Eskel Gorov dio una vuelta en su camastro y abrió un ojo cuando Limmar Ponyets entraba por la puerta sólidamente
reforzada. Se cerró de un portazo detrás de él. Gorov balbuceó y se puso en pie.
¡Ponyets! ¿Te han enviado?
Pura casualidad dijo Ponyets, amargamente, o bien la obra de mi malévolo demonio personal. Primero, te metes en un lío en Askone. Segundo, mi ruta de ventas, tal como sabe la Junta de Comercio, me lleva a cincuenta parsecs del sistema justo en el momento de ocurrir el número uno. Tercero, ya hemos trabajado juntos otras veces y la Junta lo sabe. ¿No lleva eso a una fácil e inevitable deducción? La respuesta encaja perfectamente como una llave en su propia cerradura.
Ten cuidado dijo Gorov, con voz
tensa. Debe de haber alguien escuchando. ¿Llevas un distorsionador de campo?
Ponyets señaló el adornado brazalete que le rodeaba la muñeca y Gorov se tranquilizó.
Ponyets miró a su alrededor. La celda no tenía muebles, pero era grande. Estaba bien iluminada y carecía de olores ofensivos. Dijo:
No está mal. Te tratan con miramientos.
Gorov hizo caso omiso de la observación.
Escucha, ¿cómo has llegado hasta aquí abajo? He estado en la soledad más absoluta durante casi dos semanas.
Desde que me puse en camino,
¿eh? Bueno, parece ser que el viejo pájaro que dirige esto tiene sus puntos flacos. Siente cierta debilidad por los discursos píos, así que he corrido un riesgo que ha dado resultado. Estoy aquí en calidad de consejero espiritual tuyo. Hay algo extraño en los hombres piadosos como él. Te cortará el cuello alegremente si eso le conviene, pero vacilará en dañar el bienestar de tu inmaterial y problemática alma. Es sólo una muestra de la psicología empírica. Un comerciante ha de saber un poco de todo.
La sonrisa de Gorov era sardónica.
Y también has estado en la escuela
teológica. Tienes toda la razón, Ponyets. Me alegro de que te hayan enviado. Pero el gran maestre no ama mi alma exclusivamente. ¿No ha mencionado un rescate?
El comerciante entornó los ojos.
Lo ha insinuado débilmente. Y también amenazó con la muerte por gas. He jugado sobre seguro y después me he evadido; era muy posible que fuera una trampa. Así que es extorsión, ¿verdad?
¿Qué es lo que quiere?
Oro.
¡Oro! Ponyets frunció el ceño.
¿El metal en sí? ¿Para qué?
Es su medio de intercambio.
¿De verdad? ¿Y dónde puedo yo
conseguir oro?
En cualquier sitio. Escúchame; es importante. No me pasará nada mientras el gran maestre tenga el olor de oro en su nariz. Prométeselo; tanto como quiera. Después vuelve a la Fundación, si es necesario, para buscarlo. Cuando yo esté libre, seremos escoltados hasta fuera del sistema, y entonces nos separaremos.
Ponyets le miró con desaprobación.
Y entonces volverás y lo intentarás de nuevo.
Mi misión es vender instrumentos atómicos a Askone.
Te alcanzarán antes de que recorras un parsec en el espacio. Supongo que ya lo sabes.
No lo sé dijo Gorov. Y si lo supiera, no cambiaría las cosas.
La segunda vez te matarán. Gorov se encogió de hombros. Ponyets dijo serenamente:
Si he de volver a negociar con el gran maestre, quiero saber toda la historia. Hasta ahora, he trabajado a ciegas. En realidad, los escasos comentarios suaves que he hecho han enfurecido a su excelencia.
Es bastante sencillo dijo Gorov
. La única forma en que podemos aumentar la seguridad de la Fundación aquí en la Periferia es formar un imperio comercial controlado por la religión. Aún somos demasiado débiles para forzar el
control político. Es lo único que podemos hacer para retener los Cuatro Reinos.
Ponyets asentía.
Me doy cuenta de ello. Y cualquier sistema que no acepte aparatos atómicos nunca podrá ser sometido a nuestro control religioso
Y, por lo tanto, podría convertirse en un foco para la independencia y la hostilidad.
De acuerdo, pues dijo Ponyets
; esto en cuanto a la teoría. Ahora bien,
¿qué es exactamente lo que impide la venta? ¿La religión? El gran maestre es lo que ha dado a entender.
Es una forma de adoración a los antepasados. Sus tradiciones hablan de un
pasado nefasto del que fueron salvados por los simples y virtuosos héroes de las generaciones pretéritas. Se remonta a la distorsión del período anárquico de hace un siglo, cuando las tropas imperiales fueron expulsadas y se estableció un gobierno independiente. Se identificó la ciencia avanzada y la energía atómica en particular con el viejo régimen imperial que recuerdan con horror.
¿Lo dices en serio? Pero tienen unas pequeñas naves muy bonitas que me localizaron hábilmente cuando estaba a dos parsecs de distancia. Eso me huele a energía atómica.
Gorov se encogió de hombros.
