Cuando los asistentes finalmente entendieron la última alusión de la señorita Avery, se oyeron varios gritos de horror que provenían de las damas. Darcy se inclinó hacia delante, atento a las distintas reacciones que el relato de la jovencita había provocado, pues incluso la segura señorita Farnsworth se había puesto pálida y, soltándose de su prima, tuvo que apoyarse en Poole, que parecía, a su vez, bastante conmovido.
—¡Por Dios! —dijo Poole, con voz ahogada—. ¡No estará hablando usted de un sacrificio humano! —Al oír que Poole preguntaba lo que todo el mundo estaba pensando, por el salón se extendió un griterío. Monmouth dejó de reírse y adoptó una expresión solemne y consternada. Poole ayudó a la señorita Farnsworth a sentarse y volvió a insistir—: Trenholme —preguntó, alzando la voz—: ¿Qué significa esto? ¡Tú sabías el peligro que corríamos y no dijiste nada!
—¡Un momento, Poole! —siseó Trenholme—. ¡Tú siempre fuiste un maldito cobarde! ¿De qué habría servido decírtelo? ¿Acaso crees que alguien va a entrar furtivamente en el castillo y te va a asesinar en la cama, hombre? —Cuando Poole trató de responder, Trenholme lo detuvo—. Además, como Darcy puede atestiguar, no era un niño. Era un cochinillo. Sólo que parecía un niño.
—¿Un cochinillo? —Monmouth entró en la discusión—. ¿Un cochinillo envuelto en pañales, Trenholme? Un truco bastante desagradable.
La cara de Trenholme se ensombreció.
—¿Un truco? ¡Cómo te atreves!
—¡Bev! —le gritó lord Sayre a su hermano, poniéndole una mano sobre el hombro, seguramente para contenerlo.
—¡Maldición, Sayre, a mí no me van a echar la culpa de esto! —Trenholme se zafó y se dirigió hacia el fuego.
—He comenzado a hacer algunas averiguaciones en las aldeas alrededor de Chipping Norton —dijo Sayre, mirando primero a Poole y a Monmouth, antes de dar media vuelta para dirigirse a todo el grupo—. Pero desgraciadamente, el tiempo ha dificultado esos esfuerzos y sospecho que no sabremos nada hasta dentro de unos días. Los detalles de ese horrible descubrimiento eran tan espantosos que preferí que no se mencionara nada al respecto. Beverly sólo estaba obedeciendo mis órdenes. El hecho de que no hayáis sido informados de los pormenores es responsabilidad mía enteramente.
Apaciguado por la disculpa de Sayre, Monmouth inclinó la cabeza y se llevó el té a los labios, pero Poole no se quedó tan tranquilo.
—Milord, independientemente de sus averiguaciones, ¿qué significa esto? ¡Debe tener algún objeto!
—¿Cómo podría saberlo, Poole? —respondió Sayre con un tono de irritación—. No tengo ni idea sobre antiguos rituales, así que mi opinión no sería más que una especulación. Lo más probable es que sea obra de alguna pobre criatura desesperada, motivada por una razón que sólo puede surgir de una mente enferma. Pero te puedo asegurar que estás seguro en el castillo de Norwycke. —Por el bien de la velada, la mayoría de los asistentes aceptaron gustosamente las palabras tranquilizadoras de Sayre, aunque no fueran muy convincentes, y el grupo se dividió nuevamente en pequeños corrillos. Sin embargo, Trenholme se quedó junto al fuego, con la taza de té en la mano y una expresión sombría.
¡Ellos lo saben! Darcy estaba seguro de eso. Sayre, Trenholme e incluso lady Sayre. Ellos saben quién hizo y probablemente también saben por qué. La historia sobre las supuestas averiguaciones era un cuento inventado para contrarrestar precisamente todas las objeciones que podían hacerles, mientras protegían sus intereses. ¿Y cuáles eran exactamente esos intereses? Mientras bebía su té y degustaba el pastel, Darcy revisó todos los retazos de información que tenía para llegar a una única conclusión, que siempre era la misma: ¡dinero! Pero, a pesar de todo, aquella respuesta no le sirvió para encajar todas las piezas de manera que pudiera componer una imagen coherente.
La señorita Avery se volvió a sentar junto a Darcy, para evitar deliberadamente la falsa simpatía de las damas y disfrutar de un rincón tranquilo mientras bebía otra taza de té. Manning se quedó a su lado como un perro guardián, que desafiaba a cualquiera que se atreviera a presionar más a su hermana con el tema.
—Otra vez estoy en deuda contigo, Darcy —dijo en voz baja y los ojos de los dos hombres se cruzaron en silenciosa comprensión por encima de la cabeza de la señorita Avery—. Como ya has hecho el recorrido del castillo —siguió diciendo Manning con tono despreocupado—, tal vez prefieras jugar otra partida de billar. Permíteme la oportunidad de saldar la cuenta, por decirlo de alguna manera. —La forma en que Manning lo había planteado, junto al gesto de sus cejas, le indicó claramente a Darcy que su compañero deseaba tener una conversación privada.
—Encantado, Manning —respondió Darcy ante el curioso ofrecimiento.
—Entonces ¿nos vemos mañana tan pronto como mi hermana se una al recorrido que ha organizado Sayre?
Darcy asintió con la cabeza.
—Nos encontraremos en la sala de billar.
—¡Excelente! —contestó Manning con tono sereno. Luego le dijo algo en voz baja a la señorita Avery, la ayudó a levantarse y, después de disculparse con Sayre, la acompañó fuera del salón.
—Perdóneme, señor, pero debe quedarse quieto y no mover la cabeza. —Fletcher levantó la barbilla de Darcy un poco más y tomó de nuevo las puntas de la corbata de lazo para comenzar a hacer los intricados pliegues de su obra maestra. El caballero entornó los ojos con frustración, pero no se atrevió a replicar por temor a que, al hacerlo, se viera obligado a comenzar otra vez el tortuoso proceso con una nueva corbata. Se recordó con amargura que se lo había prometido a Fletcher y, según su ayuda de cámara, esa noche era el momento adecuado para aparecer con el roquet.
Le lanzó una rápida mirada al hombre, antes de clavar otra vez los ojos en el techo. Aunque las manos de Fletcher se movían con destreza al anudar su exitosa creación de lino blanco, Darcy pudo ver que la mente del ayuda de cámara estaba absorta en lo que le había relatado sobre la entrevista que había sostenido con Manning alrededor de la mesa de billar.