—¿Has visto algo? —preguntó Fitzwilliam.
—Nada… supongo que era una criada que va camino de la aldea. —Darcy se encogió de hombros y luego añadió con una sonrisa burlona—: Y no, no sé si era bonita.
—¡Darcy, ya sabes que yo no jugueteo con las criadas! —exclamó Fitzwilliam, mirándolo con aire de haberse ofendido—. Mi padre me habría clavado a la puerta del establo si alguna vez lo hubiese hecho y todavía es perfectamente capaz de hacerlo. —Fitzwilliam no pudo evitar un estremecimiento mientras seguía dando vueltas a aquella idea—. ¡Y mi madre también! ¡Ella le habría alcanzado las puntas! —Cuanto más acaloradas se volvían las protestas de Richard, más amplia se hacía la sonrisa de Darcy, hasta que finalmente se dio cuenta de que su primo sólo lo estaba molestando, se detuvo en seco y lo fulminó con la mirada, antes de soltar ambos una carcajada.
Cuando James dirigió el carruaje a la entrada de Rosings, los dos primos se habían transformado una vez más en los serios caballeros que su tía esperaba. Y ciertamente los estaba esperando. Una corte de criados formaba una línea desde la escalera hasta la puerta, preparados para descargar el coche y conducir a los visitantes hasta la presencia de su señoría.
—Allá vamos. —Fitzwilliam le dio un último tirón a su chaleco y revisó la línea de sus pantalones—. Si ella protesta porque no traemos pantalones por la rodilla, te echaré la culpa eternamente —le aseguró a Darcy, mientras el vehículo se detenía y la portezuela se abría de inmediato. El criado que había abierto era el mismo pobre diablo que había realizado esa ocupación desde que Darcy tenía memoria. El caballero asintió al oír el saludo de bienvenida del hombre y comenzó a subir las escaleras detrás de él, tan pronto como Fitzwilliam descendió del coche. Desde luego, los dos conocían el camino, pero lady Catherine era una fanática de las formalidades; en consecuencia, los dos caballeros siguieron el paso reposado del criado hasta que llegaron a las puertas del salón rosado.
—Darcy… Fitzwilliam. ¡Por fin habéis llegado! —El tono de irritación en la voz penetrante de su tía era inconfundible. Sin duda los estaba esperando desde hacía horas. Darcy miró a su primo con cara de reproche y le hizo una seña para saber quién iba a asumir la culpa por el retraso. Fitzwilliam suspiró; luego los dos avanzaron hacia el salón y se inclinaron ante la dama, que estaba majestuosamente sentada en un lugar que le daba pleno dominio sobre todo lo que la rodeaba.
—Su señoría. —Darcy hizo una reverencia y besó la mano que su tía le tendió. Fitzwilliam hizo lo mismo un instante después.
Lady Catherine frunció el ceño mientras inspeccionaba a sus dos sobrinos de arriba abajo.
—¡Ninguno de los dos está vestido de manera apropiada! El atuendo correcto para hacer una visita es pantalones a la rodilla y medias, señores. No me cabe la menor duda de que esta falta es culpa de Fitzwilliam.
Richard le lanzó una mirada asesina a su primo, antes de comenzar a disculparse.
—Su señoría, fue idea de D…
—Venid —lo interrumpió lady Catherine—, saludad a vuestra prima. —Los dos hombres se giraron obedientemente hacia la pálida criatura que estaba sentada en el diván, a la derecha de lady Catherine, e hicieron una reverencia. La delgada figura de Anne de Bourgh estaba totalmente oculta por una buena cantidad de chales que pensaban que eran imprescindibles para proteger su salud de cualquier inclemencia. En la mayor parte de las jovencitas aquella cantidad exagerada de ropa habría provocado un sofoco, pero la cara macilenta de Anne era un testimonio mudo de su continua fragilidad.
Darcy dio un paso adelante y le tendió una mano de manera formal.
—Prima —murmuró, mientras Anne sacaba su mano de debajo de los chales y se la ofrecía de manera lánguida. A pesar estar tan abrigada, los dedos de su prima estaban fríos; y cuando Darcy se los llevó a los labios, volvió a preguntarse cómo haría Anne para soportar aquella vida, atrapada entre su mala salud y el carácter dominante de su madre.
—Primo —saludó ella débilmente. Darcy retrocedió para dejar paso a Fitzwilliam y la observó mientras su prima recibía los respetos de Richard y repetía el mismo saludo lacónico. No parecía haber ningún cambio en su palidez, ni sus ojos revelaban ninguna chispa de interés por su llegada. Al contrario, parecía aliviada de pensar que había terminado ya con las formalidades y se podía retirar nuevamente a su interior, mientras volvía a meter la mano bajo los chales.
—¿No creéis que vuestra prima tiene buen aspecto? —La pregunta de lady Catherine exigía que ellos estuvieran de acuerdo y ninguno de sus sobrinos estaba dispuesto a decepcionarla—. Estamos siguiendo un nuevo régimen que me recomendó uno de los médicos del regente; así que no puede ser sino beneficioso. Espero que dentro de un año Anne sea totalmente capaz de tomar el lugar que le corresponde. —Le dirigió una sonrisa suspicaz a Darcy—. Algo que todos hemos estado esperando con ansiedad.
Gracias a su cuidadosa reserva, Darcy logró contenerse y no mostrar el sentimiento de rebeldía que repentinamente se apoderó de él. Desde luego, lady Catherine estaba haciendo referencia a sus expectativas de que Darcy se casara con Anne. El caballero lanzó una mirada a su prima para confirmar su opinión de que ella creía tan poco en esa «eventualidad» como él y luego miró hacia otro lado. Era una vieja cantinela que él había aprendido a ignorar desde hacía mucho tiempo, sin tener que incurrir en un enfrentamiento abierto con la anciana dama. Pero esta vez las insinuaciones de lady Catherine habían provocado en él una respuesta excesivamente visceral. Por supuesto que él deseaba que su prima estuviera más vital y saludable. ¿Quién no? Pero cualquier mejoría en ese sentido no la convertiría en una esposa apropiada para él. Y eso también era algo que sabía desde hacía mucho tiempo. Entonces, ¿por qué se sentía tan afectado? Tú sabes bien por qué, intervino su conciencia, pero Darcy la apartó, tratando de concentrarse en lo que le iba a responder a su tía.