Sylvanie recorrió lentamente el salón con sus ojos grises. Todos estaban con ella, de eso Darcy no tenía duda. Ella los tenía en la palma de la mano, con delicadeza pero con firmeza, mientras se erguía con salvaje belleza delante de todos. Una expresión de exaltación cruzó lentamente por la cara de la dama, haciendo que Darcy recordara imágenes de su conversación en el castillo de Norwycke. Poder, había dicho ella la última vez que Darcy había visto esa expresión, el poder que se siente al subirse en la cima de la pasión, ésa es la vida que merece la pena vivir. ¿Acaso ella lo había probado con su propia experiencia? Cuando Sylvanie volvió a levantar el vaso, su voz tronó como un rayo súbito en medio del silencio.
—¿Dónde la vas a sembrar?
—¡En la corona de Gran Bretaña! —El rugido recorrió el salón y un centenar de vasos llenos de whisky irlandés se vaciaron al instante.
—¡Ahora, muchacho, ahora! —O'Reilly invitó a Darcy a beber, mientras se secaba los labios con el dorso de la mano—. ¡Ah, una visión magnífica! ¿No?
Darcy asintió con la cabeza.
—Sí, así es. —Darcy levantó el vaso y brindó con ella. Por ti, Sylvanie, dijo para sus adentros, y tu pasión por la vida. En ese momento, un camarero se acercó a sir John con una bandeja sobre la cual el hombre depositó su vaso vacío. Al verlo, Darcy se llevó su bebida a los labios, pero el criado se volvió bruscamente hacia él y le tiró el vaso de la mano. Los tres hombres soltaron una exclamación mientras el pesado vaso caía al suelo con un golpe seco.
—¡Perdón, señor! —El criado bajó la cabeza mientras se disculpaba y luego se agachaba para recoger el vaso. Darcy frunció el ceño al ver la espalda ancha del hombre mientras secaba la alfombra y reconoció que era el mismo criado que le había llamado la atención hacía un rato. El hombre estaba mirando hacia abajo, como le correspondía cuando estaba en presencia de sus superiores, pero Darcy seguía percibiendo algo en él, tal vez sus movimientos, que le resultaba muy familiar. En ese instante, el criado se levantó y, dándole la espalda a Darcy, procedió a atender a sir John, que se estaba limpiando las gotas de whisky que le habían saltado al chaleco.
—¡Tenga cuidado, hombre! —exclamó sir John furioso, contrariado por los inútiles intentos del hombre por remediar la situación.
—Sí, señor —respondió el criado y luego añadió en voz más fuerte—: ¡Excelente consejo, señor!
—¿Qué? —preguntó sir John, anonadado por la impertinencia del hombre, pero el criado ya estaba haciendo una reverencia y luego se perdió con la bandeja entre la multitud—. ¡Sinvergüenza descarado! —le comentó O'Reilly a Darcy, que se quedó inmóvil un momento, mirando al hombre con incredulidad. ¡Esa voz! ¡No podía ser… Darcy se puso de puntillas, tratando de seguir el rastro del hombre a través del salón, pero ni siquiera su estatura le permitió ver con claridad a su presa.
—¡Tendrá usted que disculparme, O'Reilly! ¡Perdón! —balbuceó y dio media vuelta, pero sir John lo agarró del brazo.
—¿Adónde va, muchacho? Sylvanie querrá saberlo —le preguntó.
—No lo sé. —Darcy se giró a buscar al criado con desesperación—. ¡Tendrá que excusarme! —Se zafó y salió corriendo en la misma dirección que había tomado el camarero, esquivando a los otros criados e invitados que se movían por el salón. Por fin alcanzó la puerta y se deslizó al corredor, que también estaba lleno de gente. Mirando por encima de las cabezas de la concurrencia, alcanzó a ver al hombre cuando se metía por un pasadizo que había al fondo del pasillo. El hombre vaciló y luego, como si hubiera tomado una decisión, se dio la vuelta para mirarlo directamente. ¡Confirmado! Darcy no sabía si entregarse a la sensación de triunfo, de rabia o de curiosidad, pues las tres luchaban por apoderarse de él mientras avanzaba hasta la última puerta del corredor. Cuando por fin se libró de la multitud, apresuró el paso, no sólo para alcanzar su objetivo sino también porque el hombre parecía pedirle que lo hiciera.
—¿Qué demo…? —comenzó a decir, pero el supuesto criado lo miró con severidad y tiró de él para que cruzara el umbral; luego cerró la puerta con sigilo. Darcy dio varios pasos dentro de la habitación y se giró bruscamente para mirar al camarero—¡Por Dios! ¿Qué diablos estás haciendo aquí fingiendo que eres un criado, Dy?
—¿Te molestaría hablar en voz baja? ¡Estás gritando como un animal! —Brougham volvió a mirarlo con aire de censura, lo cual hizo que Darcy cruzara los brazos sobre el pecho y le respondiera con una mirada similar. Lord Brougham ignoró aquel gesto y revisó nuevamente la puerta, para asegurarse de que nadie los oyera o los molestara.
—¡Tú me estás siguiendo! —lo acusó Darcy—. De todos…
—No, yo no te estoy siguiendo —replicó Dy rápidamente, luego se retractó y añadió—: No exactamente. Lo que pasa es que ya me había comprometido a venir aquí esta noche, antes de que tú permitieras que Monmouth te obligara a aceptar su invitación; ¡aunque la idea de ponerte un vigilante no es tan mala! ¡Por Dios, Darcy, te advertí que te mantuvieras alejado y tú vas y te metes precisamente en la boca del lobo!
