Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 264 - Capítulo 264.- La alianza de las mentes sinceras II

Chapter 264 - Capítulo 264.- La alianza de las mentes sinceras II

Wickham se relajó un poco y volvió a sentarse a la mesa.

—Si accedo a todo eso, ¿cómo voy a vivir de aquí en adelante y con una esposa que mantener? Está muy bien eso de satisfacer a todas esas sanguijuelas, pero ¿de qué voy a vivir? —El hecho de que Darcy no contestara inmediatamente pareció preocupar a Wickham, porque comenzó a golpear nerviosamente el suelo con el pie—. No tengo profesión. —Se miró las manos y luego volvió a mirar a Darcy—. ¡Kympton! ¡Dame la rectoría de Kympton! —Darcy comenzó a negar con la cabeza—. ¡Es lo que tu padre quería para mí! ¡Es perfecto!

—¡No! ¡De ninguna manera! —Darcy cortó de plano las exigencias de Wickham—. Hay otra posibilidad, pero antes de hacer más averiguaciones deseo llegar a un trato contigo. —Se levantó de la silla—. ¿Hacemos ese trato? Tú no tratarás de huir de esta posada y te reunirás conmigo mañana para seguir discutiendo tu situación, y yo no informaré a nadie de tu paradero ni me retractaré de ninguna de las promesas que te he hecho hasta ahora.

Wickham reflexionó un momento y luego, suspirando, le tendió la mano.

—De acuerdo. —Darcy se quedó mirando la mano extendida, sintiendo una opresión en el pecho—. Ah, bueno… —Wickham comenzó a retirarla.

—¡No, ven! —Darcy ignoró al diablillo que quería llevarlo de nuevo al reino del resentimiento y estrechó brevemente la mano de Wickham—. De acuerdo. Mañana por la tarde vendré a buscarte —dijo apresuradamente—. Despídeme de la señorita Lydia Bennet. —Luego tomó su sombrero y su bastón y dejó a Wickham solo en la taberna, para que pensara lo que quisiera acerca de lo que acababa de pasar entre los dos.

Al llegar a donde estaba el coche de alquiler, Darcy le dio una dirección al cochero y subió. Mientras el vehículo recorría las calles, arrojó su sombrero y sus guantes sobre el gastado asiento de cuero y se frotó primero los ojos y luego toda la cara. Se recostó contra los cojines del respaldo, estiró las piernas y evaluó la situación. ¡Los había encontrado! La triste miseria del lugar en el que estaban era suficiente para deprimir al más optimista de los hombres, y Wickham no formaba parte de ese feliz grupo. Pero Darcy estaba seguro de que se sentía cada vez más impaciente por tener que marginarse de la vida que ansiaba y estaba desesperado por encontrar una manera de alcanzar otra vez la suficiente respetabilidad para disfrutar de esa vida. ¿Serían suficientes para tentar a Wickham las condiciones que le había propuesto? Parecía que sí; al menos de momento. Cuando pasara todo aquello, era probable que el simple hecho de tener el control de sus deudas pendiendo sobre su cabeza lo hiciera mantenerse en el camino correcto.

Cerró los ojos y dejó escapar un gran suspiro. A pesar de que las condiciones resultaban bastante onerosas para Wickham, la verdad era que el hecho de que el hombre hubiese aceptado su oferta de comprar todas sus deudas y las medidas que habría que tomar para garantizar los términos del acuerdo lo atarían a él durante el resto de su vida. Darcy lo sabía desde el principio y el desagrado que esto le producía había despertado su antipatía latente, a pesar de todos los esfuerzos por tener una actitud adecuada a la importancia de aquel empeño. Pero luego, al ver todo aquello —el egoísmo y la actitud desafiante e infantil de Lydia Bennet, la bravata de Wickham, que mostraba su absoluta falta de conciencia—, Darcy había sentido brotar dentro de él una inesperada compasión, y la suave lluvia de la clemencia había hecho desvanecer lo que la rabia y el orgullo no habían podido lograr. Había llegado a un acuerdo. Era un comienzo que permitía albergar un poco de esperanza.

