Rememorando los placeres de la noche, llegó hasta su puerta, entró por su propia mano y avanzó hasta el vestidor, antes de percatarse de que Fletcher no estaba. Las velas ya casi se estaban apagando, aunque al lado de cada candelabro había velas nuevas cuidadosamente dispuestas. La ropa para el juego de la noche estaba lista, así como un par de cómodos zapatos. De hecho, todo estaba preparado, pero no había ni rastro de Fletcher. Lo llamó por las escaleras de servicio desde el vestidor, pero no obtuvo respuesta alguna. Cerró la puerta y se dirigió hacia el candelabro más cercano. Reemplazó las velas consumidas y lo agarró para examinar el vestidor. Todo estaba organizado con el meticuloso orden de Fletcher, incluso la forma en que reposaban sobre la cómoda su cepillo del pelo y su peine.
Incómodo por la ausencia de su ayuda de cámara, Darcy puso el candelabro sobre una mesa cercana con un gesto de preocupación y comenzó a soltarse el nudo de la corbata. Tal vez había sido una imprudencia enviar a Fletcher a buscar pistas sobre el responsable del sacrificio en la Piedra del Rey. El hombre era un experto en reunir información, pero la mano que estaba detrás de esa abominable acción difícilmente descuidaría los detalles. Dado el carácter sangriento de las pruebas, era posible que hubiese puesto en peligro a Fletcher tontamente.
—¡Maldición! —estalló de repente, dirigiendo aquel reproche tanto a su propia imprudencia al arriesgar de esa manera a un hombre tan bueno, como al nudo que ese mismo hombre le había hecho alrededor del cuello—. Paciencia, Darcy —se dijo, y como recompensa, el nudo se aflojó de repente. Después de deshacerlo, se quitó la corbata; luego siguieron la chaqueta y el chaleco, aunque esto le costó un poco de trabajo y se le ocurrieron unas cuantas observaciones airadas sobre la inteligencia del hombre que había decretado que la ropa de los caballeros fuese tan ceñida. Regresó a la cómoda, se quitó los gemelos y los puso sobre la mesa, y luego se quitó los zapatos. Volvió a mirar hacia la puerta que daba a la escalera de servicio, pero no oyó ningún ruido de pasos, ni rápidos ni lentos. Se quitó los pantalones de gala y los tiró al lado de la chaqueta. Se puso los pantalones que Fletcher le había dejado listos y se dispuso a abrocharlos, mirando otra vez hacia la puerta, con la esperanza de que Fletcher estuviese al otro lado, pero todo siguió igual. Suspiró con consternación. No le quedaba más remedio que ir a la biblioteca.
Cuando le faltaban sólo los zapatos y el chaleco, Darcy avanzó hacia el lugar donde Fletcher los había dejado y deslizó un pie dentro del zapato, mientras se estiraba para agarrar el chaleco. Un crujido suave llegó hasta sus oídos al sentir que en el zapato había algo que le impedía asentar el pie apropiadamente. Se inclinó, tomó el zapato y lo acercó a la luz. Allí metido había un trozo de papel. Darcy lo sacó y, tras acercarlo al candelabro, lo alisó y leyó:
Señor Darcy:
Si usted está leyendo esta nota es porque todavía no he regresado de buscar la explicación a un curioso acontecimiento que puede tener algo que ver con sus preocupaciones. Tan pronto como usted salió para la cena y antes de organizar el vestidor, puse la manga de su chaqueta a remojar en la lavandería del primer piso. Cuando regresé arriba, encontré que su cepillo y su peine no estaban donde los habíamos dejado. No puedo decir qué puede significar esto, ¡pero intento averiguarlo! He hecho buenas relaciones con la servidumbre de lord Sayre y las criadas de las damas y mis compañeros ayudas de cámara me miran con cierto respeto. (¡La fama del roquet ha llegado incluso hasta Oxfordshire!). Todos, menos una persona, a quien voy a vigilar de cerca esta noche. Espero regresar para ayudarlo cuando termine su velada con los caballeros esta noche y espero tener algo importante que contarle, señor.
Su obediente servidor,
Fletcher.
Aliviado, Darcy arrugó la nota. Luego la llevo a la habitación y la arrojó al fuego. Las llamas lamieron el trozo de papel con voracidad y lo redujeron a cenizas en segundos, bajo su atenta mirada. ¡Así que alguien había estado en su alcoba! Evidentemente no faltaba nada; si algo faltara, Fletcher se habría dado cuenta enseguida. Pero ¿por qué había venido alguien si no era para robar algo, y luego se había marchado después de manipular solamente su cepillo del pelo. ¿Y cómo había hecho Fletcher para suponer que podía haber una conexión entre su cepillo, entre una infinidad de cosas, y el descubrimiento de esa tarde en la piedra del Rey? Regresó al vestidor y terminó de arreglarse. Tendría que olvidarse de esos asuntos si quería regresar ileso a su habitación, después del juego de esa noche; y a pesar de lo mucho que detestaba sucumbir a la trampa de Sayre, la verdad es que sí le gustaría ganar aquella estupenda espada. Apagó la mayor parte de las velas y dejó sólo unas pocas encendidas en espera del regreso de Fletcher y, con el ferviente deseo de que los dos tuvieran suerte aquella noche, abandonó la habitación.
—¡Señor Darcy! ¡Señor Darcy! —El tono de urgencia de Fletcher y una tímida palmadita en el hombro hicieron que Darcy se enderezara en la silla sobresaltado.
—¡Fletcher! —comenzó a decir con voz débil, pero un bostezo lo interrumpió—. ¿Dónde demonios estaba? ¿Qué hora es?
—Las tres menos cuarto, señor —respondió Fletcher con tono de disculpa—. Le ruego que me perdone, pero no lo pude evitar. ¿Encontró mi nota, señor?
—Sí. —Darcy se levantó de la silla dura que había elegido para espantar el sueño y se estiró hasta que algunos de sus huesos crujieron con fuerza—. ¡En mi zapato! ¡Qué lugar tan singular para dejarla! —Mientras contenía otro bostezo, Darcy señaló la cómoda—. Ahora bien, ¿qué es esa historia? ¡«Simple y sin adornos», por favor!
—Como escribí en la nota, señor… Cuando regresé de la lavandería, me di cuenta de que su cepillo y su peine no estaban donde los habíamos dejado. Resultaba evidente que una o más personas habían invadido su intimidad. —Fletcher tenía una expresión seria que concordaba con la importancia de sus palabras—. Señor Darcy, ¿para qué querría alguien su cepillo del pelo?
—No me lo imagino, Fletcher —respondió Darcy secamente, antes de sucumbir a otro insistente bostezo— y no quiero jugar a preguntas y respuestas a las tres de la mañana. —Se inclinó y se sirvió un vaso de agua de la botella que había sobre la mesita de noche.
—Un hechizo, señor.
—¿Qué? —El agua se derramó por el borde del vaso, mientras Darcy levantaba la mirada con asombro—. ¡Un hechizo! ¿Habla usted en serio?
—Nunca había hablado tan en serio, señor Darcy. —Fletcher le devolvió la mirada de incredulidad con un aspecto sombrío—. Quienquiera que haya invadido su habitación estaba buscando algo con lo que fabricar un hechizo. Y los cabellos de su cepillo servían perfectamente para ese propósito, pero me temo que eso no fue todo lo que se llevaron. —Fletcher hizo una pausa y movió la barbilla con consternación, antes de continuar—: Aunque no estoy seguro, creo que también falta la toalla con la que le limpié la sangre del corte que se hizo al afeitarse hace dos noches.