Diana
Lo único que había sido siempre para todos los que me rodeaban, era ser una chica guapa. No pensaba en este hecho de forma arrogante, ya que la belleza nunca me había llevado a ningún sitio, ni tampoco pretendía que lo hiciera. Sin embargo, la gente me lo recordaba constantemente, como si tener una cara bonita o el cuerpo ideal para muchas personas, fuera lo único que tuviera. Estaba cansada de ser solo una chica guapa... ¿acaso no tenía otras cualidades? Estaba segura de que las tenía, pero nadie conseguía verme más allá de la fachada, es probable que incluso a veces se sintieran cohibidos y sus mentes supusieran que al ser bella, no era necesario que fuera también otras cosas.
En todo esto pensaba, mientras me preparaba para salir al bosque en busca de la imprudente de Alice. Esta vez, quería ser más que una chica guapa, quería que todos me vieran con otros ojos, sobre todo Skay, que parecía haber olvidado que yo era una persona con sentimientos cuando me besó apasionadamente y sin apenas dudarlo.
El amor da asco, pero aun así, lo buscamos con desesperación, como si fuera lo único a lo que pudiéramos aferrarnos en esta vida. En algunas situaciones, podemos sentir incluso la extrema necesidad de compartir nuestra vida con otra persona, incapaces de vivir con nosotros mismos, temiendo la soledad o el criticismo que este hecho conlleva.
Yo deseaba tan fuertemente sentirme querida por Skay que olvidé que no le necesitaba para poder llegar a la felicidad. Estaba ciega por el dolor que suponía el rechazo definitivo y era incapaz de aceptarlo. Tal vez fuera a arriesgar mi vida para un bien personal, para convencer a todos de que era fuerte y que el hecho de que Skay quisiera a Alice, no me hacía odiarla y desearle la muerte, porque yo era una mujer madura, fuerte e independiente. No sabía si me arrepentiría, pero al menos me sentiría mejor conmigo misma al ser de utilidad y me autoconvencería de que tenía todas esas cualidades. Yo no podía ser la chica dependiente, débil y rechazada, me negaba a ser solo eso.
Sin embargo, todavía lloraba sin poder evitarlo, cuando me dirigí hacia los establos en busca de mi yegua, Carolina. Esta se encontraba tranquila, puede que incluso aburrida de tenerme a mí como dueña y no a otra persona que le diera un poco más de emoción y entretenimiento, ya que no solía montar en ella, muy a pesar de que era una raza extremadamente cara debido a la velocidad que era capaz de alcanzar y su gran capacidad para rastrear. Su pelaje era anaranjado con una cola y cabellera rojiza y disponía de seis patas y un hocico prominente.
Ella me llevaría hasta Alice. Me había ocupado personalmente de entrar en su habitación y coger una extraña prenda de ropa que supuse que sería para cubrir la parte superior del cuerpo. Demasiado calurosa y con una capucha completamente innecesaria. Me pareció horrenda, ya que se encontraba fuera de todos los estándares de moda que había visto hasta entonces. A pesar de eso, desprendía el olor corporal de Alice y estaba segura de que mi yegua no tendría ningún problema en llevarme hasta ella.
Sin pensarlo dos veces, me subí a su lomo, el cual se encontraba a varios metros del suelo y me dispuse a salir a trote de palacio, armada hasta los dientes y con una bolsa llena de provisiones y material que quizá fuera a necesitar.
La negra noche se aproximaba poco a poco a cada segundo que pasaba y estaba segura de que una vez dentro del bosque, las células de mi cuerpo reaccionarían ante la oscuridad y se iluminarían. Sería un blanco fácil para el enemigo, pero era un riesgo que estaba dispuesta a asumir.
Los ciudadanos me miraron con inmensa curiosidad cuando me vieron galopar a cien por hora por las calles de la ciudad real. Se me habían secado las lágrimas por la velocidad y debía de tener un aspecto imponente y algo salvaje en ese momento, nada que ver con cómo había sido hasta ese momento. Siempre obediente, educada, perfecta. Estaba cansada de fingir que era esa persona, cansada de que lo único que me hubieran dejado ser era ser la guapa prometida de Skay. Quería hacerme valer por primera vez en mi vida y lo conseguiría, aunque fuera lo último que hiciera. Haría que me vieran con otros ojos.
Llegué a la barrera que separaba la ciudad real del bosque inhabitable en un tiempo récord. Ya era de noche y yo brillaba como una antorcha en la oscuridad. De repente y sin previo aviso, un relámpago cayó en el interior del bosque, seguido de muchos más. Sin embargo, en mi localización era posible ver múltiples estrellas, ya que el cielo estaba despejado. ¿Por qué caían rayos a diestro y siniestro justo en esa parte del bosque? "Alice" pensé al instante. ¿Estarían los Dioses ayudándola o por lo contrario estaban intentando matarla?
Traspasé la barrera sin pensármelo más y empecé a trotar de nuevo, a gran velocidad y en la dirección en la que estaban cayendo los relámpagos. Supe que iba en la dirección correcta cuando Carolina, mi yegua, fue directa hacia allí una vez le puse la ropa de Alice en el hocico. Era evidente que aquel fenómeno no era normal. Incluso los fríos se retirarían ante la ferocidad que estaban teniendo los Dioses en ese momento, como si estuvieran explotando toda su furia justo donde se encontraba Alice.
El bosque a esa hora de la noche y con la tormenta que se estaba librando era terrorífico. En ese momento, di gracias de tener el cuerpo luminoso y poder ver en la oscuridad, de lo contrario, estaba segura que habría perdido el rumbo o me habría caído de mi yegua al estamparme contra algún árbol o roca.
- Vamos, Carolina... dime exactamente dónde está. Encuéntrala. - murmuré, sin quitar la vista del frente por un segundo.
No recuerdo por cuánto tiempo estuve cabalgando, pero la distancia que recorrimos fue asombrosa.
De repente, Carolina rechinó y se detuvo en seco. Nos encontrábamos en una pequeña elevación de la tierra y hacia abajo había un lago inmenso. No recordaba haber venido por esta zona nunca, así que supuse que debía de estar bastante alejada del territorio de cálidos.
Bajé del lomo de mi yegua y rebusqué entre mis provisiones para encontrar una bengala que podría iluminar todavía más la zona. La encendí con el dedo y la lancé con rapidez por encima del lago y fue entonces cuando visualicé la pequeña figura de Alice, hundiéndose hacia el fondo.
Ahogué un grito de terror, relámpagos caían sobre el agua, provocando descargas eléctricas. Alice debía de haber perdido el conocimiento por eso. ¿Por qué los Dioses querían matarla? Ella era la legítima heredera, su poder había sido concedido por los mismísimos Dioses... no tenía sentido que quisieran acabar con su vida.
Sin embargo, era obvio que la querían más muerta que viva y me recorrió un escalofrío al pensar que estaba a punto de interferir en los deseos de los Dioses por un tema personal.
Alice era una insensata, pero yo también.
Tragué saliva e intenté no pensar en el castigo divino que podrían imponerme por hacer lo que estaba a punto de hacer.
Con todas las fuerzas que tenía, me lancé al agua y fui evaporándola usando el fuego que había dentro de mí. Todavía no sé cómo logré esquivar todos los rayos que se dirigieron entonces hacia mí, ni tampoco cómo logré sacar a Alice del lago. Tal vez no todos los Dioses estuvieran en contra de que ella viviera al fin y al cabo, quizá algunos me ayudaran a salir de allí viva, a llegar hasta la otra orilla con una Alice inconsciente en mis brazos.