Alice
Estaba acabada, perdida y confusa.
Por alguna extraña razón, había lanzado hielo y lo peor de todo es que había golpeado a una chica. Se lo había tenido bien merecido, pero no pude evitar sentir una punzada de culpabilidad por ello. A pesar de todos sus comentarios, no se merecía haber sido herida de aquella manera y menos si eso me convertía en un monstruo y una amenaza para todos.
¿Qué le iba a decir a mi madre cuando llegara? ¿Le mentiría sobre lo que había ocurrido? Si algo tenía claro era que vendrían a buscarme, el director no se habría quedado con los brazos cruzados, seguro que habría llamado a las autoridades y yo no era una necia... sabía que me habían estado vigilando. Cada movimiento que hacía y cada paso que daba estaba estudiado de forma precisa. Si me quedaba en aquel sitio, no dudaba en que me llevarían a algún laboratorio o a un manicomio, donde podría acabar de perder la cabeza tranquilamente.
Las lágrimas caían por mis mejillas descontroladamente cuando llegué a casa. Las manos me temblaban y en mis ojos no se distinguía la pupila del iris, se encontraban completamente nublosos y grises, como si estuvieran muertos en lugar de vivos. Pero mis sentimientos y mis emociones no podían encontrarse más vivos, ya que el dolor no se apaciguaba y seguía presente.
Tenía que intentar huir de ese pueblo en el que había pasado toda mi vida, refugiarme en algún sitio con poca gente, un lugar donde nadie me conociera y donde no pudiera hacer más daño. O quizá debería irme a algún lugar con mucha gente, para pasar desapercibida entre la multitud. Cualquiera de las dos opciones era arriesgada, pero no podía pasar lo que me quedaba de existencia siendo un experimento o una enferma mental. No quería que me investigaran más, ni tampoco quería drogarme con las pastillas que seguramente me recetarían si fuera a un sanatorio mental.
Se me pasó por la cabeza esperar a que volviera mi madre, pero pensaba que nunca me dejaría marchar si le explicaba lo ocurrido o si me dejaba, se sentiría responsable e iría conmigo. No podía permitir aquello, no quería hacerle daño de la misma forma en la que se lo había hecho a esa chica.
Me dirigí a mi habitación con paso apresurado después de cerrar de cualquier manera la puerta principal del apartamento.
A continuación, cogí una mochila que se encontraba encima de mi silla del escritorio y sin bajar el ritmo de mis pasos, salí de la habitación en busca de la cocina para coger algo de comida.
Estaba decidida a irme de allí, pero cuando abrí la puerta de la cocina, me crucé de bruces con mi madre. ¿Qué hacía allí? ¿Cómo podía ser que le hubiera dado tiempo a volver del trabajo? No podían haberla avisado antes de hacía unos cinco minutos y su oficina se encontraba a tres cuartos de hora de casa.
- Tenemos que hablar. - me dijo mirándome a los ojos atentamente y pude distinguir en ellos un brillo extraño. Parecía que tuviera algo muy importante para comunicar y, a la vez, su rostro mostraba un sentimiento de echar en falta algo o alguien.
- Me voy. - respondí sin fuerzas para mirarla y en un tono autoritario que decía por si sólo que no había lugar para contemplaciones ni objeciones.
- Sí, es evidente que no puedes quedarte después de lo ocurrido. Vendrían a buscarte y algunos intentarían hacer experimentos contigo... así que no tienes otro remedio, te vas, pero no donde tienes en mente. - espetó, a pesar de mi sorpresa.
Fruncí el ceño, ni siquiera yo misma tenía un lugar en mente. ¿Cómo iba a tenerlo ella?
Me quedé observando detenidamente a la mujer que tenía delante, tan diferente a como era mi madre normalmente. La expresión que se mostraba en su rostro era firme y decidida, parecía no tener miedo, pero en realidad estaba aterrada.
Como no tenía intención de hacer nada más que mirarla con semblante extrañado, ella optó por proseguir:
- Alice. Hace mucho tiempo que quería explicarte esto, pero nunca he encontrado el valor para decírtelo y dudo que me creyeras jamás. Es probable que al principio creas que es una broma, algo imposible, pero debes escucharme atentamente y creer cada una de las palabras que voy a decirte.
- ¿De qué se trata? - pregunté enarcando una ceja y muy nerviosa, porque el tiempo corría y si no me daba prisa no podría irme del pueblo a tiempo, antes de que viniera la policía o quien se suponía que debía venir en estos casos paranormales.
