El ayuda de cámara se detuvo de repente y, después de ponerse rojo como un tomate, volvió a asumir la actitud respetuosa que le correspondía.
—Como usted sabe, señor, lady Sylvanie es la hija del difunto lord Sayre y su segunda esposa, una mujer descendiente de una extraña pero noble familia irlandesa. Lord Sayre estaba feliz con el nacimiento de su hija y la jovencita se convirtió en su favorita, pero la muerte sólo le permitió disfrutarla hasta que ella cumplió doce años. Los hijos del difunto lord Sayre, sin embargo, no querían a su madrastra y despreciaban a su hermanastra, en especial el señor Trenholme, que era apenas unos años mayor que la niña. Cuando el antiguo lord Sayre murió, el nuevo lord Sayre envió a la madre y a la niña a Irlanda, con una pequeña renta para su mantenimiento, y tanto él como su hermano se propusieron olvidarse de su existencia.
—¡Una conducta totalmente infame! —vociferó Darcy, tratando de contener la rabia que le producían las palabras de Fletcher—. Pero no dudo de lo que me dice, pues en todos los años que pasé con ellos en el colegio, jamás les oí mencionar ni a una segunda esposa ni a una hermana.
—Así estaban las cosas, señor —continuó Fletar—; hasta que hace poco menos de un año llegó una carta desde Irlanda anunciando la muerte de la viuda. El mensaje venía acompañado de unos documentos legales que lord Sayre envió enseguida a su apoderado, quien, a su vez, notificó su contenido a los mayores acreedores de su señoría.
—¿Unos documentos legales? —Darcy volvió a sentarse en la cama, aliviado de poder pensar en algo que no estuviese asociado con sangrientos actos de superstición—. ¿Una herencia o la participación en alguna empresa? Tenía que ser algo sustancioso.
—Tierra, señor —informó Fletcher—. La Cancillería acababa de resolver, a favor de la familia, una demanda legal por la propiedad de una tierra que había sido iniciada por el abuelo irlandés de lady Sylvanie muchos años atrás. La venta de esa propiedad podría ayudar significativamente a solucionar los problemas financieros de lord Sayre.
—Pero esa tierra pasaría a manos de lady Sylvanie, no de Sayre —objetó Darcy.
Fletcher negó con la cabeza.
—La viuda legó esa tierra a lord Sayre en su testamento.
—¿Se la dejó al hombre que le quitó todo? —Darcy resopló con desconcierto.
—En efecto, señor, pero con una condición. Parece que la propiedad no vale tanto como para que los intereses que produzca su venta le permitan a lady Sylvanie más que una independencia «respetable» en las remotas tierras de Irlanda. En consecuencia, la madre de la dama se la legó a lord Sayre para que hiciera con ella lo que quiera, con la condición de que lady Sylvanie fuera traída de regreso a Inglaterra y él hiciera todo lo que estaba en su poder para arreglarle un matrimonio con una familia adinerada e importante, con la cláusula adicional de que la dama esté de acuerdo con la unión. Cuando el apoderado en Dublín de la difunta lady Sayre sea informado del «feliz» matrimonio de lady Sylvanie, se dará cumplimiento a las disposiciones del testamento.
Darcy se quedó mirando al vacío, analizando los descubrimientos de Fletcher. Él sabía que la dama buscaba un marido, de la misma forma que él estaba buscando esposa. La historia de Fletcher no disminuyó su aprecio por ella. Al contrario, sintió crecer su simpatía hacia ella, al igual que su admiración, al conocer las dificultades a las que se había enfrentado y la dignidad con que había manejado la situación que el destino le había deparado.
—Ahí no hay ningún misterio, Fletcher. —Darcy volvió a concentrarse en su ayuda de cámara—. La madre de lady Sylvanie le procuró a su hija la manera de tener un buen futuro de la única forma que sus hijastros iban a entender.
—El misterio, señor, es que la dama se ha negado a aceptar las atenciones de todos los posibles pretendientes que lord Sayre ha traído al castillo de Norwycke y nadie sabe por qué —respondió Fletcher, obviamente intrigado por la resistencia que estaba encontrando en Darcy—. Ni lord Sayre ni su hermano han podido obligarla todavía a elegir un marido entre sus conocidos, o a asistir a una reunión pública o privada en la cual pueda conocer otros caballeros elegibles. Se dice que los dos están furiosos con ella por esa manera de comportarse, pues cuanto más tarde ella en elegir marido, la situación de los dos hermanos se convierte cada vez más desesperada.
