Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 237 - Capítulo 237.- Inclinado a los pies de la culpa VI

Chapter 237 - Capítulo 237.- Inclinado a los pies de la culpa VI

Todo se quedó inmóvil mientras Darcy asimilaba lentamente las palabras de Richard. Elizabeth en Londres, ¿en aquel momento?

—¿Dónde? —preguntó bruscamente.

—En el teatro, anoche. Estaba con un pequeño grupo: un caballero mayor y su esposa y una hermosa criatura que supongo era su hermana. Y, por supuesto, la señorita Lucas.

—¿Hablaste con ella? —Darcy no pudo evitar preguntar. Agarró el vaso como si su suave solidez le pudiera dar estabilidad.

—No, no pensé que fuera prudente, aunque hubiese podido llegar hasta ella, porque había mucha gente. No creo que ella me haya visto. Tenía…

—¿Sí? —preguntó Darcy.

—Tenía un aspecto estupendo, como siempre, incluso en medio de la opulencia. Creo que observaba al público con el mismo interés que le dedicó a los actores.

Darcy estuvo a punto de sonreír. Así debía ser. ¿Acaso ella misma no se había jactado de ser una estudiosa del carácter?

—Espero haber hecho lo correcto al decírtelo, Fitz. —La preocupación de Richard era auténtica—. No estaba seguro de si querías saberlo o no, pero que me muera aquí mismo si quería ser yo el que te lo dijera. Sin embargo, pensé que era mejor advertirte que arriesgarnos a que te la encontraras sin estar preparado, o nunca supieras que ella está aquí y… y…

—Has hecho lo correcto, primo, y te lo agradezco. —Darcy asintió lentamente con la cabeza y luego le dio un largo sorbo a su bebida. La calle Gracechurch. Tiempo… necesitaba tiempo para pensar.

—¿Vas a…? —Richard se detuvo y desvió la mirada.

—¿Voy a…?

—¿Vas a… eh, vas a acompañar a Georgiana a los servicios religiosos el domingo? —La recuperación de su primo era admirable, Darcy tenía que admitirlo.

—Sí, voy a hacerlo. El servicio será dirigido por un nuevo sacerdote que Brougham desea que yo recomiende y…

—«Brougham desea». —La carcajada de incredulidad de Richard atrajo miradas y gestos de sorpresa de todos los rincones del salón—. ¡Debes de estar bromeando! Ah, eso sí que es gracioso, primo.

Darcy se sonrojó de contrariedad al darse cuenta de su indiscreción. Era lógico que esa afirmación pareciera absurda y totalmente opuesta a la persona que Dy trataba de representar.

—Casi tengo deseos de ver a un sacerdote que pueda atraer la atención de Brougham. —Richard siguió riéndose.

—Entonces, ¿por qué no vienes? —El desafío había salido de sus labios sin pensar y más por el interés en desviar la conversación del tema de Dy que por cualquier otra cosa—. Lady Matlock estaría complacida, no tengo duda, al oír de tus propios labios una opinión sobre este hombre, y el conde de Matlock…

—El conde de Matlock no creería ni una palabra, pero mi padre confiaría en la opinión de mi madre en este asunto. Hummm. —Richard se recostó en la silla y reflexionó sobre las ventajas y desventajas de la propuesta de su primo. El hecho de que lo considerara significaba que sus bolsillos ya estaban vacíos, o a punto de estarlo, hasta que recibiera la paga.

—Más tarde podríamos jugar una partida de billar.

—Cinco —replicó Richard.

—Entonces, ¿tan mal están las cosas? —Darcy enarcó las cejas—. Tres.

—¡Hecho! —Su primo sonrió—. ¿Pedimos otra ronda?

—¿Pedimos?

—Ah, sólo hablaba en sentido amplio, Fitz. ¡Todavía no te he ganado el dinero!

