Skay
Empecé a reírme de la escena sin poder evitarlo. Las carcajadas salieron de mi garganta y sentí que aquella quizá era la primera vez que reía de verdad. Era increíble la manera en la que aquella chica podía convertir una situación seria en una escena cómica propia de un teatro humorístico.
Alice se quedó mirándome con los ojos como platos y pude ver que sus mejillas habían cogido un poco de color. Aquel simple hecho acaparó toda mi atención y me sorprendió muchísimo.
- ¿De verdad, dónde has estado todos estos años? – pregunté una vez hube finalizado de reírme de ella.
A Alice se le oscureció la mirada y no respondió. Era obvio que estaba avergonzada por haberse asustado de un simple roedor. Pensamientos negativos recorrieron mi mente en ese momento. ¿Cómo iba a ser Alice capaz de gobernar el reino de cálidos? ¿Cómo iba a dirigir la guerra contra los fríos? Haría que nos mataran.
- Preferiría salir de aquí... si no te importa. No me siento cómoda. – dijo con el semblante serio y no sabía si con el hecho de que no se sentía cómoda, se refería a la presencia de ratas en los pasadizos secretos o a la cruda realidad que había en el último de los cuadros.
La reina Opal se parecía demasiado a Alice, a pesar de tener los rasgos de los cálidos, por lo que no había ninguna duda de que era hija suya. Pero había algo en aquella chica de piel pálida y cabello casi blanco que no acababa de cuadrar.
Si Alice era realmente hija de Opal... ¿Qué le hacía parecerse tanto físicamente a los fríos?
Esos pensamientos persistieron en mi mente durante todo el camino de vuelta por los pasadizos secretos. La chica seguía con la mirada seria y no osó abrir la boca. Tan sólo se dedicó a seguir la luz que emanaba mi cálido cuerpo para poder salir de nuevo a la superficie.
Finalmente, salimos de nuevo a los luminosos corredores de palacio. No había nadie cerca, así que decidí no preocuparme por lo que la simple presencia de la chica en territorio de cálidos suponía.
En realidad, Alice me había parecido completamente inofensiva. Al fin y al cabo, sólo era una chica que estaba sola y perdida en el mundo. Sus padres la habían repudiado por el miedo de que ella pudiera resultar ser como los fríos, pero algo en lo más hondo de mi ser me decía que todavía tenía que descubrir muchas cosas sobre Alice, porque toda ella era un misterio. Y a mí me encantaban los misterios.
Además, era incapaz de olvidar lo que había sentido al tocarla. Había sido real, por mucho que pudiera negarme a aceptarlo en ese instante. Su tacto había sido frío, pero también cálido.
Observé a Alice con detenimiento. ¿Quién era en realidad aquella chica que venía inesperadamente a robarme el trono por el que tanto me había esforzado de merecer?
Al sentirse observada, la chica elevó la mirada y la dirigió en mi dirección. Nuestras miradas volvieron a encontrarse y mis pensamientos negativos hacia ella se esfumaron. Había tanta tristeza en sus ojos que podía atravesarlos y descubrir que su alma estaba devastada. ¿Estaría su corazón tan congelado como había creído en un primer momento?
- ¿Y ahora qué? – preguntó entonces Alice rompiendo el hielo.
Volví a la realidad y recordé que tenía que parpadear. A continuación, una voz a mi espalda respondió por mí:
- Ahora le acompañaremos al comedor. Debe de estar hambrienta, alteza.
Los ojos de Alice se iluminaron y me pareció ver cómo una pequeña parte de su tristeza quedaba sustituida por felicidad.
- ¡Mamá! – gritó eufórica por poder ver una cara conocida en aquel lugar ajeno a ella.
Una mujer de unos treinta años se encontraba de pie en medio del pasillo, observando con semblante serio a Alice. Tenía el cabello castaño y los ojos color avellana.
Una sonrisa se expandió por el rostro de la muchacha y supuse que aquella mujer debía de haberse encargado de ella durante todo este tiempo en el que había estado fuera. La curiosidad se apoderó de mí en ese momento y no pude evitar preguntar:
- ¿Por qué motivo Alice ha estado escondida durante tantos años si ibas a traerla de vuelta igualmente?
