Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 217 - Capítulo 217.- Un tiempo infernal XI

Chapter 217 - Capítulo 217.- Un tiempo infernal XI

Darcy se abrió paso a través del vestíbulo lleno de gente y alcanzó las escaleras, pero el avance le resultó difícil a causa de la cantidad de invitados que había allí, algunos bajando y otros subiendo, algunos absortos en intensas conversaciones y otros en serios coqueteos en los escalones. Cuando por fin logró subir, Monmouth todavía lo estaba esperando con una sonrisa de oreja a oreja. A Tris siempre le había gustado estar rodeado de mucha gente y, a juzgar por la cantidad de invitados que había allí, Sylvanie había conseguido convertirse en una anfitriona exitosa. Lord Monmouth debía de estar muy complacido. A Darcy todavía le resultaba extraño que Sylvanie deseara retomar su relación. La manera como él había rechazado sus sensuales ofertas en el castillo de Norwycke y la innegable participación que había tenido en el desenmascaramiento y posterior suicidio de su madre seguramente hacían que cualquier contacto entre ellos fuese doloroso o, al menos, excesivamente incómodo. Sin embargo, ella se había empeñado en conocer a Georgiana y establecer con su hermana una relación que lord Brougham había tenido que desalentar, y ahora deseaba verlo a él por encima de todas las cosas.

—Tris. —Darcy hizo una inclinación y luego estrechó la mano que Monmouth le tendía—. ¡Has reunido una asombrosa cantidad de gente para ser lo que me anunciaste como un «selecto grupo» de filósofos y políticos!

—Ah, ellos —dijo Monmouth, haciendo un gesto de desprecio con la mano—. Estos sólo son el escaparate, amigo mío. Los importantes están en el salón verde, donde recibe Sylvanie. ¡Ven! —Monmouth lo condujo a través del corredor, hacia un par de enormes puertas dobles—. ¡Un momento! —dijo sonriendo cuando llegaron y golpeó en una de las puertas. El pomo empezó a girar lentamente hasta que la puerta empezó a abrirse. Rápidamente, Monmouth puso una mano sobre el pomo y empujó la puerta, sorprendiendo al criado que estaba al otro lado y obligándolo a retroceder—. ¡Idiota! —gruñó Monmouth, mientras invitaba a Darcy a entrar en el salón—. ¡Dios, cómo detesto lidiar con criados contratados sólo por un día; nunca parecen asimilar ninguna orden, por pequeña que sea, y ni siquiera logran reconocer al que les está pagando! Pero aquí estamos por fin, ¡el círculo más íntimo! —Detuvo a otro criado y, levantando dos vasos de la bandeja que llevaba, le pasó uno a Darcy—. Primero algo de beber, viejo amigo, y luego, a saludar a lady Sylvanie. ¡Salud! —Monmouth levantó el vaso para brindar y se tomó la mitad de su contenido, antes de que Darcy consiguiera reaccionar. Haciendo un movimiento mecánico, Darcy se llevó el vaso a los labios, pero enseguida lo golpeó el fuerte olor del whisky. Retrocedió y miró a su amigo.

—¿Un ponche de whisky, Monmouth?

—Un ponche de whisky irlandés —contestó desde atrás una voz con marcado acento irlandés. Darcy enarcó una ceja mientras daba media vuelta para descubrir la identidad de su informante.

—Ah, O'Reilly. —Monmouth saludó al hombre—. Permíteme presentarte a un viejo amigo. El señor Fitzwilliam Darcy, de los Darcy de Pemberley, en Derbyshire. Darcy, sir John O'Reilly, del condado de…, Irlanda.

—Su servidor, señor. —Darcy hizo una inclinación.

—Encantado, señor —respondió sir John, y su actitud pareció un poco menos fría—. Entonces, Darcy, ¿viene usted a hablar de filosofía o de política?

—Aún no lo he decidido, sir John, pues soy nuevo en estas «selectas» reuniones de Monmouth —confesó Darcy, haciendo un gesto con la barbilla en dirección a su anfitrión—. Creo que lo más sabio será escuchar y aprender, antes de dar mi opinión en cualquiera de los dos temas.

—Si ésa es su manera de ser, usted no debe de poseer ni una gota de sangre irlandesa —dijo sir John, riéndose—. La falta de conocimiento nunca ha impedido que ninguno de mis compatriotas opine sobre un tema. El hecho de no saber de qué están hablando sólo anima a los irlandeses a ser todavía más elocuentes.

—No sé si debería estar de acuerdo con usted o no, señor. —Darcy se unió a la carcajada que había provocado la mordacidad de sir John entre los que los rodeaban—. Pero supongo que si presto mucha atención, también me daré cuenta de eso.

—Es usted muy diplomático, señor Darcy. —Sir John asintió—. Le irá bien. ¿Tendría usted la bondad de excusarme? Monmouth. —Le hizo un guiño a lord Monmouth y se perdió entre la gente.

