos momentos lo último que necesitaba era tener a alguien acercándose sigilosamente a mis espaldas...

—¡Tienes que sobreponerte! —me ordené a mi misma. Nadie te está espiando...

Después de un rato, cuando ya no había nada bueno en la TV, subí a mi habitación. Mi cuarto estaba, prácticamente limpio, así que ordené mi clóset por bien color, tratando de mantenerme ocupada para no estar tentada a quedarme dormida. Nada me haría tan vulnerable como quedarme media inconciente, y quería atrasarlo tanto como me fuese posible. Le quité el polvo a la superficie de mi buró, después ordené alfabéticamente mis libros. Me seguía diciendo a mí misma de que nada malo iba a pasar. Probablemente, mañana al amanecer me despertaría dándome cuenta de lo ridículamente paranoica que había sido.

Y sin embargo, ¿qué tal si el mensaje era de alguien que quería cortarme la garganta mientras dormía? En una noche escalofriante como esta, nada estaba lejos de creerse.

Un rato después, me desperté en la oscuridad. Las cortinas en el lado más alejado del cuarto se inflaban cuando el ventilador volteaba hacia ellas. La temperatura del aire estaba demasiado cálida, y mi ajustada camiseta sin mangas y las Pantaletas se me pegaban en la piel, pero estaba demasiado absorta previendo lo peor para siquiera pensar en romper la ventana. Mirando a ambos lados, parpadeé hacia los números de mi reloj; faltaba poco para que dieran las tres.

Un furioso martilleo retumbaba a través del costado derecho de mi cráneo, y mi ojo estaba cerrado por la hinchazón. Encendiendo todas las luces de la casa, caminé descalza lentamente hacia al refrigerador y armé un paquete de hielo con cubitos de hielo y una bolsa Ziploc. Me atreví a mirarme al espejo del baño y gruñí. Un moretón de un fuerte púrpura y rojo floreaban desde mi ceja hasta mi pómulo.

—¿Cómo pudiste dejar que esto pasara? —, le pregunté a mi reflejo—¿Cómo permitiste que Marcie te golpeara?

Saqué las últimas dos cápsulas de Tylenol del envase que se encontraba en el botiquín con espejo, me las tragué, y después me hice un ovillo en la cama.

El hielo escocía la piel alrededor de mi ojo y me causaba escalofríos. Mientras esperaba a que me hiciera efecto el analgésico, batallé con la imagen mental de Marcie subiéndose al Jeep de Patch. La imagen se reproducía, se rebobinaba, y se volvía a reproducir. Di vueltas en la cama, incluso doblé la almohada sobre mi cabeza para sofocar la imagen, pero bailaba fuera de mi alcance, burlándose de mí.

Lo que debió haber sido una hora después, mi cerebro se desgastó pensando en todas las ingeniosas maneras en las que me gustaría matar a Marcie y a Patch, y volví a caer dormida.

Me desperté al sonido de una cerradura girando.

Abrí los ojos, pero mi visión estaba confusa por el mismo blanco y negro de mala calidad de cuando soñé mi ida a Inglaterra, hace demasiados años.

Traté de parpadear para despejarla y poder ver bien otra vez, pero mi mundo permaneció con el color del humo y hielo.

Abajo, la puerta principal se abrió fácilmente con un crujido grave. No esperaba a mi mamá sino hasta el siguiente sábado en la mañana, lo que significaba que era alguien más. Alguien que no pertenecía acá.

Lancé una mirada alrededor del cuarto en busca de algo que pudiese usar como un arma. Unos cuantos marcos pequeños estaban colocados en la mesita de noche, junto con una lámpara barata de la farmacia.

Unos pasos andaban suavemente por el piso de madera del vestíbulo.

Segundos después, estaban en las escaleras. El intruso no se detuvo para escuchar señales de que había sido oído. Él sabía exactamente hacia donde se dirigía. Rodando silenciosamente fuera de la cama, alcancé mis medias que estaban tiradas en el piso. Las tensé entre mis manos y presioné mi espalda en la pared junto a la puerta de mi habitación, un pegajoso sudor moldeándose sobre mi piel. Todo estaba tan silencioso que incluso podía escucharme a mí misma respirar.

