Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 249 - Capítulo 249.- Un actor mediocre XII

Chapter 249 - Capítulo 249.- Un actor mediocre XII

Darcy no quiso volverse a ver la reacción de la señorita Bingley, para no arriesgarse a que ella percibiera la expresión de gratitud y alivio que sintió asomarse a su rostro. En lugar de eso, se entregó al placer de observar la satisfacción que se había apoderado de los ojos de Elizabeth por el éxito de su contraataque, mientras se preguntaba de qué forma podría agradecerle aquella deferencia. Antes de que pudiera llegar a ninguna conclusión, Elizabeth se inclinó hacía Georgiana y le rozó suavemente la mano. Darcy contuvo el aliento, maravillado al ver la preocupación de Elizabeth por su hermana. En ese momento, ella levantó la cara para mirarlo. No necesitaba ninguna palabra de gratitud, le dijeron los ojos de la muchacha. Elizabeth sabía lo que él sentía acerca de ese asunto y no iba a defraudar la confianza que había depositado en ella.

Con el corazón henchido de emoción, Darcy se sentó frente a ellas y se dirigió directamente a Elizabeth, eligiendo cuidadosamente el tema para complacer a las dos damas.

—Debo decirle, señorita Bennet, que su tío es un verdadero discípulo del señor Walton y posee una excelente habilidad para la pesca. Lo dejé muy animado, al acecho de mis truchas.

—¿En serio? —Elizabeth le correspondió con una sonrisa, y su delicado aroma a lavanda inundó los sentidos de Darcy—. A menudo habla de cómo sus ocupaciones le impiden dedicarle tiempo a lo que alguna vez fue, antes de casarse, una pasión de proporciones considerables. Me alegra que haya tenido la oportunidad de disfrutar de un día de pesca, en especial después de lo bondadoso que ha sido al ponerse a las órdenes de dos mujeres exigentes durante todas sus vacaciones. Le agradezco mucho esta invitación.

—Encantado —logró contestar Darcy y luego tuvo que hacer un esfuerzo para desviar la mirada de ella y dirigirla a Georgiana. Ella permanecía callada, todavía incapaz de recobrarse y participar en una conversación incluso tan trivial como ésa. La pausa que hizo Darcy pareció decidir a Elizabeth, que se levantó de inmediato.

—Me temo que debemos irnos, señor.

Darcy se puso en pie inmediatamente también, con su mente bullendo con miles de razones y propuestas para detenerla; pero trató de contenerse. La señora Gardiner se acercó a su sobrina y dio las gracias por aquella bienvenida y la invitación a su esposo. Darcy hizo una inclinación a modo de respuesta.

—La pericia de su esposo no ha disminuido, señora. Ha sido un auténtico privilegio observarlo. Si usted y la señorita Elizabeth Bennet tienen que marcharse —continuó diciendo—, por favor permítanme acompañarlas al carruaje. —Desde luego, ellas no podían rechazar semejante ofrecimiento y con sonrisas y expresiones de agradecimiento le permitieron escoltarlas hasta la puerta, después de despedirse de su hermana y las otras damas.

Parado en el vestíbulo, Darcy miró a Elizabeth, deleitándose con su espléndido cabello, y se vio asaltado por tantas emociones que apenas pudo distinguirlas, excepto una, que percibió con total claridad. Él la amaba. Era tan sencillo y tan complicado como eso. La sencillez radicaba en la naturaleza de su amor, porque estaba centrado en Elizabeth más que en él mismo o en sus deseos, y surgía del profundo deseo de ser la persona que pudiera gozar del privilegio de cuidarla todos los días de su vida. La complicación radicaba en su interior. Darcy no podía hacer que ella lo amara o disponer que así fuera, como hacía con el resto e las cosas. Sólo podía mostrarle en qué tipo de persona se había convertido y se estaba convirtiendo… y esperar.

