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Chapter 265 - Capítulo 265.- La alianza de las mentes sinceras III

—No te lo puedo decir; no tengo derecho a revelar los detalles —le recordó Darcy a su primo, que se recostó contra la silla y comenzó a sacudir la cabeza lleno de frustración. Luego cedió un poco—. Debes saber que no hago esto con el objeto de asegurar el bienestar de Wickham. Él ha… —Darcy se quedó callado un momento y frunció el ceño—. ¡Maldición! Ha engañado a otra jovencita, pero esta vez se trata de una muchacha de una familia a la que conozco, respetable pero modesta. Lo único que hay que hacer es obligarlos a casarse y tú sabes tan bien como yo que George no está en condiciones de mantener a una esposa. Hago esto por la jovencita y su familia. —Darcy repasó con el dedo uno de los círculos oscuros que habían dejado en la mesa innumerables vasos a lo largo de los años—. Tal vez, si hubiese sido menos orgulloso, habría tenido algo de éxito en hacerles ver la verdadera naturaleza de Wickham, antes de que pusiera en peligro a una de sus hijas.

Richard observó a su primo fijamente, mientras se acariciaba la barbilla. Darcy sabía que estaba buscando cualquier resquicio de debilidad que pudiera aprovechar.

—¡Muy bien, muy bien! —Se rindió finalmente y levantó las manos—. Estás decidido a hacer esto, en lo cual hay mucho más de lo que se ve a simple vista, y no hay manera de hacerte cambiar de parecer. ¿Qué quieres que haga yo?

—Encuentra un puesto de teniente en una unidad destacada aquí en Inglaterra, pero en un lugar recóndito, preferiblemente donde haya pocas tentaciones para ir por el mal camino.

Richard enarcó las cejas.

—¡Quieres enterrarlo! —Resopló—. Bueno, debo decir que tu idea suena mejor ahora que al principio. No debe de ser difícil encontrar oficiales que quieran vender un cargo sin muchas posibilidades de ascenso en medio de la nada. Tal vez tenga suerte y pueda encontrar un acantonamiento con un comandante autoritario, que crea devotamente en los beneficios de atormentar a sus subalternos para convertirlos en hombres de verdad. —Se rió con malicia—. Te enviaré una lista a Erewile House.

—La necesito lo más pronto posible. —Darcy se puso en pie, al igual que su primo.

—¡Sí, señor! —respondió Richard enseguida, luego se inclinó para susurrarle al oído—: Pero si se llega a saber que yo tuve algo que ver con la entrada al ejército de ese miserable, no tendré compasión contigo, primo.

Esa misma noche, Witcher dejó sobre el escritorio de Darcy un sobre con la letra inconfundible de Richard.

—Una comunicación del coronel Fitzwilliam, señor —anunció Witcher desde la puerta y luego atravesó el salón, cuando Darcy lo autorizó.

—Gracias, Witcher. Eso será todo. —Tomó el sobre y comenzó a romper el sello.

Pero en lugar de salir, el mayordomo se quedó mirando la bandeja que Darcy tenía junto al brazo.

—¿No le ha gustado la comida, señor?

—No, está muy bien. —Darcy miró con desaliento la comida primorosamente dispuesta—. En medio de todo este lío —dijo, señalando el escritorio lleno de papeles— se me olvidó que estaba ahí.

—¿Quiere que me la lleve, señor? —A juzgar por el tono de Witcher y su larga experiencia, Darcy sabía que el hecho de mandar la comida de vuelta sin probarla, preocuparía a sus sirvientes.

—No, no, déjela ahí. Ahora que esto ha llegado —respondió, señalando el sobre—, me siento más tranquilo. Dele las gracias a su mujer, Witcher.

—Sí, señor. —El hombre suspiró con alivio—. Eso haré, señor.

Una vez roto el sello, Darcy esparció las páginas sobre el escritorio y estiró la mano para tomar una de las galletas de limón de su ama de llaves. Después de estudiar durante media hora la lista del coronel Fitzwilliam y seleccionar el regimiento que estaba más lejos de Hertfordshire y de toda sociedad respetable, sacó papel y pluma y comenzó la compra de un puesto para el oficial George Wickham.

A la mañana siguiente, siguiendo las instrucciones de su primo, Darcy presentó su solicitud ante las autoridades apropiadas y una hora después le aseguraron que, cuando se hubiesen cumplido todos los trámites militares, su solicitud para un cargo en el regimiento…, destacado en Newcastle, sería aceptada.

Al regresar a Erewile House, se embarcó en la extraordinariamente incómoda tarea de informarle a su secretario de que sería necesario hacer ciertos ajustes en sus finanzas. Por primera vez en su larga relación, Darcy vio que Hinchcliffe se sobresaltaba realmente y se quedaba mirándole fijamente.

—Señor Darcy —dijo con voz ronca, incapaz de articular bien las palabras—, ¡usted no sabe lo que está diciendo! Conseguir una suma que supera de tal manera los requerimientos normales de sus intereses implicaría un movimiento de capital bastante considerable y, por tanto, una pérdida inevitable. Señor, respetuosamente le ruego que lo reconsidere. Tal vez haya otras maneras de conseguir esa suma…

Darcy negó con la cabeza.

—Me temo que no con tanta rapidez y el tiempo corre en mi contra. —Al ver la preocupación en los ojos del secretario, Darcy continuó—: No piense que he hecho algo imprudente o deshonesto, Hinchcliffe. No me he convertido en jugador ni soy víctima de una extorsión. Al contrario, tengo la esperanza de que estos fondos sirvan para hacer un bien… para corregir un error, al menos. —Guardó silencio, dando un golpecito al escritorio—. Lo dejo en sus manos, Hinchcliffe —le dijo al hombre que le había enseñado y lo había guiado en todos los asuntos financieros desde la muerte de su padre—, y tengo plena confianza en sus decisiones. Proceda como mejor le parezca: yo firmaré sin pedir ninguna explicación o justificación.

—Como desee, señor. —El secretario se levantó y lo miró. Ya había recuperado su habitual reserva, pero todavía era evidente su preocupación por alguien que había crecido bajo su tutela—. Pero la esperanza, esa de la que usted habla, rara vez produce capital, señor, y mucho menos intereses.

—Sin embargo, si hay algo de humanidad en nosotros, debemos seguir invirtiendo, ¿no le parece? —Lo dijo en voz baja, pero con una repentina y sentida convicción.

Hinchcliffe inclinó la cabeza y luego, por primera vez, le hizo una reverencia completa.

—Su padre estaría muy orgulloso, señor, muy orgulloso. —Y diciendo esto, el secretario dio media vuelta, sin alcanzar a ver la expresión de asombro y agradecimiento en el rostro de Darcy, y salió del estudio, con los hombros en actitud de emprender una batalla financiera contra el mundo, en nombre de su patrón. Darcy sabía que las palabras de Hinchcliffe no eran producto de la ligereza. Acompañadas por aquella reverencia, eran la primera prueba del aprecio más profundo y auténtico que le había ofrecido su secretario en todos estos años. Ah, el hombre siempre había sido extremadamente cortés y paciente, incluso cuando, durante su primer encuentro, Darcy, de doce años, se había estrellado contra el joven secretario en el vestíbulo, justo frente a esa misma puerta. Su padre estaría muy orgulloso. Los ojos de Darcy buscaron el pequeño retrato de su padre que había sobre la pared y asintió en señal de agradecimiento.

—Sí, gracias, creo que lo estaría.