Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 218 - Capítulo 218.- Un tiempo infernal XII

Chapter 218 - Capítulo 218.- Un tiempo infernal XII

Cuando Darcy ocupó el lugar vacío que había junto a ella, sus admiradores, que se habían dispersado cuando ella los abandonó, regresaron rápidamente y observaron al recién llegado con ojos llenos de interés. Entre ellos, sin embargo, algunos lo miraron con cierta desconfianza y otros con abierta hostilidad. Uno en particular, un caballero de penetrante mirada, cuya actitud parecía revelar que estaba molesto por la posición privilegiada de Darcy, se inclinó hacia Sylvanie y le susurró algo al oído, al tiempo que ella le indicaba a un criado que trajera más bebidas.

—Mi querido Bellingham —respondió ella con voz suave y en voz baja—, ¡todo va bien! —Luego le dirigió una extraña sonrisa a Darcy—. ¡Todos están ansiosos por conocerlo! ¿Me permitirá usted hacer las presentaciones?

Tras asentir con cierta incomodidad, para indicarle a la dama que la autorizaba a presentarlo, Darcy tomó un vaso de vino de la bandeja que un criado le mostró a su lado. Fiel a su palabra, Sylvanie ignoró los títulos nobiliarios y presentó a todo el mundo sólo por el apellido. Sin embargo, Darcy reconoció a varias personas que tenían títulos, aunque menores. Aquellos que gozaban de algún reconocimiento por su arte o sus escritos, fueron anunciados de esa manera, y al presentar a los que tenían aspiraciones políticas, Sylvanie mencionó los nombres de sus contactos. Tal como había anticipado, era un grupo variado, aunque Darcy decidió que radical habría sido un mejor epíteto. Además, muchos de ellos, al igual que la primera persona que había conocido esa noche, eran irlandeses. Aunque Darcy no albergaba prejuicios hacia ese polémico pueblo, no ignoraba los problemas que los radicales irlandeses habían causado al gobierno, en momentos en que se buscaba lanzar una ofensiva conjunta contra Napoleón. Siendo un tory indiferente por nacimiento, Darcy no había ahondado en la filosofía política moderna más que a través de la lectura de Burke. Y como se sentía satisfecho con su manera de cumplir sus obligaciones con el rey, por un lado, y con su propia hacienda, sus colonos y empleados, por el otro, la «cuestión irlandesa» nunca había sido objeto de sus preocupaciones.

Pero si interpretaba bien esta reunión, el tema estaba a punto de irrumpir en su conciencia.

—¿Qué tiene usted en la mano, Darcy? —le preguntó Bellingham, con la vista fija en la cara de Darcy. Este le sostuvo la mirada, enarcando una ceja en señal de advertencia.

—¡Bellingham! —exclamó Sylvanie bruscamente, pero luego continuó con un tono más conciliador—: Todo va bien.

—Es una pregunta muy sencilla. —Bellingham ignoró a Sylvanie, mientras seguía mirando fijamente a Darcy—. ¿Qué tiene usted en la mano?

—Parece una copa de vino. —Darcy se llevó la copa a los labios y se tomó la mitad del contenido, mientras le sostenía la mirada a Bellingham—. Sí, ¡definitivamente es vino! Pero, por favor, señor, ilústreme si usted cree que es algo más. —Le acercó la copa a Bellingham.

Bellingham retrocedió y miró a Darcy con desprecio.

—Eso pensé —dijo. Luego soltó una risita y se volvió hacia su anfitriona—. ¿«Todo va bien», Sylvanie? —le preguntó—. ¡No lo parece! —Y después de hacer una rápida inclinación, se marchó.

Darcy se quedó observándolo con perplejidad, pero cuando su mirada volvió a posarse en los que lo rodeaban, enseguida sintió que el buen espíritu con que lo habían recibido se estaba disipando con la misma rapidez con que Bellingham avanzaba hacia la puerta. ¿Qué era lo que había dicho? Terminó apresuradamente el contenido de su copa.

