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Chapter 137 - Capítulo 137.- El papel de la mujer IV

Finalmente, Sayre dio por terminado el exilio de los caballeros. Darcy dejó su vaso y siguió a los demás lleno de curiosidad. Tal como había imaginado, lady Sylvanie estaba sentada con gran serenidad cerca de la chimenea, lo cual no le dejó la menor duda de que ella había resistido incluso las más probadas estrategias de salón. La sonrisa de lady Felicia al ver entrar a los caballeros pareció un poco forzada, y la señorita Farnsworth parecía estar manteniendo una profunda y seria conversación con su madre y su tía. La expresión de alivio y felicidad que se reflejó en el rostro de lady Sayre al ver entrar a su marido fue, probablemente, la mayor demostración de alegría que Sayre había visto en su esposa en mucho tiempo.

—Ah… bien, querida —comenzó Sayre con torpeza—. Entonces vamos a jugar a las charadas, ¿no es así? ¿Ya están listas las papeletas?

—N-no, Sayre —dijo tartamudeando lady Sayre—, pero lo haremos enseguida. Felicia, querida, ¿serías tan amable? —Los caballeros se dispersaron por el salón, entre las damas, en espera a que se formaran equipos. Darcy se dirigió hacia la chimenea y se quedó allí, detrás de lady Sylvanie, sonriéndole mientas ella lo seguía con la mirada.

—¿Le gusta tanto jugar a las charadas, señor Darcy, que sonríe usted de esa forma?

—En general evito todas las actividades que implican actuar, milady. Mi sonrisa no tiene nada que ver con esos juegos.

Lady Sylvanie enarcó una ceja.

—Pero usted está jugando a uno en este preciso momento, ¿no es verdad? El juego de salón de amagar esquivar y retirarse. Creo que eso ha sido un amague señor, y se espera que yo lo evite. ¿O acaso el movimiento correcto sería retirarse? Debe usted perdonar mi desconocimiento del juego. Como ya le dije no tengo experiencia en los rituales de salón.

—Sus movimientos dependen de sus fuerzas no de las expectativas de su oponente. —Darcy sonrió de manera más amplia, cuando comprendió mejor la alusión de la dama al juego de la esgrima—. Siempre hay que moverse de la manera más ventajosa.

—Extrañas palabras para que un hombre se las diga a una mujer, señor Darcy. Yo había entendido que el objeto de los machos de la raza humana era permitir que las hembras tuvieran las menores ventajas posibles. ¿Está totalmente seguro de que no desea retractarse de su consejo?

Darcy se rió entre dientes ante la agudeza del comentario.

—Es un regalo peligroso, ¡lo admito! Supongo que podría decirse que soy un traidor a mi propio sexo, pero no me retracto. —La sonrisa de Darcy se desvaneció un poco, a medida que adoptaba un tono menos frívolo—. Creo, señora, que es un consejo que usted ya ha puesto en práctica. —Hizo un gesto con la cabeza hacia las otras damas—. Y con razón. —Darcy se detuvo, con curiosidad por ver si ella iba a confiar en él o descartaría sus palabras como simple charla.

—¡Lady Sylvanie! —La voz de Monmouth los interrumpió.

—¿Sí, milord? —Lady Sylvanie miró al vizconde.

—Usted está en el mismo grupo con Darcy, lady Beatrice y yo. —Agitó las papeletas con los nombres. Formaremos un espléndido equipo, incluso si Darcy se queda tieso como una estatua, ¡no tengo la menor duda!

Darcy entornó los ojos y lady Sylvanie se rió.

—Así es, sin duda, lord Monmouth.

Lady Felicia se acercó a ellos.

—Milord, vizconde, usted debe estar equivocado. El nombre del señor Darcy no puede estar entre sus papeletas, porque está aquí, entre las mías. —Estiró la mano con las papeletas para que Monmouth las viera.

—Ahí está el nombre de Darcy, sí señora, pero también está entre las mías. —Monmouth puso las papeletas de lady Felicia junto a las suyas—. Usted debe haberlo escrito dos veces.

Lady Felicia miró con perplejidad sus papeletas y luego las de Monmouth.

—No es posible —declaró en voz baja, con desconcierto.

—Pero así es —contestó Monmouth con firmeza—. Y como yo sólo tengo dos nombres más y en cambio Darcy sería el quinto miembro de su equipo, debo insistir en quedarme con él, ¡aunque sea el tipo más torpe para jugar a las charadas!

—Gracias, Tris. —Darcy hizo una inclinación fina— por mi parte, me abstendré de informar a los demás acerca de tus defectos. Pero si alguien pregunta sobre la desafortunada aventura conduciendo la diligencia del norte, me veré forzado a divulgarlo todo.

—¡Darcy! —dijo Monmouth riéndose—. ¡Eso pasó hace ocho años!

—Y todavía eres un pésimo conductor, viejo amigo —replicó Darcy secamente, mientras observaba a lady Felicia, que seguía examinando intrigada los dos grupos de papeletas y sacudía los rizos con el ceño fruncido.