Algunos días más tarde se encontraban los dos, codo con codo, sentados en el banco de los Darcy-Matlock, en un cálido domingo. Durante los días transcurridos hasta entonces, Darcy no había tratado de ver a Elizabeth ni había tenido que atender ningún asunto, real o imaginario, en las proximidades de la calle Gracechurch, que pudiera propiciar un encuentro fortuito. Eso no tendría sentido. Lo último que quería ver era la mirada de reservada cortesía, o las apresuradas excusas para marcharse que propiciarían un encuentro semejante. Y no se merecería otra cosa después de aquella abominable carta que ahora daría cualquier cosa por haber escrito de forma completamente distinta. No, era mejor conservar sus recuerdos de Elizabeth a través de un filtro más amable. Ella no pasaría mucho tiempo en Londres. Al abrir su libro de oraciones, Darcy hundió una esquina del libro en el brazo de su primo y le señaló la lectura del día, mientras el sacerdote de Dy comenzaba la lectura.

Las sombras se estaban haciendo más largas y los rincones de su estudio ya estaban en penumbra, cuando Witcher golpeó en la puerta y le entregó una tarjeta de visita.

—¿Quién es? —preguntó Darcy, agarrando la tarjeta.

—El honorable señor Beverly Trenholme, señor. No puedo decir que recuerde a ese caballero. —El viejo mayordomo arrugó la frente con mortificación—. Pero dice que es un viejo amigo. —¡Trenholme!, pensó Darcy. ¿Qué demonios…?

—Sí, Witcher, pero de mi época universitaria. No creo que haya venido nunca a visitarme aquí en la ciudad. Después de Navidad, pasé algunos días con él y su hermano, lord Sayre, en Oxfordshire.

—Ah, le ruego que me disculpe, señor. ¡Desde luego, Oxfordshire! —Witcher sacudió la cabeza—. ¿Lo hago pasar, señor?

—Por favor, Witcher, tenga la bondad. —Darcy se levantó, se arregló el chaleco y se tiró de los puños, movimientos habituales que le ayudaron a aclarar el montón de preguntas que había provocado la súbita aparición de Trenholme. La advertencia de Dy resonó con claridad entre ellas y Darcy se preguntó si aceptar verlo sería más de lo que Brougham juzgaría prudente.

La puerta se abrió.

—El señor Trenholme, señor.

—¡Darcy! ¡Eres muy amable al recibirme! —Trenholme entró en el estudio tendiendo la mano. Con la otra agarraba el asa de un largo y estrecho estuche de cuero.

—Trenholme. —Darcy inclinó la cabeza a modo de saludo y le estrechó la mano. La tenía fría y casi podría jurar que sintió que el hombre estaba temblando—. Por favor, toma asiento. —Trenholme acercó una silla, puso el estuche sobre el escritorio con suavidad y se sentó con un suspiro.

—¿Puedes creer que han pasado casi cuatro meses desde que nos vimos por última vez? —Volvió a suspirar—. Ese asunto tan horrible. Sayre y yo estamos más que agradecidos por tu silencio sobre el suicidio de mi madrastra y los apuros financieros de Sayre. Eso lo único que consiguió fue aplazar lo inevitable, pero uno siempre agradece todo el tiempo que pueda mantener alejados a los lobos.

—Entonces, ¿todo ha concluido? —preguntó Darcy con voz neutra.

Trenholme negó con la cabeza.

—No voy a fingir que no, al menos contigo. Todo lo que se podía transportar fue sacado y traído aquí para subastarlo en Garraway's. La propiedad será puesta en venta a finales de semana. —Una mirada de odio ensombreció la cara de Trenholme—. ¡Debería haber sido mía! Sayre nunca se preocupó por otra cosa que el dinero que podía sacarle para apostarlo en la mesa de juego. Y luego, esa maldita irlandesa b… —Trenholme levantó la voz—. Puso contra nosotros a todo el mundo. ¡Tú la viste, Darcy! ¡Viste lo traidora y mentirosa que es! Ella es capaz de apuñalarte por la espalda sin pensarlo dos veces.

—¿A qué te refieres? —Darcy miró fijamente a los ojos de Trenholme, mientras trataba de armar en su mente el rompecabezas de nombres, caras y conversaciones de los recuerdos fragmentarios de su velada en casa de Sylvanie—. ¿Traidora? ¿Qué es lo que sabes?