Él caminó a través del corredor, y até una media alrededor de su cuello, tirando de él tan fuerte como podía. Hubo un momento de lucha antes de quemi propio peso me propulsara hacia delante, y entonces me encontré cara a cara con Patch. Él miró desde las medias que me había confiscado hacia mí.

—Quieres explicar, ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté con la respiración agitada. Até cabos— ¿Fue tu mensaje el de hace rato? ¿Fuiste tú quien me dijo que me quedase en casa? ¿Desde cuándo tienes un número privado?

—Tenía que conseguir una nueva línea. Algo más seguro.

No quería saber. ¿Qué clase de persona necesitaba toda esta discreción? ¿A quién temía Patch de que escuchase sus llamadas? ¿A los arcángeles?

—¿Se te ocurrió siquiera golpear? —pregunté, mi pulso aún martillando—. Pensé que eras otra persona.

—¿Esperabas a otra persona?

—¡De hecho sí! —un psicópata que enviaba mensajes de texto diciéndome que me volviese un poco más accesible.

—Son más de las tres —dijo Patch—. Quien sea que estés esperando, no puede ser tan emocionante; te dormiste —Sonrió—. Sigues durmiendo—. Pareció satisfecho al decirlo. Tal vez incluso tranquilo, como si algo a lo que le hubiese estado dando vueltas hubiera salido bien.

Parpadeé. ¿Seguía durmiendo? ¿De qué estaba hablando? Un momento. Por supuesto. Eso explicaba porqué el color estaba desvanecido, y aún seguía viendo en blanco y negro. Patch no estaba realmente en mi cuarto; estaba en mi sueño. Pero, ¿estaba soñando sobre él, o él sabía que estaba aquí? ¿Estábamos compartiendo el mismo sueño?

—Para tu información, me quedé dormida esperando a... Scott. —No tenía ni idea de porqué dije eso, solo que mi boca se interpuso en el camino de mi cerebro.

—Scott —repitió.

—No empieces. Ví a Marcie subiéndose a tu Jeep.

—Necesitaba un aventón.

Adopté la pose de "manos a la cadera".

— ¿Qué tipo de aventón?

—No ese tipo de aventón —dijo lentamente.

—¡Oh, claro! ¿De qué color era su tanga? —Era una prueba, y realmente esperaba que la fallase.

Él no respondió, pero una mirada a sus ojos me dijo que no la había fallado.

Me dirigí hacia la cama, tomé una almohada, y se la arrojé. Él se hizo a un lado, y la almohada se derrumbó contra la pared.

—Me mentiste —dije— ¡Me dijiste que no había nada entre tú y Marcie, pero cuando dos personas no tienen nada entre ellos, no intercambian armarios, y no se suben a los coches de cada uno, tarde en la noche, vestidos en lo que podría pasar por lencería! —Pronto me di cuenta de mis propias ropas, o la falta de ellas. Me paré frente a Patch con nada más que un top de tirantes y unos pantalones cortos. Bueno, no podía hacer mucho al respecto ahora, ¿cierto?

— ¿Intercambiar armarios?—preguntó Patch.

— ¡Ella estaba usando tu gorra! —exclamé.

—Su cabello no tuvo un buen día.

Mi quijada cayó.

—¿Fue eso lo que te dijo? ¿Y te lo creíste?

—No es tan mala como tú la haces ver.

Él no acababa de decir eso. Me puse un dedo en el ojo.

—¿No es tan mala?, ¿Ves esto? ¡Ella me lo hizo! ¿Qué estás haciendo aquí? —volví a preguntar, mi ira estaba hirviendo al máximo.

Patch se apoyó en el escritorio y cruzó los brazos.

—Pasé a ver cómo estabas.

—De nuevo, tengo un ojo morado, gracias por preguntar —solté.

—¿Necesitas hielo?

—¡Necesito que te largues de mi sueño! —arranqué una segunda almohada de la cama y se la aventé violentamente. Esta vez, la atrapó.

—Fuíste a Devil's Handbag, un ojo morado viene con la entrada. — Empujó la almohada de vuelta a mí, como si estuviese puntualizando su opinión.

—¿Estás defendiendo a Marcie?

Él sacudió su cabeza

—No necesito hacerlo. Ella puede cuidarse por sí misma. Tú, por otro lado...

Apunté la puerta.

—Fuera.

Como no se movió, caminé de nuevo hacia él y lo azoté con la almohada.

