En un estado de agitación provocado tanto por la irritación como por la curiosidad, Darcy se marchó un cuarto de hora después que Brougham, tras mostrar su agradecimiento a aquellos que lo habían apoyado durante el encuentro y de recuperar su ropa. Según parecía, Dy había dejado el club enseguida, sin detenerse a refrescarse o a vestirse con la impecabilidad que lo caracterizaba. ¿Adónde habría ido? Después de hacerse un nudo de corbata más o menos presentable, Darcy se abrochó el abrigo apresuradamente, dejó el club de esgrima y tomó un carruaje.
—A Boodle's —le dijo al cochero, mientras se subía al vehículo. Si aquel cuento sobre un compromiso previo era un invento, tal como suponía, era probable que Brougham se hubiese retirado a su club, esperando que Darcy lo siguiera. Si no era así, no tenía intención de perseguir a su amigo por todo Londres. Se divertiría un poco con los caballeros de su club y esperaría otra oportunidad para arrinconar a Dy. Además, admitió para sus adentros, todavía no estaba preparado para regresar a casa.
El viaje hasta Boodle's no fue largo y apenas le dio tiempo para reflexionar sobre el significado de las provocativas palabras de su amigo. Era evidente que Brougham no aprobaba la manera en que Darcy se había alejado de Georgiana, haciéndola sufrir con su comportamiento y llenándola de incertidumbre por su salud y el bienestar de su alma. Pero ¿qué demonios le importaba eso a Brougham? ¡El comportamiento de Dy empezaba a ser sospechosamente parecido al de un enamorado! El caballero se movió con incomodidad, pues le preocupaba que esa idea volviera a aparecer. ¿Acaso Dy no le había estrechado la mano y le había jurado que él no representaba ningún peligro para su hermana? Además, estaba el asunto de la diferencia de edad y de temperamento…
—¡No, eso no puede ser! —se aseguró en voz alta. Tenía que haber otra razón. Debía de ser que, mientras velaba por ella, Dy había llegado a ver a Georgiana como la hermana que nunca había tenido. Su amigo le estaba advirtiendo de que su comportamiento hacia su hermana no era lo que Brougham, en su limitada experiencia, consideraba «fraternal». Darcy se recostó contra el respaldo del asiento. ¡Sí, tenía que ser eso!
Libre ahora para concentrar su atención en el mensaje y no en el mensajero, Darcy no pudo hacer otra cosa que reconocer que Brougham tenía razón; y la verdad es que lo había sabido de inmediato. Era cierto que debía tener más consideración por los tiernos sentimientos de su hermana —¿acaso no lo había hecho siempre?—, sólo que por el momento le costaba trabajo hacerlo. Esa falta de voluntad, al igual que tantos otros pensamientos y emociones que había experimentado esa semana, le parecieron tan poco acordes con su manera de ser que se sintió abrumado. Así que reprimió rápidamente esa idea y miró por la ventanilla hacia las tiendas y los clubes exclusivos de Londres. Las cosas volverían a la normalidad… Con el tiempo, y cuando él se hubiese recuperado y la señorita Elizabeth Bennet no fuese más que un recuerdo lejano, todos podrían volver a ser como antes, y la vida volvería a ser tal como la había planeado antes de perder la razón en el salón de la rectoría de Hunsford.
Cuando estuvo dentro del selecto recinto de Boodle's, Darcy atravesó el vestíbulo de mármol ajedrezado y se dirigió a una de las amplias escaleras hacia los salones del fondo. Una rápida ojeada le reveló que Brougham no se encontraba entre los presentes, aunque sí había otros conocidos y más de un caballero lo saludó con entusiasmo mientras recorría los salones.
—Darcy —lo llamó sir Hugh Goforth, cuando pasaba por una de las salas de billar—. Ese amigo tuyo estaba buscándote.
—Sir Hugh. —Darcy se detuvo e hizo una inclinación—. ¿Brougham?
—No, no… No he visto a Brougham en años. Bingley, creo que era el nombre. Dijo que iba a llevar a su hermana a visitar a tu hermana, o algo así. Supongo que tenía la esperanza de encontrarte por aquí.