Esas naves son restos del imperio,
sin duda. Probablemente tienen propulsión atómica. Lo que tienen, lo conservan. La cuestión es que no quieren hacer innovaciones y su economía interna no es atómica. Eso es lo que nosotros debemos cambiar.
¿Cómo te proponías hacerlo?
Rompiendo la resistencia por un punto. Para decirlo simplemente, si lograra vender un cortaplumas con una hoja provista de campo de fuerza a un noble, a él le interesaría que se aprobara la ley que le permitiera usarlo. Dicho tan burdamente, parece una tontería, pero psicológicamente es perfecto. Realizar ventas estratégicas en puntos estratégicos sería crear una facción proatómica en la
corte.
¿Y te han enviado a ti para este propósito, mientras que yo sólo estoy aquí para entregar tu rescate y marcharme, en tanto que tú sigues intentándolo? ¿No es una torpeza?
¿En qué forma? preguntó Gorov, cautelosamente.
Escucha Ponyets pareció exasperarse de repente, tú eres un diplomático, no un comerciante, y no te convertirás en uno sólo por llamarte así. Este caso corresponde a alguien cuyo negocio sea vender y yo estoy aquí con un cargamento que empieza a pudrirse, y una contribución que nunca lograré, por lo que parece.
¿Quieres decir que vas a arriesgar tu vida en algo que no es asunto tuyo? Gorov sonrió débilmente.
Ponyets replicó:
¿Quieres decir que esto es cuestión de patriotismo y los comerciantes no son patrióticos?
Claro que no. Los pioneros nunca lo son.
Muy bien. Te lo garantizo. Yo no navego por el espacio para salvar a la Fundación ni nada por el estilo. Navego para hacer dinero, y ésta es mi oportunidad. Si, al mismo tiempo, ayudo a la Fundación, tanto mejor. Ya he arriesgado mi vida con probabilidades de éxito mucho menores.
Ponyets se levantó, y Gorov le imitó.
¿Qué vas a hacer?
El comerciante sonrió.
Gorov, no lo sé todavía no. Pero si el eje de la cuestión es hacer una venta, soy tu hombre. Por lo general no soy ningún fanfarrón, pero hay algo que siempre he mantenido: nunca he terminado una campaña vendiendo menos de lo que me corresponde.
La puerta de la celda se abrió casi instantáneamente cuando llamó, y dos guardias se introdujeron a ambos lados.
Cuarta parte 04 - LOS COMERCIANTES (04)
¡Una demostración! dijo el gran maestre, ásperamente. Se arrebujó bien en sus pieles, y una de sus manos delgadas asió el garrote de hierro que empleaba como bastón.
Y oro, excelencia.
Y oro convino el gran maestre, descuidadamente.
Ponyets dejó la caja y la abrió con toda la apariencia de confianza que pudo fingir. Se sentía solo frente a la hostilidad universal, igual que se había sentido el primer año que pasó en el espacio. El semicírculo de barbudos consejeros que le rodeaba le contempló con expresión desagradable. Entre ellos estaba Pherl, el favorito de delgado rostro que se
encontraba junto al gran maestre, inflexiblemente hostil. Ponyets ya lo conocía y le había catalogado como su principal enemigo, y por consiguiente, como primera víctima.
Fuera del vestíbulo, un pequeño ejército aguardaba los acontecimientos. Ponyets estaba aislado de su nave, carecía de cualquier arma, aparte del truco que intentaba, y Gorov aún era un rehén.
Hizo los últimos ajustes a la chapucera monstruosidad que le había costado una semana de ingenio, y rogó una vez más para que la derivación de cuarzo resistiera el esfuerzo.
¿Qué es? preguntó el gran maestre.
Esto dijo Ponyets, retrocediendo
es un pequeño invento que he construido yo mismo.
Eso es obvio, pero no es la información que quiero. ¿Es una de las abominaciones de magia negra de su mundo?
Es atómico en su naturaleza admitió Ponyets, gravemente, pero ninguno de ustedes tiene que tocarlo, o tener algo que ver con él. Es sólo para mi uso y, si contiene abominaciones, yo cargaré con todas sus impurezas.
El gran maestre había levantado su bastón de hierro sobre la máquina en un gesto amenazador y sus labios se movieron rápida y silenciosamente en
una invocación purificadora. El consejero de rostro delgado, sentado a su derecha, se inclinó hacia él y su ralo bigote pelirrojo se acercó al oído del gran maestre. El anciano askoniano se libró petulantemente de él con un encogimiento de hombros.
¿Y qué conexión hay entre su instrumento del mal y el oro que puede salvar la vida de su compatriota?
Con esta máquina empezó Ponyets, y su mano cayó suavemente sobre la cámara central y acarició sus flancos duros y redondos puedo convertir el hierro que usted desprecia en oro de la mejor calidad. Es el único invento conocido por el hombre que toma
el hierro el feo hierro, excelencia, que apuntala la silla en que usted está sentado y las paredes de este edificio, y lo transforma en oro, amarillo y pesado.