—¡Dije que te largaras de mi sueño, mentiroso, traidor...!

Me quitó la almohada y me hizo caminar en reversa hasta que me topé con la pared, sus botas de motociclista rozando mis dedos. Estaba tomando aliento para terminar mi oración e insultarlo de la peor manera posible, cuando Patch tiró de la tira elástica de mis bragas y me jaló aún más cerca. Sus ojos eran negro líquido, su respiración suave y profunda. Me quedé parada de ese modo, suspendida entre él y la pared, mi pulso acelerándose mientras me volvía más conciente de su cuerpo y de la masculina esencia de cuero y menta persistente en su piel. Sentí que mi resistencia comenzaba a decaer.

De pronto, y sin hacerle caso a nada más que a mi propio deseo, enredé mis dedos en su camisa y lo jalé hacia mí. Se sentía tan bien tenerlo tan cerca otra vez. Lo extrañaba tanto pero no me había dado cuenta de cuánto hasta este momento.

—No hagas que me arrepienta de esto —dije, sin aliento.

—No te has arrepentido de mí ni una vez.

Me besó, y yo respondí de una manera tan hambrienta que pensé mis labios se magullarían. Hice subir mis dedos hasta su cabello, atrayéndolo aún más cerca. Mi boca estaba sobre la suya, caótica, salvaje y hambrienta. Todas las desastrosas y complicadas emociones por las que había pasado desde que habíamos roto se esfumaron, mientras me ahogaba en la loca y compulsiva necesidad de estar con él.

Sus manos estaban debajo de mi blusa, deslizándose expertamente desde mi espalda hasta sostenerme contra él. Estaba atrapada entre la pared y su cuerpo, manejando torpemente los botones de su camisa, mis nudillos rozando el sólido músculo que había debajo de ella.

Le saqué la camisa por los hombros, aporreando la puerta en mi cerebro, lo que me advirtió que estaba cometiendo un gran error. No quería escucharme, porque le tenía miedo a lo que iba a encontrar en el otro lado. Sabía que me estaba exponiendo a más dolor, pero no podía resistirlo. En todo lo que podía pensar era que si Patch estaba realmente en mi sueño, esta noche podría ser nuestro pequeño secreto. Los arcángeles no podían vernos. Aquí, sus reglas eran como humo. Podíamos hacer cualquier cosa que queramos, y ellos no se enterarían. Nadie lo haría.

Patch me encontró a medio camino, liberando sus brazos de las mangas y tirando la camisa a un lado. Deslicé mis manos a lo largo de sus perfectamente esculpidos músculos, lo que envió una onda de locura a través de mí. Sabía que él no podía sentir nada físicamente, pero me dije a mí misma que era amor lo que lo estaba guiando. Su amor por mí. No me permití pensar en su incapacidad de sentir mi toque, o en qué tan poco significaba este encuentro para él. Simplemente lo deseaba. Ahora.

Me levantó, y enredé mis piernas alrededor de su cintura. Ví su mirada dirigirse a la cómoda, después a la cama, y mi corazón brincó con deseo. Todo pensamiento racional me había abandonado. Lo único que sabía era que haría lo imposible por aferrarme a este enorme trastorno. Todo estaba pasando demasiado rápido, pero la salvaje certeza de lo que venía a continuación fue un bálsamo para la fría y destructiva ira que había estado hirviendo en la superficie en estas últimas semanas. Fue el último pensamiento que registré antes de que la yema de mi dedo rozara el lugar en donde sus alas se conectaban con su espalda. Antes de que pudiera detenerlo, fui absorbida dentro de sus memorias en un santiamén.

El olor a cuero, y su sensación suave y resbalosa contra la parte de debajo de mis muslos, me indicaron que estaba dentro del Jeep de Patch incluso antes de que mis ojos se acabaran de adaptar por completo a la oscuridad. Estaba en el asiento trasero, con Patch detrás del volante y Marcie en el asiento del copiloto. Ella estaba usando el mismo vestido sedoso y las botas altas en las que la había visto hacían menos de tres horas.

Esta noche, entonces. La memoria de Patch me había llevado a unas cuantas horas atrás.

—Arruinó mi vestido —dijo Marcie, tomando la tela que colgaba en sus piernas— Ahora muero de frío, y apesto a refresco de cereza.