—Lo que sé es que, entre ella y Sayre, a mí no me queda ya suficiente dinero ni para emborracharme, que es el único estado en el cual no quiero mandarlos al… —Trenholme se detuvo—. Pero ésa no es la razón que me ha traído aquí. He venido a entregarte esto. —Se inclinó hacia delante, empujando el estuche hacia su anfitrión—. La ganaste en buena ley y no debería ser vendida para pagar ni una mínima parte de las deudas de Sayre.

Darcy abrió el estuche, mientras contenía la respiración. Allí estaba la espada española, colocada en un lecho de terciopelo. Tan pronto como Darcy la agarró, atrapó la luz de la lámpara y brilló como una llama.

—Puedo ser un cobarde y un borracho, pero sé lo que es correcto en una deuda de honor. ¡Sayre va a pagar aunque sea ésta! —declaró Trenholme con vehemencia.

Darcy la levantó y asió la empuñadura. Se ajustaba tan bien a su mano como recordaba.

—¡Trenholme, no sé qué decir! —Volvió a poner la exquisita espada en su envoltura de terciopelo.

—No hay nada que decir. Ha sido tuya desde esa noche y habrías tenido derecho a poseerla ya durante todos estos meses. Ciertamente tenías suficientes testigos para recurrir a la ley, si hubieses querido. Sayre debería agradecerte que no lo hayas hecho, y para mostrar ese agradecimiento tendría que habértela enviado él mismo.

—¿Él no sabe que me la has traído? —preguntó Darcy rápidamente.

—¡Se enterará ahora! —Trenholme se rió con amargura y se levantó—. ¡Le he dejado una nota! —Luego hizo ademán de marcharse—. No te robaré más tiempo, Darcy, pero recuerda lo que dije sobre Sylvanie. Monmouth ha metido a una víbora en su casa, no hay duda de eso. Si hay alguna canallada en marcha, Sylvanie estará en el centro de ella, no lo dudes.

—Pero ¿qué vas a hacer tú? —La pregunta de Darcy detuvo al honorable Beverly Trenholme cuando estaba a punto de agarrar el pomo de la puerta. ¡Tenía que hacer algo! Darcy trató de pensar en algo que pudiera ofrecerle al hombre en señal de agradecimiento, sin ofenderlo ni humillarlo.

—Me marcharé a América, supongo. —Trenholme dio media vuelta. Una sonrisa triste apareció en su rostro, pero no alcanzó a llegar a sus ojos—. He oído que los caballeros ingleses todavía son bien recibidos en Boston, aunque el té ya no lo sea.

—¿Té? —Darcy miró a Trenholme de reojo—. No creo que las preocupaciones actuales de los americanos tengan nada que ver con el té, Trenholme.

Trenholme se encogió de hombros.

—Pensé que habían arrojado por la borda un cargamento de té en el puerto de Boston.

—¡Eso fue hace más de treinta y cinco años! Los cargamentos de té llevan más de treinta años llegando a Boston en perfecto estado. —Darcy apretó fuertemente la mandíbula, tratando de evitar la risa que podía resultar insultante para su visitante—. No hay peligro de que tengas que prescindir del té en Boston.

—Ah. Bueno… —Trenholme parecía haberse quedado sin vida y sin palabras. ¡Un pasaje! La palabra resonó en los oídos de Darcy.

—¡Espera un momento! —Dejó a Trenholme, se dirigió a su escritorio y sacó un cuaderno del primer cajón. Comenzó a pasar rápidamente las páginas hasta que llegó a la sección en que se detallaban sus negocios de transporte de mercancías—. Si puedo conseguirte un pasaje para Boston, ¿lo aceptarías?

—¿Un pasaje gratis? —Los ojos de Trenholme brillaron por un momento.

—Un pasaje gratis —confirmó Darcy—. Tengo importantes intereses en un barco que sale para Boston, pero zarpa mañana por la mañana. Eso es poco tiempo…

—No necesito más tiempo que el que se requiere para recoger mis cosas y llegar al puerto. ¿Sabes lo que eso significa, Darcy? —gritó el hombre, mientras su anfitrión se inclinaba para escribir una nota dirigida al capitán de la nave—. Si me ahorro el dinero del pasaje, no llegaré a América sin un centavo.

