—¡Por Dios! —Darcy jadeó, al tiempo que se desplomaba sobre el borde de la cama. Ayer por la mañana habría descartado esa teoría por considerarla absurda; pero después de los acontecimientos del día, tenía mucho sentido. Era un asunto de la misma naturaleza que el abominable descubrimiento de esa tarde en las piedras. Darcy no podía saber con certeza hacia quién estaba dirigido ese horror, pero no había duda de que él era el objeto de éste.
—Así es, señor —respondió Fletcher, y sus ojos se cruzaron con los de su patrón, con complicidad, como si fueran amigos—. Realmente, un asunto «de las tinieblas».
Una oleada de indignación invadió su pecho. Que alguien tratara de controlar su destino, ya fuera por medios naturales o sobrenaturales, lo conmovió profundamente. Lo mismo había sucedido con Wickham, que había tratado de controlarlo mediante una incesante manipulación. El hecho de que el origen del «poder» que se buscaba invocar mediante ese intento de obligarlo a plegarse a la voluntad de otra persona fuera una cosa diabólica no representaba para Darcy más que la evidencia de la perversidad de la mente que lo había concebido. Lo que más lo enfurecía era la intención que se escondía detrás de semejante proceder.
Se levantó de la cama rápidamente, con la mandíbula apretada y los ojos entrecerrados y brillantes por la ira, y comenzó a pasearse de un lado a otro.
—Entonces yo soy el objetivo de este detestable asunto. —Se detuvo ante la puerta del vestidor, mirando fijamente el cepillo y el peine que reposaban sobre la cómoda, antes de girarse bruscamente hacia Fletcher—. Pero ¿quién es nuestro Próspero y qué espera lograr con esto? ¿Qué es lo que quiere de mí?
Fletcher rompió el breve silencio que descendió sobre la habitación después de la última pregunta de su patrón.
—Señor, yo me atrevería a decir que hay dos posibilidades. La primera es…
—¡Dinero! —Darcy terminó la frase—. No se necesita ser un genio para percibir la urgente necesidad de dinero que se respira en el castillo de Norwycke. Pero ¿me está usted pidiendo que crea que Sayre está detrás de esto?
—¡Yo no estoy acusando a nadie, señor! —Fletcher negó con la cabeza—. No tengo ninguna prueba contra lord Sayre o su hermano.
—¡Trenholme! ¡Ése sí que es un sinvergüenza! —Darcy pensó en el hombre con repugnancia—. Pero estaba terriblemente ebrio durante la cena y necesitó que lo ayudaran a subir a su habitación.
—O fingió estarlo —añadió Fletcher con actitud pensativa—. Pero debo decir nuevamente que no tengo ningún cargo contra él o su ayuda de cámara, excepto por su negligencia con las responsabilidades de la profesión. Ese joven se ha convertido prácticamente en mi sombra desde que llegamos. Le hace falta un poco de cerebro. Pensar que yo voy a revelar mis habilidades por nada… —Suspiró con desprecio.
—Ni a Sayre ni a Trenholme les falta cerebro, ¡y este asunto es totalmente descabellado! —Darcy interrumpió la digresión de su ayuda de cámara sobre la competencia profesional de sus colegas—. ¿Cómo podría un hechizo «embrujar» parte de mis rentas para que yo salvara a Sayre de las pérdidas y las deudas en que ha caído? Él debe saber, al igual que los demás, que yo nunca juego en exceso. ¿Acaso nuestro Próspero piensa que con un poco de sangre y de cabello puede influenciarme para que le regale Pemberley?
—Más que un poco de sangre, señor, de acuerdo con su descripción —dijo Fletcher. Al oír esto, Darcy se detuvo y miró a su ayuda de cámara, que lo observaba con una ceja enarcada.
—¡La Piedra del Rey! —Darcy abrió los ojos—. ¿Acaso esto también puede estar relacionado con eso?
—Es posible, señor Darcy, en efecto; o puede ser otra cosa totalmente distinta. Pero yo creo que las semejanzas entre los dos sucesos indican la presencia de la misma mano o manos.
El caballero asintió con la cabeza para mostrar que estaba de acuerdo con la conclusión de Fletcher, pero su utilidad le pareció limitada.
