Darcy sacudió la cabeza y dejó escapar un hondo suspiro. Una vez más, Dy había logrado despertar su curiosidad con aquel discurso tan enigmático. Pero sabía perfectamente que hacerle más preguntas o exigirle una explicación sería inútil. Su amigo se limitaría a encogerse de hombros y le respondería con una de esas ingenuas miradas de desconcierto, mientras decía que ya se le había olvidado la estupidez que estaba diciendo y que no había de qué preocuparse. Además, sabía que la aparición de su amigo en el club de esgrima de Genuardi no era accidental, sino que estaba relacionada en cierta forma con Georgiana, y eso le preocupaba más que lo que Dy pudiera pensar de los amigos de Monmouth. Tras unos pocos minutos de ejercicio, Dy dejó caer el brazo que sostenía la espada y miró a Darcy, al tiempo que le decía lacónicamente:
—¿Listo?
—¿Ésa es toda la preparación que necesitas? —Darcy miró a su amigo con incredulidad—. ¿Cuánto tiempo hace, Dy? ¿Has practicado alguna vez desde que salimos de la universidad? No has calentado lo suficiente…
—¿Temes que te decepcione, Fitz? —lo interrumpió Dy—. No temas, amigo mío. He hecho bastantes ejercicios de calentamiento, sobre todo durante la última media hora o más. —Dy avanzó entonces a un lugar vacío en la pista y no dejó a Darcy más alternativa que seguirlo, mientras entrecerraba los ojos con perplejidad. ¿Qué significaba ese comportamiento tan inusual? Si Georgiana lo hubiera enviado porque estaba preocupada, ¿qué necesidad tenía Dy de enfrentarse con él? Su amigo siempre estaba más dispuesto a sugerir una partida de billar en el club, o a presenciar algún evento deportivo, para «quitarte esa tan aburrida cara de contrariedad», como le decía continuamente ante el celo con el que Darcy protegía su intimidad. En los dos años transcurridos desde que había regresado a la ciudad, Darcy no recordaba haber visto a Dy sudando, excepto en el campo de caza. Ocupó su lugar frente a su amigo y, después de hacer el saludo reglamentario, adoptó la posición de guardia con la cual comenzaba el encuentro.
—¡Milord! ¡Señor Darcy! ¡Scusatemi! —gritó el signore Genuardi con tono apremiante, atravesando rápidamente el salón en dirección a ellos—. Perdono, signori, ¿ustedes dos se conocen? ¡Prodigioso! —exclamó el maestro de esgrima, radiante de orgullo, como un maestro que está frente a sus dos mejores alumnos—. Per cortesia —siguió diciendo el maestro de esgrima—, permítanme el placer de ser el juez del encuentro. —Entonces les hizo señas para que volvieran a adoptar la posición de inicio y, con una voz aguda que resonó por encima del murmullo del salón, que ahora estaba pendiente de lo que ocurría, proclamó—: ¡En garde!
—Parece que tenemos público. —Dy detuvo el avance de Darcy, pero no hizo ningún ademán de atacar—. No había previsto que esto despertaría tanto interés. ¡Qué fastidio!
—¿Conoces a Genuardi? —Darcy flexionó la muñeca, lo que hizo que la punta del florete trazara círculos en el aire.
—Todo el mundo conoce a Genuardi.
¡Ay, Darcy detestaba cuando Dy jugaba a hacerse el tonto! La irritación le hizo decidirse. Saltó a la ofensiva y tomó la delantera, obligando a su amigo a retroceder varios pasos antes de poder detener el ataque y defenderse. La respuesta de Brougham fue efectiva pero poco sofisticada, exactamente lo que Darcy esperaba de un buen espadachín que ha estado alejado del deporte varios años. Darcy bloqueó el ataque de Dy, se defendió e insistió en la ofensiva, pero esta vez no logró hacerlo retroceder tanto. Dy hizo una buena maniobra de defensa y la primera parte de su ataque fue un movimiento que ambos habían aprendido y practicado juntos en la universidad. Darcy lo desvió fácilmente, pero su amigo lo volvió a atacar y esta vez acompañó la ofensiva con un nuevo movimiento de la muñeca y el cuerpo, que aumentó su efectividad. Darcy lo evitó por un pelo y tuvo que retroceder uno, no, dos pasos.