Mientras le daba las gracias a sir Hugh por la información, Darcy sintió una oleada de rabia que casi lo hizo sonrojar. Bingley, cuyo impetuoso enamoramiento había dado comienzo a aquel nefasto asunto y cuyos intereses él había logrado salvar del fuego ¡sólo para terminar totalmente quemado él mismo! Dejó escapar un resoplido. Al parecer, Bingley y su hermana habían regresado de su viaje anual a Yorkshire y estaban otra vez en la ciudad. Si Darcy se hubiese tomado la molestia de revisar el montón de tarjetas de visita que Hinchcliffe siempre le dejaba con tanto cuidado sobre el escritorio, es posible que ya hubiera tenido conocimiento de ello, y habría podido enviar una nota anticipándose a cualquier idea que Bingley tuviera de hacer una visita. Sin embargo…
—¡Eh, Darcy! —lo llamó sir Hugh desde el otro lado de la mesa de billar—. El caballo de Devereaux va a correr y él tiene que estar presente. ¿Quieres jugar una partida?
Debería irse a casa. Debería irse a casa, pedirle a Georgiana que lo perdonara y darles la bienvenida a Bingley y a su hermana. Debería irse en aquel mismo instante para comenzar a revisar la montaña de papeles que requerían su atención encima del escritorio, como siempre había sido su costumbre.
Sin embargo, dio media vuelta y estiró el brazo para agarrar un taco.
—Todas las que quieras, Goforth. Tengo toda la tarde.
La visita de los Bingley no se podía aplazar indefinidamente y, aunque Darcy se las había arreglado para evitarla el día anterior, la tarjeta de Charles volvió a aparecer a la mañana siguiente. Resignado, se reunió con su hermana en el salón, a esperar la llegada de sus visitantes. La noche anterior había hablado sólo brevemente con Georgiana, pues la curiosidad por saber si su hermana tenía alguna información sobre el comportamiento de Brougham lo había impulsado a buscarla, a pesar de haber estado ausente la mayor parte del día. Georgiana contestó con inocencia que sí, lord Brougham había venido a buscarlo, pero sólo habían hablado breves momentos antes de informarle de que él había salido.
—¿Y de qué hablasteis en esos «breves» momentos, Georgiana? —había preguntado Darcy de manera despreocupada, mientras admiraba uno de sus bordados, que estaba colocado en el bastidor. Como todo lo que su hermana hacía, el trabajo era exquisito y preciso. Los hilos de seda representaban una escena del Edén, el jardín invernadero que tenía su madre en Pemberley. Una serie de hilos de diferentes colores que colgaban del bastidor atrajo su atención y, sin pensarlo, Darcy los agarró delicadamente.
—Quiso saber cómo estabas desde tu regreso de Kent, pues no te había visto desde que nos había traído a Trafalgar. Luego preguntó amablemente por la ceremonia para descubrir el retrato.
—¿Nada más? —preguntó Darcy, jugueteando con los hilos, deslizándolos con enorme familiaridad entre sus dedos.
—Hablamos un poco de un libro que él me envió y que me animó a leer. No recuerdo nada más; aunque, por un momento… —Georgiana vaciló y luego lo miró a con curiosidad. Él siguió la mirada de su hermana hasta su propia mano y se sonrojó al ver que se había enredado los hilos en los dedos sin darse cuenta. Rápidamente los desenrolló y los volvió a poner sobre la mesa, con la mayor indiferencia que pudo—. Ah, puedes tomarlos para ponerlos con los otros, si quieres —le aseguró su hermana con una sonrisa rápida.
—Por un momento… ¿qué? —insistió Darcy, dándole la espalda a esa terrible tentación.
—Por un momento… —Georgiana arrugó la frente con perplejidad—. Pareció sentirse mal… pero no exactamente enfermo. No sabría decir qué pasó; sucedió muy rápido. Pero tú lo conoces muy bien. —Georgiana levantó la vista para mirar a su hermano—. ¿Qué pudo haber sucedido?
—Hummm —resopló Darcy—. Sucedió que tomó la decisión de embarcarse en una misión que sabía que era una intromisión y una impertinencia. —Darcy desvió la mirada con un poco de exasperación, confundido por la inexplicable actuación de Dyfed Brougham. ¿Realmente «lo conocía tan bien»? Se inclinó hacia delante y le dio un beso a su hermana en la frente—. Buenas noches, preciosa.
—Lo mismo te deseo, hermano —respondió ella, con una sonrisa matizada por un aire de desconcierto.