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Chapter 24 - Cuarta parte 04 - LOS COMERCIANTES (06)

Gorov fue liberado al decimotercer día, y doscientos cincuenta kilos del oro más amarillo ocuparon su lugar. Y con él fue liberada la abominación intocable y sujeta a cuarentena que era su nave.

Luego, igual que en el viaje de ida al sistema askoniano, en el viaje de vuelta fue acompañado por las pequeñas naves hasta los límites del sistema.

Ponyets contempló la pequeña mancha luminosa que era la nave de Gorov mientras la voz de éste llegaba hasta él, claramente por el compacto rayo antidistorsivo.

Decía:

Pero esto no es lo que yo quería, Ponyets. Un transmutador no lo logrará.

Además, ¿de dónde lo sacaste?

De ningún sitio explicó Ponyets con paciencia. Lo construí a partir de una cámara de irradiación de alimentos. En realidad, no sirve de nada. El consumo de energía resulta prohibitivo a gran escala o la Fundación usaría transmutación en vez de buscar metales pesados en toda la Galaxia. Es uno de los trucos establecidos que todos los comerciantes emplean, excepto que nunca había visto uno que transformara el hierro en oro antes de ahora. Pero impresiona, y funciona de momento.

Muy bien. Pero ese truco en particular no sirve de nada.

Te ha sacado de este sitio

asqueroso.

Eso no tiene nada que ver. Especialmente teniendo en cuenta que tengo que regresar en cuanto nos deshagamos de nuestra solícita escolta.

¿Por qué?

Tú mismo se lo explicaste a ese político tuyo. La voz de Gorov era cortante. Toda tu argumentación sobre la venta descansaba en el hecho de que el transmutador fuera un medio para alcanzar un fin, pero de ningún valor en sí mismo; que él comprara el oro, no la máquina. Fue una buena psicología, puesto que dio resultado, pero

¿Pero? apremió Ponyets blanda y obtusamente.

La voz del receptor se hizo más estridente.

Pero queremos venderles una máquina de valor en sí misma; algo que quisieran emplear abiertamente; algo que les obligara a aceptar nuestra técnica atómica por su propio interés.

Todo eso lo comprendo dijo Ponyets, amablemente. Me lo explicaste una vez. Pero piensa en lo que se deriva de mi venta, ¿quieres? Mientras ese transmutador funcione, Pherl acuñará oro; y funcionará el tiempo suficiente para permitirle comprar votos en las próximas elecciones. El gran maestre actual no durará mucho.

¿Cuentas con su gratitud?

preguntó Gorov, fríamente.

No cuento con su inteligente interés propio. El transmutador le consigue unas elecciones; otros mecanismos

¡No! ¡No! Tu premisa es falsa. No es en el transmutador en lo que confiará confiará en el buen oro antiguo. Eso es lo que estoy tratando de decirte.

Ponyets sonrió y se movió hasta adoptar una posición más cómoda. Muy bien. Ya había molestado bastante al pobre muchacho. Gorov empezaba a parecer enojado.

El comerciante dijo:

No tan deprisa, Gorov. No he

terminado. Hay otros artefactos de por medio en este asunto.

Hubo un corto silencio. Después, la voz de Gorov sonó cautelosa.

¿A qué artefactos te refieres? Ponyets hizo un gesto automática e

inútilmente.

¿Ves esa escolta?

Sí dijo Gorov concisamente. Háblame de los aparatos.

Lo haré si me escuchas. Es la flota particular de Pherl que nos está escoltando; un honor especial que le ha concedido el gran maestre. Se las arregló para sacarle eso al viejo.

¿Y qué?

¿Y dónde crees que nos lleva? A

sus propiedades mineras de las afueras de

Askone, allí es donde nos lleva.

¡Escucha! La voz de Ponyets se hizo súbitamente altiva. Te dije que me había metido en esto para hacer dinero, no para salvar mundos. Muy bien. He vendido ese transmutador por nada. Por nada excepto el riesgo de la cámara de gas, y eso no cuenta cuando hay que cumplir con la contribución.

