Richard soltó un silbido.
—Manning siempre fue un canalla, aunque haya sido él quien te advirtió lo que pasaba. —Darcy levantó su propio brandy mostrándose de acuerdo y le dio otro sorbo. Eso le dio una excelente excusa para hacer una pausa en su historia. Lo que venía después le resultaría difícil. Su primo le permitió esos momentos de silencio, mientras se distraía atizando el fuego en la chimenea. ¿Lo habría prevenido Georgiana antes de subir? Era probable. Darcy abrió la boca para comenzar, pero no encontró las palabras adecuadas. Richard notó su vacilación y, suspirando al verlo, preguntó en voz baja—: ¿Qué sucedió después, Fitz?
—Cuando lady Sayre vio que Manning estaba convenciendo a los demás para que tomaran una decisión, estalló en un horrible ataque de ira. Fue la cosa más diabólica que he visto en la vida, Richard. Se contorsionaba y se movía de tal forma que después de darme un terrible pisotón, logró soltarse.
—Eso era lo que necesitaba —dijo Richard.
Darcy apretó los labios, asintiendo con la cabeza.
—Así es. Se abalanzó sobre Manning. Pensé que intentaría golpearlo, pero en lugar de eso fue directamente hacia la pistola que él se había metido en el cinto. En un instante, la tenía lista y apuntó hacia el salón. Manning gritó que tenía un gatillo muy sensible y tengo que confesar que yo también corrí a refugiarme, al igual que el resto.
—Era lo único razonable que se podía hacer —aprobó Richard.
—Sí… bueno. —Darcy tragó saliva y miró con gesto pensativo el líquido ámbar que todavía quedaba en su vaso. Luego se lo bebió de un solo trago—. Ella se rió de nosotros, se rió y nos maldijo. Tan pronto como oímos sus pasos alejándose por el pasillo, salimos en su persecución. No habíamos llegado muy lejos, cuando oímos un disparo. Resonó una y otra vez… el eco parecía interminable.
—¡Oh, Fitz! —Richard contrajo el rostro con consternación.
—La encontramos en la galería, frente al gran retrato de ella, Sayre y Sylvanie.
—¡Oh, por Dios, Fitz! ¡Debe haber sido horrible! —Richard le puso una mano sobre el hombro—. ¿Y qué pasó con lady Sylvanie? —preguntó, tratando, evidentemente, de hacer que los pensamientos de Darcy se alejaran de la imagen que sus palabras habían evocado.
—Ninguno de nosotros vio a Monmouth cuando volvió de perseguirla. Pero al día siguiente supimos que se había marchado durante la noche, con su equipaje y su carruaje.
—¿Traición? —preguntó Richard.
—En cierta forma. —Darcy señaló el periódico que reposaba sobre su escritorio. Richard avanzó hacia él y lo levantó.
—¿Qué debo buscar?
—Los anuncios. Tercera columna, séptima de arriba hacia abajo.
Su primo leyó: «Lord Tristram Penniston, vizconde de Monmouth, agradece los mensajes de felicitación de sus amigos con ocasión de su matrimonio con lady Sylvanie Trenholme, hermana de lord Carroll Trenholme, marqués de Sayre, del castillo de Norwycke, en Oxfordshire».
Richard miró a Darcy con asombro:
—¿Se casó con ella?
—Ella puede ser muy persuasiva —explicó Darcy—. Muy persuasiva.
—Ya veo —respondió Richard de manera escéptica. El reloj de la chimenea dio las diez y al oír la última campanada, el coronel miró por la ventana hacia la noche y luego se dirigió de nuevo a su primo—. Está nevando otra vez. Debo irme, si quiero presentarme a los servicios religiosos mañana. Mi madre —dijo con tono obediente, al ver la mirada de incredulidad de Darcy— me ordenó acompañarla a ella y a mi padre a St.… mañana, o si no me sacará los ojos. Te veré allí, supongo.
Darcy negó lentamente con la cabeza.
—No, tengo cosas… —Dejó la frase sin terminar. Luego dijo—: No, no voy a ir. ¿Me harías el favor de acompañar a Georgiana en mi lugar? —Su primo lo miró con un gesto de sorpresa, pero se abstuvo de hacer más comentarios.
—¡Claro! ¡Encantado, Fitz! —Avanzó hacia la puerta y recogió en el camino su chaqueta y su sombrero. Luego dio media vuelta y añadió—: Lo olvidarás con el tiempo, ya verás. Te aseguro que cuando vayamos a visitar a lady Catherine, no será más que un mal sueño. Trata de no pensar mucho en eso, amigo —concluyó con sinceridad y salió.
Darcy hizo una mueca mientras daba media vuelta y regresaba a la chimenea, donde se sirvió otro brandy. El consejo de Richard sería razonable si él se sintiese culpable, o todavía lo impresionara el suicidio de lady Sayre. Pero aunque había sido terrible, no sentía ninguna de esas dos cosas. Él había hecho todo lo que era humanamente posible para descubrir y evitar lo que había sucedido en Norwycke. No, lo que lo mortificaba no era el inmenso deseo de venganza que había provocado los acontecimientos del castillo de Norwycke, sino el deseo que había sentido en su propio interior durante esos breves momentos en que había estado bajo el hechizo de lady Sylvanie. Rogaba a Dios que no fuera así, que el deseo que había visto en el fondo de su alma no fuera auténtico; sin embargo, no conseguía una completa tranquilidad.
Se sentó en el diván, estiró las piernas y se quedó mirando el fuego. Al oír un golpeteo, levantó la cabeza. Ese sonido, seguido de un ruido en el pomo de la puerta, le advirtió de la identidad de su visitante. Poco después, Trafalgar estaba reclamando sus derechos sobre el diván. Darcy estiró la mano para acariciar las orejas del perro.
—¿A qué debo esta visita, monstruo? ¿Te encuentras otra vez metido en problemas? —Trafalgar se limitó a bostezar y a parpadear, antes de apoyar la cabeza sobre las piernas de su amo—. Tienes la conciencia tranquila, ¿no es así? —Acarició la cabeza del perro y luego se detuvo. Cambiando un poco de postura, buscó en el bolsillo de su chaleco y sacó los hilos de bordar. Los sostuvo por el nudo y los agitó hasta que las hebras se separaron; luego los levantó lentamente y se quedó observándolos en silencio, mientras los colores danzaban a la luz del fuego.