—Estoy segura de que lo escribí sólo una vez —dijo en voz baja—. ¿Cómo es posible que…? —De repente se detuvo y se levantó con rapidez, y entrecerrando los ojos, los clavó en lady Sylvanie—. A menos que alguien más haya incluido otra vez su nombre. —Como Darcy estaba parado detrás de ella, no pudo ver la cara que lady Sylvanie puso al oír la tácita acusación de lady Felicia. Pero a juzgar por la manera en que la dama apretó los hombros y tras ver la expresión defensiva que cubrió el rostro de lady Felicia, Darcy habría apostado que la fiera princesa de las hadas había sido bastante explícita. De pronto, sintió una súbita oleada de simpatía por lady Felicia, pero rápidamente lo suprimió.

—Milady. —La voz de lady Sylvanie había perdido toda su melodiosidad—. Eso se puede probar fácilmente. ¿Acaso no fue usted quien escribió todos los nombres? Entonces examine las papeletas y vea si hay alguna que no esté escrita con su letra.

—A mí todas me parecen iguales. —Monmouth miró las papeletas por encima del hombro de lady Felicia—. Ríndase, milady; ha sido un simple error… un ingenioso truco. No obstante —dijo sonriendo—, usted no podrá contar con Darcy. —Lady Felicia le lanzó una mirada indignada, que tiñó sus mejillas, o cuando se giró hacia lady Sylvanie, ya había recuperado la compostura. Al ver la palidez de su rostro y la mirada de sus ojos, Darcy no pudo evitar pensar en un venado atrapado por la mira de un cazador. Sin decir palabra, lady Felicia hizo una reverencia rápida y se retiró al otro extremo del salón.

Monmouth observó durante unos instantes a lady Felicia, que se retiraba del campo de batalla, y luego miró a Darcy, con las cejas levantadas en señal de asombro.

—Una victoria más bien fácil, ¿no te parece, Darcy?

Darcy rodeó la silla en la que estaba sentada lady Sylvanie y se inclinó para captar la atención de la dama. Ella levantó su rostro para mirarlo y sus ojos grises brillaban divertidos, pero el caballero notó que también estaban buscando su aprobación. Darcy le respondió con una sonrisa que le arrancó a la dama una carcajada cargada de más felicidad de la que le había oído expresar hasta el momento.

—Una victoria fácil, sin duda, Tris —dijo Darcy por encima del hombro—, pero me pregunto quién ha ganado.

El juego de las charadas transcurrió rápidamente Para sorpresa de Darcy, fue bastante agradable y Felicia se mantuvo alejada de él y de los otros caballeros de una manera que se ajustaba más a la idea que Darcy tenía de la forma correcta en que debía comportarse la prometida de su primo. Monmouth y lady Beatrice fueron unos compañeros de juego muy agradables, tan ingeniosos en sus propias mímicas y poses como en la deducción de las de sus oponentes. Él y lady Sylvanie fueron menos ágiles en la representación de sus papeles, pero apoyaron al grupo con agudas observaciones y la rápida identificación de los temas y las frases del equipo contrario.

Cuando las damas finalmente se levantaron, Darcy sintió un poco de pesar al pensar en lo corta que había sido esa parte de la velada. La verdad es que se había divertido, y sabía a quién le debía esa diversión. Junto a los otros caballeros, se colocó en fila al lado de la puerta para desearles buenas noches a las damas, a medida que iban abandonando el salón. Cuando llegó el turno de que lady Sylvanie se despidiera de él, Darcy no pudo evitar el impulso de tomar su mano y retenerla sólo un momento. Ella levantó la vista para mirarlo y le sonrió con una pregunta:

—¿Sí, señor Darcy?

—Un momento, milady, por favor —respondió él en voz baja—. Esta noche he pasado un rato más agradable del que esperaba.

La sonrisa de la dama pasó de la simple cortesía a ser algo totalmente distinto y, como había ocurrido varias veces esa noche, Darcy se sintió atrapado por el misterio de esos ojos.

—Lo mismo digo, señor —respondió ella suavemente—, mucho más agradable. —Lady Sylvanie suspiró delicadamente y retiró la mano—. ¿Puedo preguntarle si va usted a jugar a las cartas con los otros caballeros esta noche? —Al oír que era probable que así fuera, ella apretó un poco los labios y luego se inclinó hacia él—. Juegue mirando hacia una ventana —susurró. Al ver la mirada de incredulidad de Darcy, explicó—: Es una vieja superstición. No puede hacerle ningún daño, y a mí me hará feliz saber que usted tiene una pequeña ventaja sobre los demás, en agradecimiento por el placer de esta velada.

—Como usted quiera, milady. —Darcy volvió a hacerle una reverencia y, tras dedicarle una última sonrisa, la dama salió del salón.

—¿Qué les parece si nos retiramos un rato —preguntó Sayre— y nos encontramos en la biblioteca dentro de media hora, caballeros? —Miró a su alrededor mientras todos asentían e hizo una inclinación antes de marcharse—. ¡Bien, bien! Me pregunto si esta noche llegaremos a jugarnos esa espada, Darcy, ¿qué dices?

—La decisión es tuya, Sayre —respondió Darcy de manera distraída, todavía un poco turbado por la última visión de la dama.

—Entonces tal vez sea esta noche. Ya veremos, ¿no es así? —Lord Sayre se frotó las manos. Darcy hizo una inclinación, salió y se dirigió a su habitación, Para ponerse una ropa más cómoda con la cual enfrenarse a las batallas de la suerte con las que concluiría la velada.