Ponyets se sintió chapucero. Sus habituales charlas de venta eran fluidas, fáciles y plausibles; sin embargo ésta renqueaba como un vagón espacial cargado hasta los topes. Pero era el contenido, no la forma, lo que interesaba al gran maestre.
¿De verdad? ¿Una transmutación? Ha habido otros locos que han proclamado tener esa debilidad. Han pagado por su sacrílego afán.
¿Tuvieron éxito?
No. El gran maestre parecía
fríamente divertido. El éxito al producir oro hubiera sido un crimen que hubiera traído consigo su propio indulto. Lo que es fatal es el intento y el fracaso. Vamos a ver, ¿qué puede usted hacer con mi bastón? Golpeó el suelo con él.
Su excelencia me disculpará. Mi invento es un modelo pequeño, preparado por mí mismo, y su bastón es demasiado largo.
Los pequeños y brillantes ojos del gran maestre vagaron en torno y se detuvieron.
Randel, tus hebillas. Vamos, hombre, se te pagará el doble del valor si fuera necesario.
Las hebillas pasaron a lo largo de la
fila, de mano en mano. El gran maestre las sopesó pensativamente.
Aquí tiene dijo, y las tiró al suelo.
Ponyets las recogió. Tiró con fuerza antes de que el cilindro se abriera, y sus ojos pestañearon y bizquearon a causa del esfuerzo al centrar cuidadosamente las hebillas en la pantalla del ánodo. Más tarde sería más fácil, pero aquella vez no podía haber ningún fallo.
El transmutador casero crepitó con malevolencia durante diez minutos, mientras el olor a ozono se hacía débilmente perceptible. Los askonianos retrocedieron, murmurando, y Pherl volvió a susurrar urgentemente en la
oreja de su gobernante. La expresión del gran maestre era pétrea. No se movió.
Y las hebillas se convirtieron en oro. Ponyets las sacó, presentándolas al
gran maestre mientras murmuraba:
¡Excelencia!
Pero el anciano vaciló, y después las rechazó con un gesto. Su mirada se posó en el transmutador.
Ponyets dijo rápidamente:
Caballeros, esto es oro. Oro de ley. Pueden someterlo a cualquier prueba física o química, si lo desean. De ninguna manera puede ser identificado como distinto del oro natural. Cualquier hierro puede ser tratado así. La herrumbre no es inconveniente, ni tampoco una cantidad
moderada de metales en aleación
Pero Ponyets no hablaba más que para llenar un vacío. Dejó las hebillas en su mano extendida, y era el oro lo que argumentaba por él.
El gran maestre alargó al fin, lentamente, una mano, y el rostro de Pherl se alzó para hablar en voz alta.
Excelencia, el oro proviene de una fuente envenenada.
Y Ponyets replicó:
Una rosa puede brotar del fango, excelencia. En sus tratos con sus vecinos, usted compra material de todas las variedades imaginables, sin preguntar dónde lo han conseguido, si de una máquina ortodoxa bendecida por sus
benignos antepasados o de algún ultraje extendido por el espacio. No les ofrezco la máquina. Les ofrezco el oro.
Excelencia dijo Pherl, usted no es responsable de los pecados de extranjeros que trabajan sin su consentimiento y conocimiento. Pero aceptar este extraño seudo-oro, hecho pecadoramente de hierro en su presencia y con su consentimiento, es una afrenta a los espíritus vivos de nuestros sagrados antepasados.
Pero el oro es oro dijo el gran maestre, dudosamente, y no es más que el intercambio con la pagana vida de un traidor convicto. Pherl, es usted demasiado riguroso. Pero retiró la
mano.
Ponyets dijo:
Su excelencia es la sabiduría misma. Considerar la cesión de un pagano es no perder nada para sus antepasados, mientras que con el oro que han obtenido a cambio pueden ornamentar los sepulcros de sus sagrados espíritus. Y, seguramente, si el oro fuera malo en sí, si tal cosa fuera posible, la maldad se marcharía necesariamente una vez el metal fuera dedicado a un uso tan piadoso.
Por los huesos de mi abuelo dijo el gran maestre con sorprendente vehemencia. Sus labios se abrieron en una extraña sonrisa. Pherl, ¿qué opina
de este jovencito? La declaración es válida. Es tan válida como las palabras de mis antepasados.
Pherl dijo, sombríamente:
Así parece. Admito que la validez no pude ser concedida por el Espíritu Maligno.
Lo haré aún mejor dijo Ponyets, súbitamente. Tengan el oro en prenda. Pónganlo en los altares de sus antepasados en calidad de ofrenda y reténganme durante treinta días. Si al cabo de este tiempo no hay evidencia de desagrado si no ocurre ningún desastre, seguramente será prueba de que el ofrecimiento ha sido aceptado. ¿Qué mejor garantía puedo darles?
Y cuando el gran maestre se puso en pie para buscar alguna muestra de desaprobación, ni un solo hombre del Consejo dejó de hacer señales de asentimiento. Incluso Pherl mordisqueó el extremo de su bigote y asintió cortésmente.
Ponyets sonrió y meditó sobre las ventajas de una educación religiosa.