Vuelve a las propiedades mineras, Ponyets. ¿Qué tienen que ver con el asunto?

Con las ganancias. Vamos a atiborrarnos de estaño, Gorov. Estaño para llenar hasta el último centímetro cúbico que esta vieja nave pueda

aprovechar, y luego algo más para la tuya. Yo bajaré con Pherl para recogerlo, viejo amigo, y tú me cubrirás desde arriba con todas las armas que tengas por si acaso Pherl no se ha tomado el asunto con tanta deportividad como ha querido dar a entender. Ese estaño es mi ganancia.

¿Por el transmutador?

Por todo mi cargamento de aparatos atómicos. A precio doble, más una bonificación. Se encogió de hombros, casi disculpándose. Admito que regateé, pero he conseguido cumplir con mi contribución, ¿no?

Gorov estaba evidentemente perdido. Preguntó, con voz débil:

¿Te importaría explicármelo?

¿Qué hay que explicar? Es evidente, Gorov. Mira, ese perro pensaba que me tenía cogido en una trampa porque su palabra valía más que la mía ante el gran maestre. Aceptó el transmutador. Eso era un crimen capital en Askone. Pero en cualquier momento podía decir que me había tendido una trampa con los motivos patrióticos más puros, y denunciarme como un vendedor de cosas prohibidas.

Eso era obvio.

Claro que sí, pero lo que allí estaba en juego no sólo era su palabra contra la mía. Verás, Pherl nunca ha oído hablar de una grabadora de microfilme; ni siquiera

concibe lo que es.

Gorov se echó a reír súbitamente.

Eso es dijo Ponyets. Él tenía las de ganar. Fui debidamente castigado. Pero cuando le puse a punto el transmutador con mi aspecto de perro apaleado, incorporé la grabadora al aparato y la quité al día siguiente para proyectarla. Obtuve una grabación perfecta de su sanctasanctórum, mientras él mismo, el pobre Pherl, manejaba el transmutador con todos los ergios del que éste disponía y se extasiaba ante la primera pieza de oro como si fuera un huevo que acabase de poner.

¿Le mostraste los resultados?

Dos días después. El pobre tonto

no había visto en su vida imágenes tridimensionales en color. Dice que no es supersticioso, pero si veo alguna vez a un adulto tan asustado, puedes llamarme paleto. Cuando le dije que tenía una copia en la plaza de la ciudad, dispuesta a ser exhibida ante un millón de fanáticos espectadores askonianos, que indudablemente lo harían pedazos, se puso a gemir de rodillas ante mí al cabo de medio segundo. Estaba dispuesto a hacer cualquier trato que yo quisiera.

¿Lo hiciste? La voz de Gorov era risueña. Quiero decir, ¿tenías dispuesta la proyección en la plaza?

No, pero eso no importa. Hizo el trato. Me compró todos los aparatos que

yo tenía, y todos los que tú tenías, por tanto estaño como pudiéramos transportar. En aquel momento, me creía capaz de cualquier cosa. El acuerdo consta por escrito y tendrás una copia antes de que baje con él, como precaución suplementaria.

Pero le has destrozado la vanidad

dijo Gorov. ¿Utilizará los aparatos?

¿Por qué no? Es la única forma que tiene de recuperar sus pérdidas, y si le sirven para hacer dinero, habrá salvado su orgullo. Y será el próximo gran maestre y el mejor hombre que podríamos tener a nuestro favor.

Sí dijo Gorov, ha sido una buena venta. Sin embargo, tienes una

técnica de ventas muy incómoda. No me extraña que te expulsaran del seminario.

¿No tienes sentido de la moral?

¿Cuál es la diferencia? replicó Ponyets sin inmutarse. Ya sabes lo que dijo Salvor Hardin sobre el sentido de la moral