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- Lo imaginé, eres incluso peor que mis hermanos, ¡estoy rodeada de genios rígidos!
- Oye, no soy rígida, mi actitud es mucho más humana que la de mi hermano y que la de tu hermana.
- Marcela no siempre fue así, ella era despreocupada y alegre antes de la desaparición de ¡tu hermano!
- Si no lo hubiéramos sacado de la ciudad, el resultado habría sido peor, ¡él habría muerto!
- ¿Quién habría muerto?
Carol y Lorena se sobresaltaron al escuchar esa voz tan indiferente pero a la vez tan curiosa, un escalofrío les corrió por la columna vertebral... Se giraron lentamente hacia la fuente de la voz, allí estaba Marta, vestida elegantemente, con una sonrisa indiferente en su encantador rostro y una luz curiosa en sus deslumbrantes ojos esmeralda.
- ¿De que hablaban? ¿Quién habría muerto si no se hubiera ido de la ciudad? ¿Ehh? - preguntó Marta entrecerrando los ojos ante las caras rígidas de Carol y Johana.
- ¿Nos... nos escuchaste? - preguntó Carol con su voz temblorosa.
- Sólo las últimas dos frases, pero lo suficiente como para saber qué me ocultan algo, hablen, que no tengo todo el día.
- La verdad... la verdad es...
- ¡Es sobre mi tío! Él habría muerto si no hubiera huido de la ciudad, él ofendió a un oscuro exponente del bajo mundo, mi tío logró huir a tiempo de ese problema pero... igualmente él murió, le detectaron un cáncer que ya había hecho metástasis, no pudieron salvarlo... - respondió Johana intentando poner una cara devastada por la supuesta muerte de su tío imaginario.
Marta no estaba convencida del todo, pero mirando las expresiones de su hermana y de Johana no pudo revelar encontrar algo que delatará su mentira, aunque muy en el fondo sabía que ellas mentían, sin embargo no tenía forma de comprobarlo. Buscando una forma de averiguar la verdad Marta preguntó:
- ¿Y cómo se llamaba tu tío?
- Ehh... Stiven Botero...
- Ajá, ¿Hace cuánto tiempo murió?
- Hace diez años, yo tenía 12 y no recuerdo mucho, lo que sé es gracias a las historias de mi madre.
- Ya veo... Debo irme, tengo una reunión importante, pero no he terminado con ustedes, sé que ocultan algo y lo voy a averiguar.
Con estas palabras Marta se dio la vuelta y se alejó por un pasillo con su actitud indiferente, Carol y Lorena dieron un suspiro de alivio, pero no pudieron evitar sentir una sensación extraña al darse cuenta de que estuvieron apunto de delatarse ante la persona de la que todavía debían ocultar la verdad, al menos hasta que las cuestiones se volvieran algo más seguras, no querían poner a nadie en peligro, mucho menos a Marcela; Lorena sabía que su hermano jamás se lo perdonaría, y Carol, si perdiera su hermana, jamás se lo perdonaría a sí misma.
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En algún lugar de los suburbios de la ciudad.
Un hombre de piel morena, cabello negro, rasgos extremadamente firmes y ojos de un extraño color vino tinto, que se acercaba casi al color violeta, vestido con un traje negro y corbata, parado de espaldas a una mujer que sollozaba incontrolablemente y que estaba arrodillada en el suelo.
- ¿Cómo puedes pedirme algo así?... ¿Acaso tu corazón es tan negro que no puedes sentir compasión de una niña de un año?
- He terminado contigo, haz lo que te digo si no quieres sufrir las consecuencias, Sarah. Y dile a Melani que la esperó esta noche en mi casa, que ya no puede huir de mí, estoy cansado de su impertinente e irrespetuosa actitud. Vete o te arrastró del cabello para que cumplas.
Sarah Peterson sollozo mientras intentaba levantarse, con su cabeza agachada ella respondió:
- Si, Anaconda. Me iré de inmediato.
Sarah camino lentamente de regreso a donde Melani estaba, antes de aumentar su paso escuchó que Anaconda le gritaba por la espalda:
- ¡No sientas lástima por tu próxima víctima! Eres una asesina, no una cariñosa niñera a tiempo completo.
- Yo soy una asesina gracias a ti, espero que tengas en cuenta lo mucho que te odio, te aseguro que algún día alguien acabará contigo, haré fila para la función de ese día.
- Sigue soñando, Sombra, nadie tiene la capacidad de superarme.
- Eso ya lo veremos.
Sarah empezó a correr por los callejones, dejando detrás de ella nada más que el polvo. Cuando la mujer se fue, Anaconda se giró hacia uno de sus subordinados.
- Siganla, sus insinuaciones no me dan buena espina. Que no ocurra otra vez lo del guardia muerto por el impulso infantil e iracundo de la Niña Melani, ¿entienden?
- Si Señor.
Varios hombres encapuchados desaparecieron por los angostos y abandonados callejones, dejando al descorazonado Anaconda sólo, con su mirada tan sedienta de sangre como siempre, él era un auténtico demonio.