—¿Quieres mi chaqueta? —preguntó Patch, los ojos viendo al camino.

—¿Dónde está?

—En el asiento de atrás.

Marcie se desabrochó el cinturón de seguridad, puso una rodilla sobre la consola, y tomó la chaqueta de Patch que estaba en el asiento junto a mí.

Cuando miró al frente otra vez, tiró de su vestido por encima de su cabeza y lo tiró al piso, a sus pies. Sin contar su ropa interior, estaba completamente desnuda.

Hice un pequeño sonido ahogado de mi garganta.

Ella pasó sus brazos por la chaqueta de Patch y le subió el cierre.

—A la siguiente, dobla a la izquierda —ordenó.

—Sé el camino a tu casa —dijo Patch, manteniendo derecho el Jeep.

—Pero no quiero ir a casa. Dentro de dos cuadras, dobla a la izquierda. 

Pero dentro de dos cuadras, Patch siguió derecho.

—Bueno, no eres para nada divertido —dijo Marcie, haciendo un puchero cansado— ¿No tienes ni un poco de curiosidad del lugar al que quería llevarnos?

—Es tarde

—¿Estás rechazándome? —preguntó con timidez.

—Voy a dejarte, después regresaré a mi casa.

—¿Por qué no puedo ir?

—Tal vez algún día —dijo Patch.

Oh, ¿en serio? Quería golpear a Patch. ¡Eso es más de lo que yo he conseguido!

—Eso no es muy específico —dijo Marcie con una sonrisa falsa, subiendo sus tacones al tablero, enseñando pulgadas de su piel. Patch no dijo nada.

—Mañana en la noche, entonces —dijo Marcie. Se detuvo y después continuó, usando un tono aterciopelado— No es como si tengas otro lugar donde ir. Sé que Nora rompió contigo. Las manos de Patch oprimieron con fuerza el volante. —Escuché que ahora está con Scott Parnell. Ya sabes, el chico nuevo. Es lindo, pero te cambió por menos.

—Realmente no quiero hablar de Nora.

—Bien, porque yo tampoco. Quiero hablar de nosotros.

—Pensé que tenías novio.

—La palabra clave en esa oración es "tenía".

Patch dobló a la derecha, rebotando el Jeep frente a la entrada de la casa de Marcie. No apagó el motor.

—Buenas noches, Marcie.

Ella se quedó en su asiento, después, rió.

— ¿No vas a acompañarme a la puerta?

—Eres una chica fuerte y capaz.

—Si mi papá está observando, no estará contento —dijo, extendiendo el brazo para acomodar el cuello de Patch, su mano demorándose un poco más de lo apropiado.

—No está observando.

— ¿Cómo lo sabes?, preguntó Marcie.

—Confía en mí.

Marcie bajó la voz aún más, cálida y suave.

—¿Sabes? Realmente admiro tu fuerza de voluntad. Me mantienes adivinando, y eso me gusta. Pero te voy a dejar algo en claro: no estoy buscando una relación. No me gustan las cosas complicadas ni revoltosas. No quiero herir sentimientos, señales confusas, ni celos; sólo quiero divertirme. Busco diversión... Piénsalo.

Patch se giró a mirar a Marcie por primera vez.

—Lo tendré en mente.

Desde su perfil, ví a Marcie sonreír. Se inclinó a través de la consola y le dio a Patch un suave y ardiente beso. Él comenzó a retroceder, después, se detuvo. En cualquier momento, hubiera podido romper el beso, pero no lo hizo.

—Mañana en la noche, entonces —murmuró Marcie, retrocediendo al fin—. En tu casa.

—Tu vestido —le dijo, señalando al montón húmedo a sus pies.

—Lo lavas y me lo das mañana en la noche —salió del Jeep y corrió hacia la entrada principal, en donde se escurrió dentro.

Mis manos se aflojaron alrededor del cuello de Patch. Me sentía demasiado aturdida por lo que había visto como para formar una palabra. Era como si me hubiese lanzado una cubeta de agua helada encima. Mis labios estaban hinchados por la rudeza de sus besos, y mi corazón estaba igual de inflamado.

