Una semana después, un golpecito en la puerta de su estudio hizo que Darcy levantara la cabeza de su libro y que su sabueso suspendiera la íntima contemplación de la escena. Trafalgar se levantó de su sitio junto a su amo y se dirigió hasta la puerta, arañando con sus patas el pulido suelo de madera que quedaba al descubierto entre las mullidas alfombras dispersas por la estancia. Bajo la atenta mirada de Darcy, el perro se levantó sobre las patas traseras, se apoyó contra la puerta y golpeó con pericia el pomo hasta abrirla, luego saltó hacia atrás para empujarla con el hocico. Un feliz gemido que brotó del fondo del pecho del animal le advirtió al caballero quién iba a aparecer enseguida.
—Trafalgar se ha convertido en todo un caballero, Fitzwilliam. —Georgiana se agachó para acariciar la suave cabeza del animal, que la miró con los ojos humedecidos llenos de ilusión.
—Un caballero muy selectivo, me temo. —Darcy le dedicó una mirada de censura al fiel seguidor de su hermana, al tiempo que se levantaba para saludarla—. Sólo se comporta bien con aquellas personas a las que aprueba. Lo que sucede es que tú, querida, sencillamente formas parte de ese selecto grupo.
Georgiana se rió y, tras darle una última palmadita a Trafalgar; se levantó.
—He venido a informarte de que la señorita Avery acaba de marcharse y ya puedes salir de la seguridad de tu cueva y visitar otras partes de la casa.
Darcy miró a su hermana de reojo.
—¿Estás diciendo que crees que me estoy escondiendo?
—No he podido evitar notar que has logrado ausentarte, o encontrar asuntos urgentes que debes resolver aquí, cada vez que la señorita Avery viene de visita. —Georgiana le sonrió mientras se colocaba junto a él—. Sin embargo, ella piensa que tú eres un caballero absolutamente perfecto.
—¡Georgiana!
—Y que yo soy una joven perfecta. —Georgiana suspiró—. ¿No crees que resulta un poco difícil ser objeto de semejante adoración?
Darcy la agarró suavemente del brazo y la llevó a un diván.
—¿Te resulta muy difícil atenderla? Soy consciente de que ha sido una abominable imposición.
—No, hermano, no es «abominable». La señorita Avery es un tipo de amiga muy distinta, pero no es una persona desagradable. —Georgiana se recostó contra el hombro de Darcy—. Fitzwilliam, a veces ella se siente muy humillada por el desprecio de su hermano y otras veces por la manera en que la ignora. Y cree que la opinión que él tiene de ella es lo que todo el mundo piensa. Por eso no es ninguna sorpresa que sea tan tímida. Cuando pienso… —Se detuvo y apretó la cabeza contra el hombro de Darcy.
—¿Cuando piensas qué, preciosa? —le preguntó Darcy, mientras le acariciaba suavemente los rizos.
—Cuando pienso en lo gentil que has sido conmigo siempre, animándome… ¡Ay, gracias, Fitzwilliam!
Darcy ya había dado media vuelta y estaba llegando a su escritorio, cuando de repente se le ocurrió algo. Se giró.
—Georgiana, ¿todavía quieres suscribirte a esa institución?
—¿A la Sociedad para devolver jovencitas del campo a sus familias? —Darcy asintió con la cabeza—. ¡Ay, sí, Fitzwilliam! ¿Tengo tu autorización?
—Déjame averiguar un poco más y, si quedo satisfecho, podrás pedirle a Hinchcliffe que desembolse la suma que juzgues conveniente. —Con los ojos brillando de alegría, su hermana hizo ademán de ponerse en pie, pero él levantó las manos—. No, no me lo agradezcas. He sido muy negligente en esto, así como en mis propias donaciones a obras de beneficencia. En realidad, lo único que he hecho hasta ahora ha sido autorizar la continuación de las obras de caridad a las que contribuía nuestro padre. Y tampoco he tratado de averiguar nada más sobre ellas, aparte de las informaciones de Hinchcliffe de que sus juntas directivas son respetables y tienen los libros en orden. —Desvió la mirada de la expresión de cálido asombro de Georgiana, mientras movía la barbilla en busca de las palabras precisas—. Me he mantenido alejado de esas cosas. Pero eso —confesó en voz baja— no seguirá siendo así.
Trafalgar miró a Georgiana mientras salía del estudio, pero pareció contener el impulso de seguirla y se volvió hacia su amo. Darcy le devolvió la mirada solemne.
—Bueno, entonces resulta que somos unos perfectos caballeros, ¿no? —Trafalgar bostezó largamente y luego soltó un ronquido, sacudiendo la cabeza antes de volver a apoyarla sobre las patas cruzadas—. Así es —dijo Darcy, levantándose.
Caminó lentamente hacia la ventana, se recostó contra el marco y miró hacia la plaza. ¿Así que la señorita Avery pensaba que él era un perfecto caballero? Una gota de lluvia golpeó contra los cristales y luego otra. Al parecer, la señorita Avery se había salvado por poco de mojarse o, más bien, él y su hermana se habían salvado por poco de pasar toda una tarde cobijándola de la lluvia. Siguió el recorrido de una gota que se deslizó por el cristal. Debía ser objetivo y desapasionado si quería analizarlo todo. Había pasado casi un mes desde Hunsford. Tenía que ser ya capaz de examinar las cosas con desapasionada objetividad.
¿Cuál había sido la impresión inicial que Elizabeth había tenido de él? Desde el primer encuentro en el baile de Meryton, cuando había pronunciado aquella frase tan odiosa sobre ella, lo había catalogado como un personaje ridículo. Y él no había hecho otra cosa que probar que ella tenía razón. Como un pomposo idiota, se había mantenido aislado, pavoneándose por los círculos sociales de Hertfordshire sin otra cosa mejor que hacer que mirar a todo el mundo por encima del hombro, de una manera muy poco caballerosa.
¿Cómo era posible que él, que tenía enfrente el mejor de los ejemplos y la más solemne de las intenciones, hubiese caído en eso? De alguna manera, en los largos años de su infancia y juventud se había salido del camino, atrapado por las trampas y las actitudes que lo hacían parecer ahora un hombre muy desagradable y un extraño a su propio corazón.