Mientras aguardaban a que trajeran el carruaje hasta la entrada, no había tiempo para grandes conversaciones, pero él no quiso desaprovechar ni siquiera aquella pequeña oportunidad.

—La señorita Darcy y yo esperamos con ansiedad su visita de mañana.

—Al igual que nosotras, señor —respondió la señora Gardiner.

Parecía que Elizabeth quería permanecer callada, permitiendo a su tía hacer todos los honores, pero finalmente levantó su rostro y lo miró a los ojos llenos de esperanza, con una sinceridad que lo dejó sin aliento.

—Así es, señor. Por favor, ¿le dirá a la señorita Darcy que nosotras también estamos muy ilusionadas?

—Así lo haré —prometió Darcy, con la esperanza aleteando con fuerza en su corazón. Esperó hasta que el carruaje se detuvo completamente para ayudar a subir a la señora Gardiner y luego se volvió hacia Elizabeth. Esta vez no tuvo que esperar a que ella le diera la mano. Ella se la ofreció gustosa, y tan pronto como su mano se cerró alrededor de los dedos enguantados de Elizabeth, sintió que lo recorría una oleada de felicidad; y como ella dependía de su brazo para ayudarla a subir, le invadió un profundo deseo de protegerla.

—Hasta mañana —se despidió Darcy con voz ronca, a causa de todo lo que estaba sucediendo en su interior, pero Elizabeth alcanzó a oírlo. Le correspondió con una delicada sonrisa, que se mantuvo intacta a medida que el coche se alejaba. Darcy la observó hasta que los árboles del jardín ocultaron el carruaje. Pero incluso en ese momento se sintió reacio a reunirse con las señoras del salón, aunque tenía que volver junto a Georgiana para ver cómo estaba. Entró en la estancia precisamente cuando la señora Hurst estaba diciendo que coincidía con su hermana en cierto asunto, una situación bastante corriente en su relación fraternal, y enseguida fue interpelado por la señorita Bingley a propósito del mismo tema.

—¡Qué mal aspecto tenía Eliza Bennet esta mañana, señor Darcy! Nunca en mi vida había visto a nadie que hubiese cambiado tanto desde el invierno. —La señorita Bingley resopló con incredulidad—. ¡Qué morena y poco refinada se ha puesto! Louisa y yo estábamos diciendo que no la habríamos reconocido.

Darcy sintió que una tremenda aversión hacia Caroline Bingley se apoderaba de él. No sólo sus palabras le resultaban ofensivas, sino también su tono y su actitud. Alguna vez había dicho que ella era «altiva como una duquesa e insensible como una piedra». Pero la verdad es que no sólo no había mejorado lo más mínimo desde entonces sino que, de hecho, se convertía cada vez más en una caricatura de sí misma.

—No he apreciado ningún cambio significativo en ella —respondió Darcy fríamente—, excepto por el hecho de que está más bronceada por el sol. Y eso no resulta extraordinario, después de haber viajado tanto durante el verano.

La señorita Bingley no tenía intención de contener sus comentarios, así que continuó, a pesar del tono de advertencia que habría percibido en la voz de Darcy cualquier mujer más inteligente.

—Por mi parte, debo confesar que nunca me ha parecido guapa. Tiene la cara demasiado delgada, su color es apagado y sus facciones no son nada bonitas. —Darcy hizo rechinar los dientes y apretó la mandíbula, pero la señorita Bingley todavía no había terminado su enumeración—. Su nariz no tiene ningún carácter y no hay nada notable en sus líneas. Tiene unos dientes pasables, pero no son nada fuera de lo común; y en cuanto a sus ojos, que han sido tan alabados a veces —añadió, lanzándole una mirada a Darcy, mientras continuaba, para asombro de éste—, nunca he podido ver que tengan nada extraordinario. Miran de un modo penetrante y severo, que me resulta muy desagradable; y en todo su porte, en fin, hay tanta pretensión y una falta de buen tono que resulta intolerable.

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