- Es sobre ti, sobre tu verdadera historia. - arguyó y me temí lo peor.
- No te entiendo. - espeté aún más confusa de lo que ya estaba.
- Tú no eres de este mundo. - dijo mi madre con tono pausado, pero con total naturalidad, como si aquello fuera lo más normal del mundo.
Me estremecí al escuchar la frase.
No podía creerlo. ¿Qué estaba diciendo? ¿Acaso había perdido la razón, igual que yo? Yo no creía en mundos habitados, ni mucho menos en alienígenas. Yo estaba enferma, en algunas ocasiones había creído que quizá estuviera maldita. ¿Pero venir de otro mundo? En aquel momento, no estaba para que me explicara cuentos, necesitaba huir lo más rápido posible, antes de que las autoridades tiraran la puerta de casa abajo.
- ¿Te has vuelto loca? - le pregunté algo malhumorada por no tomarse en serio la situación que corría en esos momentos.
- Sé lo que has hecho, Alice. - me dijo y abrí unos ojos como platos - ¿Te crees que no lo sé? Ella me había avisado de esto y sabía lo que te pasaría incluso antes de traerte a este lugar.
Sentí como una punzada en el pecho me desgarraba por dentro. Siempre había pensado que mi madre era la única persona en la que podía confiar, porque era la única que se preocupaba por mí de verdad. Y en ese momento descubría que me había estado ocultando la verdad durante toda mi vida. Y no sólo eso... ¿quién era la persona que le había dicho que esto podría pasar?
- Acéptalo, no perteneces a este mundo. - prosiguió y pude ver como se le humedecían los ojos de lágrimas al ver mi expresión perpleja.
No podía ser, mi madre no podía estar hablando en serio, sin embargo, su rostro decía lo contrario. En ese momento, un pedazo de esperanza creció en mí al imaginarme que quizá no era la única que parecía estar enferma.
- ¿Hay... más como yo? - le pregunté patidifusa, casi incapaz de tomar por buena esa remota posibilidad.
La pregunta le hizo estremecer y se le oscureció el rostro por completo. Por unos segundos pensé que no iría a responder, pero finalmente habló:
- No estoy segura de que sean exactamente como tú. Pero sí sé que físicamente comparten las mismas cualidades.
Aquella simple respuesta, aunque fuera algo incoherente, llenó dentro de mí un vacío inmenso. No estaba sola. No pude evitar esbozar una sonrisa y eso no agradó en absoluto a mi madre.
- Venga, dame la mano, tenemos que irnos antes de que vengan a buscarte. – me dijo y comprobé que llevara puestos sus guantes de protección.
Me sorprendí al escuchar su propuesta. ¿Iba a volver a ese mundo del que provenía? No podía creerlo. ¿Cómo lo haría?
- Venga, dame la mano. - insistió y me enseñó un anillo grande y voluminoso con una perla de color verde en el centro, como si eso lo explicara todo. - Este anillo es un portal entre mundos, nos transportará instantáneamente al mundo Origin.
A continuación, dirigí una mano, de forma insegura, hacia la que mi madre me tendía impacientemente. Entonces, un suspiro salió de su boca y en lugar de darme más explicaciones, me cogió la mano y me advirtió muy seriamente:
- No me sueltes o podrías morir. ¿De acuerdo? Esto no es ninguna broma.
Asentí con la cabeza, algo molesta, ya que si lo que me estaba diciendo probaba ser cierto, significaría que me había mentido toda mi vida acerca de quién era y de dónde provenía. Habría vivido engañada, creyendo que mi frialdad era producto de una fuerte enfermedad sin remedio y no estaba segura de querer aceptar que había vivido una mentira.
La mujer que en ese momento no estaba segura de que fuera mi verdadera madre, me apretó con fuerza la mano como si pretendiera romperme los huesos de los dedos. Luego, vi que cerraba los ojos y pronunciaba unas palabras en una extraña lengua.
De repente, justo cuando ya escuchaba los primeros golpes en la puerta, todo a mi alrededor se volvió blanco y sentí la verdadera velocidad contra mi cara. Era una sensación parecida a la de subirse en una montaña rusa pero un millar de veces más veloz.
Entonces, sentí que caía sobre una superficie dura y me golpeaba contra algo, tal vez una roca, y todo a continuación se tornó negro.