Cuando Darcy informó que no acompañaría al grupo durante el recorrido por el castillo, a lord Sayre no le había gustado la idea. Había fruncido el entrecejo con irritación, mientras él exponía sus razones y ofrecía sus disculpas, pero su expresión se había relajado considerablemente cuando Darcy mencionó que jugaría billar con Manning.
—Bueno, si vas a entretener a Manning, está bien —había aceptado Sayre con una sonrisa forzada—. Regresaremos de nuestra pequeña excursión justo a tiempo para que las damas se cambien de ropa para tomar el té. Luego tendremos una corta ronda de juegos de cartas con ellas, un poco de música, la cena y más tarde nos marcharemos a la biblioteca. —Golpeándose la nariz con un dedo, Sayre le advirtió con una sonrisa—: Espero que no apuestes mucho dinero al billar con Manning, Darcy, porque creo que debes tener la oportunidad de hacer una buena demostración esta noche.
Antes de salir para la sala de billar, Darcy había esperado hasta estar totalmente seguro de que Manning ya debía estar allí. Cuando llegó, oyó el fuerte golpeteo de las bolas, que se estrellaban unas contra otras.
—Manning —lo saludó Darcy, mientras se desabrochaba la chaqueta y se la quitaba.
—Darcy. —Manning se enderezó y puso a un lado su taco. El barón avanzó hacia él y luego, para sorpresa de Darcy, pasó de largo y siguió hasta la puerta, que cerró, después de revisar cuidadosamente los dos lados del corredor—. Tengo una doble deuda contigo, Darcy —comenzó a decir Manning, cuando se giró hacia él—, y detesto deber favores. ¡Quiero quedar en paz, aquí y ahora! —Manning esperó un momento a que Darcy contestara, pero luego prosiguió—: Darcy, aquí hay algo que no va bien, y no ha ido bien desde que llegaron esas mujeres.
—¿Esas mujeres? —repitió Darcy.
—¡Sylvanie y esa criada que trajo con ella! Todo el asunto es demasiado extraño —dijo Manning con tono irritado—. Sin embargo, Sayre no quiere oír ninguna objeción y tampoco hace nada para aclarar el asunto, excepto seguir jugando como un loco. Pronto no le quedará ni el traje.
—Es muy desafortunado, no cabe duda —contestó Darcy—, pero ¿qué tiene que ver la imprudencia de Sayre con…?
—¿Contigo, Darcy? —Manning sacudió la cabeza—. Monmouth dio en el clavo. ¡Tú eres el «pez gordo» que, de acuerdo con los planes de Sayre, tiene que morder el anzuelo para que se le resuelvan todos sus problemas! —Manning se inclinó sobre la mesa y clavó la mirada en Darcy—. Debes saber que cuando saques de aquí a lady Sylvanie para llevarla a tu casa, en Irlanda será vendida una propiedad hasta ahora desconocida, que pertenecía a la difunta viuda del antiguo lord Sayre, y el setenta y cinco por ciento del producto de la venta vendrá a caer en las irresponsables manos de Sayre. Eso es lo que tiene que ver contigo.
—Y si yo estoy satisfecho con la dama, ¿qué me importa que Sayre tenga una ganancia inesperada? —respondió Darcy, tomando prestada otra de las habituales actitudes de Dy y fingiendo desinterés—. Yo no necesito ninguna propiedad en Irlanda.
Manning lo miró con una expresión de censura más profunda.
—Pero Sayre sí la necesita, o mejor, el dinero que puede reportarle; y con desesperación. Con tanta desesperación que no quiere analizar las circunstancias que rodean el asunto, que son más que peculiares. —Manning volvió a donde había dejado su taco y comenzó a deslizarlo hacia delante y hacia atrás entre sus dedos—. Ayer le preguntaste a Sayre por su madrastra y él te dijo que ella se había marchado de Inglaterra en medio del duelo por la muerte de su padre, ¿no es así? ¡Eso es mentira!
—Sigue. —Darcy asintió con la cabeza y tomó el otro taco.
—Sayre y Trenholme odiaban a la mujer y a su hija. Tan pronto como Sayre obtuvo el título y el control de las propiedades de su padre, las expulsó y las envió a Irlanda con una renta que sólo alcanzaba para alimentar a un ratón. —Manning apoyó el extremo de su taco contra el suelo—. Sin embargo, once años después, esa misma mujer, al morir, le dejó al hombre que la desposeyó de todos sus bienes, una importante propiedad, con la condición de que su hermanastra fuese traída de vuelta a Inglaterra y se le arreglara un matrimonio ventajoso.
—Una dama admirablemente astuta. —Darcy se encogió de hombros mientras examinaba la disposición de las bolas sobre la mesa—. Jugó bien sus cartas y le aseguró a su hija la oportunidad de tener un buen futuro.
