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Chapter 187 - Capítulo 187.- Precioso para poseerlo XII

—¡Basta! —gruñó en voz alta. Él sabía que no podía apaciguar a los dos bandos que luchaban en su interior. Tanto la razón como el corazón le habían fallado; lo único que tenía que hacer era dejar que el destino siguiera su curso—. ¡Basta! —repitió, pero esta vez no fue una súplica sino una orden—. Continúa como empezaste y confía en Dios para que el destino intervenga y suceda algo que le ponga fin a esto.

—¡Fitz! Fitz, ¿sucede algo? —La voz de Richard resonó entre los árboles y parecía venir de la dirección opuesta a la que Darcy había tomado para ir a Hunsford. Instantes después, Fitzwilliam estaba frente a él, jadeando por el esfuerzo.

Sonrojándose durante un segundo, Darcy se apresuró a tranquilizarlo:

—¡Richard! No, no sucede nada.

—Entonces, ¿por qué demonios estabas gritando? —Su primo lo miró de manera acusadora—. ¡Pensé que te estaban atacando, que te habías caído, o te había ocurrido algo! —Richard se miró la chaqueta y el chaleco y les dio un tirón para volverlos a ajustar en su sitio.

—No, no sucede nada —respondió Darcy—. Pero te agradezco el heroísmo de correr a defenderme. Me temo que sólo estaba pensando en voz alta.

—¿Pensando? ¿Toda esa alharaca era el producto de tus pensamientos?

—Sí, estaba pensando en voz alta.

—¡Conque pensando en voz alta! —La mirada suspicaz de Fitzwilliam casi hizo que Darcy volviera a sonrojarse, pero se mantuvo firme—. Fletcher me dijo que te habías ido a dar un paseo, pero se quedó mudo como una momia cuando le pregunté adonde habías ido. Ahora sé que no tomaste esa dirección —dijo, señalando hacia atrás—, porque ahí me dirigí yo hasta que me di cuenta de que no estabas en esa zona. Lo cual nos deja únicamente una alternativa. —Señaló hacia la espalda de Darcy—. A menos de que estuvieses abriendo un camino nuevo. —El coronel miró a su primo con los ojos entrecerrados—. De acuerdo con mi sencilla percepción de militar, me parece que vas vestido de un modo insólitamente elegante para estar abriendo caminos a través del bosque de lady Catherine, lo que me hace concluir que has estado en Hunsford.

—Sí, eso es cierto —confesó Darcy, pero no dijo nada más.

—¿Y las damas estaban en casa y gozaban de buena salud esta mañana, primo? —preguntó Richard, enarcando una ceja.

—Sí, todas gozan de perfecta salud, te lo aseguro. —Darcy sonrió con aire inocente.

—¿Lo cual te impulsó a pensar… en voz alta?

Darcy respondió a la mirada escrutadora de su primo con una serenidad de espíritu que sabía que lo enfurecería como ninguna otra cosa.

—Mi querido primo —dijo Fitzwilliam arrastrando las palabras—, no sabes el placer que me produciría darte una buena bofetada por privarme de una agradable visita esta mañana y lo haría encantado si no temiera salpicar mi chaqueta nueva con tu sangre. —Volvió a tirar de los extremos de la chaqueta, pero luego se detuvo con una sonrisa maliciosa—. ¡Aunque voy a vengarme por haberte ido a hacer la visita sin mí! Tengo aquí —anunció Fitzwilliam mientras se daba unas palmaditas en el pecho y de la chaqueta salía un sorprendente crujido— un paquete de cartas que llegaron por correo justo después de que te fueras. De Londres.

—¡Georgiana! —Darcy se arrepintió enseguida por haber tratado de molestar a su primo—. Vamos, Richard, debes entregármelas enseguida.

—¿Ah, sí? —Fitzwilliam soltó una carcajada, mientras se ponía una mano sobre el lugar donde las tenía.

—¡Richard! —exclamó Darcy con tono amenazante; luego, arrojó lejos el bastón de caña, después el sombrero y comenzó a desabrochar el primer botón de la chaqueta.

La idea de tener una pelea con su primo le resultó súbitamente muy atractiva. Era la respuesta perfecta para muchas de las situaciones angustiosas que había sufrido esa mañana.

—Fitz, ¿qué estás haciendo? —preguntó Fitzwilliam, dando un paso hacia atrás.

—Complaciéndote, si es que puedes ponerte en guardia. —Mientras hablaba, Darcy se desabrochó el segundo botón y comenzó con el tercero—. ¡Pero te sugiero que sigas mi ejemplo, si te preocupa el tema de la sangre!

Darcy volvió a doblar las cartas con cuidado y, sin pensar, se estiró para agarrar el tirador de marfil del cajón del escritorio, pero enseguida se vio sorprendido por una punzada de dolor. Hizo una mueca y encogió el brazo lentamente, mientras contenía un gruñido apretando los dientes. ¡Richard tenía un derechazo tremendo! El cardenal que tenía en las costillas aún tardaría al menos una semana en desaparecer, pero creía que aquellas molestias bien valían la pena por haber tenido la satisfacción no sólo de impedir que Fitzwilliam le diera la bofetada que le había prometido, sino por haberlo vencido de manera tan absoluta que lo había obligado a entregarle las cartas bajo las condiciones más favorables. Sonrió al recordar las protestas de Richard ante dichas condiciones y la reticencia con que las había aceptado, pero la sonrisa se desvaneció cuando su mirada recayó nuevamente sobre las cartas que todavía tenía en la mano. En efecto, una era de Georgiana. La nota venía otra vez envuelta en una carta de Dy Brougham, que su amigo había enviado por correo urgente. Aunque era mejor abrir primero la carta de Dy, Darcy la había puesto a un lado, había roto el sello de la misiva de su hermana y se había sentado tan cómodamente como era posible para dedicarle toda su atención. Comenzaba enviándole sus mejores deseos de que él se encontrara bien, al igual que su tía y sus primos, y continuaba con un relato detallado de sus estudios más allá de la música.

