Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 162 - Capítulo 162.- Este asunto de las tinieblas IV

Chapter 162 - Capítulo 162.- Este asunto de las tinieblas IV

«Él ha tenido la desgracia de perder su amistad». Darcy recordó la acusación que le había lanzado Elizabeth Bennet y la forma en que lo había mirado volvió a golpearlo como un látigo. Se vio a sí mismo esa noche, mudo ante la acusación de ella, perdiendo la última oportunidad de recuperar la buena opinión de la muchacha. ¡Wickham! Darcy sintió que un profundo rugido comenzaba a formarse en su pecho.

—¡Usted ya ha sufrido esa amargura durante mucho tiempo, ha soportado el dolor que le produjo más allá de todo límite! —Las palabras de lady Sylvanie lo hicieron acercarse más—. La razón no le produce ningún alivio, la lógica tampoco; ellas no tienen poder. Abrace la pasión, Darcy. Abrace «la voluntad inflexible, la sed insaciable de venganza». Y yo podré guiarlo en el camino, ayudarlo, consolarlo.

¡Venganza! La tentación que lady Sylvanie le ofrecía fue creciendo en la mente del caballero y, durante un breve instante, se permitió examinar ese deseo que había nacido en lo más profundo de su corazón desde la primera vez que Wickham lo había avergonzado falsamente ante su padre hasta los meses de sufrimiento de Georgiana.

—Pero el niño, milady. —La débil súplica de Fletcher penetró en los exaltados sentidos de Darcy y detuvo el torrente de palabras de lady Sylvanie—. ¡Tenga piedad, querida señora!

Lady Sylvanie vaciló y luego se volvió a mirar al ayuda de cámara.

—El niño no sufrirá ningún daño serio, excepto unos cuantos cabellos arrancados y el hecho de pasar varias noches lejos de su madre. Dentro de poco ya no lo necesitaremos. Antes de que finalice esta semana, Lady Sayre estará convencida de que ha concebido y el niño será devuelto. —Soltó una carcajada—. ¿Se imagina? ¡Esa tonta! Se creyó mi cuento de que si le daba de mamar al hijo de un campesino y se tomaba unas cuantas hierbas, podría curar la esterilidad de su vientre. ¡Como si yo la fuera a ayudar en contra de mis propios intereses!

—Señora, usted ya no tiene tiempo. —Darcy se recuperó por fin del hechizo producido por las palabras de lady Sylvanie—. Sólo le quedan unos cuantos minutos antes de que la chusma a la que su hermano se está enfrentando en este preciso momento descienda hasta este pasadizo en busca de ese niño. —Avanzó hacia ella, decidido a obligarla a entregarlo—. Le repito, señora, ríndase. Todo ha acabado. Entréguemelo ahora o correrá usted mucho peligro.

—¿Rendirnos? ¿Cuando estamos a punto de lograr nuestro objetivo? —La voz resonó con fuerza y se estrelló contra las paredes de piedra de la estancia. De repente, se abrió una puerta que estaba en la pared inferior, unos cuantos escalones detrás de lady Sylvanie, y la figura jorobada de su dama de compañía subió las escaleras, con un niño exánime entre los brazos—. ¡La hora ha llegado y no necesitamos su débil ayuda! ¡Doyle! —Lady Sylvanie contuvo el aliento, mientras la anciana la apartaba a un lado y se enfrentaba a Darcy.

—El señor Darcy ya lo ha descubierto todo, ¿no es verdad, señor Darcy? ¿O fue su criado quien lo hizo? Un hombre inteligente —dijo, soltando una risita—, pero no lo suficiente. Los hombres nunca son inteligentes. —El asombro del caballero ante la audacia de la mujer no fue nada comparado con la perplejidad que sintió cuando la criada deforme pareció crecer ante sus ojos. La forma sobrenatural en que aumentó de tamaño coincidió con un rejuvenecimiento cuando, con una sonrisa de burla que se extendió a toda su cara, la mujer se desató la cofia de viuda y la lanzó lejos. Una melena de pelo negro como la noche, salpicado de mechones grises, se deslizó entonces por sus hombros.

—¡Lady Sayre! —exclamó Fletcher, aterrado al ver la figura alta que se erguía ahora en actitud desafiante frente a ellos.

—Sí, lady Sayre —respondió ella, pero sin quitar los ojos de encima de Darcy—. No esa marioneta a la que mi hijastro le ha dado el título. Han pasado doce largos años y todo se habría solucionado por fin esta noche, si usted hubiera hecho lo que se le dijo, señor Darcy. —Desvió los ojos para mirar a su hija—. Él tiene razón en una cosa, Sylvanie. Debemos marcharnos ahora, pero no nos vamos a ir con las manos vacías, derrotadas. Tendremos nuestra compensación…

Mientras la mujer estaba concentrada en otra cosa, el caballero se movió para tratar de agarrar al niño; pero cuando lo hizo, lady Sayre sacó una pequeña daga de plata repujada y la puso contra la garganta del niño.

