Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 173 - Capítulo 173.- La variedad infinita que hay en ella IX

Chapter 173 - Capítulo 173.- La variedad infinita que hay en ella IX

Tras renunciar con frustración, y enervado por el curso que habían tomado sus sentimientos, Darcy trató de recuperar su erosionada compostura. Aunque bastante antes de lo que él había planeado, ellos iban a encontrarse de nuevo. Y bien, ¿qué importancia tenía el tiempo? ¿Tarde o temprano, antes o después? ¿Acaso él no se había hecho una promesa cuando dejó que los hilos de bordar se fueran con el viento? ¡No iba a abandonar esas convicciones, a las que había llegado con dificultad pero en las que creía con tanta firmeza como en su honor, sólo porque estaba a punto de enfrentarse a la realidad! Sin embargo, Darcy no era ningún tonto. El poder que su imaginación había llegado a concederle a Elizabeth no tendría nada que ver con el placer que le produciría la propia presencia de la dama. Se recordó que le estaba prohibido ofrecerle su mano, ahí no había ningún peligro, pero la agitación que sentía en ese momento era prueba de que su corazón seguía en peligro. Con tal fin, debía contenerse de manifestarle cualquier tipo de deferencia o atención, independientemente de las tentaciones que ella le presentara. ¡Recuerda quién eres! La advertencia que con frecuencia le repetía su padre volvió a resonar en sus oídos. Darcy se puso tenso. Tenía que pensar en Pemberley, en Georgiana, en la familia. ¡Piensa en ellos!, se ordenó. Decidido, apretó la mandíbula.

Ya faltaba poco. Pronto llegarían a la puerta de la casa. Con expresión divertida, Fitzwilliam retrocedió un paso y se detuvo junto a Darcy, mientras su anfitrión tocaba la campanilla.

—¡Ah, finalmente voy a conocer a la Bennet de la pequeña sociedad de Hertfordshire, que mi tía tanto lamenta no poderte presentar porque ya la conoces! —le susurró Fitzwilliam al oído, con una sonrisa. Su ironía hizo que a Darcy se le contrajeran los músculos del estómago. Miró a su primo con curiosidad. ¿Acaso Richard sospechaba algo? Ya no había tiempo de pensar en eso, pues Fitzwilliam ya estaba subiendo las escaleras hacia el piso principal de la rectoría, detrás de su última diversión. Darcy vio que arriba se abría la puerta del salón y luego oyó el ruido de sillas y pasos suaves, cuando sus ocupantes se levantaron para recibir a los recién llegados. Fitzwilliam desapareció en el interior del salón y, antes de que pudiera pensar, Darcy estaba frente a Collins, que ya le estaba presentando a su esposa.

—Señora Collins. —El clérigo se dirigió a su mujer de manera formal—. El señor Darcy, a quien debes recordar de su visita a Netherfield el otoño pasado. Señor, mi esposa, la señora Collins.

—Señora Collins —contestó Darcy. Mientras le hacía una inclinación, el fresco aroma de la lavanda llegó hasta su nariz. ¡Elizabeth! Darcy se obligó a no desviar los ojos de su anfitriona, a pesar de que un torbellino de emociones trató de abrirse paso entre tanta reserva y lo impulsó a buscarla, en contra de todas sus consideraciones.

—Bienvenido, señor Darcy —respondió la señora Collins en tono afable—. Es una afortunada coincidencia que usted esté de visita en Rosings precisamente cuando Hunsford también hospeda visitantes que usted conoce; porque mi hermana, la señorita Lucas, y mi querida amiga, la señorita Elizabeth Bennet, también están con nosotros. —Una jovencita cuyo rostro recordaba vagamente del baile de Netherfield le hizo una reverencia, a la cual Darcy respondió con solemnidad; y luego quedó frente a Elizabeth.

Ante la cálida y luminosa imagen de Elizabeth, enmarcada por los brillantes rayos del sol de la mañana, Darcy supo que estaba perdido y que todas sus decisiones eran tan consistentes como el humo. ¡Elizabeth! El corazón le dio un vuelco, a pesar de todas sus precauciones. Antes de que pudiera tranquilizarse, los hermosos ojos de la muchacha, profundos e inteligentes, le lanzaron una mirada fugaz al encontrarse con los de Darcy, atrapándolo de una manera tan audaz que él sintió que se le cortaba la respiración y que las preguntas que esos ojos contenían lo clavaban irremediablemente en el suelo. Su corazón, traicionero, comenzó a golpear dolorosamente sus costillas, cuando ella modificó la expresión de sus fascinantes ojos, iluminados por una misteriosa perspicacia femenina, entrecerrándolos para estudiarlo con curiosidad. ¿Qué estaría buscando? Y lo que resultaba todavía más angustioso: ¿Qué era lo que había descubierto? ¿Acaso ella era capaz de acceder con tanta facilidad a todos esos lugares secretos que él se empeñaba en defender y fortificar?

Incapaz de desviar la mirada, Darcy sólo pudo esperar a que ella llegara a una conclusión. Pasó toda una eternidad, durante la cual el aire que se agitaba entre ellos se volvió pesado y denso. Luego la joven enarcó una ceja, con aquel gesto tan provocador que lo había cautivado desde el principio. Levantó un poco la barbilla y una chispa divertida iluminó su franca mirada. La provocación de sus encantadores rasgos hizo que la presión que Darcy sentía en el pecho amenazara con estallar en un gruñido. ¡Por Dios, cuánto había echado de menos el desafío, la fascinación y la imprevisibilidad de Elizabeth! ¿Cuántas veces se la había imaginado justamente así? Todas sus defensas contra ella se convirtieron en cenizas mientras que, como el más preciado de los vinos, el efecto que ella tenía sobre él recorrió todo su cuerpo, poniendo en evidencia todos sus sentidos. Le recordó la sensación de embriaguez que había sentido varios meses atrás cuando se encontraba en su presencia y que había arrastrado con él desde entonces, a pesar de lo mucho que se reprendía por hacerlo.