Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 241 - Capítulo 241.- Un actor mediocre IV

Chapter 241 - Capítulo 241.- Un actor mediocre IV

—Parece que se le ha adelantado, señor Darcy —dijo Morley riéndose.

—Generalmente siempre lo hace. ¡Que tenga un buen día, Morley! —se despidió Darcy. La respuesta de Morley con los mismos buenos deseos lo siguió mientras se encaminaba en busca del sabueso, tanto para estirar los músculos un poco rígidos de sus piernas como para asegurarse de que el animal aprovechaba plenamente los beneficios del lago de Pemberley. Mientras caminaba, Darcy aspiró el aroma de las flores frescas que salía de los jardines y sonrió para sus adentros. Había tenido un tiempo estupendo; todavía era temprano y ya estaba en casa. Miró hacia el edificio. No había señales de los visitantes, cuya intromisión formaba parte de la rutina y las obligaciones de una gran mansión. ¡Bien! Se apresuró a llegar al lago y encontró al perro paseándose nerviosamente por el borde, mirando con angustia por encima del hombro, esperando a que apareciera su amo.

—Aquí estoy, monstruo, pero no tenías que haber esperado. ¡Vamos! —lo instó Darcy. Trafalgar se sentó y gimió—. ¡Anda, échate al agua! —ordenó. El perro lo miró, confundido—. ¡Lánzate! —El caballero señaló el agua, pero el animal parecía no entender su significado. Hummm. —Darcy lo miró fijamente, tratando de descubrir si realmente estaba confundido o sólo estaba oponiendo resistencia. Con astucia, Trafalgar esquivó la mirada de su amo y torció la cabeza hacia el lago y los jardines—. Así que ésas tenemos. —El caballero miró a su alrededor, tomó una rama seca y la partió en dos con la rodilla; luego regresó al borde del lago y vio que había conseguido atraer la atención del sabueso. Se miraron en silencio, pendiente uno de cualquier cambio del otro. De repente, con un rápido movimiento del brazo, Darcy lanzó la rama al centro del lago—. ¡Tráela! —Sin la menor vacilación, el perro saltó al agua y nadó con decisión en busca de su premio.

El caballero rodeó el lago por la orilla, riéndose y animando al perro mientras nadaba, y se volvió a encontrar con él al otro lado, teniendo cuidado de aparecer una vez que Trafalgar hubo salido y se hubo sacudido la mayor parte del agua.

—¡Buen chico! —Darcy agarró la rama de las mandíbulas del sabueso—. Ahora, vamos a la casa. —Después de lanzarle una última mirada a su premio, el animal salió corriendo hacia uno de los jardines, dejando atrás a su amo. Darcy tiró la rama al suelo y se volvió a mirar hacia la mansión. ¡Su casa! La agradable sensación de gratitud que había experimentado hacía un rato regresó, reconfortando su corazón. Volvió a tomar el sendero que comunicaba con las caballerizas, decidido a atravesar el jardín de la parte de abajo y así evitar el vestíbulo, porque no estaba en condiciones de saludar a ningún desconocido después del viaje, y a pesar de que la sensación de euforia permaneció intacta, no había avanzado mucho cuando comenzó a sentir las consecuencias del esfuerzo de la mañana. Le dio un tirón a la corbata para aflojarla, pues sentía el cuello bañado en sudor. Ya se había desabrochado la chaqueta y no tenía deseos de volvérsela a abrochar. Iba sin sombrero y sin guantes, pues los había enviado a la casa, y podía notar el polvo y la tierra adheridos a su ropa rozando su piel. Su cara… Darcy se detuvo para tocarse los ojos y la mandíbula. No, ¡no estaba en condiciones!