—Ciertamente, eso no es muy aconsejable. —Darcy se enderezó y le entregó a Trenholme una autorización—. Dale esto al capitán y él te llevará a bordo. No será muy cómodo, nada parecido a lo que estás acostumbrado…

Trenholme tomó la nota y luego estrechó la mano de Darcy.

—Eres un buen hombre, Darcy. Nunca olvidaré esto. —Tragó saliva y luego dio media vuelta y salió, mientras su benefactor se quedaba mirándolo, con la esperanza de que fuera cierto.

—¿Por qué miras el reloj con tanta insistencia? —le preguntó Georgiana a su hermano, cuando vio que sacaba otra vez el reloj del bolsillo de su chaleco. Como el tiempo era todavía agradable, habían decidido dar un paseo por el parque de St. James.

—Un amigo ha partido hacia América muy temprano esta mañana. De acuerdo con el horario, su barco debe llegar a mar abierto dentro de un cuarto de hora. Supongo que estaba tratando de adivinar exactamente dónde estaría.

—¿Un buen amigo?

—Tal vez. En todo caso, espero haber sido un «buen amigo» para él.

El ruido de unos cascos de caballo corriendo sobre el prado a una velocidad frenética hizo que Darcy se girara rápidamente y empujara a su hermana hacia atrás, para sacarla del sendero. Caballo y jinete se dirigieron hacia ellos y sólo se detuvieron en el último minuto.

—¡Darcy! —exclamó el jinete, jadeando y con los ojos desorbitados.

—¡Por Dios, Dy! ¿Qué demonios estás haciendo? —gritó Darcy con furia.

—¡No hay tiempo para eso! ¿Dónde está Trenholme? ¿Sabes dónde está?

—¡En un barco camino de América! ¿Por qué? ¿Qué sucede? —Un terror frío le atenazó las entrañas.

—¿Cuándo lo viste por última vez? ¿Te dijo algo acerca del paradero de lady Monmouth? —El caballo de Brougham se agitó, expresando la desesperación de la voz de su jinete.

—Anoche, y no, no dijo dónde estaba ella. Sólo que deseaba verla muerta y me advirtió que la vigilara. ¿Qué sucede, Dy? ¿Qué ha pasado?

—El primer ministro… Perceval. —Brougham miró más allá de Darcy, buscando los ojos de Georgiana. Darcy pudo identificar el momento en que sus miradas se cruzaron, porque enseguida su expresión se suavizó, pero en menos de un segundo volvió a recuperar la compostura y lo miró de nuevo—. No hace más de quince minutos, el primer ministro ha sido asesinado de un disparo en los pasillos del Parlamento.

Darcy apenas alcanzó a oír el grito de Georgiana, porque quedó enmascarado por la fuerza de su propio «¡No!».

—Es cierto. —Dy tiró de las riendas del caballo. La agitación del animal era cada vez mayor—. Tenemos al asesino, pero hay otros.

—¿Sylvanie? —preguntó Darcy en voz baja—. ¿Crees que Sylvanie está involucrada?

—El asesino es John Bellingham, Fitz, el hombre que te insultó y que estaba tan cerca de Sylvanie durante la velada. ¡Hay que encontrar a lady Monmouth!

—¿Qué puedo hacer yo? —Darcy agarró las riendas y se acercó a Brougham—. ¡Cualquier cosa!

Dy negó con la cabeza.

—Nada directamente. Tengo que marcharme y no puedo darte ninguna garantía de que regresaré pronto. ¡Cuida a la señorita Darcy, Fitz! Sé que lo harás, pero ¿lo harías también en mi nombre? Puede pasar algún tiempo.

—Desde luego, ¡de eso no hay duda! ¡Cuídate, y que Dios te acompañe, amigo mío!

—Y a ti. —Dy miró a Darcy con una sonrisa triste—. Señorita Darcy. —Hizo una inclinación y partió. Georgiana se abrazó a Darcy enseguida. —Ay, Fitzwilliam. ¿Qué ha sucedido? ¿Adónde va lord Brougham?

—El mundo está al revés —murmuró Darcy—, y Dy va a intentar arreglarlo.