Chereads / Fría como el hielo / Chapter 50 - Capítulo 49

Chapter 50 - Capítulo 49

Skay

No sabía qué decir ni cómo actuar, mi cabeza no paraba de intentar maquinar algún plan que pudiera liberarnos de las garras de Fausto, pero todas las posibilidades que me vinieron a la mente se fueron al garete cuando de detrás de nuestro enemigo, aparecieron otros diez fríos que habían estado escondidos tras los árboles. Eran tan silenciosos que apenas nos habíamos dado cuenta de su presencia, parecía que ni siquiera respiraran y se movían a una velocidad tan lenta que sus pasos se hacían prácticamente indistinguibles al mezclarse con los numerosos sonidos del bosque.

Todos ahogamos un grito e intentamos que el pánico no se apoderara de nosotros en ese preciso instante. ¿Era ese nuestro fin?

- Lo siento tanto, no sabéis cuánto lamento que ahora estéis en peligro... - dijo Diana y pude ver cómo una lágrima le resbalaba mejilla abajo.

Se me partió el corazón al verla de aquella manera e iba a decirle algo para calmarla y evitar que se sintiera tan culpable, pero Akihiko se me adelantó y colocó su caballo al lado del suyo para poder cogerle la mano y dedicarle una mirada preocupada.

- No me arrepiento de haber venido. – murmuró el muchacho en un tono de voz tan bajo que tan solo Diana y yo, que también me encontraba bastante cerca, pudimos oír.

- ¿Vamos a morir y esas son tus últimas palabras? – le espetó Diana, mirándolo muy fijamente y por un segundo me pregunté si se estarían intentando decir algo importante con tan solo la mirada.

- ¿Quién ha dicho nada de morir todavía? – preguntó Fausto interrumpiendo la breve conversación que se había establecido entre ellos y encaminándose cada vez más hacia nuestra posición, mientras sonreía sádicamente.

Fue en ese momento en que me preparé para lo peor. No podíamos salir huyendo, ya que si de algo me habían servido todos los libros que mi padre me había hecho leer, era precisamente para conocer a mi enemigo, ahora sabía que el poder del heredero de los fríos duplicaba el mío y que la lentitud de sus piernas la compensaba con la increíble velocidad de sus flechas de hielo letales. Cuando sus presas intentaban huir, ya fuera corriendo o a caballo, todas eran interceptadas por las flechas que creaba con sus propias manos y daban justo en el clavo, no fallaban nunca. No teníamos ninguna posibilidad de salir ilesos de ese enfrentamiento, pero no por ello debíamos quedarnos sin hacer nada y dejar que nos capturaran para torturarnos hasta morir, aunque si no había otra opción, prefería sacrificarme para salvar a mis compañeros y amigos.

- Por favor, deja que se vayan los demás y dejaré que me llevéis con vosotros. – musité, en el tono de voz más calmado que logré emplear.

- ¿Habéis escuchado eso? – preguntó Fausto, girándose hacia sus secuaces y riéndose a carcajadas por lo que acababa de decir, haciendo que estos se rieran también. ¿Tanta risa dábamos? – ¿Por qué iría a dejar a tus compañeros irse y pedir ayuda cuando puedo matar a la mitad y llevarme la otra parte conmigo? Tendría los rehenes más importantes de los cálidos: un falso heredero, junto con su prometida, de alta estirpe, y no olvidemos los guerreros que tanta molestia han provocado. Sería tan fácil mataros ahora mismo y acabar con la guerra terrenal... los fríos ganaríamos después de dos mil años luchando por una causa que muchos han olvidado.

- Tú no quieres acabar la guerra. – espeté, viendo el oscuro brillo que se había formado en su mirada.

- Adoro la guerra, es lo único que me da vida. El poder de quitar vidas... como si de un Dios me tratara para decidir quién vive y quién muere, es una sensación que simplemente no quiero arriesgarme a perder. – sentenció, recordando seguramente los últimos momentos en los que había sido capaz de experimentar ese sentimiento, el único que era capaz de sentir. Por eso amaban tanto matar los fríos, porque era el único momento en el que eran capaces de sentirse vivos, el único instante en el que podían experimentar alguna sensación.

El terror que se dibujaba en los rostros de mis compañeros en aquel preciso instante era evidente, estaba seguro que nunca antes habían tenido una conversación tan larga como aquella con el enemigo, ya que los fríos no solían pensar, ni hablar, tan solo mataban. Sin embargo, Fausto no era uno común.

- Si pretendéis usar a Alice, ella no os servirá en nada si nos matáis. – espeté, al ver sus intenciones, intentando disuadirlo.

- Veamos de qué son capaces tus guerreros. – dijo y a continuación, hizo un gesto a los fríos que lo acompañaban para que atacaran a mis compañeros que se encontraban un poco más alejados de Akihiko, Diana y yo.

De repente, una gran barrera de hielo nos separó por completo de ellos, tan gruesa y alta que era incapaz de romper.