Dejó caer la mano y se dirigió a una bifurcación que había en el seto y que marcaba el límite con el prado del jardín inferior, pero se detuvo en seco. ¡Los visitantes! Darcy vaciló al ver a los tres desconocidos que, por fortuna, le daban la espalda mientras observaban la fachada de la mansión, acompañados por el viejo Simon. Se reprochó por la torpeza de haber calculado mal el tiempo, pues los visitantes ya estaban en los jardines. Quizá pudiera volver sigilosamente por el mismo camino por el que había venido. Pero tan pronto dio un paso atrás, una de las damas dio media vuelta y posó sus ojos enseguida sobre él. La luz de aquellos ojos sacudió a Darcy como un rayo. ¡Elizabeth! Dios santo, ¿Elizabeth? El caballero sintió que cada uno de los nervios de su cuerpo se ponía alerta, aunque parecía incapaz de lograr que se movieran. ¡Elizabeth… allí! Aquella imagen lo estremeció, pero su mente se negaba a aceptar semejante coincidencia. ¿Cómo era posible? Pero tenía que ser posible porque allí estaba ella, a no más de veinte metros, con sus adorables ojos abiertos a causa de la sorpresa, antes de volverse con las mejillas encendidas por el rubor. Darcy también sintió un calor que subía a su rostro, mientras buscaba una señal, alguna indicación sobre cómo debería aproximarse a ella. Pero no recibió ninguna y la joven permaneció como una hermosa representación de la confusión. Lo único que el caballero pudo pensar fue que debía rescatarla de aquella situación y ser él quien diera el primer paso. Intentando salir de su estupor, se acercó.

—Señorita Elizabeth Bennet. —Darcy le hizo una reverencia lenta y respetuosa. Apenas pudo oír la respuesta y, al levantarse, descubrió que Elizabeth estaba todavía más colorada y que miraba a todas partes menos a él—. Por favor, permítame que le dé la bienvenida a Pemberley, señorita Elizabeth. —Elizabeth le dio las gracias con voz casi inaudible. Era evidente que se sentía bastante incómoda. Debía tratar de tranquilizarla de alguna manera—. No tenía ni idea de que planeara usted una visita a Derbyshire —se arriesgó a decir. Ella no contestó—. ¿Llevan usted y sus acompañantes mucho tiempo viajando?

—Salimos de Longbourn hace poco más de dos semanas, señor —respondió Elizabeth con voz fuerte, pero ligeramente temblorosa todavía en medio del aire del verano.

—Ah… ¿y su familia se encuentra bien? ¿O se encontraba bien cuando los dejó? —se corrigió Darcy—. ¿Sus hermanas? ¿Ha tenido usted alguna noticia? —Se reprochó mentalmente la confusión y la torpeza de sus frases.

—Sí y no, señor Darcy. —Elizabeth se mordió el labio inferior—. Sí, estaban bien cuando partí, pero no, todavía no he tenido ninguna noticia de ellos.

—Ah, ya veo… Y su viaje, ¿ha sido placentero? —insistió Darcy—. Parece que el tiempo ha sido muy favorable. ¿No le parece? —Elizabeth sonrió brevemente al oír eso, mostrándose de acuerdo en que los días habían sido muy agradables—. Sí, eso me ha parecido —afirmó—, aunque sólo he estado viajando los últimos tres días. ¿Cuánto tiempo lleva usted de viaje?

—Dos semanas, señor.

—Ah, sí, ya me lo había dicho. Dos semanas. ¿Se va a quedar mucho tiempo en Derbyshire? ¿Dónde se hospedan? —¡Por Dios, ésa era una pregunta verdaderamente estúpida!

—En la posada Green Man, en Lambton, señor.

—Ah, sí, Green Man. Garston, el propietario, la regenta muy bien. Pero tenga cuidado con todos sus nietos —respondió Darcy—, en especial cuando él descubra que usted ha estado en Pemberley. Multiplicará sus atenciones. ¿Mencionó usted cuánto tiempo se quedará en la comarca?

—No, no lo he hecho. —Elizabeth miró a lo lejos con nerviosismo, en dirección a sus acompañantes—. Estoy a disposición de las personas que me acompañan. Y todavía no hemos decidido cuándo nos marcharemos.

—Entiendo. —Darcy hizo una pausa. ¿Qué más podía decir?—. ¿Y sus padres? ¿Están bien de salud?