Una vez que la puerta de la rectoría de Hunsford se cerró detrás de él y el picaporte volvió a su lugar, Darcy se detuvo un instante para ajustarse el sombrero en la cabeza y miró a su alrededor, antes de comenzar a caminar de regreso a Rosings. El extraño regocijo que había amenazado con causarle un desmayo en el salón de Hunsford ya había cedido, permitiéndole finalmente pensar. Se llenó los pulmones con el fragante aire de la primavera y dio gracias al cielo por la sensación de control sobre su cuerpo que volvía a producirle el movimiento. ¡Lo había hecho, su primera entrevista privada! Se había portado como un estúpido escolar, por supuesto, incapaz de controlar sus indomables emociones como un joven inmaduro durante su primera crisis amorosa. ¿Qué había pasado con el hombre que había «vivido en el gran mundo», se reprendió, y que había dejado en su lugar a aquel detestable idiota que balbuceaba y había puesto en evidencia todos los rincones de su corazón?
¿Qué era lo que había dicho? Darcy se esforzó por recordar cómo había comenzado. Parecía como si su mente estuviese adormecida, porque no se sintió capaz de pensar en nada inteligente que decir. Había contestado a las preguntas de Elizabeth con poca gracia y sin ninguna originalidad. Creía recordar que habían hablado sobre los Collins, luego sobre la casa y un poco acerca de los esfuerzos de lady Catherine por hacer algunas mejoras en ella. Darcy combatió un sorprendente ataque de placer al recordar la sensación de estar sentado frente a ella, con sus ojos y su atención fijos solamente en él. Elizabeth. Estaba tan hermosa con su vestido verde de primavera y sus maravillosos labios esbozando una sonrisa e invitándolo a reírse con ella del pragmatismo de su amiga en todo lo relacionado con el matrimonio. Su cabello… ¿Cómo sería verlo suelto cayendo sobre sus hombros?
—¡Caramba, eres el más tonto de los tontos! —se reprendió de nuevo, mientras batallaba consigo mismo para no extasiarse en la imagen que sus pensamientos habían creado con tanta facilidad. ¡Esto no va a funcionar! Levantó el bastón y atacó la imagen de sí mismo que veía frente a él. Su futuro no podía basarse en el cabello o los labios de Elizabeth, ¡o se merecería todas las objeciones y las risitas a las que tendría que enfrentarse más adelante! Y, pensó mientras contenía sus pensamientos, no debes olvidar lo que sucedió después.
Al decir que las cincuenta millas que separaban a la amiga de Elizabeth de su familia eran «poca distancia», Darcy sólo había tenido la intención de hacer un comentario trivial, pero cuando vio la reacción tan vehemente que produjo en Elizabeth, algo dentro de él lo había impulsado a provocarla con el asunto.
—Eso demuestra el apego que le tiene usted a Hertfordshire —había dicho y había sonreído, antes de seguir insistiendo—: Supongo que todo lo que esté más allá de Longbourn ya debe de parecerle lejos. —¡Ay, qué hermosa le había parecido cuando se sonrojó al recibir ese dardo! Darcy disminuyó el paso y luego se detuvo. Había llegado al final del camino, a menos que quisiera tomar otra dirección. El bosque protector estaba detrás de él y el sendero descendía desde ese punto hasta un campo abierto y luego al parque, con Rosings al fondo. Alguien podía verlo, pero él todavía no tenía deseos de exponerse a la posibilidad de un encuentro, antes de haber terminado su reflexión.