—Bebe, Darcy. —Monmouth señaló el ponche de Darcy, que todavía no había probado—. Sylvanie espera. —Darcy enarcó una ceja al mirar su vaso y probó el contenido bajo la mirada burlona de Monmouth. Necesitó de todo su autocontrol para reprimir la sensación de ahogo y contener la tos. No obstante, los ojos se le humedecieron inevitablemente—. ¡Ja! —Monmouth le dio una palmadita en la espalda—. ¡Ya veo que no eres bebedor de whisky!

—No, por lo general no —logró contestar, mientras se secaba las lágrimas de los ojos. Un criado apareció a su lado.

—¿Puedo llevarme esto, señor? —preguntó, al tiempo que hacía una inclinación y le ofrecía luego una bandeja vacía.

—Sí, tome. —Darcy colocó el vaso sin terminar sobre la bandeja.

—Muy bien, señor. —El criado hizo otra inclinación y desapareció.

—Hummm —observó Monmouth—, ¡un camarero contratado que realmente conoce el oficio! Bueno —dijo, sonriendo—, ahora ya estás «bautizado» y puedes vagar libremente, viejo amigo. ¡Ah, sí! —respondió Monmouth al ver la cara de asombro de Darcy—. Si tu aliento no huele a «agua de vida», serás tomado por sospechoso. ¡Ahora todo está arreglado! Pero primero milady. —Con esas palabras, lord Monmouth lo agarró firmemente del brazo y lo condujo con paso seguro hasta el otro extremo del salón. La verdad es que resultó muy conveniente porque, a esas alturas, el whisky ya se le había subido a la cabeza y en aquel momento veía el salón un poco borroso. Se volvieron a cruzar con el criado que se había llevado su vaso y algo en él llamó tanto la atención de Darcy que se detuvo para mirarlo con cuidado—. ¿Qué sucede, Darcy? —preguntó Monmouth.

—El criado, el que se llevó mi vaso.

—¿Sí? —insistió Monmouth con impaciencia.

—Por un momento… me ha resultado conocido —terminó de decir con voz débil.

—Es probable que lo hayas visto sirviendo en otras casas; ya te dije que es un criado contratado por días.

El suave murmullo de unas faldas reemplazó el de las conversaciones que los rodeaban. De repente, entre ellos y su objetivo se abrió un pasillo que mostraba a lady Sylvanie Monmouth en el momento en que se levantaba de su sitio, rodeada por un grupo de hombres y mujeres en cuyos rostros se veía reflejada una intensa pasión por cualquiera que fuera el tema que acababan de dejar en suspenso. Todos se giraron a observarlo con curiosidad y ojos radiantes, mientras lady Sylvanie sonreía y le tendía la mano. Si Darcy había calificado antes a lady Sylvanie como una princesa de las hadas, su metáfora se había quedado corta. La que ahora le sonreía era la reina de las hadas. La espléndida cabellera negra caía en tirabuzones sobre los hombros blancos y, mientras avanzaba hacia él, su vestido verde esmeralda casi transparente dejaba ver más de lo que debería conocer cualquier hombre que no fuese su marido. El recuerdo de lo que Sylvanie le había ofrecido en Norwycke le provocó un estremecimiento.

—¡Señor Darcy, bienvenido! —La voz de Sylvanie resonó en los oídos de Darcy con un tono de calidez e intimidad—. ¡Teníamos muchos deseos de volver a verle!

Darcy no supo si lo que había encendido la calidez que invadía todo su cuerpo había sido Sylvanie o el whisky, pero el maldito nudo que sentía en el pecho desde hacía una semana pareció comenzar a aflojarse. La afabilidad que irradiaba cada movimiento de Sylvanie mientras se acercaban fue como un bálsamo para su orgullo herido que despertó en él una gran curiosidad. Le devolvió la sonrisa, se inclinó y dijo:

—Lady Monmouth. —Luego se levantó para quedar frente a un rostro aún más hermoso, al estar iluminado por un fulgor risueño.

—¿Por qué tan formal, señor Darcy? —replicó ella con una risa discreta—. Usted y yo nos conocemos más íntimamente que eso, ¿no es así? —Le hizo un gesto con la cabeza a Monmouth, que se inclinó con una risita para excusarse y se marchó a otra parte del salón—. Aquí no nos preocupamos tanto de mantener esas antiguas fórmulas protocolarias. —Lady Monmouth lo agarró delicadamente del brazo y lo llevó hasta donde estaba sentada—. El mundo está cambiando y arde con nuevas ideas en las que no tienen cabida esas cosas del pasado. —Darcy supuso que Sylvanie levantó la vista para juzgar su reacción, pero la deliciosa sensación de calidez que lo invadía desde el interior y acariciaba sus sentidos desde fuera suprimió cualquier impulso de contradecirla—. Aquí yo soy simplemente Sylvanie y usted, Darcy. —Lady Monmouth retomó su puesto en el diván y le hizo señas al caballero para que se sentara junto a ella.