—No debe preocuparse por Bellingham. —Sylvanie se inclinó sobre Darcy y, pasándole el brazo por delante, agarró la copa que él sostenía en la otra mano. El aroma de su perfume flotó sobre Darcy, un olor a rosas frescas y musgo húmedo por lluvia—. Es un hombre extraño y esta noche está más preocupado que de costumbre. —Le sonrió a Darcy, enarcando sus cejas cuidadosamente delineadas—. No permita que él le arruine la velada. —El caballero no pudo evitar devolverle la sonrisa e inclinar la cabeza en señal de aceptación—. Excelente. —Soltó una risa de complacencia y se levantó de su sitio, tras colocar la copa sobre una mesa—. Entonces, venga; hay gente aquí a quienes creo que le gustará conocer. —Darcy se levantó al oír la invitación de Sylvanie y nuevamente ella agarró su brazo—. Como anfitriona suya, debo asegurarme de que usted esté cómodo —murmuró con tono íntimo— y como debo retirarme dentro de unos minutos, mejor será que lo deje en buena compañía hasta que regrese.

—¿Tiene que retirarse? —preguntó Darcy, molesto por la idea de quedarse solo en un salón lleno de desconocidos. También se dio cuenta de que le gustaba oír la acariciadora voz de Sylvanie y sentir la cálida presión de su mano sobre el brazo.

—Sólo un rato, mientras canto unas cuantas canciones para mis invitados. Esta noche es bastante especial —susurró con tono de conspiración, mientras atravesaban el salón—. ¡Monmouth ha logrado traer a Tom Moore! Accedió a cantar, pero sólo con la condición de que hagamos un dueto y que yo toque para él.

—Un gran honor, ciertamente —admitió Darcy, muy impresionado. Había oído en más de una ocasión al famoso tenor irlandés y siempre en muy buena compañía. El hecho de que Sylvanie hubiera logrado que asistiera a su velada era, de por sí, un triunfo social de primer orden. Y el deseo de Moore de que ella cantara y tocara para él era un inmenso elogio.

—¡Sylvanie, querida! —La exclamación de sir John O'Reilly los hizo detenerse—. ¿Qué va a hacer con Darcy? ¿Lo va a reservar para usted toda la noche?

—¡O'Reilly! —dijo Sylvanie con asombro—. ¿Entonces ustedes dos ya se conocen?

—¡Claro! Monmouth nos presentó cuando llegó. —Hizo una pausa y rozó con los labios la mejilla de Sylvanie—. ¡Tengo el honor de ser su amigo más antiguo aquí! ¿No es verdad, mi querido muchacho? —O'Reilly volvió a hacerle un guiño, moviendo sus pobladas y canosas cejas. Si Sylvanie era la reina de las hadas, O'Reilly era un duende de gran tamaño, aunque Darcy sospechaba que su tesoro residía en su lengua de plata y no en un baúl enterrado y lleno de oro.

Sylvanie soltó una carcajada.

—Entonces tal vez no le moleste encargarse de presentarle a algunos invitados, porque ahora tengo que ocuparme de Moore y de nuestro pequeño espectáculo. Pero espero que lo cuide bien —le advirtió Sylvanie—, porque volveré a reclamarlo cuando termine. —Sylvanie les hizo un gesto de asentimiento, pero obsequió a Darcy con una ligera caricia de sus dedos antes de retirar la mano y abrirse paso con elegancia entre los corrillos de invitados.

—Supongo que eso significa que ella lo querrá encontrar sobrio, ¡qué lástima! —Sir John suspiró con dramatismo—. Ah, bueno, al mal que no tiene cura, ponerle la cara dura. ¡Oiga! —Detuvo a un criado y, tras agarrar dos whiskys de la bandeja, le dio uno a Darcy—. ¡Por la tolerancia! —dijo, haciendo un brindis y bebiendo un buen trago del licor.

—¡Por la tolerancia! —repitió Darcy, levantando también el vaso. Hacía algún tiempo que no bebía una cantidad tan considerable de whisky y el que servían allí era bastante fuerte. El licor le quemó la garganta, pero al menos esta vez no se le inundaron los ojos de lágrimas. Bajó el vaso y posó la mirada en sir John, que sonreía.

