Chereads / SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 134 - Capítulo 134.- El papel de la mujer I

Chapter 134 - Capítulo 134.- El papel de la mujer I

Darcy iba por la mitad del camino hacia el salón, cuando escuchó las primeras notas de una melodía. El sonido era, indudablemente, el de un arpa. Pero a medida que se fue acercando, algo en la sonoridad del instrumento llamó su atención. Con curiosidad tanto por la particularidad del sonido como por la nostálgica melodía, Darcy no pudo evitar impacientarse ante la cantidad de criados uniformados que parecían salir de todas partes para abrir las puertas a su paso. Cuando llegó finalmente a las puertas del salón y éstas se abrieron, vio, para su sorpresa, que había un pequeño grupo de invitados reunido no alrededor de la gran arpa que estaba al fondo del salón, sino en una especie de círculo cerca del fuego. La mayoría de los presentes eran caballeros; las damas todavía no habían bajado, a excepción de lady Chelmsford y su hermana lady Beatrice, que estaban sentadas juntas en un diván, conversando en voz baja. Los caballeros por su parte, estaban un poco más dispersos —Monmouth estaba recostado contra la chimenea mientras que el asiento de Chelmsford se encontraba ligeramente oculto entre las sombras al otro lado y Poole se había acomodado en el borde de un diván cerca del fuego—, pero todos tenían la vista fija en la arpista que estaba en el centro.

Lady Sylvanie notó la llegada de Darcy con una mirada fugaz, pero sus dedos no vacilaron ni un instante mientras continuaba tocando la música que había captado la atención del caballero. La pequeña arpa que tenía apoyada contra el hombro resplandecía a la luz del fuego. Y el reflejo que se extendía por sus sinuosas curvas parecía vibrar en respuesta a la pulsación de cada cuerda. La mirada de Darcy se sintió atraída primero hacia los delicados dedos, que arrancaban tan triste dulzura a las cuerdas, pero pronto su atención se dirigió hacia los esbeltos brazos y la curva de los hombros pálidos, hasta llegar al rostro de la intérprete. La dama tenía los ojos ligeramente cerrados, pero Darcy pensó que eso no obedecía a la concentración que requería su interpretación. En lugar de eso, tuvo la sensación de que mientras lady Sylvanie parecía cerrar los ojos a todo lo que la rodeaba, los abría para observar un lugar secreto que la música creaba. Por la manera en que enarcaba ligeramente una de sus oscuras cejas y la sonrisa que adornaba su rostro, Darcy sospechó que lady Sylvanie apenas era consciente de su público. Su sonrisa se fue haciendo más profunda a medida que tocaba. El caballero, conteniendo el aliento, creyó haber visto otra vez a una salvaje princesa de las hadas.

Fascinado, observó que la sonrisa de la dama se iba desvaneciendo hasta fruncir ligeramente el entrecejo como si estuviese sufriendo. Lady Sylvanie abrió un poco los labios y súbitamente comenzó a brotar de ellos una canción cuya letra Darcy no pudo entender, pero intuitivamente supo que era un himno a la tristeza. La belleza de la canción lo invadió antes de que tuviera tiempo de prepararse y se vio obligado a sentarse. Gaélico. Llegó a reconocer la lengua, pero no logró entender ni una palabra del significado de la canción. La letanía de sílabas cantadas al azar y la inolvidable melodía penetraron en su mente, evocando imágenes y emociones de tiempos muy remotos: la felicidad de galopar por los campos de Pemberley sobre el lomo de su primer pony, el asombro de las excursiones infantiles a través del bosque más allá de los jardines, la sensación de camaradería de la excusión para pescar que había hecho con su padre a Escocia, el verano antes de su primer año lejos de casa.

Luego la música cambió y el ritmo se fue haciendo más lento hasta pasar a un registro totalmente distinto, durante el cual Darcy se vio al lado de la cama de su madre, con el corazón encogido por el terrible temor de estar dándole el último adiós, y revivió luego la absoluta sensación de pérdida que había experimentado cuando su padre murió. Luchando por librarse de ese giro en el torbellino de sus emociones, Cerró los ojos y trató de protegerse de aquella música. Como si respondiera a sus deseos, la voz de la dama comenzó a desvanecerse suavemente, hasta disolverse en el silencio, mientras sus dedos acariciaban las cuerdas con delicadeza. ¿Acaso lady Sylvanie había notado su incomodidad? Darcy la miró con disimulo pero vio que ella tenía la cabeza inclinada sobre el instrumento.

—¡Soberbia! —exclamó Poole, rompiendo el silencio, mientras aplaudía la actuación de lady Sylvanie—. ¡Absolutamente magnífica! —El resto de caballeros se unieron a él en una vigorosa ovación.

—¿Cómo se llama, milady? —le preguntó Monmouth a la dama, que todavía tenía la cabeza inclinada—. ¿Es una canción irlandesa? Parecía irlandés. —Darcy miró atentamente, mientras lady Sylvanie levantaba la cabeza, con total serenidad, aunque todavía tenía cerrados sus deslumbrantes ojos grises.

—Sí, milord —respondió ella con claridad—, es una melodía irlandesa. —Lady Sylvanie abrió de pronto los párpados y alcanzó a captar la mirada de Darcy, antes de que él pudiera desviarla. La sonrisa que danzaba en sus ojos reflejaba tal comprensión que Darcy se sintió tentado a creer que ella era, realmente, un hada y conocía sus pensamientos.

—«El lamento de Deirdre» —continuó diciendo, clavando sus ojos en los de Darcy, traspasándolo.

—¿Perdón? —respondió Monmouth.

Lady Sylvanie bajó las pestañas, liberando a Darcy, antes de prestarle toda su atención a Monmouth.

—Se llama «El lamento de Deirdre» y es una antigua canción, milord. —En ese momento la puerta del salón se abrió y todos se giraron a mirar a Lady Felicia que entraba del brazo con la señorita Farnsworth seguidas por Sayre, su esposa y, por último, Manning. Después de su aparición, lady Sylvanie hizo ademán de abandonar el arpa y levantarse, pero las protestas de los tres caballeros que estaban cerca del fuego la detuvieron. Con un elegante gesto de aceptación volvió a llevarse el instrumento al pecho y lo apoyó otra vez contra su hombro, mientras los recién llegados se acomodaban.

Demasiado desconcertado con lo que había pasado entre él y la cantante como para poner en orden el cúmulo de sensaciones que lo inundaban, Darcy se abstuvo de unirse a los ruegos de los otros. Pero no pudo apartar la mirada cuando los esbeltos dedos de la dama acariciaron nuevamente las cuerdas y cerró los ojos mientras se preparaba para comenzar. Sin embargo, la pieza que ofreció fue totalmente distinta de la anterior. El ritmo dinámico y alegre de las notas hizo que Darcy pensara en una danza popular. Otros miembros del público tuvieron la misma impresión, porque comenzaron a mover los pies discretamente bajo el vestido y algunos caballeros llevaron el ritmo con las manos sobre las rodillas. Al terminar, Darcy casi sintió que podía descartar sus impresiones anteriores como fruto de la fantasía, una prueba más de que los acontecimientos del día habían acabado casi por completo con su buen sentido.