—Yo diría que las jugó demasiado bien —replicó Manning—. ¡Piénsalo durante un momento, Darcy! Diez años después de deshacerse de su madrastra y de su hermana, Sayre casi ha logrado acabar con su fortuna y necesita dinero con desesperación. Entretanto, la hija rechazada alcanza la edad casadera. Luego se presenta en la Cancillería un caso sobre el que nadie había oído y que le adjudica a la viuda una extensión de tierra, y la mujer muere poco tiempo después. —Manning entrecerró los ojos—. Todo parece demasiado conveniente.
—No para la viuda —señaló Darcy, golpeando una bola con la punta del taco y metiéndola en un agujero.
—Tal vez también para ella. —Manning miró a Darcy—. Darcy, ¡Sayre no tiene ninguna prueba de que su madrastra esté realmente muerta, ni de que la propiedad exista!
—¿Qué? ¡Es una broma! —Darcy dejó caer el taco sobre la mesa y se encaró a Manning—. Entonces, ¿en qué se basó Sayre para traer a lady Sylvanie de Irlanda?
—En una copia del testamento de la viuda y en el testimonio de su apoderado, un primo lejano, creo.
—¿Y Sayre no ha enviado a nadie a Irlanda para asegurarse del asunto?
—Ah, envió a alguien para que le entregara la invitación a lady Sylvanie y la enviara a Norwycke —contestó Manning con una sonrisa amarga—, pero durante los primeros dos meses de estancia en Irlanda, el mensajero no hizo más que escribir mencionando retrasos y dificultades con el primo y los tribunales irlandeses. Parece que las tierras de la familia de la viuda están en un lugar bastante remoto, lo que hace que los viajes sean difíciles y la correspondencia sea casi imposible. Luego se suspendió toda comunicación. Sayre lleva semanas sin saber del mensajero, y tampoco ha mandado a nadie a averiguar qué pasó con él.
—Manning ¿estás diciendo que lady Sylvanie ha elaborado un taimado engaño contra Sayre y que él se niega a verlo, o a hacer algo más para descubrir la verdad? —preguntó Darcy con incredulidad—. ¡Es increíble!
—¿Lo es, Darcy? —Manning se enfrentó al escepticismo de Darcy con una seguridad de acero—. Es lo que Trenholme sospecha; aunque él también prefiere creer que al final todo saldrá bien y que esa supuesta propiedad evitará que su hermano los arruine a los dos.
Darcy tomó aire antes de contestar, pero decidió contenerlo, mientras analizaba la actitud del barón para asegurarse de que no lo estaba engañando. Manning se dio cuenta exactamente de lo que Darcy estaba haciendo y le devolvió la mirada con altivez.
—Veo que todavía no te he convencido. —Manning suspiró. Puso el taco sobre la mesa, se llevó las manos a la espalda y se alejó de Darcy, mientras avanzaba hacia uno de los escasos cuadros que todavía adornaban las paredes de la sala de billar. Era una pintura de estilo clásico, que representaba a una perrita que miraba serenamente al espectador, mientras su carnada jugaba a su alrededor—. Darcy, lo que te voy a contar ahora sólo lo hago por la enorme deuda que tengo contigo a causa de tu amabilidad con mi hermana pequeña. Pero al revelártelo, estoy exponiendo a mi otra hermana al ridículo y antes debo tener tu palabra de caballero de que nada de lo que voy a contarte llegará a sus oídos.
—La tienes —respondió Darcy y le tendió la mano.
Manning se la estrechó brevemente pero con firmeza, antes de desviar la mirada y establecer otra vez entre ellos cierta distancia. Luego tomó aire y comenzó:
—Tú sabes, por supuesto, que Sayre y mi hermana ya llevan casados seis años; y como es bastante obvio, ella no le ha dado herederos. —Manning apretó la mandíbula con gesto severo—. Y tampoco ha tenido el frío consuelo que produce la tragedia de una pérdida. En resumen, nada ha resultado de esta unión y, aunque no lo parece, mi hermana se siente cada vez más desesperada… lo suficientemente desesperada como para recurrir a otros medios.
—¿A qué te refieres, Manning? —preguntó Darcy—. ¡Habla claro, hombre!
—¡Utilizaré palabras sencillas, entonces! —Manning no trató de ocultar la rabia que le producía el hecho de tener que hacer aquella confesión—. Mi hermana cree que Sylvanie o esa bruja que trajo con ella pueden obrar algún tipo de milagro que le permita concebir un hijo. No sé de qué manera la convenció o qué promesas intercambiaron, pero Leticia se ha puesto enteramente en manos de Sylvanie. Creo que Sayre también le cree un poco. Por el bien de Letty, por el dinero que él espera obtener de la venta de la propiedad en Irlanda y por la posibilidad adicional de tener un heredero, Sayre no va a hacer nada que contraríe a su hermana ni va a curiosear demasiado en sus asuntos, hasta que pueda deshacerse de ella a través de una boda. —Manning se volvió a buscar los ojos de Darcy y vio cómo éste había bajado la guardia al oír semejante historia tan increíble—. Creas lo que te he dicho o lo rechaces, ¡considero totalmente saldada mi deuda contigo, Darcy! —Y diciendo esto, Manning hizo una rápida inclinación y salió de la habitación.