Había cierto rencor en mis palabras, ya que todavía no me podía hacer a la idea de que nunca llegaría a ser rey mientras Alice estuviera viva. Me habían prometido un trono y un reino. Me habían prometido a Diana cuando ambos éramos niños y mi vida parecía haber sido calculada a la perfección. Lo había aceptado, me lo habían inculcado desde que tenía memoria y no podía creer que toda esa vida que me habían preparado iba a desaparecer para siempre, como si nunca se hubiera tenido en cuenta.
- Usted debe de ser el príncipe Skay... si no me equivoco. – empezó a decir aquella mujer de nombre desconocido.
Afirmé con la cabeza y a continuación, ella empezó a hablar de nuevo:
- Verá, si le soy sincera, cuando Opal me ordenó que cuidara de su hija jamás creí que regresaría. Y mucho menos que volvería con vida, como bien puede ver que he hecho.
Pude escuchar la respiración entrecortada de Alice a mi derecha, quien parecía ser incapaz de creer las palabras que su cuidadora estaba pronunciando con tanta decisión. Yo, en cambio, me encontraba con el ceño fruncido. ¿A qué se refería con eso? ¿Había pensado que la mataría Alice? Decidí callar por unos momentos hasta que finalizara su historia. La fría chica se había convertido en un misterio que debía resolver para poder dormir tranquilo.
- Yo fui la comadrona de la reina Opal cuando dio a luz a Alice. Fui la primera persona que cogió a Alice en brazos y la primera que se sorprendió por su baja temperatura corporal. Sin embargo, su tacto no me mató como muchos cálidos dicen que pasa cuando tocas a un frío. – prosiguió diciendo en un tono de voz suave y a la vez que evitaba mirar a Alice en todo momento.
- ¿Y qué le dijo la reina Opal cuando se enteró? – pregunté curioso a pesar de que intuía la respuesta.
La mujer que hasta ese momento había estado relatando la historia con semblante serio, se le entristeció la mirada y una lágrima corrió por su mejilla sin poder evitarlo. Se la limpió con una mano y continuó hablando:
- Opal se asustó y empezó a temblar. Alice debía de ser muy cálida y ella no lograba comprender cómo podía haber dado a luz a un ser que se parecía tanto a su enemigo natural. Me ordenó que la apartara de su vista y que la escondiera muy lejos de aquí, en otro mundo. Me dio un anillo que puede transportarte a través del enorme universo, un regalo de los mismísimos Dioses, y me amenazó con matarnos a ambas si osábamos regresar algún día.
Alice observó con los ojos llorosos a esa mujer y empezó a temblar. La luz que había aparecido en sus ojos muertos al ver a su cuidadora se había esfumado por completo y en su lugar se habían vuelto todavía más oscuros.
De repente, cayó de rodillas al suelo y empezó a jadear. Un grito desgarrador salió de su garganta y lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.
Lo que pasó a continuación, fui incapaz de predecirlo. Sin embargo, mi instinto me dijo que debía protegernos del inmenso poder que urgía en salir de Alice.
Pegué un rápido salto para acercarme a la cuidadora y así poder protegerla con un campo de fuerza de lo que la chica estaba a punto de hacer.
Con un último grito que consiguió revolverme las mismísimas entrañas, Alice explotó toda la tristeza y culpa que tenía en su interior, en forma de miles de flechas de hielo. También logró congelar todo el pasillo y las paredes de este. La fuerza de su poder consiguió traspasar la barrera que había creado, lanzándonos a la cuidadora y a mí contra la pared más próxima.
Me sorprendí por la inmensidad del poder de Alice que había conseguido traspasar mi barrera de protección sin ningún problema. La explosión además había provocado que me pitaran los oídos y lo último que vi antes de perder la consciencia fue la pequeña figura de Alice que había creído inofensiva y sin poder.
¿Cómo podía Alice ser capaz de contener tanta fuerza mágica? Y lo peor de todo era que no podía controlarla. Sus fuertes emociones podían hacer que se desmoronara y explotara como lo acababa de hacer.
Finalmente, mis ojos se cerraron, pero mi corazón pareció palpitar más rápido.
Nunca antes nadie me había fascinado tanto.
Y ya no podía esperar más... deseaba saberlo todo sobre Alice.