"...Milord Brougham ha tenido la amabilidad de sugerirme otros libros que valdría la pena que yo leyera y también se ha empeñado en ampliar mis conocimientos de arte. Con ese fin, con frecuencia leemos juntos y asistimos a exposiciones y conferencias tanto de temas históricos como artísticos. También te alegrará saber, querido hermano, que milord no queda satisfecho hasta que soy capaz de hacer preguntas inteligentes sobre el tema que estamos leyendo, o puedo responder las suyas..."

—¿Se supone que debo alegrarme de saber eso? —Darcy frunció el ceño mientras jugaba con el delicado papel entre los dedos—. ¡Ese maldito sinvergüenza! —¿Qué era lo que pretendía Dy? Ya estaba llegando demasiado lejos. ¡Él le había pedido que la visitara de vez en cuando, no que pasara todo el tiempo con ella! Darcy casi había decidido enviarle una nota de advertencia a su concienzudo amigo, cuando un poco más adelante vio en la carta de Georgiana un nombre que lo hizo estremecerse.

"...La dama le rogó a D'Arcy que nos presentara, él accedió y me la presentó como la nueva esposa de un amigo tuyo de Cambridge, el vizconde Monmouth. Lady Sylvanie Monmouth fue muy amable y me preguntó sobre mi música y otras cuestiones. Preguntó especialmente por ti, Fitzwilliam, y estaba deseosa de saber cuándo volverías a Londres. Yo estaba a punto de decírselo cuando regresó lord Brougham, que había ido a buscar un poco de ponche, y tuvo la desgracia de tirar uno de los vasos sobre el vestido de lady Sylvanie, el cual, me temo, debió de quedar estropeado para siempre. Como te imaginarás, lady Monmouth se tuvo que retirar enseguida a su carruaje, pero prometió visitarme esta misma semana..."

—¡Sylvanie! —Darcy cerró los ojos—. ¡Por Dios! —Tenía la esperanza de que Tris la mantuviera en una de sus propiedades rurales al menos medio año, antes de arriesgarse a enfrentarse al chismorreo de Londres. Ninguno de los acontecimientos que habían tenido lugar en el castillo de Norwycke había trascendido hasta los corrillos londinenses, pero el apresurado matrimonio del vizconde había sido razón suficiente para despertar la insana curiosidad de la alta sociedad. Pero ¿qué querría lady Sylvanie de Georgiana? ¿Por qué tenía interés en conocer a una muchacha que todavía no había sido presentada en sociedad? Darcy estaba seguro de que había algún propósito tras esa presentación forzada. ¿Sería posible que ella viera a Georgiana como un vehículo potencial de venganza por la muerte de su madre, lady Sayre?—. ¡Gracias a Dios, Dy estaba a su lado! —Darcy bendijo a su amigo, pues sabía que lo del ponche no había sido un accidente, y enseguida abrió su carta.

"...Darcy,

...Envío la nota de la señorita Darcy por correo urgente, porque ha sucedido algo que no me gusta nada. Quisiera que hubieras confiado en mí y me hubieras contado lo que sucedió en Norwycke, porque así estaría en mejor posición para ayudarte ahora. Pero lamentablemente no fue así. Sin embargo, yo tengo mis propios recursos y me propongo descubrir qué es lo que quiere la nueva lady Monmouth presentándose ante la señorita Darcy. Te juro, viejo amigo, que sólo la dejé sola un instante… Debes darle las gracias al idiota de tu primo por habérsela presentado, pero ¿qué se puede esperar de un hombre que es capaz de proponerle matrimonio a lady Felicia? Logré mandar a casa a la dama antes de que la conversación hubiese llegado muy lejos. Pero desgraciadamente lady Monmouth anunció que pretendía hacer una visita. No temas; le dejaré instrucciones a tu mayordomo, y tal vez también a Hinchcliffe, para que digan que la señorita Darcy no está en casa. ¡Ese sí que es un tipo excelente y muy tierno en todo lo que tiene que ver con tu hermana! ¡Un buen hombre! Desde luego, también solicitaré la ayuda de la buena señora Annesley y doblaré mi vigilancia. Amigo mío, puedes confiar plenamente en mí en lo que respecta a este asunto. Prometo mantenerte informado. No tienes que regresar enseguida a casa. Todo está bajo control...

Dy..."

Darcy se inclinó hacia delante, agarró el tirador del cajón y lo abrió totalmente. Puso dentro las cartas con cuidado y lo cerró. «Todo está bajo control». A pesar de lo irresponsable que Dy parecía a veces, Darcy sabía que, cuando se comprometía a algo, uno podía darlo por hecho. No le gustaba en absoluto que su hermana se hubiese encontrado con lady Monmouth, pero regresar corriendo a Londres podía ser exactamente lo que estaba buscando Sylvanie. No, Darcy se quedaría en Kent, porque allí iba a decidirse su futuro.