Dio un paso atrás, internándose nuevamente entre las sombras, y se recostó contra uno de los árboles de su tía, mientras miraba al vacío y se recreaba con aquel momento. ¿Ese rubor, que había realzado tanto la belleza pálida de su rostro y había llenado sus magníficos ojos de dulce confusión, podría haber sido el causante de que él se hubiese comportado de manera tan torpe? ¿O tal vez había sido el hecho de que ella admitiera que no quería decir que una mujer no pudiera vivir lejos de su familia? Ella estaba hablando de sus propios sentimientos, ¿o no? ¿Acaso no había dicho que no estaba atada a Hertfordshire, en especial si la fortuna hacía que la distancia no fuera importante? ¿Y no había expresado su protesta argumentando el vínculo de su amiga y no el suyo propio? Las implicaciones eran obvias, incluso para un tipo tan idiota como lo había sido él al comienzo de su entrevista. ¡Su deliciosa compañera de combate le estaba ofreciendo su espada! Ah, por supuesto que no en todos los casos de su relación, ni él deseaba eso tampoco; pero sí en éste, la batalla más simple entre el hombre y la mujer. ¡Ella no sólo era consciente del interés de Darcy, sino que le estaba indicando que dicho interés despertaba sus expectativas!
Cerró los ojos al recordar la sensación embriagadora que recorrió cada fibra de su cuerpo. Independientemente de lo que las mentiras de Wickham pudieran haber logrado, Elizabeth estaba complacida con la atención que Darcy le estaba dedicando. Había sido maravilloso verla sonrojarse, pero lo que se había apoderado de él y, sí, lo que había impulsado su lengua más allá de la cuidadosa reserva que su mente siempre les había impuesto a sus sentimientos, había sido el hecho de verla rendirse. En ese momento, Darcy lo había dicho, incluso había acercado más su asiento a ella para captar cada palabra, cada suspiro como reacción a sus palabras:
—Usted, no tiene derecho a estar tan apegada a su residencia. Usted no va a quedarse para siempre en Longbourn —había dicho.
Mientras se apartaba del árbol, la alarma que habían despertado sus palabras en ese momento regresó otra vez intacta. Darcy pensó que le habría dado lo mismo declararse en ese preciso instante; ¡era imposible concebir una afirmación que revelara con más claridad su deseo de un futuro compartido! Volvió varios pasos hacia Hunsford, pero luego regresó, repitiendo de nuevo el ejercicio. La mirada de sorpresa de Elizabeth le había confirmado que había comprendido el significado de sus palabras y que era necesario retirarse de inmediato de la posición en la que le habían puesto sus sentimientos. Era demasiado pronto. ¡Todavía no había evaluado las cosas suficientemente! ¡Al mismo tiempo, Darcy no se atrevería a jugar con los sentimientos o las esperanzas de Elizabeth! Así que ¿qué había hecho para retirarse? Había tomado un periódico para ocultar su confusión y ¡luego le había preguntado si le gustaba Kent!
¡Por Dios, qué imbécil más torpe! Darcy dejó de pasearse y, con una mueca de disgusto, se golpeó la palma con el bastón. Si la señora de la casa y su hermana no hubiesen regresado poco después, no se podía imaginar qué otra cosa habría hecho para ponerse en ridículo. Irritado con él mismo, se desplomó contra un árbol, pero su mirada recayó sobre el camino que acababa de recorrer. En resumidas cuentas, ¿cuál era el resultado de su excursión matutina? Ella es totalmente receptiva a tus atenciones. Y lo más posible es que espere que éstas continúen, ¡después de tus imprudentes palabras! Sólo faltaba que él llegara al punto en que ella se volviera suya y la dulzura con la que tanto soñaba se hiciera por fin realidad. Pero Darcy todavía no podía actuar. Los impedimentos sociales seguían intactos; y eran enormes, al igual que los obstáculos familiares. Todas las exigencias de su familia cayeron de repente sobre él, haciéndole sentir que sus reproches eran justificados. Porque ¿acaso él no tenía obligaciones con su apellido, su familia y su futuro? ¡Aquel matrimonio tan desigual sólo podría satisfacer sus deseos! Pero ¿sería posible que la felicidad que iba a producirle sobreviviera al oprobio al que tendría que enfrentarse durante el resto de sus días?