—¿Mejor esta vez, no? —Luego hizo un gesto circular hacia el salón, mientras el whisky se sacudía peligrosamente en el vaso—. ¿Conoce a mucha más gente aquí?

—A casi nadie —contestó Darcy—. Monmouth y yo somos amigos desde la universidad. Conocí a Syl… a lady Monmouth mientras visitaba a sus hermanos en Oxfordshire, en enero pasado. A Moore lo he oído cantar antes, claro, pero no lo conozco.

—¿Le gustaría conocer a alguien en particular? —Sir John terminó su vaso y buscó un lugar donde dejarlo.

—No estoy seguro. —Darcy vaciló mientras observaba a la concurrencia, antes de recordar el curioso incidente sucedido unos instantes antes—. Sí, Bellingham. —Darcy miró a sir John y, cuando este comenzó a inspeccionar el salón con la mirada, le dijo—: Ya se ha ido, pero tal vez usted pueda explicarme algo que él ha dicho.

—¿Algo que ha dicho ahora? —El tono de O'Reilly pareció enfriarse—. Me parece que Bellingham dice demasiadas cosas.

—En realidad fue una pregunta, que aparentemente yo no entendí, pues se ofendió mucho al oír mi respuesta.

—¿Qué tiene usted en la mano? ¿Sería ésa la pregunta? —Al ver el gesto de sorpresa y confirmación de Darcy, O'Reilly desvió la mirada y maldijo en voz baja—. ¿Y usted qué le contestó?

—Que tenía una copa de vino… —O'Reilly casi se ahoga al oír su respuesta—. Lo cual era cierto. Pero él estaba esperando algo más, ¿no es así?

—¡Ah, claro! —O'Reilly levantó los ojos al cielo y luego sacudió la cabeza—. Siendo un hombre inteligente, usted habrá observado que la mayor parte de los asistentes a esta reunión son de origen o inclinación irlandesa. Él estaba poniendo a prueba sus simpatías, para ver hacia dónde se dirigían, y «una copa de vino» ¡no era la respuesta correcta!

—Sí, eso lo dejó bien en claro —repuso Darcy—. Pero…

—Ah, ahí está nuestra querida Sylvanie con Moore —interrumpió sir John, llamando la atención de Darcy hacia la puerta. En efecto, allí estaba Sylvanie, encantadora con su arpa en los brazos y el gran Moore a su lado. La multitud se separó para permitirles colocarse en el centro del salón, mientras los aplaudían—. Venga, Darcy. —Sir John depositó su vaso, agarró otro par de vasos de una bandeja y le pasó uno a él. Cuando el caballero miró a su alrededor, vio que los camareros estaban entregándole vasos idénticos a todos los presentes y que todo el mundo se ponía en pie—. ¡Ahora espere a oír el brindis! —Sir John le dio un codazo e hizo un gesto con la cabeza para señalar a su anfitriona y al famoso invitado, mientras el salón quedaba en silencio.

Sylvanie se acomodó el arpa en un brazo, se echó hacia atrás los tirabuzones que caían seductoramente sobre el hombro y aceptó, al igual que Moore, el vaso que le ofrecía un camarero. La expectación que se apoderó del salón despertó la curiosidad de Darcy, mientras toda la atención se centraba sobre ellos. De repente Sylvanie levantó su vaso.

—¿Qué tienes en la mano? —preguntó.

—¡Una rama verde! —respondieron atronadoramente todos los presentes en el salón, levantando a su vez el vaso.

—¿Dónde nació? —dijo Moore, que dio un paso al frente y levantó también el vaso.

—¡En América! —fue la respuesta al unísono. Darcy bajó la mirada hacia su vaso con consternación, sin saber exactamente qué debía hacer. Sintió que debería saberlo, debería tomar una decisión y luego ponerla en práctica; pero no sabía por dónde empezar.

—¿Dónde floreció? —gritó sir John, parado al lado de Darcy.

—¡En Francia! —La respuesta cortó el aire. Luego todo volvió a quedar en silencio y todos los ojos se volvieron hacia la anfitriona.