—¡Touché! —declaró el maestro de esgrima—. ¡Punto para lord Brougham!
Brougham retrocedió inmediatamente después de obtener su victoria y saludó a Darcy.
—¡Me estás subestimando, Fitz! Lo esperaba de otros, pero no de ti. No he debido ganar ese punto.
—Te prometo que no lo volverás a hacer —replicó Darcy, volviendo a su puesto.
—¡En garde! —gritó Genuardi para llamar la atención de los dos contrincantes. Esta vez Darcy esperó, mientras observaba atentamente todo lo que podía sobre la postura y el estilo de Dy, pero su oponente no le dio ninguna pista, pues se limitaba a sonreír con el florete en alto y una actitud casi despreocupada. Darcy respondió con una sonrisa y se abalanzó con una ferocidad que provocó un despliegue de destreza por parte de los dos, ante el cual los curiosos dejaron escapar varios gritos de admiración, al tiempo que ambos contrincantes intercambiaban ataque y defensa.
—¡Touché! ¡Punto para el signore Darcy! —Darcy sintió que la sangre le zumbaba en las venas, mientras le hacía a su amigo el saludo reglamentario. ¡Su amigo era un rival excelente y eso le hacía sentir… bien!
—¿Ahora sí estoy a tu altura? —le dijo Brougham con sarcasmo, antes de regresar a su sitio.
—Más de lo que esperaba de ti, sí. Bastante bien. —Dy sonrió como siempre, pero cuando dio media vuelta, Darcy tuvo la incómoda y súbita sensación de que su amigo estaba poniendo a prueba algo más que su habilidad con el florete. Era una sensación desagradable y extraña, que había sentido más de una vez en los dos años transcurridos desde que habían retomado su amistad. Volvió a su puesto y, cuando miró a Dy a la cara, se encontró con unos ojos que lo observaban con penetrante intensidad. Darcy levantó el florete.
—¡En garde! —El tercer asalto fue como el anterior: rápido, fuerte y elegante. Darcy descubrió que su amigo le respondía lance por lance y el tiempo del ataque ya casi estaba llegando a su fin cuando la punta del florete de Dy lo tocó justo debajo del corazón—. ¡Touché! ¡Punto para lord Brougham! —A esas alturas todos los que estaban presentes en el club se habían congregado a su alrededor y la ovación fue ensordecedora.
Mientras intercambiaban saludos, Darcy se inclinó hacia su amigo.
—¿Y dónde has estado entrenando sin decir una palabra? Si fueran espadas y un enfrentamiento real…
—Todavía estarías sano y salvo —interrumpió Brougham, con expresión grave, mirándole a los ojos—. Un hombre necesita tener corazón para salir herido con ese lance.
—¿Qué? —Darcy enarcó las cejas con asombro, pero el fuego que había visto en los ojos de su amigo hacía solo un minuto, ya había sido reemplazado por su indiferencia habitual.
—Debes perdonarme, amigo mío, pero sólo puedo concederte otro asalto. Un compromiso urgente, adquirido con anterioridad, ya me entiendes. Este pequeño tête-à-tête —dijo y suspiró— no estaba en mi agenda de hoy. —Dy le hizo una rápida inclinación y volvió a su lugar, dejando que Darcy lo observara, mientras empezaba a comprender. ¡Dy estaba molesto con él! Regresó a su puesto en medio de la confusión, mientras trataba de encontrar una explicación. ¿Por qué? ¿Y qué era esa historia acerca de que él no tenía corazón? Dio media vuelta para quedar frente a su amigo y tomó posición. Los curiosos guardaron silencio ahora que se podía ver que los dos contrincantes estaban listos. Darcy respiró hondo. ¡No tenía modales ni conciencia y ahora resultaba que tampoco tenía corazón! ¿Ve usted lo que ha comenzado, señorita Elizabeth Bennet? Resopló con amargura. ¡Lo único que falta ahora es un coro griego!