—¿Meterme en qué? ¡Estás diciendo estupideces, Brougham! —repuso Darcy, cada vez más molesto—. Y si tú estabas invitado, ¿por qué querías evitar que yo viniera? ¡Lo que dices no tiene sentido! —Dejó caer los brazos y, señalando el disfraz de Brougham, miró a su amigo con ojos escrutadores—. ¿Y por qué estás vestido de camarero? ¿Es esto algún tipo de travesura o una extraña broma, Dy?
—No, Fitz. —Lord Brougham suspiró y luego alzó los ojos al cielo, antes de devolverle la mirada a su amigo—. Pero es una historia más bien larga, demasiado larga para contártela bajo este techo.
Darcy asintió bruscamente.
—Ya me lo imagino. Ven a mi casa mañana y me la cuentas. Tal vez en ese momento ya sea capaz de verle la gracia. —Hizo ademán de marcharse, pero Brougham se interpuso en su camino.
—¡No puedes regresar ahí! —Agarró a Darcy de los hombros—. Fitz, ¿acaso no te das cuenta de lo que está pasando ahí dentro? Es una traición, viejo amigo… —El resoplido de desdén de Darcy lo interrumpió—. O lo más parecido a eso y no debes mezclarte con ellos.
—¡Dy! —exclamó Darcy con tono de advertencia—. ¿De verdad esperas que crea que Monmouth me invitó aquí para deleitarme con el espectáculo de una traición?
Brougham retuvo el aire que había tomado y se preparó para responderle, pero, en lugar de eso, lo miró con tanta intensidad que Darcy casi empezó a dudar. Cuando finalmente habló, Dy lo soltó y retrocedió.
—No, no para deleitarte, Fitz, para extorsionarte.
—¡Eso es absurdo! —estalló Darcy.
—¿De verdad? Te iban a emborrachar o, si eso fallaba, a drogar para llevarte después a la habitación de lady, Monmouth, donde serías «descubierto» por el marido «ofendido» y otros supuestos testigos. —La voz de Dy sonaba cargada de odio. Luego sacudió la cabeza y continuó con exasperación—: Y, por lo que he visto esta noche entre tú y lady Monmouth, esa eventualidad no levantaría muchas sospechas. ¡Estabas a punto de caer por completo en el juego de lady Monmouth!
—¿En el juego de lady Monmouth? —repitió Darcy, que parecía prestar más atención ahora.
—¡Ay, Fitz! ¡No creerás ni por un momento que Monmouth ha sido capaz de planear todo esto! Yo te dije que él sólo era un mensajero y bastante torpe, por cierto. Sin embargo —dijo Brougham, desechando el tema de Monmouth—, luego te prometerían guardar silencio a cambio de donaciones regulares a cierta obra social destinada a los huérfanos irlandeses. —Dy se rió con cinismo—. Desde luego, los verdaderos beneficiarios serían los revolucionarios irlandeses, porque ésa es la pasión de lady Monmouth. ¡Tú eras la víctima perfecta, Darcy! Rico, a cargo de tu propia fortuna y con una hermana menor que debes proteger. Además, para añadir un poco de picante a esta poción diabólica, lady Monmouth tiene contigo una cuenta pendiente.
—Lady Sayre. —Darcy suspiró pesadamente.
—Sí, lady Sayre —confirmó Dy—. Lady Monmouth te hace responsable de la muerte de su madre. —Hizo una pausa y miró a su amigo con gesto inquisitivo—. ¿Ahora sí me crees, Fitz, o te gustaría ver el vaso que te quité de la mano? —Dy agarró el vaso que había sobre la bandeja y lo levantó para ponerlo bajo la luz del candelabro, de manera que Darcy viera unas diminutas partículas que todavía estaban pegadas al fondo.
—¿O'Reilly? —preguntó Darcy, aunque sabía la respuesta. Dy asintió con la cabeza—. ¡Dios santo! —Pensar en lo cerca que había estado del desastre lo dejó sin aire.
—Bueno, esta vez te ha salvado la providencia, aunque no te lo merezcas —observó Dy secamente—. Ahora, ¿vas a abandonar este nido de víboras o tendré que ordenar que te secuestren? Probablemente lady Monmouth te está buscando mientras hablamos.
—Pero ¿tú cómo has sabido todo esto? —Darcy miró a su viejo amigo con expresión confusa—. ¿Qué es lo que estás…?
—Es una historia demasiado larga —dijo por encima del hombro, mientras se volvía hacia la puerta—. Debes marcharte… ¡ahora mismo! —Dy abrió la puerta y asomó la cabeza—. Bien, todavía hay mucha actividad en el corredor y bajando hacia la puerta. ¿Conoces la taberna Fox and Drake, en la calle Portman? —Darcy asintió—. Nos encontraremos allí dentro de una hora, amigo mío, y responderé a tus preguntas. —Por primera vez en el curso de la noche, Dy sonrió, aunque con sarcasmo—. ¡Bueno, a algunas! Ahora, vete. —Después de darle una palmadita en el hombro, Dy empujó a su amigo—. ¡Y hazlo rápido! —susurró con urgencia y cerró la puerta.