De repente, Darcy recordó una escena de la noche anterior: Trenholme hirviendo de ira, mientras lady Sylvanie lo miraba con indiferencia. La explicación de ese curioso intercambio era evidente ahora. Cuando él entró en el salón, Trenholme debía estar tratando de obligarla a atender a los caballeros durante la velada, pero ella se negaba de manera fría. Sin embargo, cuando los ojos de la dama se encontraron con los suyos, ella le sostuvo la mirada.
—Por todo lo que puedo observar, señor —continuó Fletcher con el mismo tono de desconcierto— no tiene ningún sentido que lady Sylvanie quiera prolongar su estancia en el castillo de Norwycke. Sería mucho más razonable esperar que ella se apresurara a aprovechar la oportunidad que le brindó su padre. Sin embargo, prefiere quedarse y nadie puede encontrar una razón que explique su intransigencia. Sobre eso hay absoluto silencio. —Fletcher sacudió la cabeza con irritación—. La dama sólo confía en su criada, una vieja sirvienta, muy cercana a ella, que trajo desde Irlanda y quien, a su vez, no se trata con nadie que no sea su señora. Los criados del castillo la detestan y, cuando ella está por ahí, procuran apartarse de su camino. —Fletcher se detuvo para soltar un largo suspiro—. Ella es la persona que mencionaba en mi nota, señor Darcy. Merece la pena vigilar un poco a esa mujer y eso es lo que estuve haciendo la mayor parte de esta noche, pero sin mucho éxito. Dudo mucho —concluyó con amargura— que yo pueda obtener algo de ella, señor.
Darcy volvió a bostezar, cuando el reloj dio la campanada de las tres y cuarto. La verdad que se ocultaba tras la información de Fletcher estaba demasiado escondida como para descubrirla mientras su mente y su cuerpo reclamaban con insistencia el dulce alivio del sueño. Aquel asunto requería una mente más despejada de la que él tenía ahora. Pero primero había que elogiar el eficaz servicio de su ayuda de cámara; tenía esa obligación con Fletcher, de la misma forma que encontrar una esposa era una obligación con su apellido.
—Bien hecho, Fletcher —afirmó Darcy con auténtica sinceridad—. ¡Yo no habría podido descubrir ni la cuarta parte de esa información en una semana entera! Usted se ha ganado el descanso que nos esta llamando a los dos.
La expresión inquieta del ayuda de cámara pareció desvanecerse al oír las palabras de Darcy, pero cuando se levantó de la inclinación que hizo en agradecimiento, su rostro parecía todavía más marcado las líneas de la preocupación.
—Gracias, señor Darcy, pero no puedo estar tranquilo con este asunto. Es un verdadero huevo de serpiente que puede romperse en cualquier momento y hacerle daño. Con su permiso, me instalaré en el vestidor y dormiré ahí hasta que logremos matarla o nos marchemos de este lugar.
—¡Espero que usted no dé crédito a todos esos «encantos y conjuros» otelianos! —dijo Darcy, mirándolo con curiosidad.
—Por supuesto que no, señor Darcy —protestó Fletcher—. Todo «poder» sobrenatural invocado por esos repugnantes encantamientos fue neutralizado hace mucho tiempo. Lo que yo respeto, señor, es la perversión natural y la desesperación que se esconden tras esas despreciables ilusiones. Yo no confiaría totalmente en la providencia cuando el cielo ha hecho una advertencia.
—Como quiera. —Darcy estaba demasiado cansado para poner objeciones al plan de Fletcher y tampoco estaba totalmente seguro de que no fuera una precaución prudente. Todo se había vuelto demasiado confuso como para rechazar de antemano algo que podía jugar en su favor. Se recostó contra los almohaces de la magnífica cama.
—Entonces, buenas noches, señor Darcy. —Fletcher hizo otra inclinación—. Y que Dios lo acompañe, añadió, mientras cerraba suavemente la puerta del vestidor.