—¡En garde! —La orden del signore Genuardi rompió el silencio del salón. Esta vez, Dy no esperó a que su amigo decidiera si aprovechaba la primera oportunidad sino que se le abalanzó directamente, con fuerza y velocidad. No sólo Darcy sino todos los que estaban observando pudieron ver que la espada de Brougham se movía con decisión y Darcy nunca se había sentido tan golpeado. ¡Si así debe ser, que sea!, resolvió el caballero, defendiéndose del ataque de Dy, quitándole el derecho a atacar y tomando la ofensiva. Darcy empleó en su acometida todos los movimientos, las fintas y los giros del cuerpo y la muñeca que sabía hacer y tuvo la satisfacción de hacer retroceder a Dy casi hasta el límite. Aparte de una exquisita precisión que parecía enviar cada golpe exactamente a donde él quería que llegara, Darcy volvió a disfrutar de la excitante sensación de percibir que su cuerpo era un instrumento sensible y bien afinado. Aunque hasta ahora Dy había logrado evitar la punta de su florete, él sabía que lo estaba obligando a poner en práctica todos los conocimientos y habilidades que poseía. Mientras los dos contrincantes atacaban y contraatacaban, los observadores ya no pudieron contener más su admiración. Los gritos de ovación se mezclaron con los de exclamación, cuando el tiempo del asalto acabó sin que ninguno de los dos lograra anotar un punto en medio del frenético despliegue. Pero Darcy, totalmente concentrado en su objetivo, no vio ni oyó el bullicio. De repente aprovechó una oportunidad.
—¡Touché! —La voz de Genuardi apenas se alcanzó a oír, pero los que estaban alrededor se unieron al grito—. ¡Punto para el signore Darcy! —El salón pareció estallar, pero los dos hombres sobre los que había estado centrada la atención se separaron, jadeando al unísono, mientras se observaban mutuamente con extraña cautela. Una reticente sonrisa se abrió paso lentamente en el rostro de Dy, al tiempo que levantaba el florete en señal de saludo.
—¡Bien hecho, viejo amigo! ¡Todavía sabes manejar la espada!
—¡Ja! —se rió Darcy, devolviéndole el gesto—. ¡Lo mismo digo de ti! ¡Dos puntos para cada uno no es un resultado muy decisivo! —Luego miró a su amigo con más seriedad—. ¿Me vas a decir de qué va todo esto?
Dy desvió la mirada. ¿Cuál de los dos irá a responder: el amigo o el idiota?, se preguntó Darcy.
—Pasé esta mañana por Erewile House para ver si ya te habías recuperado de tu viaje a Kent —respondió el amigo, volviéndose para mirarlo directamente—, pero sólo encontré a la señorita Darcy, sola y bastante desanimada. —Hizo una pausa y respiró hondo—. ¡Fitz, sea lo que sea que haya sucedido en Kent, te ruego que no aflijas más a la señorita Darcy! Ella vive preocupada por ti y tú te portas con ella de una manera miserable, dándote aires de superioridad, mientras alimentas las penas de Kent.
—¡Brougham! —rugió Darcy. ¿Quién era él para…?
Ignorando aquella interrupción, Dy continuó, en voz baja pero absolutamente clara.
—Ella no va a decir nada contra ti, ni lo haría aunque se sintiera utilizada, porque siente por ti un enorme respeto. —Sacudió ligeramente la cabeza—. Pero como yo no tengo tantos escrúpulos, me permito decirte que, a pesar de que eres mi amigo, si sigues portándote con la señorita Darcy de una manera tan desconsiderada y sin tener en cuenta sus sentimientos, ¡puede haber muchos más ataques como éste!
—¡Te estás atribuyendo demasiadas responsabilidades! —le advirtió Darcy retrocediendo—. Estás rebasando el límite, Brougham, y estás muy lejos de tu…
—¿Lo estoy, Fitz? —Brougham miró a Darcy con ojos escrutadores—. Entonces, conociéndome como me conoces, tal vez deberías preguntarte por qué decidí, de manera tan extraordinaria, asumir una responsabilidad tan grande en tu nombre. —Y diciendo eso, Dy le entregó el florete a un asistente que estaba esperando y salió del salón.
—¿La zorra está llorando porque las uvas son amargas, Darcy? —Monmouth apareció en ese momento, abriéndose paso entre la multitud de gente que se acercaba a felicitar a los espadachines, e hizo una señal con la cabeza en dirección a Brougham.
—No —contestó Darcy de manera distraída, mirando fijamente hacia el lugar por donde había desaparecido su amigo—. Parece más bien un coro griego.