Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 252 - Capítulo 252.- Un actor mediocre XV

Chapter 252 - Capítulo 252.- Un actor mediocre XV

Elizabeth apareció de repente, con la cara pálida, y lo miró con una expresión de dolor y desesperación. Al ver en todos los rasgos de la muchacha semejante angustia, Darcy se sobresaltó y no supo qué decir.

—Perdóneme, pero tengo que dejarle —dijo Elizabeth, jadeando—. Debo encontrar al señor Gardiner en este mismo momento, para informarle de un asunto que no puede demorarse; no hay tiempo que perder.

—¡Dios mío! ¿De qué se trata? —preguntó Darcy, mientras la expresión de angustia de Elizabeth despertaba no sólo su alarma sino todos los sentimientos de ternura que poseía. ¿Encontrar a los Gardiner? ¡Ella no podría hacerlo en ese estado!—. No quiero entretenerla ni un minuto; pero permítame que sea yo el que vaya en busca del señor y la señora Gardiner, o que mande a un criado. —Darcy tomó el control de la situación tanto como pudo, sin conocer los detalles—. Usted no se encuentra bien; no puede ir en esas condiciones. —El caballero esperaba que ella lo contradijera y se preparó para insistir, pero Elizabeth no dijo nada, lo cual aumentó su preocupación. La muchacha vaciló un momento, mientras temblaba, antes de asentir con la cabeza. Después de llamar al criado y ordenarle que fuera en busca de sus tíos, Elizabeth se desplomó en una silla.

¿Qué debía hacer?, se preguntó. Al mirar el rostro angustiado y la actitud de derrota de los hombros de la muchacha, supo que no podía dejarla. Estiró una mano, aunque todo lo impulsaba a tomarla entre sus brazos y prometerle que todo iría bien, pero tuvo que dejar caer la mano a un lado. No tenía ningún derecho.

—Permítame llamar a su doncella —le dijo con voz suave. Al ver que ella negaba con la cabeza, decidió intentar otra cosa, pero con el mismo tono—. ¿Qué podría tomar para aliviarse? ¿Un vaso de vino? Voy a traérselo. —Elizabeth negó otra vez con la cabeza. El sentimiento de impotencia de Darcy aumentó. ¿Tal vez estaba demasiado angustiada para darse cuenta de su estado?—. Usted está enferma —le dijo Darcy con voz suave.

—No, gracias. —Elizabeth se enderezó un poco—. No se trata de mí. Yo estoy bien. Sólo estoy desolada por una horrible noticia que acabo de recibir de Longbourn. —En ese momento no pudo reprimir el torrente de lágrimas que había permanecido contenido por la angustia y ya no pudo decir más. Darcy sólo supo que la causa de su estado era una noticia que había recibido de su casa. La explicación más probable parecía ser una muerte en su familia. ¿Acaso había habido algún terrible accidente? Sintió que el corazón se le rompía, desesperado por resultar de alguna ayuda, por servir de consuelo a Elizabeth en medio de aquella expresión del más vivo dolor. Por Dios, ¿cuánto tiempo más podría ser capaz de verla así y mantener la compostura? Darcy se agarró al respaldo de la silla que estaba ante ella y se aferró a él con tanta fuerza que los dedos le dolieron.

—Señorita Elizabeth, por favor… permítame ayudarle de alguna manera —insistió él, pero la muchacha siguió llorando desconsoladamente y no había nada más que pudiera decir o hacer, excepto esperar.

—Acabo de recibir una carta de Jane con unas noticias espantosas. —Aunque hablaba de manera entrecortada, Elizabeth finalmente lo miró. Darcy se inclinó sobre ella, con intención de oír cada sílaba—. Esto no puede ocultarse. —Elizabeth tomó aire y luego continuó—: Mi hermana menor ha abandonado a sus amigos; se ha fugado, se ha rendido a los encantos de… del señor Wickham.

El impacto que sufrió el caballero fue mayúsculo. ¡Wickham! ¡Maldito demonio! Pero ¿cómo había sucedido aquello?

—Se han escapado de Brighton —siguió diciendo Elizabeth, de forma inconexa—. Usted conoce a Wickham demasiado bien para comprender lo que eso significa. Ella no tiene dinero, ni contactos, nada que lo haya podido tentar a… —Volvió a sollozar—. Está perdida para siempre.

Al oír el relato de Elizabeth y pensar en sus implicaciones, Darcy sintió que la cabeza comenzaba a darle vueltas, que lo invadía la rabia y se quedaba sin palabras. ¿Acaso aquel hombre no tenía ni una pizca de conciencia? Al menos con Georgiana estaba la motivación de la venganza y obtener algún beneficio, pero ¿cuál había sido su propósito con Lydia Bennet? Elizabeth tenía toda la razón; Lydia no tenía nada que ofrecer para tentarlo a casarse. Sus atractivos eran la juventud, la imprudencia y la promesa de sensualidad. Cuando Wickham se hubiese aprovechado de eso, la abandonaría sin ninguna consideración.

—Cuando pienso que yo habría podido evitarlo. Yo, que sabía cómo era Wickham —se reprochó Elizabeth con amargura—. ¡Si yo hubiese explicado a mi familia sólo una parte, algo de lo que sabía de él! Si hubiesen conocido su manera de ser, esto no habría sucedido. Pero ya es tarde para todo. —Volvió a hundir la cara entre las manos.