Patch estaba en mi sueño. Lo estábamos compartiendo juntos. De alguna manera, era real. La idea en sí era escalofriantemente irreal, casi imposible, pero tenía que ser real. Si él no estaba aquí, si no se hubiese introducido silenciosa y sigilosamente en mi sueño, no hubiera podido tocar sus cicatrices y ser catapultada dentro de su memoria. Pero lo había hecho; la memoria era válida, viva, y muy real.

Patch pudo deducir por mi reacción que lo que sea que haya visto no podía haber sido bueno. Me tomó por los hombros, e hizo su cabeza para atrás para mirar al techo.

—¿Qué viste? —preguntó silenciosamente.

El sonido de mi corazón resonó entre nosotros.

—Besaste a Marcie —dije, mordiendo mi labio para evitar que las lágrimas se derramasen.

Él pasó sus manos por su cara, luego apretó el puente de su nariz.

—Dime que es un juego mental. Dime que es un truco. Dime que ella tiene algún tipo de poder sobre ti, que no tienes opción cuando se trata de estar con ella.

—Es complicado.

—No —dije, con una feroz sacudida de cabeza—. No me digas que es complicado. Ya nada es complicado; no después de todo por lo que hemos pasado. ¿Qué es lo que esperas conseguir de una relación con ella?

Sus ojos sacudieron mi mirada.

—No amor.

Un innegable vacío carcomió mis adentros. Todas las piezas se unieron, y finalmente entendí. Estar con Marcie era satisfacción barata.Autosatisfacción.

Realmente nos veía como conquistas. Era un mujeriego. Cada chica era un reto nuevo, una cita a corto plazo para ampliar sus horizontes. Encontraba éxito en el arte de la seducción. No le importaba el nudo ni el final de la historia; sólo el inicio. Y como todas las otras chicas, había cometido el gran error de haberme enamorado de él. En el momento en el que lo hice, él huyó. Bueno, nunca tendría que preocuparse de que Marcie le declarara su amor. El único amor que ella sentía era para sí misma.

—Me enfermas —dije, mi voz temblando acusadoramente.

Patch se agachó, los codos sobre las rodillas, el rostro enterrado en sus manos.

—No vine aquí a lastimarte.

—¿Y a qué viniste? ¿A tontear a espaldas de los arcángeles? ¿A lastimarme más de lo que ya lo has hecho? —no esperé respuesta. Alcanzando mi cuello, me arranqué la cadena plateada que me había dado días atrás. Se liberó de la parte trasera de mi cuello, con un chasquido lo suficientemente fuerte que debí haberme encogido, pero ya tenía mucho dolor como para notar un poco más.

Debí haberle dado la cadena el día en el que rompí con él, pero me di cuenta un poco tarde que, hasta este momento, aún tenía esperanza. Aún creía en nosotros. Me aferré a la creencia de que había una manera de hacer algún tipo de pacto con las estrellas para que Patch regresara conmigo. ¡Qué desperdicio!

Le arrojé la cadena.

—Y quiero mi anillo de vuelta.

Sus ojos oscuros permanecieron en mí un momento más, después se dobló y recogió su camisa.

—No.

—¿Cómo de que no? ¡Lo quiero de regreso!

—Tú me lo diste —dijo con calma, pero no con gentileza.

—¡Bueno, cambié de parecer! —mi rostro estaba encendido, mi cuerpo ardía de ira. Él se quería quedar con el anillo porque sabía lo mucho que significaba para mí. Quería quedárselo porque, a pesar de su ascenso a ángel guardián, su alma estaba tan oscura como el día en que lo conocí. Y el peor error que cometí fue haber sido una tonta al creer lo contrario.

—¡Te lo dí cuando fui lo suficientemente tonta como para creer que te amaba!

Extendí mi mano con brusquedad.

—Regrésalo. Ahora —No podía soportar que Patch se quedara con el anillo de mi papá. No se lo merecía. No merecía quedarse con el único recordatorio tangible que tenía del amor verdadero.

Ignorando mi petición, Patch salió del cuarto. Abrí los ojos. Encendí la lámpara, mi visión regresando a la normalidad. Me senté, un destello ardiente de adrenalina calentando mi cuerpo. Alcanzando mi cuello, tanteé en busca de la cadena de Patch, pero ésta no estaba allí. Barrí mi mano por las sábanas arrugadas, pensando en que se me había caído cuando estaba durmiendo.

Pero la cadena había desaparecido. El sueño había sido real. Patch había descubierto una manera de visitarme mientras dormía.