Al llegar a otra esquina, oyó una puerta que se cerraba con suavidad. Darcy dobló primero, pero fue recibido por una oscuridad infernal que no pudo penetrar. Era evidente que ahora estaban en un sótano.
—¡Una vela! ¿Fletcher, ve usted alguna vela?
—¡Un momento, señor! —Darcy oyó que su ayuda de cámara buscaba algo entre su ropa y pocos instantes después notó que le ponía una vela en la mano—. Sosténgala delante de usted, señor. —Darcy estiró el brazo. Nunca en la vida le había gustado tanto oír el chasquido del pedernal para encender la vela.
—¿Ha traído usted una vela? —Miró a Fletcher con asombro. La vela creó un vacilante rayo de luz a su alrededor. El ayuda de cámara se limitó a responderle con una sonrisa, antes de que los dos se volvieran para inspeccionar el pasadizo. Al parecer se encontraban en una sección abandonada de los almacenes del castillo, porque hasta donde alcanzaba a iluminar la vela se veía una serie de puertas alineadas en las paredes de piedra. Con la luz en alto, Darcy dio unos cuantos pasos vacilantes, aguzando el oído para percibir cualquier sonido, pero todo estaba en silencio.
—Señor Darcy —dijo Fletcher en voz baja—. ¡Deme la vela! ¡Por favor, señor! —Darcy se volvió enseguida y se la entregó.
—¿Ha descubierto algo?
—Cuando usted avanzó delante de mí, señor, noté… ¡Ahí! ¿Lo ve, señor? —Darcy dirigió la mirada en la dirección que señalaba Fletcher. ¡Huellas! Débilmente marcadas en el polvo que cubría el pasadizo abandonado se veían sus propias huellas, cuando se había adelantado a Fletcher. Y si se podían ver las huellas de él, ¿no se podrían ver también las de lady Sylvanie? Darcy tomó la vela y la acercó al suelo, en busca de cualquier indicio sobre el polvo que no hubiese sido hecho por él mismo. Mientras revisaba el corredor en ambos sentidos transcurrieron algunos minutos preciosos, pero su cuidadosa búsqueda pronto obtuvo recompensa.
—¡Aquí! ¡Fletcher! —gritó con tono triunfal. Luego empujó la manija, con la esperanza de que la puerta no estuviese cerrada por dentro. La maciza puerta giró de manera obediente sobre los silenciosos goznes, abriéndose hacia una estancia que parecía extrañamente brillante en medio de tanta oscuridad. Tanto Darcy como Fletcher parpadearon y entrecerraron los ojos al entrar, y la llama de su pequeña vela pareció desvanecerse entre la luz que ahora los rodeaba.
—¡Darcy! —Lady Sylvanie salió de repente de la penumbra, destacada por la luz de las múltiples velas. Avanzó hacia él con una mirada autoritaria—. ¡No ha debido seguirme!
Molesto por la continua arrogancia de la dama, a pesar de encontrarse en una situación difícil, el caballero se enderezó y le respondió con la misma actitud.
—Milady, si he debido hacerlo o no ya no tiene importancia —replicó con tono cortante—. Estoy aquí y he venido a advertirle que usted no puede seguir adelante. Sus detestables planes están poniendo en peligro la vida de su hermano, el bienestar de sus invitados y el futuro de los criados de esta casa. ¡Ríndase! Hay una chusma a las mismísimas puertas del castillo. Entrégueme el niño y me encargaré de que usted y su dama de compañía puedan salir de Norwycke sin sufrir daño alguno, y marcharse a donde quieran.
—Usted se encargará… —espetó ella.
—Tiene mi palabra, pero tiene que estar de acuerdo. —Darcy se inclinó hacia ella y la miró con gesto autoritario—. No pienso negociar. ¡Usted ya ha jugado sus cartas y ha perdido!
—Se equivoca usted, si piensa que puede asustarme o despertar en mí algo de compasión por mi «hermano», señor. —Lady Sylvanie hizo un gesto de desprecio—. ¿Qué compasión tuvo él por mí cuando nos envió a mí y a mi madre a pudrirnos entre un montón de mohosas piedras a Irlanda? ¿Acaso le importó que casi nos muriéramos de hambre? —Levantó la voz—. ¿Acaso mi hermano tiembla ante su Dios, cuando piensa en lo que le hizo a la esposa de su padre y a su propia hermana, sangre de su sangre?
—En efecto, Sayre tiene muchas cosas por las cuales responder…
—¡Y responderá! Esta noche iba a tener que rendir cuentas, si usted…
—¿Si yo lo hubiese llevado a la ruina, como usted esperaba? —Darcy se indignó—. ¿Y qué más? ¿Se supone que debía proponerle matrimonio a usted después de haber vencido a Sayre?
—Si era mi deseo —contestó ella. Los ojos de lady Sylvanie brillaron con insolencia y luego se clavaron en Darcy—. Y todavía puedo desearlo. —Dio media vuelta con los brazos cruzados sobre su pecho, alejándose—. ¡Tendré mi venganza, Darcy! ¡Veré a Sayre arruinado! —Se giró otra vez hacia él y esa fiereza de hada que Darcy había admirado en ella el día que la conoció, brillaba ahora con un fervor sobrenatural—. ¡Es una promesa y nadie va a negármela ahora!
El caballero la miró con asombro. El resentimiento de la dama hacia su pasado y su familia era tan profundo, tan imperdonable, que había preferido enfrentarse a todo el mundo. Si lady Sylvanie había sido alguna vez una mujer sensata, su apariencia y sus palabras de ahora demostraron a Darcy que había perdido la razón. Se había convertido en una criatura enferma, que había sufrido tanto que estaba más allá de la reconciliación.
—¿Entonces usted quiere destruir a Sayre y todo lo que lo rodea? ¿Destruir no sólo a los culpables del maltrato que usted recibió sino también a los inocentes?
—¿Acaso usted nunca ha deseado vengarse, Darcy? —Lady Sylvanie bajó la voz hasta hablar casi en un susurro. En contra de su voluntad, él se acercó para poder oír sus palabras—. ¿Acaso nadie lo ha herido nunca, hasta llegar casi a destruirlo? —Darcy se quedó paralizado, sintiendo un escalofrío que recorría su espalda—. ¿Nadie ha tomado lo que para usted era más valioso… —Un nombre brilló en la mente de Darcy, excluyendo cualquier otro pensamiento—… para ensuciarlo y rebajarlo más allá de todo reconocimiento o redención?
El caballero sintió brotar súbitamente de su corazón una rabia amarga que casi lo ahoga.
—Sí —continuó ella suavemente, arrastrando las palabras—, usted ha experimentado esa sensación. Y todavía desea vengarse. ¿Cuál es su nombre? —La cara burlona de Wickham, esa sonrisa triunfal, esa mirada sarcástica, se alzaron ante él tal como lo había visto cuando lo descubrió en Ramsgate y luego, otra vez, en Hertfordshire—. ¡Recuérdelo, Darcy! Piense en lo que le hicieron, en lo que le hicieron a sus seres queridos. La traición, el dolor. —¡Georgiana! Darcy volvió a ver la sombra apesadumbrada en que se había convertido su dulce e inocente hermana… Wickham. Ese hombre había estado tan cerca, tan increíblemente cerca de destruirlos a todos.