Con los vasos en la mano, los otros caballeros estaban tomando asiento, mientras las damas se deslizaban hacia sus puestos, felices por haberse arriesgado a asistir a una actividad de la que hasta ahora habían estado excluidas. Lady Sylvanie estaba esperando a Darcy con una actitud de paciente calma, pero cuando él se sentó, estiró la mano y lo rozó con los dedos, y él pudo comprobar que ese fuego que había sentido mientras estaban bailando había vuelto. Se obligó a responder a su sonrisa de la misma manera, pero la verdad es que, después de las últimas noticias, apenas podía soportar estar cerca de ella. Incómodo con la idea de que ella estuviera a su espalda a lo largo de todo el juego, Darcy agradeció haber tenido la idea de pedir la ayuda de Fletcher.
Pocos momentos después, el ayuda de cámara se les acercó con dos vasos en la mano y el caballero volvió a maravillarse de la impasibilidad en el rostro y la actitud de Fletcher.
—Señor Darcy, milady —murmuró, entregándoles los vasos. Luego, al ver la seña de Darcy, tomó su lugar a la izquierda de su patrón.
—¿Su ayuda de cámara siempre se queda con usted? —preguntó lady Sylvanie con una voz ahogada, que contradecía la sonrisa que adornaba sus labios—. No sabía que eso era habitual.
—No más que la presencia de las damas —contestó Darcy con tono neutro, mientras Sayre, sentado frente a él, llamaba la atención de los demás. Los caballeros acercaron sus asientos a la inmensa mesa de juego redonda que el anfitrión había mandado hacer especialmente, en tiempos más prósperos. Manning se sentó a la izquierda de Sayre y Poole al lado, a la derecha de Darcy. A la izquierda de Darcy estaba Monmouth, seguido de Chelmsford. Como había sido su costumbre hasta ahora, Trenholme no los acompañó en la mesa sino que se quedó revoloteando alrededor, observando con nerviosismo a su hermano, tratando de controlar sus temores con una gran cantidad de cualquier licor que tuviera a mano.
—Bueno, ¿empezamos? —Sayre tomó uno de los paquetes de naipes y se lo ofreció a Manning, El barón lo aceptó y rompió el sello, antes de pasárselo a Poole, que sacó las cartas de la envoltura y se las devolvió a Sayre—. ¿Os parece bien jugar al primero —El anfitrión miró alrededor de la mesa y, al no encontrar ninguna objeción, comenzó a sacar los 8, 9 y 10 que no se necesitaban. Una vez terminada esa tarea, barajó el mazo y le repartió dos cartas a cada uno.
Darcy tomó sus cartas: el 4 y el 7 de picas, un numerus de 35, posiblemente el comienzo de un fluxus, pero no lo suficiente como para tentarlo a hacer una apuesta. Movió la mano para indicar que pasaba, tal como habían hecho Manning y Poole antes que él. Monmouth y Chelmsford hicieron lo mismo. Evidentemente nadie se sentía todavía con suerte. Sayre repartió las otras dos cartas y puso el mazo a un lado. Una ola de expectación recorrió la mesa, mientras las damas se inclinaban hacia delante para ver lo que habían recibido sus paladines. Darcy le echó una rápida mirada al grupo reunido alrededor de la mesa y calibró la expresión de cada dama a medida que los caballeros levantaban sus cartas y las organizaban en la mano. Los otros jugadores hicieron lo mismo y Darcy experimentó su primera satisfacción de la velada, cuando vio que las miradas de los otros apenas se posaron sobre la dama que estaba detrás de él y enseguida siguieron su camino. No, no iban a sacar nada observando a Sylvanie, de eso estaba más que seguro. Acomodó en la palma de la mano las dos cartas nuevas y calculó lo que tenía: un as de picas y un 2 de diamantes, aparte de las otras dos, es decir un numerus de 51. Todavía tenía la posibilidad de formar un fluxus en el descarte, pero si no obtenía lo que necesitaba, también tenía en la mano la mayoría de las cartas para hacer un maximus, aunque fuera una combinación menos importante. Decidió, entonces, pasar y ver qué le traía el descarte.
Manning pasó y cambió dos cartas, pero Poole puso media corona sobre la mesa y le apostó a un primero de 30; obviamente, una apuesta menor de la que correspondía. De acuerdo con su previa decisión, Darcy pasó y cambió el 2 de diamantes. Contra todo pronóstico, sacó el 6 de picas, lo cual completaba lo que necesitaba para tener tanto un maximus como un fluxus, que era una combinación mucho más poderosa. Aunque apenas podía respirar, sumó las cartas que tenía en la mano y obtuvo un total de 69, sólo un punto por debajo del 70 perfecto. Un ligero suspiro de satisfacción acompañado por el ruido que producen las faldas cuando una dama se las acomoda llegó hasta sus oídos desde atrás. Darcy tensó los hombros. ¿Acaso Sylvanie quería darle a entender que ella era la responsable de las cartas que tenía en la mano? Se negó a caer en esa tentación, mientras miraba la mano tan increíblemente afortunada que le había salido. ¡No, ni la dama ni su maligno amuleto tenían absolutamente nada que ver con aquello! Puso las cartas bocabajo sobre la mesa.
Monmouth aceptó la media corona de Poole, puso otra corona y le apostó a un primero de 36, para felicidad de lady Beatrice, mientras que Chelmsford pasó y cambió dos cartas. Llegó el turno de Sayre, que aceptó la apuesta de Monmouth y apostó dos guineas más a un primero de 40. Manning miró con disimulo las monedas que reposaban sobre la mesa y, con una sonrisa despreocupada, arrojó dos guineas y luego otras dos, apostándole a un primero de 42. Poole pagó y el turno llegó otra vez a Darcy. Dos guineas tintinearon sobre el montón de monedas que había en el centro de la mesa, seguidas de otras dos, al tiempo que Darcy anunció un maximus de 55. Poole se acobardó, pero Monmouth pagó valientemente la apuesta de Darcy. Chelmsford volvió a pasar y cambió una carta y el turno regresó nuevamente a Sayre. El anfitrión pagó las dos guineas, al igual que Manning, que miró atentamente a Darcy y luego apostó tres más. Poole no aguantó la tensión y pasó, cambiando una carta.