- ¡Maldición! – grité, furioso al ver a través de ella que Fausto se disponía a ver la cruenta escena como si de una obra de teatro se tratase.

Fue en ese momento, que ya no pude contener más la rabia que se estaba formando dentro de mí. Rápidamente, me bajé del caballo y vi cómo Akihiko y Diana me seguían. No estaba solo, pero sabía que no había mucho que hacer. El frío había elegido ya la mitad que mataría y la mitad que se llevaría consigo a su petrificante reino.

Nuestros puños ardían cuando con fiereza nos dispusimos a empezar a derretir la barrera con todas nuestras fuerzas. Lanzamos innombrables llamaradas de fuego, pero la barrera era tan perfecta y gruesa que sabíamos que no llegaríamos a tiempo para detener a Fausto si es que podíamos.

La lucha que tenía lugar al otro lado de la transparente barrera era sin duda un espectáculo, no sin motivo habían sido aquellas dos chicas y ese chico elegidos como los mejores de su ciudad natal. Se movían con extrema habilidad y usaban su poder junto con las armas que tenían a mano a la perfección. No fue una sorpresa ver cómo una de sus espadas de fuego se clavaba contra el pecho de uno de los fríos, ni cómo su sangre azul empezaba a teñir todo el suelo. Tampoco me sorprendió entrever cómo acababan venciendo a cada uno de los enemigos que habían intentado atacarlos. La lucha duró apenas tres minutos, mientras nosotros seguíamos haciendo esfuerzos en derretir la barrera en la que finalmente logramos hacer un agujero, pero para cuando lo conseguimos ya fue demasiado tarde. En el tiempo de un simple parpadeo, las invencibles e incalculables flechas de hielo de Fausto ya se habían clavado en el corazón de cada uno de ellos.

- ¡No! – exclamó Diana, perdiendo el control, abrumada por la situación y derramando mil lágrimas que se congelaban por la presencia del heredero de los fríos, justo antes de caer al suelo. Akihiko y yo también nos encontrábamos completamente desencajados, incapaces de comprender todavía cómo había podido ocurrir todo aquello en tan poco tiempo.

La chica, con el cabello ardiendo, igual que los ojos y a punto de quemar sus ropajes, era la que más energía le quedaba de los tres, ya que tanto mi amigo como yo nos habíamos quedado impactados y alicaídos al mismo tiempo. Ya no había lugar para la rabia, tan solo para la tristeza que se internaba en nuestros corazones al ver a tan buenos guerreros, habiendo dedicado su vida plenamente a luchar contra el enemigo, siendo tan fácilmente derrotados y asesinados como si de meras moscas se tratasen.

Tuvimos que evitar que Diana intentara lanzarse sobre Fausto, ya que aquello solo habría conseguido matarla, aunque era difícil controlarla en su estado más poderoso.

- ¡Dejadme! ¡Le mataré! ¡Juro por todos los Dioses que le mataré! – empezó a gritar, completamente perdiendo la razón.

- Me encantaría ver cómo lo intentas. – espetó el primogénito, mirándose las uñas afiladas e ignorando a la muchacha que se debatía entre la rabia y las lágrimas. – Estáis acabados, ahora vuestro destino ya no os pertenece, tan solo le pertenece a Ageon, a mí y sobre todo, a los Dioses.

Mi corazón latía completamente acelerado, ya que no solo hablaba del rey de los fríos, sino también de él mismo y de los Dioses. Fue entonces cuando me rendí por completo, ya que comprendí que aquella guerra no era nuestra para ganarla, jamás venceríamos teniendo a Dioses en contra nuestro, tan solo el poder de Alice podría equipararse al de Ageon o incluso superarlo. Ella era nuestra última esperanza, pero pretendían ponerla en su bando y si lograban convencerla, no habría nada que pudiéramos hacer.

Fausto hablaba de destino... ¿Pero acaso el destino se podía cambiar? Tal vez siempre hubiéramos estado destinados a perder, puede que incluso los Dioses se rieran de nosotros en aquellos momentos por finalmente comprender que esta vez ya no podíamos ganar.

- Skadi, la Diosa del invierno y cazadora con arco, nos hizo dos regalos a mi línea sanguínea – empezó a hablar Fausto –. El primero fue el don del tiro con arco, no hay presa que se nos escape... - prosiguió diciendo, deteniéndose durante unos segundos para dejar en suspense lo que iba a decir seguidamente. Fue entonces que pude entender la asombrosa habilidad que había mostrado Alice sin apenas práctica.

- ¿Y el segundo? – peguntó Akihiko, temeroso de la respuesta.

- Paralizar. – susurró.

Mis ojos se abrieron de par en par, nuestras peores pesadillas iban a hacerse realidad. Lo que se decía de los fríos era cierto: eran capaces de paralizar el cuerpo de un cálido, aunque por lo que parecía tan solo podían hacerlo los procedentes a la línea real.

Diana me miró asustada y después observó a Akihiko. A continuación, una fría y oscura niebla se cernió sobre nosotros, tan helada, que consiguió paralizar incluso nuestros más temerosos corazones.

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