Alice
Sin duda alguna, los presentes no podían salir más de su asombro. Y en parte, entendía que pudieran pensar que yo había hecho algún conjuro en Skay para ponerle en aquel estado. Ni siquiera yo veía ya al chico engreído y arrogante que había conocido y que incluso me había amenazado con matarme, parecía que se hubiera esfumado para no regresar o tal vez, nunca hubiera existido, quizá tan sólo fuera una máscara muy bien diseñada, una fachada que realmente no importaba. No tenía nada que me garantizara que este era el verdadero Skay, pero un presentimiento me decía que estaba viendo su verdadero ser.
Me encontraba impactada, las lágrimas del muchacho habían conseguido desarmarme y no quise dirigir la mirada hacia Diana, ya que no quería ver cómo su corazón se partía en dos todavía más.
Sentí la terrible necesidad de acercarme a él y abrazarlo, pero no lo hice, todavía no era capaz de reaccionar ante el hecho de que alguien me quisiera cerca y no lejos.
- Alteza... ¿cuáles son sus órdenes? - preguntó una de las guerreras, dubitativa de si debía hablar en aquel momento.
Skay se secó las lágrimas e intentó recomponerse en la medida de lo posible, antes de decir:
- Haremos lo que Alice nos pida. - respondió serio.
- Creo que deberíais iniciar la vuelta a palacio. - sugerí, consciente de que no podían acompañarme y si no se marchaban en ese momento correrían aún más peligro.
- Eso haremos. - sentenció Akihiko, cogiendo a Diana del brazo para que empezara a moverse hacia la entrada de la cueva.
No hizo falta decir nada más para que todos empezaran a salir al exterior. Diana se mostró reacia a dejarme en aquel lugar sola, pero con Akihiko instándola a salir, acabó yendo con el resto.
Skay ni siquiera se movió del sitio.
- ¿Y si te matan? - preguntó preocupado.
- Entonces moriré conociendo la verdad, no hay nada que quiera más. - afirmé con rudeza.
- ¿Nada más? - repitió acercándose a mí y mirándome a los ojos, esperanzado en que cambiara de opinión.
Sus manos se posaron en mi cintura, quebrando mi respiración. ¿Acaso iba a ser tan ilusa en aquel momento de decir que tan sólo quería saber la verdad? ¿De verdad iba a negar que en ese instante no deseaba nada más que estar con aquel príncipe engreído? En efecto.
- Nada más. - sentencié.
Skay suspiró ante mi respuesta y pude ver algo de decepción en la expresión de su rostro. ¿Qué esperaba que le dijera?
A continuación, se separó de mí y cerró los ojos.
- Esto no es un adiós. Volveremos a vernos. - aseguró, antes de darse la vuelta hacia la salida sin mirar atrás y desaparecer completamente de mi vista.
Todavía sentía la fuerza de su mirada en mí, las palmas de sus manos en mi cintura y el mero sonido de su voz flotando en el aire. ¿A quién quería engañar? Tal vez me debiera más al deber de lo que creía, ya que de lo contrario me habría marchado con él.
La soledad me azotó de nuevo cuando escuché el sonido de los caballos iniciar su regreso a palacio. Ya no había vuelta atrás ni lugar a contemplaciones.
***
Skay
No necesitaba leer los pensamientos de mis compañeros para saber lo que les estaba pasando por la cabeza. Seguramente no me reconocieran, ya que ni siquiera yo era capaz de reconocerme. Alice me había cambiado, pero no era la bruja que creían que era, lo impactante de aquella situación era que ella no había hecho absolutamente nada para que me enamorara de aquella manera. No lo comprendía, pero desde el primer momento había sentido algo extraño por la chica, como si fuera inevitable.
Todavía sentía un dolor oprimente en el pecho y se me había formado un nudo en la garganta cuando nos subimos a nuestro respectivo caballo y emprendimos el regreso a ciudad real.
Había intentado sonar muy confiado con aquellas últimas palabras que le había dedicado a Alice, pero sabía que la probabilidad de no poder volver a verla viva era inmensa y sentía un vacío enorme en aquel momento.
Nos encontrábamos trotando de forma suave, ya que estábamos muy cansados y no queríamos llamar demasiado la atención estando tan cerca de territorio de fríos. Me encontraba con la cabeza baja y con la mirada perdida cuando Diana se colocó a mi lado y empezó a hablarme:
- Ayer le salvé la vida a Alice. – me informó y giré la cabeza hacia ella al instante, preocupado y animándola a seguir hablando – Se estaba ahogando cuando la encontré y me pareció que algunos Dioses intentaban matarla.
- ¿Qué? ¿Por qué irían a hacer eso? Alice tiene un poder bendecido por los mismos Dioses. – espeté, confundido y frunciendo el ceño.
- Lanzaban numerosos rayos al agua... Skay, le hicieron perder el conocimiento. Querían matarla. No hay otra explicación. – explicó la chica, sin ninguna duda de lo que estaba diciendo.
- ¿Por qué querrían algunos Dioses acabar con la línea divina de sangre que ellos mismos crearon? No tiene sentido. - dije incapaz de creer las palabras de Diana y con el corazón latiéndome a cien por hora al enterarme del horror por el que había pasado Alice la noche anterior.
Me encontraba sumido en una nube de confusión cuando lo sentí. Fue tan solo un instante, pero había sido entrenado para percatarme de los mínimos cambios de temperatura en el ambiente. Miré a Diana, que me miró muy seria y comprobé que no había sido una simple sensación. No había sido solo un viento frío, sino una presencia fría.
- ¡Agachaos! - grité al comprender la situación. Sin embargo, ya era tarde.
Una veloz flecha impactó contra la espalda de uno de los guerreros y lo atravesó por completo. Soltó un último aliento y cayó del caballo al momento, completamente ensangrentado. Una persona normal habría gritado al ver algo así, pero a nosotros nos habían entrenado para la guerra. Aquella no era la primera vez que veía una muerte, ni tampoco sería la última.
- ¡Preparaos! - exclamé, sintiendo el fuego crepitar en mi interior.
Un hombre salió de entre las sombras de los árboles, desnudo y cianótico. Tenía el cabello blanco y largo y una mirada vacía. Era un frío y me hizo falta tan solo un vistazo para ver que no era uno cualquiera. Podía sentir el peligroso poder que emanaba de su cuerpo sin ningún esfuerzo.
Sin esperar que dijera nada, le lancé una llamarada de fuego, pero aquello no hizo que retrocediera, al contrario, le hizo estallar en carcajadas.
- Así que tu eres el famoso príncipe del que tanto hablan... - susurró - Qué decepción, esperaba tener algo de entretenimiento por una vez, pero parece que no tengo rival. - espetó con una sonrisa maliciosa.
Aquella situación no me gustaba nada. Si sabía quien era, cualquier frío se mostraría temeroso, pero él no era un simple frío, tan solo su seguridad ya me garantizaba que debía formar parte de la realeza.
- ¿Quién eres? - pregunté y me temí lo peor.
- Mi nombre es Fausto, primogénito del rey... y hermano de Alice.