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Chapter 163 - Capítulo 163.- Este asunto de las tinieblas V

—Perdóneme, milady. —Darcy disminuyó la presión, pero no la soltó. Al oír más gritos y el sonido de pasos en el exterior de la estancia, los tres se giraron a mirar hacia la puerta. El primero en aparecer fue Trenholme, seguido de Sayre y Poole.

—¡Oh, santo Dios! —Trenholme casi se cae al tratar de entrar a la habitación—. ¡Lady Sayre!

—¿Qué sucede? —preguntó Sayre, apartando hacia un lado a su hermano—. ¡Darcy! ¿Qué estás…? ¡Oh! —A Sayre casi se le salen los ojos de las órbitas al ver el rostro de su madrastra—. ¡Pero si usted está muerta! La carta… ¡decía que usted estaba muerta! —graznó.

—Y lo estoy, Sayre. Estoy muerta y he vuelto para atormentarte. —Lady Sayre se rió con crueldad y luego comenzó a recitar una retahíla de maldiciones que hicieron que Sayre y su hermano palidecieran de terror. Se oyeron más pasos y Monmouth asomó la cabeza.

—¿Lady Sylvanie? —preguntó, mirando a lady Sayre totalmente confundido.

—Su madre —explicó Poole.

—¿Madre? Eso no puede ser posible, Poole. ¡La madre está muerta! Aunque se parece muchísimo. Una prima, tal vez.

—Tris —dijo Darcy, interrumpiendo las especulaciones de Monmouth—. Lady Sylvanie se fue por el corredor. ¿Podrías encontrarla y traerla de vuelta? —Monmouth se rió y le hizo una inclinación, antes de emprender la nueva búsqueda. Darcy miró por encima del hombro de lady Sayre a su hijastro mayor—. Los campesinos, ¿qué ha sucedido?

Sayre miró a Darcy con desconcierto, como si estuviera soñando, pero Poole se adelantó.

—Los detuvimos en el puente levadizo. Les mostramos nuestras pistolas y algunos de los mosquetes de Sayre. Eso los detendrá hasta que llegue el magistrado con sus guardias. —Hizo una seña hacia Fletcher, que todavía tenía en sus brazos al niño inconsciente—. ¿Ése es el chico que buscan?

—Ése es el niño, sí. Fletcher, será mejor que se ocupe de devolverles el niño a sus padres —ordenó Darcy con tono autoritario—. Pero tenga cuidado. Tal vez sería mejor escribirle primero una nota al magistrado.

—Sí, señor Darcy. —Fletcher inclinó la cabeza y, con un suspiro de cansancio, se abrió camino a través de las personas que llenaban la habitación.

—¡Sayre! —Darcy se dirigió a su anfitrión con voz enérgica—. ¿Qué quieres hacer con lady Sayre? ¡Sayre! ¿Me oyes?

—¿Hacer? —Sayre siguió encogiéndose ante la figura de su madrastra, que no cesaba de balbucear mientras lo miraba fijamente con odio—. ¿Hacer? —repitió con voz débil.

—¿Y entonces qué dijo ese pomposo idiota? Siempre dije que era mucho ruido y pocas nueces. —El coronel Fitzwilliam se tomó el último sorbo de brandy y colocó el vaso sobre la chimenea del estudio de su primo. Darcy había regresado de Oxfordshire hacía una semana, pero algunas obligaciones militares habían impedido que su primo acudiera a visitarlo a Erewile House. Sin embargo, eso no había tenido mucha importancia. Hasta aquel día, Darcy se había sentido incapaz de contar la historia. Había logrado resistir incluso las sutiles preguntas de Dy, lo que provocó que su amigo sacudiera la cabeza y afirmara de manera tajante que Darcy era «la persona más antipática» que conocía, por negarse a contarle lo que debía ser «el escándalo más delicioso de la temporada». Incluso después de una semana, Darcy sólo se atrevía a contar el asunto con cierta reserva. Georgiana tampoco lo había atormentado pidiéndole que le hiciera un relato de su visita. Con sólo mirarlo a la cara el día de su regreso, desistió de hacerlo y en lugar de eso ordenó que le llevaran a su estudio una gran cantidad de té y bizcochos. Luego procedió a hacer que él se sintiera lo más cómodo posible y le sirvió un dulce tras otro, mientras le acariciaba el brazo y le contaba con voz suave todas las actividades que había desarrollado durante su ausencia. Darcy casi se queda dormido en su hombro.

—¿Sayre? Ni Sayre ni Trenholme fueron de ninguna ayuda; estaban tan impactados, o se sentían tan culpables, no sé cuál de los dos cosas, que se quedaron sin palabras. Así que llevamos a lady Sayre arriba, a la parte del castillo habitada, donde nos encontramos con Chelmsford y Manning, que estaban armados, cada uno con una pistola. ¡Había que tomar una decisión, pero te juro que nunca había visto semejante colección de idiotas! Finalmente Manning se impaciento y declaró que no le importaba si la mujer era lady Sayre o no, pero que enviaría a la aldea a buscar al magistrado para que se la llevara bajo custodia, y que deseaba verla en el infierno o en Newgate, lo que llegara primero, por lo que había hecho.