—¿Y la otra posibilidad…? —Dejó la pregunta en el aire.
Fletcher se sonrojó como un tomate al oír la pegunta de Darcy y, después de aclararse la garganta, dijo con voz vacilante:
—La otra, ejem, la otra posibilidad es que sea utilice un hechizo de amor, señor.
—¡Un hechizo de amor! —Darcy se atragantó tuvo que tomar aire para rechazar con vehemencia esa idea.
—Señor Darcy, le ruego que no descarte esa posibilidad. —Fletcher levantó las manos para frenar a la ira de su patrón—. He hecho algunas averiguaciones entre las criadas de las damas… averiguaciones discretas, señor —agregó rápidamente al ver la mirada de indignación de Darcy—, y parece que la mayor parte de las damas solteras que están en el castillo están… bueno… están buscando marido, señor.
—Esa información no es ninguna revelación, Fletcher —contestó Darcy tajantemente—. ¡Lo curioso sería lo contrario!
—Cierto, muy cierto, señor, pero lo que llama la atención es la desesperación de la búsqueda. —El ayuda de cámara guardó silencio, en espera de que Darcy lo autorizara a continuar con ese delicado tema.
—Adelante —dijo Darcy con un suspiro.
—La pobre señorita Avery ha tenido dos malas temporadas sociales —comenzó a decir Fletcher y levantó un dedo—. Lord Manning ya renunció a conseguir algo en Londres, y culpa del fracaso a la timidez de la señorita Avery. Por eso ahora la está paseando por las casas de sus conocidos más ricos. Si nadie le propone matrimonio en el transcurso de un año, la enviará a una pequeña propiedad en Yorkshire, para que termine sus días en una sombría soltería. La siguiente —continuó diciendo Fletcher, levantando otro dedo— es la señorita Farnsworth—. Lady Beatrice está muy angustiada pensando que el fuerte temperamento de su hija pueda arruinar su futuro, o despertar el rechazo de cualquier hombre de buena posición o reputación. Cuanto más pronto se case la señorita Farnsworth y quede bajo el control de un marido, más pronto se podrá desentender de ella lady Beatrice, para concentrarse, a su vez, en su propio futuro.
—Ella también está buscando marido —afirmó Darcy con franqueza, confirmando algo de lo que él había sido testigo directo.
—¡Sí señor! —Fletcher asintió con sorpresa, pero no le preguntó nada—. La cuarta es lady Felicia.
—¡Pero ella está comprometida con mi primo! —le dijo Darcy con tono de advertencia. Fletcher se mordió el labio y lo miró con una expresión de conmiseración.
—Lo sé, señor —siguió diciendo Fletcher en voz baja, después de un momento—, pero la dama no está contenta con la adoración de su pariente. Ella está acostumbrada a las atenciones de una corte de admiradores, de la cual, señor, usted fue una vez miembro. El hecho de que usted, por elección propia, ya no lo sea, hirió profundamente su orgullo. De acuerdo con la criada de la dama en cuestión, ella ha jurado tenerlo a usted y a su primo.
Con una expresión de repugnancia, Darcy dio media vuelta y apoyó el brazo contra la ventana, pues la honesta oscuridad de la noche era preferible a la que le estaba siendo revelada en este momento. El pequeño reloj de la habitación dio las tres. Darcy esperó hasta que se hubo desvanecido el eco de la última campeada para preguntar:
—¿Y qué hay de lady Sylvanie?
—Lady Sylvanie y su criada son un completo enigma, señor —dijo Fletcher con voz entrecortada y aparentemente muy perturbado.
—¡Un enigma, Fletcher! —Darcy se detuvo frente a él y cruzó los brazos sobre el pecho con actitud sarcástica—. Este sí que es un día lleno de sorpresas ¿Cómo un enigma?
—Los criados son extraordinariamente precavidos en lo que tiene que ver con esa dama y su criada. —Fletcher se llevó las manos a la espalda y luego, para sorpresa de su patrón, comenzó a pasearse de un lado a otro de la habitación, tal como había hecho él—. Eso no quiere decir que no haya descubierto parte de su historia, pero saber más puede resultar… ¡imposible! —admitió Fletcher con mortificación.
—¡Fletcher!