Alice
Los gritos que el muchacho profería, seguramente en contra de mi presencia en ese lugar, no me pasaron desapercibidos.
No pude evitar sentirme una completa estúpida por haber creído que mi vida iba a cambiar a mejor, cuando ni siquiera sabía dónde me encontraba ni quiénes eran esas personas. Tampoco entendía el tono de respeto con el que me hablaba quien parecía ser el rey de ese mundo. Nunca nadie me había tratado de usted ni me había rogado nada... y mucho menos un rey.
Lágrimas cayeron por mis mejillas sin que yo pudiera contenerlas. No hacía más que llorar. ¿Cómo iba a enfrentarme a esa nueva realidad?
De repente, la puerta volvió a abrirse y el joven muchacho y el rey se quedaron todavía más petrificados de lo normal al ver que estaba llorando.
Sorbí por la nariz y me di la vuelta en la cama para que no pudieran verme la cara.
La vergüenza creció dentro de mí y me sentí todavía más estúpida por estar montando un número justo en ese momento, ya incómodo.
- ¿Desea estar sola? – escuché que me decía la voz del rey a mi espalda.
Sin pensarlo dos veces, asentí con la cabeza y cerré los ojos con la intención de evadirme de aquel lugar por un tiempo.
Sin embargo, mi libertad no vino tan seguida como me suponía en un primer instante, ya que el muchacho tuvo que abrir la boca y decir la primera estupidez que le debió de pasar por la cabeza:
- Está llorando.
Fue una afirmación que en ese momento encontré innecesaria y sin importancia, pero que después entendería.
- Hijo, creo que deberíamos dejar a Alice sola. – escuché que le decía el rey al joven chico.
Y a continuación, el leve sonido de la puerta al cerrarse hizo que pudiera darme, de nuevo, la vuelta en la cama.
Me quedé mirando el techo, sin poder evitar sentirme sola, triste y desamparada. Pero aquellas tan sólo eran emociones que me habían estado acompañando durante toda mi vida, por lo tanto, no me eran en absoluto desconocidas, sino que habían pasado a formar parte de mi ser y no había nada que pudiera separarme de ellas.
Otra lágrima corrió por mi mejilla y como consecuencia, me sentí débil. Pero tampoco había sido nunca fuerte.
En el fondo, pensaba que era una cobarde por haber huido, por haberme pasado los quince años de mi existencia intentando no llamar demasiado la atención, escondiéndome por las tardes de aquellas miradas indiscretas que me revelaban que yo era diferente.
Moví la cabeza a un lado y a otro con frenesí, intentando evitar aquellos pensamientos que me atormentaban día tras otro. A continuación, me senté en la cama y respiré hondo.
Entonces, vi encima de una silla ropa que supuse que me habrían dejado.
Me levanté de la cama y me acerqué a ella para observar con detenimiento las curiosas prendas.
Se trataba de un top de un tono carmesí, con bordados que me parecieron que eran de oro, a conjunto con unos anchos pantalones del mismo tono y con piedras preciosas.
Abrí los ojos como platos, escandalizada por el vestuario que querían que llevara en aquel lugar. No sabía muy bien si debía sorprenderme de que unas simples prendas sin significado especial pudieran valer millones de euros en la Tierra o si debía asustarme de que mi congelada y pálida piel fuera a ser expuesta como nunca lo había estado.
Cogí el top y los pantalones y me dirigí frente a un espejo enorme de cuerpo entero que había junto a uno de los ventanales de la habitación. Poco a poco, fui quitándome mi ropa normal.
Primero me desprendí de mi sencilla sudadera azulada, de mi sujetador, mis converse y finalmente de mis tejanos de color negro, quedándome tan sólo con mis braguitas de dibujos juveniles.
Miré la silueta que reflejaba el espejo, una frágil chica, cuya piel parecía enfermiza y con unos ojos que semejaban estar muertos, me observaba con detenimiento. Estaba delgada, ya que comía lo necesario y nada más, y mi cabello prácticamente blanco me caía por detrás de la espalda en forma de cascada. Mis labios también eran pálidos y simulaban que no tuvieran vida ni color.
Suspiré de resignación. Odiaba mi cuerpo. ¿Por qué tenía que ponerme algo que lo mostrara a todos aquellos desconocidos?
Así me encontraba, semidesnuda con mis braguitas del "Snoopy" y mirándome a un espejo con la intención de odiarme más a mi misma, cuando de repente y sin preguntar, la puerta se abrió de par en par.
Cogí aire para llenar mis pulmones antes de quedarme sin habla, completamente paralizada, observando a aquel joven chico que se había atrevido a tocarme y después había demostrado haber odiado mi tacto.
Los ojos se me salían de las órbitas y mis mejillas se encontraban enrojecidas por la vergüenza y la incomodidad del momento.
También el chico parecía algo fuera de sí, avergonzado por no haber llamado a la puerta de forma respetuosa como lo haría cualquier persona normal. Toda su cara se volvió roja de forma exagerada y estaba casi segura de haber visto que su cuerpo desprendía una especie de vapor.
Tardé en reaccionar.
Me llevé un brazo a los pechos, imitando aquello que solían hacer las chicas en las películas y que nunca me había sentido con la necesidad de hacer. Nadie había visto mi cuerpo, nunca, ni siquiera mi madre veía cómo me vestía o desvestía.
Y allí seguía él. Petrificado e incapaz de mover sus piernas o sus ojos.
Un fuerte grito salió de lo más profundo de mi garganta.