¡Esperanza! La atención de Darcy se fijó ahora en esa dulce presencia que había en su corazón, para quien significaría tanto esta esperanza… Elizabeth. Si pudiera aliviar su sufrimiento asegurándole que había encontrado a su hermana y que ya se estaban trazando los planes para garantizar su regreso. ¡Lo que debía de estar pasando día tras día, mientras esperaba que le llegara alguna noticia!

—Pronto —le prometió Darcy con voz suave en medio de la penumbra del carruaje—. Pronto.

El vehículo se detuvo frente al cuartel de oficiales de la Real Guardia Montada de su majestad y, cuando el cochero se bajó para abrir la portezuela, Darcy sacó una tarjeta del tarjetero que guardaba en el bolsillo del chaleco. Se la entregó al hombre y le pidió que se la llevara al oficial de guardia y preguntara por el paradero del coronel Fitzwilliam. En menos de cinco minutos, Darcy sabía exactamente dónde estaba su primo.

—¡Por Dios, Fitz! ¿Qué estás haciendo aquí y montado en eso? —Darcy se rió al ver el gesto de desaprobación de Richard, mientras su primo le abría la portezuela del carruaje y bajaba él mismo la escalerilla. ¡Era estupendo volver a reír!—. Toma, coge tu sombrero, por favor, y ¡asegúrate de sacudirlo!

—¡Por favor no ofendas a mi cochero! —le advirtió Darcy con un guiño—. Es un hombre extraordinariamente valiente y fiel a su palabra. —Se volvió hacia el hombre y le puso en la mano tres veces más de la tarifa habitual, mirándole directamente a los ojos—. Le estoy muy agradecido.

—Gracias, patrón… Ah, señor. —El hombre se sonrojó y, bajando la cabeza mientras retrocedía, se subió de nuevo a su pescante y se marchó.

Darcy dio media vuelta y vio a su primo mirándolo con total incredulidad. Le puso una mano en el hombro y dijo:

—Ven, ya he encontrado a Wickham y necesito tu ayuda. ¿Dónde podemos hablar?

Minutos después, estaban en el umbral de una taberna frecuentada por un gran número de oficiales de su majestad, la mayoría de los cuales miraron con curiosidad a Darcy, después de hacerse a un lado y saludar a su acompañante.

—No hay muchos civiles lo suficientemente valientes como para atreverse a cruzar el «Mar Rojo» —explicó Richard, escoltando a su primo hasta una cómoda mesa en el rincón—. Se están preguntando quién eres tú. Ahora, ¡dime cómo demonios has hecho para encontrar a ese bellaco sarnoso antes que yo!

Darcy sacudió la cabeza.

—En otra ocasión, tal vez. Necesito tu ayuda en algo en lo que tú eres particularmente experto. —Richard le sonrió con picardía—. ¿Qué? ¡No! Me refiero a tus conocimientos militares, mi querido primo.

Richard se recostó contra la silla, con actitud de suficiencia.

—¡Habla! ¿Qué quieres saber?

—¿Cuánto cuesta un cargo de teniente?

—¿Un cargo de teniente? Depende de la unidad y del lugar donde esté destacada. Está entre las quinientas y las novecientas libras. —Frunció el entrecejo—. ¿Por qué…? ¡Espera un minuto! —El coronel se inclinó hacia delante y clavó una mirada horrorizada en Darcy—. ¡No estarás pensando en Wickham!

—¡En un segundo! —Darcy sonrió al ver la expresión de su primo—. ¡Nunca entenderé por qué D'Arcy dice que eres lento!

—¡Porque es un idiota! Pero eso no viene al caso. —Richard entrecerró los ojos y golpeó la mesa con un dedo—. Quieres comprarle un cargo de teniente a Wickham. Wickham, el canalla que casi arruinó… —Se detuvo y se mordió el labio, luego continuó—: Que te ha arrojado a la cara todo lo bueno que has hecho por él, que le debe dinero a todos los comerciantes y una disculpa al padre de todas las jovencitas que hay desde aquí hasta Derbyshire. —Richard se iba poniendo cada vez más rojo con cada acusación—. ¿Qué ha hecho para que abandone su regimiento en la milicia y tú lo recompenses con una carrera en el ejército regular? ¡Teniente! —exclamó Richard resoplando—. ¡Déjalo empezar desde abajo y aprender disciplina y respeto, si tiene tantas ganas de entrar en el ejército!