Después de poner en marcha las promesas económicas que le había hecho a Wickham, Darcy tenía que hablar otra vez con él, antes de poder presentarles todo a los parientes de Elizabeth en Londres como un hecho consumado. Así que volvió a subirse a un desvencijado coche de alquiler, preparado para cualquier contratiempo que pudiera surgir. Wickham siempre solía sorprender a la gente con alguna insólita acción, pues dependía de la audacia de semejantes acciones para confundir a sus adversarios. Pero esas estratagemas eran ya bien conocidas por Darcy, debido a la larga relación que existía entre ellos. Esta vez Wickham tenía mucho que perder, mientras que Darcy tenía un grupo de aliados que podrían atraparlo en cualquier lugar adónde decidiera huir.
Llegó a la posada justo antes de las tres. Cuando bajó la cabeza para entrar en la taberna, alcanzó a ver a su «sombra» vigilándolo desde el umbral que conducía a las escaleras. Con un gesto de la cabeza y un guiño, el muchacho le informó de que el par de tórtolos todavía estaban arriba. Poniendo de manera despreocupada una guinea sobre una mesa cercana, Darcy agradeció la información y fue recompensado con una mirada de sorpresa que Darcy creía que rara vez había aparecido en el curtido rostro del chico.
Esta vez, todo estaba ordenado. Wickham abrió la puerta y pudo ver que la ropa había sido recogida, habían retirado las botellas y los platos y una mesa y un par de sillas más sólidas habían reemplazado a las anteriores.
—Darcy —lo saludó con incomodidad y le hizo señas de que pasara.
—Señorita Lydia Bennet. —Darcy le hizo una inclinación a la jovencita, que estaba sentada en el marco de la ventana. Cuando vio que Wickham le hacía un gesto, la muchacha se bajó e hizo una reverencia.
—Señor Darcy —respondió con tono tímido.
—Lydia, querida, baja a la cocina y pide algo de comer. —Wickham la tomó de la mano y la condujo a la puerta—. Espera abajo y súbelo tú misma, si tienes la bondad. Darcy y yo tenemos cosas que discutir. —Con una expresión que dejaba traslucir claramente su incomodidad por tener que realizar aquella tarea, Lydia retiró la mano y salió de la habitación dando un portazo, por si había alguna duda acerca de sus sentimientos—. ¡Chiquilla odiosa! —Wickham hizo una mueca—. ¡Mira a lo que quieres atarme!
Darcy no iba a tolerar aquello.
—Eso quedó decidido cuando, por tu propia voluntad, la subiste a un carruaje en Brighton. —Se sentó en una de las sillas—. Es poco más que una niña, George, y tú alentaste una fantasía infantil que todavía tienes que cumplir. No es ninguna sorpresa que se sienta decepcionada y se comporte como la chiquilla que es.
Wickham mostró su acuerdo con un gruñido y se sentó en la otra silla. No tenía buen aspecto, a pesar de que iba bien vestido y se había afeitado. Se pasó la mano por el pelo varias veces antes de recostarse en la silla, pero ni siquiera en ese momento se relajó. Al notar la manera en que Darcy lo observaba, se rió de sí mismo.
—¡Estoy muy nervioso! No pude dormir anoche y no sé por qué, pero siento como si me estuvieran vigilando. Tengo la piel de gallina.
—Sientes «algo en el viento» —dijo Darcy, utilizando la vieja expresión que aludía a la existencia de algún plan secreto.
—¡Sí, exactamente! Y estoy harto de eso. —Se mordió el labio—. Ayer accediste a pagar mis deudas sin importar de donde vinieran, ¿verdad?
—Sí, desde que llegaste a Meryton hasta el día de tu boda, me haré cargo de todas.
—Puede llevar algún tiempo saber exactamente cuánto debo. Exceptuando las deudas de los oficiales, realmente no tengo ni idea de la cantidad.
—Esa será tu tarea durante la próxima semana. —Darcy levantó el maletín de cuero que traía y sacó papel, tinta y plumas—. Haz la lista de las que puedes recordar y pide que te envíen las que no recuerdas. —Al ver la mirada de alarma de Wickham, Darcy rectificó—: Pide que las manden a Erewile House.
—Ah, bueno. —Wickham volvió a respirar—. Así sí. —Miró por un momento los objetos que estaban desplegados frente a él y luego dirigió de nuevo la mirada a Darcy—. Y cuando haya hecho todo esto y me haya casado con la muchacha, ¿qué vendrá después? Si no me asignas una de tus rectorías… —Se quedó callado, pero cuando vio que Darcy no lo contradecía, continuó—: Entonces, ¿cómo voy a mantener este nuevo estilo de vida en el que tú insistes?
Aquél era el segundo obstáculo y, para que todo funcionara, había que hacer que Wickham lo superara con cierta dosis de buena voluntad.
—He adquirido para ti un cargo de teniente en el ejército regular —le respondió Darcy.
—¿Qué?
—En un regimiento que lo más probable es que nunca tenga que realizar acciones en el exterior —le aseguró Darcy.
Wickham se desplomó contra el respaldo de la silla e hizo una mueca, tratando de asimilar aquella revelación acerca de su futuro. Lentamente pareció hacerse a la idea. Miró a Darcy.
—Pero necesitaré…
—Sé lo que necesitarás y te prestaré el dinero para comprarlo; lo indispensable y nada más. Con prudencia, podrás vivir cómodamente; si obtienes un ascenso, podrás vivir bastante bien.
—¡Cómodamente! —Wickham se rió con desdén, poniéndose en pie—. ¿Y cuál es tu idea de comodidad, Darcy? ¿Estarías «cómodo» viviendo así? —Extendió los brazos para señalar lo que le rodeaba—. ¡No lo creo! —Se inclinó sobre la única ventana de la habitación y miró hacia el patio que había abajo.
—También está la dote de tu esposa…
—¡Una insignificancia! —replicó Wickham.
—… y también lo que yo le daré a ella —añadió Darcy enseguida. Ante el ofrecimiento, Wickham dio media vuelta, otra vez interesado.
—¡Dos mil libras! —exigió, como si la suma fuese negociable. Darcy enarcó una ceja—. Mil quinientas, entonces, y me volveré metodista, si quieres.
—Dudo que te quieran «aceptar», George, o que tú puedas seguir su credo durante mucho tiempo. —Sacudió la cabeza. Era hora de cerrar aquel enojoso asunto—. No, no voy a negociar contigo. Mil libras adicionales a la dote de la muchacha, tus deudas cubiertas, tu profesión garantizada, tu carácter reformado, por decirlo de alguna manera, y una esposa, eso es lo que te ofrezco para que puedas hacer lo correcto con esta muchacha y su familia.
—Mientras me porte como un caballero, ¿no fue ésa la condición? —dijo Wickham en tono de burla. No parecía esperar una respuesta, porque enseguida se volvió otra vez hacia la ventana para considerar lo que le habían ofrecido y no notó el silencio de Darcy.