Sin poder hacer nada, Darcy miró los hombros agitados de Elizabeth. ¿Qué podía decir o hacer para mitigar el desastre que implicaba este nuevo giro de los acontecimientos? ¡Poco, muy poco!

—Estoy apenado, muy apenado, horrorizado —susurró Darcy—. Pero ¿es cierto, absolutamente cierto?

—¡Ah, sí!, —respondió Elizabeth con una sonrisa amarga—. Huyeron de Brighton el domingo por la noche y pudieron seguirles la pista hasta Londres, pero no más allá; es indudable que no fueron a Escocia.

Por lo menos, tenían algo: ¡una hora y un lugar! La mente de Darcy comenzó a funcionar de manera más racional. ¡Cuándo y dónde!

—¿Y qué se ha hecho, qué han intentado hacer para encontrarla?

—Mi padre ha ido a Londres —respondió Elizabeth, haciendo un gesto de desaliento—. Y Jane escribe solicitando la inmediata ayuda de mi tío; espero que podamos irnos dentro de media hora. Pero no se puede hacer nada, sé muy bien que no se puede hacer nada. —Suspiró con desconsuelo—. ¿Cómo convencer a un hombre semejante? ¿Cómo vamos a encontrarlos? No tengo la menor esperanza. Se mire como se mire, es horrible.

¡Eso puede ser cierto, pensó Darcy para sus adentros, o no!

—¡Ah, si cuando abrí los ojos y descubrí quién era Wickham hubiese hecho lo que debía! —Elizabeth retorció su pañuelo, mientras la rabia desplazaba al dolor—. Pero no me atreví. Temí excederme. ¡Qué desdichado error!

La tristeza de Elizabeth enterneció el corazón de Darcy. Verla allí, llorando, culpándose por el comportamiento imprudente de una hermana a la que se le había permitido demasiada libertad y el pérfido engaño de un experto seductor habría tentado a Darcy a llenarse de rabia, si no lo hubiese golpeado de repente, con terrible ferocidad, la idea de que él también tenía parte de culpa en el asunto. ¿Un error de Elizabeth? No, había sido un error suyo… lo que había permitido que aquel canalla tuviera la libertad de atacar a otras jovencitas había sido el orgullo de Darcy, su negligencia con todo lo que estaba más allá del círculo de su familia. Y ahora el lobo había atacado a otra familia, la familia de la mujer a la que tanto amaba y a quien tanto le debía. Esa revelación amenazó con volverle a provocar el torrente de emociones que había sentido cuando la había visto tan angustiada y había conocido la noticia. ¡Pero no! Si Darcy se permitía caer otra vez en eso, no sería de ninguna ayuda para Elizabeth. Dio media vuelta y comenzó a pasearse por el salón, aferrándose a cada dato que le había transmitido Elizabeth como si fuera la pieza de un rompecabezas. ¿Adónde habría ido Wickham en Londres y quién podría conocer su paradero? De repente, se le ocurrieron varias formas posibles de averiguarlo. ¡Si Dy estuviese en la ciudad! Pero aunque su amigo no estuviese disponible, había que encontrar el rastro de Wickham con la mayor premura, antes de que se cansara de Lydia Bennet y desapareciera en cualquier otro rincón del reino.

En ese momento, Darcy dio media vuelta y observó a Elizabeth. Trataba de contener las lágrimas con el pañuelo, absorta en los terribles hechos de la desgracia de su familia. El caballero tenía miles de razones para quedarse con ella en medio de su angustia, pero no tenía ningún derecho. Tenía que disculparse, pero ¿cómo iba a hacerlo? Vaciló y luego echó mano de una torpe excusa.

—Me temo que hace rato que desea que me vaya y no hay nada que disculpe mi presencia, excepto un verdadero aunque inútil interés. —Elizabeth se enderezó lentamente y lo escuchó con los ojos llenos de lágrimas. ¡Con ayuda de Dios, Darcy esperaba que le creyera!—. ¡Ojalá pudiese decirle o hacer algo que la consolase en semejante desgracia! Pero no quiero atormentarla con vanos deseos que parecerían formulados sólo para que me diese usted las gracias. —Darcy podía ver que ella estaba recuperando la compostura y levantaba ligeramente la barbilla al oír sus palabras—. Me temo que este desdichado asunto va a privar a mi hermana del gusto de verla a usted hoy en Pemberley.

—Ah, sí. —Elizabeth se secó los ojos y suspiró—. Por favor… tenga la bondad de excusarnos ante la señorita Darcy. Dígale que asuntos urgentes nos reclaman en casa sin demora. Ocúltele la triste verdad el mayor tiempo posible —le rogó—, auque sé que no podrá ser mucho.

—Tiene usted mi palabra —le prometió Darcy y la miró a los ojos, pero ella pareció desviar la mirada—. De verdad siento mucho que haya caído semejante desgracia sobre usted y su familia. —Se detuvo, deseando poder ofrecerle un consuelo mejor, pero no se le ocurrió nada—. Y ojalá todavía haya esperanzas de que esto termine mejor de lo que en el momento parece lógico esperar. —Elizabeth lo miró con incredulidad, pero inclinó la cabeza. No había nada más que él pudiera hacer. Respondió el gesto de ella con una reverencia—. Por favor, deles mis saludos a sus tíos y dígales que espero que todos puedan regresar a Pemberley en una época más feliz —ofreció Darcy y, tras lanzarle una última mirada con la que quiso confirmar la sinceridad de sus palabras, salió al pasillo y cerró la puerta suavemente.