—¡Mamá! —gritó lady Sylvanie. Darcy se quedó inmóvil, mirándola a los ojos, alarmado—. ¿Qué estás haciendo?

—«Une femme a toujours une vengeance prête, ma petite» —contestó lady Sayre con una carcajada—. ¡Aléjense de la puerta, señores!

Con el rabillo del ojo, Darcy pudo ver que Fletcher estaba caminando alrededor de ellos lentamente.

—¿Qué hará con el niño cuando esté lejos de Norwycke, señora? —preguntó Darcy, tratando de concentrar la atención de la dama sobre él.

—Creo que ya lo sabe, señor Darcy.

—¿Otra visita a la Piedra del Rey? Fue usted, ¿no es cierto? Conejos, gatos, cerdos… —Lady Sayre esbozó una sonrisa malévola a medida que el caballero enumeraba sus actividades—. Usted fue la persona que yo vi la primera noche, cuando regresaba de la piedra después de hacer su última… —El rostro de Darcy se ensombreció con repugnancia—. De hecho, todo ha sido un engaño desde el comienzo. Dígame, ¿el agente que envió Sayre todavía está vivo o está enterrado en algún lugar olvidado en Irlanda?

—Dile que no es así, mamá. —Lady Sylvanie miró desesperadamente a su madre, pero la mujer no contestó—. El niño no corre ningún peligro —dijo otra vez con convicción, mientras se volvía a mirar a Darcy— y el hombre recibió un soborno. ¡Yo vi el dinero! ¡Está en algún lugar de América!

—¿De verdad, milady? —le preguntó Darcy a lady Sayre con un tono sarcástico—. ¿El enviado de Sayre está feliz viviendo en América y el niño estará a salvo?

—¡Díselo, mamá! —Los ojos de Sylvanie brillaron con rabia. En ese momento, se oyó el eco de un grito, que resonó en algún lugar encima de ellos.

—La chusma de la aldea ha conseguido entrar en el castillo —observó Darcy con calma—. Lo más probable es que estén recorriendo todos los rincones mientras hablamos. Señora, creo que el tiempo se ha agotado.

—¡Sylvanie, déjanos! —ordenó lady Sayre con los ojos resplandecientes.

—Mamá, no te puedo dejar…

—¡Vete, ahora! ¡Ya sabes adónde! —gritó lady Sayre. Sylvanie dejó escapar un gemido y negó con la cabeza, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas—. ¡Sylvanie, obedece!

—Mamá —dijo la joven sollozando y, dando media vuelta, salió al corredor oscuro dando tumbos. Ellos oyeron sus pasos hasta que se perdieron en medio de la oscuridad.

—Usted la ha destruido y lo sabe —susurró Darcy.

—Usted no sabe nada —espetó lady Sayre, cambiando al niño de brazo. A lo largo de la conversación, el bebé no se había movido. Darcy pensó que seguramente había sido drogado y que eso era una ventaja. Si el niño hubiese pataleado, ahora probablemente estaría muerto—. Usted no sabe lo que es amar a alguien obsesivamente, haberle dado un hijo —continuó—. Haber criado a sus ingratos hijos, soportando con dignidad las afrentas de sus parientes y amigos, sólo para perderlo en un estúpido accidente y por culpa de un médico incompetente. —En ese momento Fletcher ya había llegado hasta una mesa llena de velas e hizo ademán de darle la vuelta. Darcy hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

—Y luego Sayre las envió a usted y a su hija a Irlanda, donde durante doce años, usted planeó esta venganza.

—Sí, tal como pensé: un hombre inteligente. A punto estuvo de convertirse en mi yerno. ¡Imagínese! Pero no puedo permanecer más tiempo en su encantadora compañía, señor. —La mujer se movió hacia la puerta.

—¡Ahora! —gritó Darcy. Fletcher le dio la vuelta a la mesa con gran estruendo, mientras Darcy acortaba de un salto la distancia que lo separaba de lady Sayre y le sujetaba la mano con la que sostenía la daga. Fletcher corrió enseguida junto a ellos y, después de varios intentos, logró arrebatarle el niño a la mujer. La dama lanzó un grito de furia y, por un fugaz instante, Darcy se sintió incapaz de ejercer más fuerza sobre ella, por temor a hacerle daño. Pero finalmente presionó un poco más su brazo, hasta que ella dejó caer la daga al suelo, con un grito de dolor.